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¿Cómo recordarán nuestra civilización en el futuro?
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¿Cómo recordarán nuestra civilización en el futuro?

Ofrecemos a continuación un adelanto de 'Huellas', el fascinante ensayo sobre qué pensarán de nosotros los seres humanos venideros de David Farrier que Crítica publica el 3 de febrero

Foto: Detalle de portada de 'Huellas'. (Crítica)
Detalle de portada de 'Huellas'. (Crítica)

Tratar el planeta tal como hemos hecho hace que solo pensemos en el presente, ocultando el hecho de que también vivimos inmersos en este flujo. La larga existencia de la Tierra moldea nuestras vidas, pero ser capaces de verlo supone un enorme desafío para nuestra imaginación cotidiana. Por lo general, el tiempo profundo es "el sueño extraño" que, según Shelley, "lo envuelve todo con su profunda eternidad".

Un día de noviembre de 1944, de pie sobre una "colina desnuda moldeada por el océano", en las tierras altas calizas de Dorset, el escritor irlandés John Stewart Collis intentó ver más allá. "Obligué a mi mente a retroceder a través de los insondables abismos del tiempo", escribió más tarde. Ese esfuerzo no está a su alcance, pero recuerda que, durante un breve momento, el tiempo se reveló: "Una vez, en medio del Atlántico, mirando hacia el horizonte, intenté imaginar el espacio que había más allá. Durante un segundo pude visualizar ese espacio, y el espacio que había tras ese espacio. Y, tal vez, durante ese único segundo, viera la realidad de cien millones de años".

[Esto es un fragmento de 'Huellas. En busca del mundo que dejaremos atrás', de David Farrier, que publica Crítica el 3 de febrero. David Farrier enseña literatura inglesa en la Universidad de Edimburgo. Su primer libro, 'Huellas', ha ganado el premio Giles St. Aubyn concedido por la Real Sociedad de Literatura al mejor primer encargo de no ficción. Sus trabajos se han publicado en Aeon y The Atlantic]

placeholder 'Huellas'. (Crítica)
'Huellas'. (Crítica)

En la inmensidad del océano, la auténtica edad profunda de la Tierra resplandece durante un instante gracias a la fuerza de una visión. En la retórica de la antigua Grecia, el término para esta irrupción de claridad era 'enárgeia', y describía la capacidad del orador de ver más allá del momento presente: Aristóteles escribió que la 'enárgeia' permitía que el público "viera que las cosas ocurrían en el presente, no saber de ellas como si hubieran ocurrido en el pasado". Lo que Collis vio al intentar imaginar qué había más allá del horizonte gris fue la 'enárgeia' del tiempo profundo, gracias a la cual el balanceo del Atlántico armonizaba con los sentidos. Nosotros podemos lograr lo mismo si elegimos observar con paciencia y atención, y de ese modo podemos atrapar, como hizo Shelley, "el resplandor de un mundo remoto".

Veremos diez mil años de cambio ambiental en cincuenta y ocho años

O tal vez no sea tan remoto. Lo que la 'enárgeia' revela no es siempre fácil de afrontar —la poetisa Alice Oswald tradujo el término como "brillante e insoportable realidad"—. No mucho después del pico alcanzado en mayo de 2013, el CO2 atmosférico cayó por debajo de las 400 ppm, pero se trataba tan solo de un breve respiro. A pesar de sus fluctuaciones, el nivel actual de CO2 atmosférico está alrededor de las 410 ppm, y aunque fluctúa sube alrededor de 2 ppm cada año. Los climatólogos de la Universidad Nacional Australiana sugirieron recientemente que la actividad humana está forzando cambios en el funcionamiento de la Tierra a una velocidad 170 veces mayor que los provocados por procesos naturales. Con este mareante cálculo, veremos diez mil años de cambio ambiental en cincuenta y ocho años, menos que lo que dura una vida humana.

Algunos geólogos creen que ese asombroso ritmo de cambio justifica la denominación de una nueva era en la historia planetaria.

Marcas duraderas

'Huellas' es mi intento por descubrir cómo seremos recordados en un futuro muy profundo. Aunque las personas hemos estado modificando la Tierra y cambiando los ecosistemas desde hace miles de años, las alteraciones causadas al planeta y los materiales cada vez más duraderos que hemos fabricado (sobre todo en el hemisferio norte) desde la revolución industrial se han producido con una velocidad y una innovación sin precedentes, y dejarán marcas que serán también duraderas, mucho más que cualquier cosa producida por los humanos hasta la fecha. En mi búsqueda de fósiles futuros, me fijo en el aire, los océanos y las rocas, desde una burbuja de hielo de la Antártida hasta una fosa para residuos radiactivos bajo el lecho de roca de Finlandia.

placeholder David Farrier. (Anneleen Lindsay)
David Farrier. (Anneleen Lindsay)

Analizo los paisajes y los objetos que durarán más y los cambios que sufrirán: los procesos que transformarán una megaciudad en una fina capa de cemento, acero y cristal en los estratos; el futuro de cincuenta millones de kilómetros de carreteras que recorren el planeta y suministran a nuestras ciudades materiales que han recorrido enormes distancias; y las historias de esos mismos materiales, como los cinco billones de trozos de residuos plásticos que ya circulan por los océanos del planeta. Pero también es una búsqueda de lo que se perderá.

