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El eterno retorno de la España del cantón y el estatuto: de Cartagena a León
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El eterno retorno de la España del cantón y el estatuto: de Cartagena a León

El drama del regionalismo leonés se resume en que cuando más fuerte fue el movimiento descentralizador, sencillamente se quedaron fuera

Foto: Caricatura de la Revista 'La Flaca' sobre la Primera República.
Caricatura de la Revista 'La Flaca' sobre la Primera República.

Cuando la fiebre cantonal arrasó España en 1873, hasta el punto de que se declararon independientes ciudades como Cartagena, Sevilla, Cadiz o Málaga para comenzar la revolución del estado federal de “abajo hacia arriba” —es decir, empezando por las ciudades—, la histórica región de León, con su capital, permaneció unida a Castilla y leal al orden. El drama del regionalismo leonés se resume, sencillamente, en que se quedaron fuera cuando más fuerte fue el movimiento descentralizador.

Foto: Pancarta desplegada e el pleno del Ayuntamiento de León en favor de la autonomía de la Región Leonesa. (EP)

Ha ocurrido en tres ocasiones. En la Primera República, con la fallida constitución federal de 1873 —donde se convirtió en la gran ausencia, puesto que según la división territorial de 1833, formaba una región junto a las provincias de Salamanca y Zamora—; en la Segunda República, con el progresivo desarrollo de los estatutos de Cataluña, País Vasco e incluso Galicia; y tras la constitución de 1978, cuando se constituyó la Comunidad Autónoma de Castilla y León, de forma conjunta. De una forma u otra, o nunca lo persiguió de manera suficiente o nunca le fue concedido el estatus de región autónoma: en los tres momentos clave acabó junto a Castilla.

A diferencia de las "comunidades históricas" como Cataluña, Galicia o País Vasco, nadie ha dudado nunca de la existencia del Reino de León

A diferencia de las 'nacionalidades históricas' como Cataluña, Galicia o País Vasco, nadie ha dudado nunca de la existencia del Reino de León. Sin embargo, solo ha tenido consideración más que independiente separado de Castilla, en momentos muy concretos. En 1833, Javier de Burgos, siguiendo las directrices del presidente del Gobierno, Cea Bermudez, construyó la primera gran división administrativa de España sobre la base de las provincias —que han permanecido inalterables desde entonces a excepción de Canarias— y estas, a su vez, daban forma a once regiones entonces y que solo se han modificado en un puñado de ocasiones, especialmente País Vasco.

La región traicionada

Una de las regiones más recurrentes fue precisamente la de León. Durante las constituciones de 1837, 1845 y 1869, Castilla y León estaban separadas e integradas de dos maneras: la primera, con las provincias de Valladolid, Palencia, Burgos, Segovia, Ávila, Soria, Santander y Logroño, y la segunda, siempre con Salamanca y Zamora, según el modelo primigenio de De Burgos, aunque no implicase ningún grado de autogobierno.

Por eso, cuando el alcalde socialista de León, José Antonio Díez, anunció la semana pasada que se había aprobado la moción de Unión del Pueblo Leonés para que se constituyera su propia autonomía al margen de Castilla, dio por supuesto que sería junto a otras dos provincias: Salamanca y Zamora. De ellas, sin embargo, no se tiene noticia de su posible afiliación al hipotético y nuevo estado autonómico. Sin mucha explicación, el socialista se había agarrado a lo que fue la primera división territorial moderna de España y no a lo que fue el Reino de León en la Edad Media.

En 1869, cuando se gestó la Primera República, León se sumó a la federación de una Gran Castilla que incluía La Mancha actual, Cantabria y La Rioja

Si con la división de Burgos, el Reino de León veía refrendada su 'nacionalidad histórica', en los grandes momentos de exaltación del regionalismo y configuración de autonomía estuvo siempre fuera. De hecho, cuando se produjo la revolución cantonal en toda España, al poco de promulgarse la I República en 1873, resulta que sobre la tradicional división, León se había integrado ya en Castilla, con quien formaba Castilla la Vieja.

placeholder Bombardeo de las murallas de Cartagena.
Bombardeo de las murallas de Cartagena.

El proyecto de Constitución federal incluía una división de Andalucía en baja y alta, pero Castilla la Vieja había vuelto a absorber a León. Se debía a que durante 1869, cuando se gestó la Primera República, el movimiento federal en Castilla fue la consecución de una gran Castilla con todas las provincias de la Vieja y la Nueva, y en la que se habían sumado las tres provincias de León.

La revuelta cantonal inscrita en el fallido federalismo de 1873 puso de manifiesto con más crudeza la realidad del regionalismo leonés: en lo que se consideraba entonces Castilla la Vieja, base para ese estado federal, y en el que se incluía León, solo se levantaron las ciudades de Salamanca, Béjar y Valladolid, cantones por otra parte brevísimos, sin ninguna importancia en el movimiento. León ni siquiera se acantonó.

La rendición de Cartagena

Superada la efímera revuelta, Castilla se erigió como territorio al margen de los sediciosos y en contra de los cantones, el último de los cuales, Cartagena, tuvo que tomar por la fuerza el general Pavía en enero de 1874, que poco después daría un golpe de Estado, acabando para siempre con el experimento federal de la Primera República, que en gran medida habían reventado precisamente los cantones.

