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Andreu Navarra: "Muchos alumnos no pueden entender un texto de cuatro líneas"
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ENTREVISTA

Andreu Navarra: "Muchos alumnos no pueden entender un texto de cuatro líneas"

Toda persona preocupada por el estado de la educación debería leer 'Devaluación continua' No pocas revoluciones empezaron con libros como este.

Foto: Portada de 'Devaluación continua' (Tusquets), de Andreu Navarra
Portada de 'Devaluación continua' (Tusquets), de Andreu Navarra

Un profesor ha escrito un libro sobre educación. Desde dentro, desde la dulce y dolorosa trinchera de la clase, que tiene enfrente, disparando morteros, la trinchera enemiga: la de la asfixiante pedagogía buenista -una suerte de horror totalitario con emoticonos- y la burocracia. Al principio de su ensayo demoledor, 'Devaluación continua' (Tusquets), el profesor Andreu Navarra nos dice que no pretende iniciar una revolución, sino dar testimonio humilde de lo que verdaderamente falla en la educación. Es, quizás, la única mentira del libro, o la única ingenuidad.

El libro de Andreu Navarra está llamado al éxito, pero éste sólo puede consistir en levantar a los buenos docentes en armas contra los destructores concienzudos y todopoderosos de nuestro sistema de educación pública. No es un reto sencillo: el enemigo conoce el sistema, como diría Marta Peirano, porque lo está creando. Sus disparos vienen tanto de blogs de gurús pedagógicos como de charlas TEDx y sectas consagradas al culto de lo nuevo. Pero la escuela, piensa Navarra, como Gregorio Luri, Alejandro Castillo o Josep María Esquirol -inmensos profesores-, no debe ser culto a lo nuevo, sino su contrario: resistencia.

Tras leer el libro de Andreu Navarra corro a hablar con él. Toda persona preocupada por el estado de la educación debería leer este libro. Regáleselo usted a los profesores de sus hijos, de sus sobrinos, las próximas navidades. No pocas revoluciones empezaron con libros como este.

PREGUNTA. Lo último que esperaba encontrar en un libro sobre los problemas de la educación es un texto conmovedor. Estaba predispuesto a que la experiencia de un profesor se traduzca en enfado y pesimismo, pero ese fatalismo es una de las causas que das a los problemas de la educación.

RESPUESTA. Por esta razón el primer capítulo de 'Devaluación continua' lo dedico a deshacer los apocalipsis cotidianos, las dinámicas dogmáticas y binarias, que nos atan al pesimismo y al conformismo. Investigar y crecer significa ser capaces de desenmascarar falsas tensiones y venenos mediáticos. Se podrá reformar el sistema educativo y adaptarlo a los tiempos cuando seamos capaces de ver más allá de nuestros terrores de hoy, para tratar de imaginar qué sociedad queremos para mañana. La de hoy nos parece monstruosa y ruidosa. Nuestros medios están envenenados de odio y bilis, dependen de la capacidad para generar titulares crispados y reacciones subcorticales.

placeholder Andreu Navarra. (Tusquets)
Andreu Navarra. (Tusquets)

P. Dices que has tenido alumnos que no comen en todo el día porque sus familias están currando hasta las mil, y otros a los que sus padres les hacen las redacciones. En general, lo que veo es una sociedad que desatiende a los niños al tiempo que los sobreprotege. ¿Cómo funciona esta aparente paradoja?

R. Sobreproteger es una forma de desatender. El estrés protector tiene que ver con el sentimiento de culpa, el sentimiento de no estar siendo un buen padre, inyectado por modelos de consumo alienantes. Algo que podría arreglarse si las familias pudieran comer juntas, viajar juntas e irse de vacaciones juntas. Pero nuestro modelo económico lamina nuestras relaciones humanas, y nos aísla los unos de los otros. Sólo nos relacionamos con el mundo a través de frustraciones alimentadas por pantallas. Los hijos de padres ricos no ven a sus progenitores en la vida: siempre están trabajando. Los de familias pobres tienen a las madres y padres quebrantadas de trabajo brutal y mal pagado. Hemos creado unas condiciones laborales infernales, y las principales víctimas son nuestros jóvenes, a los que abandonamos desde bebés con juguetitos y aparatitos de luces y colores. Lo sano es hacer excursiones, generar vivencias y recuerdos, y vínculos comunes. Pero pisamos un suelo de sufrimiento cotidiano.

