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Mastodontes y piritas: el Museo Geominero, una joya escondida en el centro de Madrid
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Mastodontes y piritas: el Museo Geominero, una joya escondida en el centro de Madrid

Apenas recibe 45.000 visitantes al año pero el Museo Geominero de Madrid alberga una colección de fósiles y minerales expuesta en un edificio modernista de los años 20 del s. XX

Foto: Sala principal del Museo Geominero de Madrid. (IGME)
Sala principal del Museo Geominero de Madrid. (IGME)

A 19 metros del suelo se levanta una enorme vidriera en la que se suceden los escudos provinciales de las diecisiete jefaturas de minas que se repartían por España en los años veinte del siglo pasado: Guadalajara, Córdoba, Ciudad Real, Jaén, Bilbao, Barcelona, San Sebastián, Oviedo, Badajoz, León, Sevilla, Murcia, Almería y Madrid. Apabullan las balconadas de hierro forjado, las escaleras de caracol, los emblemas de los expositores de madera antigua; la visita al Museo Geominero de Madrid, situado en la madrileña calle Ríos Rosas 23, invita al viaje en el tiempo, a una época de expediciones, de barcos de vapor, de los últimos coletazos del reinado de las ciencias naturales y el exotismo colonialista: la arquitectura de la sala principal no desentonaría en cualquier novela decimonónica de viajeros lánguidos. Dan la bienvenida a la estancia los restos de un enorme mastodonte. En la primera planta -ahora, junto a la segunda, cerradas por el Covid-, un oso cavernario, y desde la pared frontal saluda una réplica de resina de la cabeza de un Tyrannosauros Rex, procedente de Chicago.

España, inmersa en la dictadura de Primo de Rivera, había pasado de perfil por la Primera Guerra Mundial. El mundo intentaba recuperar el ritmo de la normalidad y Madrid decidió celebrar el XIV Congreso Internacional de Geología, en 1926. Motivo para estrenar el nuevo edificio del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), construido por el arquitecto Francisco Javier de Luque, cuando la minería era un sector pujante. Carbón, mercurio, hierro; España es un país rico en recursos que hoy día han dejado de utilizarse de forma masiva. Pero entonces, Madrid logró atraer a ingenieros y científicos de todo el mundo. "Era la primera ocasión que tenían los geólogos de reunirse después de la Primera Guerra Mundial", explica Ana Rodrigo Sanz, la directora del Museo Geominero-. César Rodríguez, entonces presidente del Consejo de Minería y principal instigador del encuentro, quería hermanar a los geólogos de países enfrentados en la Gran Guerra y que el amor por la ciencia superase las diferencias políticas. "Vinieron 1.200 congresistas en un momento en el que los transportes no eran igual que ahora. Había muy poquitas mujeres entre el público y en las fotos de entonces se las reconocen por los sombreros; la mayor parte de ellas están arriba, en el gallinero, y son las esposas de los congresistas, casi todas. Alfonso XIII fue el encargado de inaugurar el museo", recuerda Rodrigo.

placeholder XIV Congreso Geológico Internacional, 1926
XIV Congreso Geológico Internacional, 1926

A principios del siglo XX, España era un país eminentemente agrario (en 1920, en torno a la mitad de la población se dedicaba al sector primario) y el país se enfrentó a un proceso de industrialización en el que la minería (el plomo, el zinc, las potasas, etc.) jugaron un papel fundamental. "El edificio empezó a construirse a principios de los años 20. La sala principal se diseñó con idea de albergar una colección, así que no hubo que adaptar el espacio a las colecciones", explica Rodrigo. "En el IGME fue donde se aceptó la Geología de España, los mapas geológicos, los mapas de riesgos, las aguas subterráneas, etc".

Muchas de las piezas proceden, sin embargo, de la segunda mitad del siglo XIX. "Isabel II creó una comisión de investigadores para hacer un mapa geológico de España", continúa la directora del Museo Geominero. "Es decir, se debían recoger muestras del terreno -en forma de fósiles, minerales o rocas- para que, cuando hubiese suficiente cantidad, se pudiesen datar. En el mapa geológico los colores reflejan las edades (Jurásico, Cretácico, Paleozóico). Cuando ya hubo un número de muestras suficientemente grande arrumbadas en un sótano se pensó en hacer el Museo".