A medida que la biodiversidad se vaya reduciendo, el silencio será en sí mismo una señal, y la ausencia de especies será otra clase de rastro. Los arrecifes de coral blanqueados, como uno que vi en Australia, serán monumentos que conmemorarán esta pérdida, pero también lo serán las zonas muertas marinas, como la enorme extensión de agua anóxica que visité en el mar Báltico. Los testigos de hielo constituyen un increíble archivo de la climatología antigua, incluyendo los cambios introducidos por la actividad humana, y a medida que el hielo se derrita parte de este registro desaparecerá también, mientras que la pérdida del hielo escribirá una nueva historia en el archivo planetario. También hay sustancias peligrosas y muy duraderas, como los residuos nucleares, que esperamos sigan ocultas y completamente olvidadas. Y, además de todas las marcas que dejaremos y de las que no hay duda de que son nuestras —los profundos pozos que excavamos en la tierra y las abundantes parcelas de terreno que acumulan nuestros desperdicios—, dejaremos también nuestra huella en mundos invisibles. La vida microbiana es responsable de diseñar prácticamente todos los procesos vitales y ciclos químicos fundamentales, y llena la atmósfera con el oxígeno necesario para la vida, pero les hemos usurpado su papel. Al final de mi viaje investigo el modo en que nuestras huellas permanecerán en las células de algunas de las formas de vida más pequeñas que habitan la Tierra.

Quiero descubrir el mundo que dejaremos atrás, pero también qué pensarán de nosotros

Identificar los fósiles futuros implica ver qué revela la brillante e insoportable realidad del Antropoceno; observar una ciudad tal como lo haría un geólogo y afrontar el problema que plantea la seguridad de los residuos nucleares desde la perspectiva de un ingeniero; comprender las historias químicas escritas en un fragmento de residuo plástico y escuchar los silencios que retumban en los ecosistemas destruidos. Pero también me ha traído de vuelta, una y otra vez, a los elementos esenciales de aquello de lo que hablo con mis estudiantes: a la narrativa, el mito, la imagen y la metáfora. Quiero descubrir el mundo que dejaremos atrás, pero también qué pensarán de nosotros las personas que habiten ese mundo. Es un relato sobre aquello que sobrevivirá de nosotros, y para eso necesitamos tanto a los poetas como a los paleontólogos. Gracias a la ficción podemos ver el mundo como es y cómo podría ser; el arte nos puede ayudar a imaginar lo cerca que estamos del futuro extraordinariamente distante.

Icnofósiles

Ya sabemos que el Antropoceno es una historia global, pero no necesitamos ir muy lejos para encontrar pruebas de ello. Los fósiles futuros están a nuestro alrededor, en nuestros hogares, en nuestros puestos de trabajo e incluso en nuestros cuerpos. Así pues, mi viaje empezó en Edimburgo, y, aunque me condujo hasta algunos lugares muy lejanos, me traía periódicamente de regreso al mundo del mar del Norte en el que me siento en casa. Una gran parte de mi búsqueda también tuvo lugar mientras estuve como investigador visitante en una universidad de Sidney, el lugar más alejado posible de Escocia, y que era un sofocante contraste con el clima del norte al que estoy acostumbrado. En ocasiones tuve que salir en busca de lugares concretos para comprender mejor su papel a la hora de crear nuestros rastros futuros: para aprender cómo se podrían convertir las ciudades en fósiles, visité Shanghái, una ciudad con veinticuatro millones de habitantes que se ha hundido bajo su propio peso más de dos metros en menos de cien años. Pero lo que me impactó con más fuerza fue la ubicuidad de los fósiles futuros. Nuestro presente está saturado de cosas que seguirán existiendo en el futuro profundo. Mientras leas esto, con toda probabilidad te encontrarás rodeado de objetos y materiales que podrían contribuir a crear un icnofósil. Antes de empezar este viaje conmigo, levanta la vista de esta página e imagina cómo las cosas que hay a tu alrededor —la cubierta plástica de su portátil y sus entrañas de titanio, o la taza de café situada a su lado— pueden permanecer, incluso como una impresión sobre la piedra, durante millones de años.

La cubierta plástica de su portátil puede permanecer durante millones de años

Los fósiles futuros no son solo una perspectiva lejana dejada al cuidado paciente de los procesos geológicos o a la curiosidad de las generaciones que están por venir. Entran en nuestras vidas cientos de veces cada día y, si así lo elegimos, en ellos podemos ver no solo quiénes somos, sino quiénes podríamos ser. Ya hemos alterado, profundamente, los sistemas que sustentan la vida en el planeta de formas que son sumamente desalentadoras. Lo más vulnerable será lo más afectado, y aún están por calcular los costes totales para las generaciones futuras. Nuestros fósiles futuros son nuestro legado y, por lo tanto, nuestra oportunidad de elegir cómo seremos recordados. Dejarán constancia de si hemos seguido tomándonos a la ligera los peligros que sabemos que dejamos atrás o si nos ha importado lo suficiente para cambiar nuestra forma de actuar. Nuestras huellas revelarán cómo hemos vivido a cualquiera que por entonces siga aquí para descubrirlas, dando pistas de aquello que hemos cuidado y de lo que no, los pasos que dimos y la dirección que decidimos seguir.

Tratar el planeta tal como hemos hecho hace que solo pensemos en el presente, ocultando el hecho de que también vivimos inmersos en este flujo. La larga existencia de la Tierra moldea nuestras vidas, pero ser capaces de verlo supone un enorme desafío para nuestra imaginación cotidiana. Por lo general, el tiempo profundo es "el sueño extraño" que, según Shelley, "lo envuelve todo con su profunda eternidad".

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