Hemos creado condiciones laborales infernales y las víctimas son nuestros jóvenes a los que abandonamos desde bebés con aparatitos

P. ¿Temes que la tendencia triunfante en la educación sea enseñar a los niños a hacer un canal de Youtube antes que a distinguir a Petrarca de Mussolini?

R. Lo que sí sé es que una enorme cantidad de graduados no tienen ni la más remota idea de quiénes eran Petrarca y Mussolini. Pero tampoco saben situar en una línea cronológica el Imperio Romano, ni saben quién era Adolfo Suárez, o Franco, o Tarradellas, cómo es una iglesia gótica ni quién es el Jefe de Estado de su propio país. Ni saben quién era Lorca y qué escribió. Y no les interesa porque al mundo adulto tampoco le interesa. Podríamos relacionar de una vez las adicciones a los móviles y a los videojuegos de los jóvenes dándonos cuenta de cuántos adultos son también adictos a los móviles y a los videojuegos. Todo es culpa nuestra, de los adultos que nos dejamos engañar por pedagogías indecentes y alienantes, y no construimos canales desde los que impulsar ciencia y civilización. Somos una sociedad enfangada en trivialidades.

P. Hablas del tabú de la memoria en las escuelas: ¡profesores acomplejados porque siguen creyendo que la memoria es valiosa!

R. Me están escribiendo decenas de profesores que, en cursos de formación, no se atrevían a formular en voz alta sus inquietudes. Algunos habían estudiado expresamente mecanismos de innovación tecnológica deseosos de implantar modelos educativos novedosos y prácticos: pero muchos empezaron a ver que no funcionaban. Cuando semana tras semana te venden milagrosos medicamentos pedagógicos que lo arreglan todo y llegas a casa y piensas que algo no encaja (por ejemplo: trabajar con clases desde plataformas digitales en un centro que no tiene garantizada la red wi-fi), y, sobre todo, que toda esa parafernalia teocéntrica centrada en palabras vacías y abuso tecnológico acrítico, llegas a desarrollar un complejo, porque sientes que te están adoctrinando a través de métodos que no funcionan, que son supercherías, contrarias al espíritu racional. Aun así, yo no soy tecnófobo: lo que se tiene que producir es una reflexión sobre el uso de las nuevas tecnologías. Tener muy en cuenta que estamos enseñando, no maquillando cifras o haciendo alardes gratuitos. Mis alumnas lo entienden perfectamente. Una vez al año, voy a clase con un tenedor en el maletín. En clase, saco el tenedor y pregunto para qué sirve. Naturalmente, responden que para punzar los alimentos. Entonces pregunto qué pasaría si yo dejara que el tenedor me poseyera y que toda mi vida girara alrededor de un tenedor (porque una cuchara o un boli son también tecnología). Todo el mundo ve que no podemos servir a objetos, y hay que confiar en el ser humano. Por lo tanto, sirvámonos de la tecnología, pero no sirvamos nosotros a ella.

P. ¿Quién está tan interesado en crear imbéciles nada resilientes?

R. Toda clase de vendedores de falsos paraísos. Incluidos los políticos populistas y los propietarios de las empresas que interfieren en la tarea del docente.

Con creatividad y autonomía es posible llegar muy lejos en la educación pública y crear el ambiente necesario para enseñar y aprender

P. Relatas muchos episodios de profesores llorando, de clases saturadas, de pobreza y precariedad. Pienso en los amigos que deciden llevar a los críos a escuelas privadas porque "la pública está que se cae a pedazos", lo que me hace pensar en una guerra de desgaste contra el sistema de escuela público, similar a la que estrangula la sanidad pública.