El Museo posee una colección de 100.000 piezas, aunque expuestas, en total, hay unas 16.000. "Hay más fósiles que minerales; lo que menos tenemos son rocas y piedras preciosas y semipreciosas entre 80 y 100". La colección más importante que albergan es la de fósiles de plantas e invertebrados españoles. "Están ordenados desde el Cámbrico -más de 500 millones de años- hasta los Pliocenos -como mucho 5,6 millones de años-, moluscos del sur de España, de lo más antiguo a lo más moderno. En la primera planta hay también una exposición de vertebrados fósiles de todo el mundo, desde los peces más primitivos hasta evolución humana (aunque son réplicas, porque, por ejemplo, el famoso cráneo del 'Miguelón' de Atapuerca está en el Museo de Evolución Humana de Burgos)".

En el interior de las vitrinas, desde trilobites hasta los restos de un mastodonte del Plioceno encontrado en Las Higueruelas en Ciudad Real. "Los restos del mastodonte, que es un antepasado del elefante, son reales, pero el suelo es la reproducción de corchopán de la cuadrícula de una excavación para que la gente vea que los fósiles no aparecen en conexión anatómica: los huesos aparecen en diferentes profundidades y en diferentes estratos y a veces sueltos. Además deja ver las defensas, lo que llaman erróneamente colmillos, que tienen mucha restauración porque, evidentemente, estos huesos no salen enteros. Estos restos pertenecen al Plioceno y tienen entre 5 y 6 millones de años. La Geología hay que pensarla en parámetros de espacio y de tiempo. Y la unidad de tiempo en Geología es el millón de años, así que imagina en qué órdenes de magnitud nos movemos. Tenemos, por ejemplo, muchos fósiles marinos procedentes de Guadalajara, que ahora está muy lejos del mar, pero allí durante el Mesozoico había un mar poco profundo".

placeholder Mapa geológico de España, año 1874. (IGME)
Mapa geológico de España, año 1874. (IGME)

En la planta baja también hay decenas de expositores que muestran todo tipo de minerales, desde piritas y geodas hasta piedras preciosas y oro -"aunque hay gente que me ha preguntado si tenemos Kryptonita", admite Rodrigo entre risas . No, no hay kryptonita, porque ni existe Superman ni existe Krypton.​ "Unas de las piezas que más le llama la atención a la gente son las piritas, que aparecen como cubos perfectos. Son de una mina española que está en Navajún, en La Rioja. Son sulfuros de hierro que cristalizan en forma de cubos perfectos. La gente cree que están cinceladas, pero aparecen así. Es un mineral muy curioso: suelen ser ligeramente doradas y, antiguamente, se las confundía con el oro, así que vulgarmente se las llamaba ‘el oro de los locos’, porque quien se las encontraba pensaba que tenía una fortuna, pero no tienen gran valor. Su nombre viene de la raíz griega ‘pyros’, que significa fuego, porque cuando les das un golpe aparecen chispas", explica.

También llaman la atención los ámbares, que en su interior conservan animales suspendidos en tiempos pretéritos. "En los árboles resiníferos se forman heridas y la resina cae por el tronco y se lleva todo por delante. En esta vitrina tenemos una resina moderna -bueno, de unos miles de años- y es como una fotografía del pasado, porque dentro te encuentras hasta insectos copulando. El estudio del ámbar es muy interesante. Primero es resina, luego se convierte en copal y por último en ámbar. El límite para que un copal pase a ser ámbar son unos 50.000 años. Aunque estos tiempos son difíciles de establecer. Respecto a los fósiles, por ejemplo, hay una edad que la comunidad científica acepta: a partir de los 12.000 años, cuando tuvo lugar la última glaciación, un resto se considera fósil".

