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Censor, guionista y tertuliano de '¡Qué grande es el cine!': las 100 vidas de Lamet
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Censor, guionista y tertuliano de '¡Qué grande es el cine!': las 100 vidas de Lamet

Fue una fábrica de vocaciones con sus tertulias en '¡Qué grande es el cine!', produjo varias de las películas más icónicas del Nuevo Cine Español y un libro recuerda ahora su figura

Foto: Juan Miguel Lamet en una foto de juventud. (Libros Indie)
Juan Miguel Lamet en una foto de juventud. (Libros Indie)

Un carraspeo profundo y rítmico anunciaba su llegada. La leyenda contaba que había sobrevivido a cinco baipases y la realidad es que antes de cumplir los 60 ya había sufrido una parálisis facial y poco más tarde, en 1994, un infarto en la noche de la VIII edición de los Premios Goya, el colofón a una "guerra fría" con el Ministerio de Cultura de entonces, el que encabezaba Carmen Alborch, y un a guerra abierta contra la corrupción dentro de la industria de un cine español que hasta pocos años atrás se había movido a golpe de caciquismos.

Hace ya siete años que murió Juan Miguel Lamet -nacido en Cádiz en 1934- y el libro 'Juan Miguel Lamet: el cine o la vida' (Libros Indie), escrito por David Romera, recuerda a un hombre tan complejo que creció en el Cádiz de la posguerra, que empezó a escribir poesía a los quince años, que produjo imprescindibles del Nuevo Cine Español de los años 60 como 'La tía Tula', de Miguel Picazo, y 'Nueve cartas a Berta', de Basilio Martín Patino -títulos de culto de una cinematografía a rebufo del resto de Europa, que coescribió 'El crimen de doble filo', de Borau, y una docena más, que fue censor durante el franquismo, director general del Instituto del Cine y, sobre todo, dejó su huella en uno de los programas de cine más influyentes -todavía hoy- de la televisión: era aquel tipo refunfuñón y malencarado de '¡Qué grande es el cine!', dirigido por José Luis Garci, auténtica fábrica de vocaciones.

Con diferencia la faceta más recordada de Lamet fue su paso por '¡Qué grande es el cine!', programa en el que participó durante 10 años, de 1995 a 2005, el tiempo que duró en antena. El formato que enseñó a varias generaciones a apreciar el cine clásico sería, a ojos de hoy, un escenario un tanto anticuado con un grupo de sabios exclusivamente masculino fumando como corachas y con una copa rellena de líquido transparente -quién sabe si agua o ginebra-. Cuando le plantearon a Garci en 1998 abrir el coloquio a alguna mujer, su respuesta no resiste al ahora: "Hay muchas mujeres cinéfilas. Podría contar con Rosa Montero, o Almudena Grandes, Josefina Molina, Chus Gutiérrez... Pilar Miró me decía: 'A ver cuándo me llevas a tu programa', pero '¡Qué grande es el cine!', nació así y no lo voy a cambiar". Y se apoyó en una frase de Pepe Isbert: "Cuando una obra tiene éxito no la toques; no cambies ni la moqueta".

Al Lamet tertuliano lo pararon por la calle hasta el último día. Pero su figura es compleja y poliédrica, como viene a contar el libro de Romera, a caballo entre unas memorias, un diario, una correspondencia entre el autor y su biografiado. Lamet nació en Cádiz antes del estallido de la Guerra Civil. Su padre fue oficinista en Campsa y su madre, ama de casa encargada de la crianza de dos niños, que venía a ser entonces ayudar a que, al menos, llegasen a la edad adulta. Ella era sorda y lo único que podía detectar era el canto de algunos pájaros, como describe en las memorias. Lamet describió su infancia como "una época triste" -como para la mayoría de los españoles- y recuerda el momento en el que señaló al cielo al grito de "¡Mamá, un avión!". Lo que siguió fue un bombardeo que cayó y calló a la ciudad andaluza. "Cádiz quedó en manos de los facciosos. En la calle, los moros, escopeta en ristre, vigilaban el paso de la gente. Aquello me aterrorizaba".

placeholder Lamet, con gafas oscuras, en el rodaje de 'Crimen de doble filo'. (Libros Indie)
Lamet, con gafas oscuras, en el rodaje de 'Crimen de doble filo'. (Libros Indie)

Resulta fascinante leer las memorias de aquellos intelectuales que nacieron en una España desgarrada, que transitaron por un franquismo en el que o sobrevivías o te hundías, y que más tarde abrazaron con pasión el anarquismo -como en el caso de Fernán Gómez- o el socialismo, como el propio Lamet, quien se calificaba como marxista. Con apenas siete años, la familia se traslada a Cartagena. Aquella ciudad de 1940 el niño la vio con los ojos de la desolación. "Al llegar allí nos encontramos con una ciudad vencida, triste, bombardeada, con solares por todas partes. Recuerdo muchos mendigos, muchos niños en la calle, niños pobres, huérfanos. Sinceramente fue una época bastante triste de mi vida que me ha marcado tanto que a veces he intentado plasmar en el papel el ambiente de aquellos años".

Contaba que la primera vez que vio 'Casablanca' lo hizo a través del relato de su padre, que iba solo al cine y que, durante la cena, reproducía a su familia todo aquello que había visto en la gran pantalla. "Cuando se acababa el primer plato, mi madre se levantaba y decía: '¡Espera, espera! ¡Manolo, no sigas!', y se iba a por el segundo, y yo me quedaba expectante durante minutos sin menearme del sitio esperando a que continuase la película".

