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¿Eres un fascista por echar de menos el gazpacho de tu abuelo?
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las trifulcas ideológicas de la izquierda

¿Eres un fascista por echar de menos el gazpacho de tu abuelo?

En las últimas semanas, hemos presenciado a varios sectores de la izquierda debatiendo sobre el pasado familiar de unos y otros

Foto: Abuela y nieta en Vitoria. (EFE)
Abuela y nieta en Vitoria. (EFE)

Hay un 'sketch' de los Monty Phyton titulado 'Four Yourkshiremen' que refleja a la perfección los últimos movimientos de la polémica de moda. La escena aparece en la película 'Monty Python Live at the Hollywood Bowl', aunque su primera representación la realizaron en el 67 en el 'show' televisivo 'At last the 1948 Show'. En ella, cuatro señores 'ricachelis' y de nombre judío —Joshua, Obadiah, Josiah y Ezekiel— fuman puros y beben vino francés mientras recuerdan los buenos viejos tiempos de su infancia. Uno de ellos comienza: “Aunque éramos pobres, éramos felices”. Otro puntualiza dándole la vuelta y conjurando la frase que vertebrará todo lo que seguirá a continuación: “Felices porque éramos pobres”. El gusto por ensalzar el pasado se une al de nadar en las propias miserias de cada uno. Cuanto peor, mejor. Los cuatro de Yorkshire inician así una competición en demostrar quién vivió una infancia más miserable.

El debate se pone interesante cuando uno describe la vieja y pequeña casa en la que vivía y el segundo le espeta: “¿Casa? ¡Tenías suerte de vivir en una casa!”. El tercero cuenta que vivía con su familia en un pozo, el siguiente que a él le desahuciaron del pozo, el de al lado que vivían 150 personas en una caja de zapatos, en la calle, en medio de la carretera. La apuesta va aumentando hasta que el último zanja: “Nosotros vivíamos en un periódico enrollado sumergido en una fosa séptica”. Curioso símil. La conversación se va calentando hasta llegar a lo ridículo de lo imposible: “Nos levantábamos a las 10 pm media hora antes de acostarnos, comíamos veneno frío, trabajábamos 29 h al día, le pagábamos al patrón para que nos dejara trabajar y al llegar a casa, papá nos mataba y bailaba alrededor de nuestras tumbas cantando ‘¡aleluya!”. El público ríe, vitorea, aplaude.

En las últimas semanas, hemos presenciado a varios sectores de la izquierda debatiendo sobre el pasado familiar de unos y otros. Nadie reía. Como bien explica Ignacio Sánchez-Cuenca en 'La superioridad moral de la izquierda', la izquierda es 'fisípara', es decir, que se reproduce mediante división o fisión: “Anarquistas y marxistas, socialdemócratas y comunistas, estalinistas y maoístas”. ¿'Wokes' y rojipardos? El propio Sánchez-Cuenca reconoce en su libro que las trifulcas ideológicas de la izquierda son divertidas hasta que los auténticos luchadores de dichas causas caen en desgracia por motivos triviales. Echar de menos el gazpacho que hacía tu abuelo con los tomates del huerto no es querer volver al fascismo. Echar de menos el gazpacho que hacía tu abuelo con los tomates del huerto tampoco es un análisis político y social real. Es una grieta en el hormigonado capitalismo. Pero no por ello deberíamos querer volver del barrio al barro. Sobre todo porque los que acabarán poniéndose las katiuskas serán, seguro, los mismos, 'los otros'.

"Vivimos peor que nuestros padres" se ha convertido en un lugar común: la paz en el mundo, una tumba fría, un deseo que arde, un enemigo terrible. Una obviedad que intenta agitar a los adormilados por los discursos vacuos de los políticos de nuestro país. Puede parecer el todo, pero es la nada. Y de la nada, el nihilismo radical, el absurdo, el blablablá. No hay trabajo, los pisos son caros y el precio de la luz está por las nubes, esto lo tenemos claro. Lo demás entraría en esa vaguedad de discurso que invade nuestra sociedad haciendo que nos impliquemos mental y emocionalmente en trifulcas que no llevan a ninguna parte. “Hay que saber escoger las batallas”, que dirían.