La Restauración borbónica ahogó el movimiento federal, aunque hacia 1918 se reavivó en reacción al nacionalismo catalán, verdadero motor desde ese momento en adelante de la descentralización del estado. La Mancomunidad de Cataluña aprobada en 1918, tal como apuntaba el profesor Julio Valdeón Baruque, provocó que “las conquistas que lograban los catalanes en materia de autogobierno servían para despertar del letargo en que se encontraban los políticos de Castilla y León”.

El sentimiento regional de autonomía se fortaleció durante la Segunda República como reacción a la concesión del Estatuto de Cataluña

La reacción fue el 'Mensaje de Castilla' de diciembre de ese mismo año que enarboló el concepto de "regionalismo sano", frente al nacionalismo separatista catalán, una constante en la historia de España. El 'Mensaje de Castilla' admitía la descentralización municipal y provincial, pero se oponía radicalmente a la autonomía de cualquier región española y no aceptaba el separatismo, defendiendo la indivisibilidad de España. Las Bases de Segovia (1919) fueron la siguiente piedra en el regionalismo castellano, que ya nunca se desprendería de una forma u otra del leonés, a pesar de que la provincia de Segovia sí intentase en 1981 crear su propia autonomía, que no consiguió.

placeholder Mapa de España de 1856 según las consideraciones de territorios.
Mapa de España de 1856 según las consideraciones de territorios.

Cuando en la Segunda República la constitución retomó la descentralización del Estado y la concesión de cierta autonomía con los Estatutos, según la división regional adoptada, León aunque estaba separado de Castilla la Vieja como región no autonóma acabó integrada con ella en el debate estatutario. Al igual que en 1918, el sentimiento regional de autonomía solo se fortaleció como reacción a la concesión del Estatuto de Cataluña y el estatuto que se planteó, a partir de 1932, fue el castellano y leonés, que invocaba precisamente el Mensaje de Castilla del "regionalismo sano", a pesar de que hubiera fricciones sobre la idoneidad de que fuera conjunto entre organismos de Valladolid, León, Palencia y Santander —Luis Felipe Palacios, 'La originalidad del regionalismo castellanoy leonés en 1931 y 1932'—.

La victoria de la CEDA en 1933 frustró cualquier intento de aprobar un estatuto que se había planteado como "castellanoleonés"

Lo cierto es que su mayor impulsor, Misael Bañuelos, vallisoletano, acabó articulando un estatuto de Castilla y León conjunto como reacción al catalán que, sin embargo, no llegó a despegar por la victoria de la CEDA en las elecciones de 1933. La confederación de la derecha paralizó cualquier desarrollo autonómico y la revuelta de 1934 en Asturias, junto a la proclamación de Companys de la República Catalana, no hizo sino empeorar la situación para el regionalismo castellano y leonés. Nunca hubo otro proyecto realizable que no fuera el estatuto de Castilla y León de forma conjunta, pero incluso cuando se reabrió la posibilidad con la victoria del Frente Popular en 1936, el estallido de la Guerra Civil, tras el golpe del 18 de julio de 1936, frustró cualquier intento.

Villalar y los comuneros

Cuando terminó la dictadura se planteó de nuevo el problema y de nuevo también como reacción hacia las supuestas nacionalidades históricas, que se consideraban Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía. En Villalar, lugar donde habían sido derrotados los comuneros que defendían a la reina Juana, en el siglo XV, se reunieron en 1976 unas 500 personas, que al año siguiente fueron 20.000 y en 1979 casi medio millón. Se pensó otra vez en el regionalismo y la necesidad de crear un Estado autonómico y como en un eterno bucle, la cuestión de si León y Castilla debían ir juntas. Del proyecto se borraron las provincias de Santander, La Rioja, Segovia y León.

Salamanca y Zamora, que en teoría formarían también la región leonesa según la división de 1833 sí se aprestaron a formar parte de Castilla y León

Las dos primeras optaron por su propia comunidad autónoma, que lograron poner en marcha según los requisitos de la Constitución de 1978, mientras que Segovia y León no. Es necesario apuntar que Salamanca y Zamora, que en teoría formarían también la región de León, se aprestaron entonces a formar parte de Castilla y León. El ministro Rodolfo Martín Villa, que era diputado por León intervino de forma decisiva para convencer a los alcaldes de los municipios de la provincia para que se sumaran a la gran Castilla y León.

El resto es conocido. Según la nueva tendencia, que ha marcado primero Teruel Existe, seguido de cerca por el veterano Partido Regionalista Cántabro —una escisión de Castilla según la división tradicional— podríamos ser testigos de nuevas reclamaciones: Andalucía y los antiguos reinos de Jaén, Sevilla, Córdoba y Granada aparecen ideales en el horizonte, aunque también podría pasar que el “Vierzo”, actualmente en León, reclamara su autonomía fuera de los leoneses, porque en 1822, antes de la canónica división de Javier de Burgos, ya formaron una provincia.

Cuando la fiebre cantonal arrasó España en 1873, hasta el punto de que se declararon independientes ciudades como Cartagena, Sevilla, Cadiz o Málaga para comenzar la revolución del estado federal de “abajo hacia arriba” —es decir, empezando por las ciudades—, la histórica región de León, con su capital, permaneció unida a Castilla y leal al orden. El drama del regionalismo leonés se resume, sencillamente, en que se quedaron fuera cuando más fuerte fue el movimiento descentralizador.

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