Lamet fue de aquella gente que llegó al cine y la política casi por despiste. O, al menos, así lo afirmaba, divertido. Estudió Derecho, se licenció a los 21 y cuando iba a conseguir sacarse una oposición decidió no presentarse. Como todos los cinéfilos, empezó organizando cineclubs y demás, y acabó recalando como colaborador en la recién nacida 'Film Ideal', hoy revista de culto, lo que luego propició un curioso encuentro, mucho tiempo después con Felipe González. Antes de llegar al poder en 1983, cualquiera con olfato podía prever que los socialistas llegarían al Gobierno. Lamet se había insuflado de ganas de cambio y Pilar Miró -de la que en el libro habla con pocos tapujos- le presentó a González. "¿Conoces a Felipe?", le preguntó Miró al presentarlos. "Hombre, claro", contestó Lamet. Y, para su sorpresa, González le replicó: "Yo también te conozco a ti; te leía en 'Film ideal'".

placeholder Manuel Summers y Alfredo Landa disfrazado de hombre lobo junto a Juan Miguel Lamet. (Libros Indie)
Manuel Summers y Alfredo Landa disfrazado de hombre lobo junto a Juan Miguel Lamet. (Libros Indie)

Por las memorias de Lamet pasan Elías Querejeta, Orson Welles, Fraga, Manuel Gutiérrez Aragón, José Luis Borau y muchos de quienes han hecho historia en el cine en España, no sólo en el cine español. Y, por supuesto, la actriz María Massip, quieen fue la mujer de su vida y con quien estuvo casado hasta la muerte de ella en 2002. Dijo él, con sorna -y probablemente rabia-, que "el cine español se había alimentado siempre de naranjeros que querían follarse (sic) a Carmen Sevilla y que qué industria se podía esperar de eso". Del 62 al 68 había sido miembro de la Junta de Clasificación y Censura, intentando llevar lo extraído de las Conversaciones de Salamanca del 55 a un cine que necesitaba aperturismo y salir de una infancia puritana y estricta. Vivió muchos tiras y aflojas dentro de la Junta y sus películas sufrieron mucho la tijera.

Pero la realidad es que con la el Nuevo Cine Español y la apertura de la mano censora llegó todo aquel cambio que -Buñueles aparte- puso el cine nacional en el mapa internacional. La productora ECO Films, de la que fue uno de los fundadores, compró los derechos de dos películas 'Crimen de doble filo' y 'El extraño viaje'. Pero cuando la empresa se separó, se quedó con los derechos de la primera, que acabó siendo la segunda película de José Luis Borau como director. El zaragozano era "alguien repudiado por sus compañeros de escuela", que no le perdonaban que hubiese hecho películas de encargo.

Cuenta 'El cine o la vida' que el cabecilla no fue otro que Carlos Saura y que Borau hasta mucho tiempo después no dejó de ser un "apestado". Lamet escribió 'Crimen de doble filo' y, posteriormente, muchos guiones más, que ya es una supervivencia notable para un guionista. Desde películas como 'El love feroz', de José Luis García Sánchez, hasta 'No desearás a la mujer del vecino', un clásico del cine popular con Alfredo Landa. Como productor, vio el talento de Manuel Summers, a quien ayudó a levantar 'Del rosa al amarillo' y 'No somos de piedra'. Pero la relación que le ha guardado un lugar especial en la historiografía del cine español ha sido la que forjó con Basilio Martín Patino, a quien le produjo, aparte de 'Nueve cartas a Berta', 'Del amor y otras soledades', junto a quien también firmó el guión.

Escribió desde películas como 'El love feroz', de José Luis García Sánchez, hasta 'No desearás a la mujer del vecino', un clásico del cine popular con Alfredo Landa

De Pilar Miró guardaba un recuerdo ambiguo. Por un lado se quisieron y se admiraron, pero también compitieron y se utilizaron. "Yo le contaba mis miserias a Pilar. Me consolaba hablando con ella y eso pasó a mayores, pero no duró mucho. No era mi chica, aunque el destino ha intentado desmentir esta afirmación varias veces". También se mostró muy crítico con la Ley Miró, "que era un disparate" y que podía llegar a "conceder a un productor más dinero del que había invertido".

Los últimos guiones de Lamet se estrenaron a mediados de los noventa. Desde entonces, el programa de Garci y sus clases como profesor de guion ocuparon la mayor parte de su tiempo. Mantenía una relación epistolar con muchos de sus alumnos, donde les insuflaba ánimos para no dejarse vencer por el desasosiego de quien empieza en el mundo del cine y a quien le comen el miedo y las inseguridades. En una de las últimas cartas que me envió, escribió: "Insinúas que un director de cine se exhibe y, al fin y al cabo, 'se vende'. Todos los artistas son (¿somos?) y han sido exhibicionistas y prostitutos. Pero recuerda que lo que vendemos es, sin duda, lo mejor de nosotros mismos".

Un carraspeo profundo y rítmico anunciaba su llegada. La leyenda contaba que había sobrevivido a cinco baipases y la realidad es que antes de cumplir los 60 ya había sufrido una parálisis facial y poco más tarde, en 1994, un infarto en la noche de la VIII edición de los Premios Goya, el colofón a una "guerra fría" con el Ministerio de Cultura de entonces, el que encabezaba Carmen Alborch, y un a guerra abierta contra la corrupción dentro de la industria de un cine español que hasta pocos años atrás se había movido a golpe de caciquismos.

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