"Vivimos peor que nuestros padres" se ha convertido en un lugar común, una obviedad que intenta agitar a los adormilados

Alguien en el mundo debe estar guardando el silencio que nos corresponde a cada uno obligándonos, así, a rellenar los huecos de palabras vacías. Relleno huecos de palabras vacías. Otra vez: relleno huecos de palabras vacías. “Buenas noches, me dirijo a vosotros en esta Nochebuena cuando estamos viviendo unas circunstancias verdaderamente excepcionales debido a la pandemia”, comenzaba el Rey en su habitual discurso navideño. La mayoría de los españoles suelen dejarlo hablando solo sabiendo que se avecina un cuarto de hora de frases evidentes. Igual alguna persona en alguna familia, aburrida por no tener que cocinar porque ya lo hacían otras, abrió Twitter y escribió: “Felipe acaba de decir que España no puede permitirse una generación perdida. ¿Qué os parece? Os leo. Emoticono de dedito para abajo. #DiscursoRey” y alguien contestó: “Nos la podemos permitir porque en toda guerra caen soldados, etcétera”. Y de repente, se abre el debate, la conversación se convierte en viral, hay artículos, 'hashtags' y 'memes' hasta que acaba ocupando la orden del día de una asamblea, no sé, contra los desahucios: “Teníamos muchas familias a las que ayudar hoy, pero ya no nos queda tiempo, una pena, Felipe no nos la puede colar más”. Qué cosas.

Foto: Motín de presos en la cárcel de Carabanchel, en Madrid, en 1983. (Marisa Flórez) Opinión

Cuando no sabemos bien qué responder, aludimos a lo que conocemos, al pasado, al cliché, a la tradición. Es más sencillo caer en la nostalgia que sentarse en una silla con los ojos cerrados, el boli en la boca y los dedos en las sienes para desarticular un discurso o repensar el presente y nuevas formas de construir futuro. Como si lo ideal fuera definirse siempre con las palabras de otro. “¡Cualquier tiempo pasado fue mejor!”. Risas, vítores, aplausos.

Nostalgia domesticada

El catedrático de Filosofía y Política Moral de la Universidad del País Vasco Aurelio Arteta, en su libro ' Tantos tópicos tontos', dice: “Frente a la soberanía popular como clave de organización de lo público han de borrarse las invocaciones a la voluntad de una Iglesia, del señor o del amo, de la sangre, de la casta o del caudillo..., por tradicionales que hayan sido o aún sean en una sociedad. Negarlo sería tanto como consagrar en política la llamada legitimidad tradicional”. Religión, familia, clase social, la nostalgia como lugar mullidito capaz de amortiguar cualquier provocación. Palabras domesticadas de las que se burlaba Ciorán. “En la aspiración nostálgica no se desea algo palpable, sino una especie de calor abstracto, heterogéneo al tiempo próximo de un presentimiento paradisíaco. Todo lo que no acepta la existencia como tal, confina con la teología”, dice en el apartado 'La apoteosis de lo vago', de 'Breviario de podredumbre'.

“Tratarás de decírselo a los jóvenes y no te creerán”, ríen los cuatro señores judíos al final del 'sketch'. Sus esmóquines blancos nos recuerdan que hablan desde el privilegio. Si se ocultasen en una red social tras una pantalla de ordenador, no sabríamos detectar si Joshua, Obadiah, Josiah y Ezekiel vienen del Polígono Sur de Sevilla o del barrio de Salamanca de Madrid. ¿Cómo diferenciar entonces la realidad, la vida, de un relato prefabricado sentimentaloide aderezado con trabajo y superación? Si nadie reconoce nunca sus privilegios, aunque sean pequeños, ¿cómo 'separar la paja del heno'? ¿Vemos solo la paja en el ojo ajeno? Pregunto. Os leo. “Relleno huecos de palabras vacías”.

Hay un 'sketch' de los Monty Phyton titulado 'Four Yourkshiremen' que refleja a la perfección los últimos movimientos de la polémica de moda. La escena aparece en la película 'Monty Python Live at the Hollywood Bowl', aunque su primera representación la realizaron en el 67 en el 'show' televisivo 'At last the 1948 Show'. En ella, cuatro señores 'ricachelis' y de nombre judío —Joshua, Obadiah, Josiah y Ezekiel— fuman puros y beben vino francés mientras recuerdan los buenos viejos tiempos de su infancia. Uno de ellos comienza: “Aunque éramos pobres, éramos felices”. Otro puntualiza dándole la vuelta y conjurando la frase que vertebrará todo lo que seguirá a continuación: “Felices porque éramos pobres”. El gusto por ensalzar el pasado se une al de nadar en las propias miserias de cada uno. Cuanto peor, mejor. Los cuatro de Yorkshire inician así una competición en demostrar quién vivió una infancia más miserable.

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