En los pisos superiores, las vitrinas exhiben, entre otras especies, fósiles de anfibios, restos de un oso cavernario e, incluso, una cabra de la Cueva del Reguerillo, cerca de Patones (Madrid). "Piezas emblemáticas de la colección son las ranas de Libros. Se ha conservado en algunos casos hasta contenido estomacal. Los anfibios se conservan muy mal, normalmente, porque tienen unos huesos muy frágiles. Libros, en Teruel, era una antigua mina de azufre y lignito", explica Rodrigo. "También llama la atención el oso cavernario del Pleistoceno superior. Los montajes son antiguos -ya no se hacen así- porque llevan estructuras de hierro y los restos están barnizados en muchos casos. Tenemos una mandíbula de un elefante bebé que me encanta. Sabemos que es bebé porque dentro de la mandíbula tiene los dientes que aún no le han salido, los definitivos".

placeholder El mastodonte del Museo Geominero. (Andrea Farnós)
El mastodonte del Museo Geominero. (Andrea Farnós)

En España la protección de este tipo de restos está muy controlada; no tanto el patrimonio mineral. "Tú aquí no puede comprar un fósil español en una tienda ni encontrártelo y llevártelo a casa, porque hay una Ley de protección del patrimonio paleontológico", resume Rodrigo. "Lo puedes denunciar. Pero, por ejemplo, en Marruecos y China tienen mucho material fósil, pero no tienen legislación, con lo cual se está comprando mucho en esos países. En el caso de los minerales no hay legislación. Tú en el campo puedes encontrarte cualquier mineral en el campo y llevártelo a casa. La legislación se aprobó en el año 86. Todos tenemos en la cabeza la Ley de patrimonio arqueológico que te impide llevarte a casa una moneda romana si te la encuentras, aunque la gente a lo mejor luego no lo cumpla. Habría que ir al Museo Arqueológico Nacional a entregarlas".

Un presupuesto exiguo

El Geominero es un gran desconocido en la ruta museística de la capital. Quizá porque no tiene puerta a pie de calle, sino que está integrado dentro del Instituto Geológico y Minero de España. No hay cartelería que lo anuncie ni rastro que indique que el edificio permite la entrada de ciudadanos de a pie. Por eso no sobrepasan los 45.000 visitantes anuales. Y luego está el presupuesto.

"Nosotros no tenemos un presupuesto específico porque dependemos del IGNE", lamenta Rodrigo. "Ahora mismo estamos fatal de recursos. Cuando necesitamos dinero para talleres o para comprar productos de restauración lo pedimos, pero no tenemos una asignación específica. Los museos de ciencia no dependen en España del Ministerio de Cultura, porque parece que la ciencia no es cultura. Los museos de humanidades como el Prado o el Reina Sofía sí dependen de Cultura y tienen un presupuesto asignado, además de hacerse publicidad en las marquesinas. Nosotros funcionamos diferente".

Para quien quiera acercarse a este pequeño reducto modernista, el Museo Geominero abre todos los días de 9:00 a 14:00 y, de momento, es gratuito.

A 19 metros del suelo se levanta una enorme vidriera en la que se suceden los escudos provinciales de las diecisiete jefaturas de minas que se repartían por España en los años veinte del siglo pasado: Guadalajara, Córdoba, Ciudad Real, Jaén, Bilbao, Barcelona, San Sebastián, Oviedo, Badajoz, León, Sevilla, Murcia, Almería y Madrid. Apabullan las balconadas de hierro forjado, las escaleras de caracol, los emblemas de los expositores de madera antigua; la visita al Museo Geominero de Madrid, situado en la madrileña calle Ríos Rosas 23, invita al viaje en el tiempo, a una época de expediciones, de barcos de vapor, de los últimos coletazos del reinado de las ciencias naturales y el exotismo colonialista: la arquitectura de la sala principal no desentonaría en cualquier novela decimonónica de viajeros lánguidos. Dan la bienvenida a la estancia los restos de un enorme mastodonte. En la primera planta -ahora, junto a la segunda, cerradas por el Covid-, un oso cavernario, y desde la pared frontal saluda una réplica de resina de la cabeza de un Tyrannosauros Rex, procedente de Chicago.

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