R. La pública no se cae a pedazos. Actualmente trabajo en un gran centro, altamente innovador, que demuestra que con creatividad y autonomía es posible llegar muy lejos y crear el ambiente académico necesario para enseñar y aprender. Y conozco muchos otros centros ejemplares. Otra cosa es que a algunos sectores les interese que la pública pierda recursos, los ganen otros sectores privados y, sobre todo, que se generen y transmitan los rumores de que la pública es insostenible. Exactamente igual que en la Sanidad, como señalas. Revientas una red de oro para que un puñado de empresas puedan sacar más tajada.

P. Entonces, funciona.

R. La pública funciona, y hemos de reclamar los recursos para seguir en el camino democrático, que no es otro que la absoluta dignificación y dotación de la escuela pública. No me cabe la menor duda de que la piedra de toque para una democracia saludable es un sistema público de educación bien dotado y que tenga muy claro que su función es generar igualdad, oportunidades y caminos de emancipación.

P. La educación por competencias ¿está dejando sin herramientas intelectuales a los adultos del futuro?

R. Yo soy pro-proyectos, y los proyectos son competenciales. Lo que no creo que sea bueno es que toda la educación haya de ser evaluando destrezas. Las competencias arrojan resultados ralos, muy poco ambiciosos. Una educación íntegramente por competencias conducirá a la disolución de los referentes culturales en que ha de formarse el joven. Es un problema que no podemos pensar desde un rincón provinciano. Es un problema de globalización. Tal y como concebimos la economía, necesitamos ciberproletariado obediente y que se sienta mal, necesitado o angustiado, un tipo de súbdito pasivo exactamente igual en Japón, Alemania, USA o Reino Unido. Para que consuma fármacos o consolaciones rápidas. ¿Algún día nos pondremos a pensar cómo construimos una comunidad que exporte pensamiento, ciencia, innovación, arte, filosofía, literatura? Toda propuesta radical o utópica en pedagogía me parece sospechosa.

¿Y si despejamos la docencia de interferencias políticas y de pseudoteorías de curanderos?

P. Te preocupa que no se les enseñe a gestionar su frustración, y que se les haga creer que el mundo trabaja a su servicio. Hablas de niños que no quieren hacer ecuaciones, por si fallan.

R. Es algo que han de entrenar los padres, pero ellos en general también están atrapados por las redes que no dejan pensar claramente a nadie. Es tremenda la cantidad de sufrimiento artificial, o fútil, o directamente debido a factores irreales, que generan las redes: ansiedad, furia, pulsiones antiintelectuales. Es el mundo lleno de ruido y miedo que estamos legando a nuestros jóvenes: les obligamos a beber nuestra frustración y nuestros terrores nacionales. ¿Y si despejamos la docencia de interferencias políticas y de pseudoteorías de curanderos? Esto se puede conseguir fomentando el diálogo crítico y la escucha activa en clase. Actualmente, pienso que estamos tratando de dar gato por liebre a nuestros jóvenes. Se les vende que podrán ser Steve Jobbs o Zuckerberg, pero les obligaremos a trabajar gratis o a funcionar como si nuestro país fuera una colonia. ¿Y si les ayudamos a ser lo que les dé la gana, y combatimos nuestro miserable entorno laboral, incapaz de encauzar talento o creatividad? Nos hemos convertido en el país de la histeria, la miseria, la rutina y la prosa.

P. ¿Qué piensas si te digo que soy el futuro y no puedes dedicar más de un 40% a clase magistral, por norma?

R. Pienso que cada grupo-clase es distinto y que el profesor ha de procurar adaptar sus metodologías a las personas que tiene delante, sin aceptar pensamientos únicos. Ninguna macrorreforma podrá presentar la panacea buena para todos, porque no existe. Las panaceas teóricas sólo tienen una función propagandística para la clase política. Por eso razón no tengo ninguna fe en el tan deseado “Pacto de Estado” para la educación. Seguramente será otra chapuza rimbombante redactada por personas que no saben cómo son nuestras alumnas y alumnos y no conocen la realidad. Abogo por centros liderados por equipos directivos altamente empáticos con la comunidad educativa del entorno, y creo en la capacidad creativa de los equipos docentes. Creo en el liderazgo de los profesores liberados de ruido político y cortapisas burocráticas. De los grandes titulares y movimientos ideológicos (es decir, partidistas) no espero gran cosa, porque son aire.

Defiendo una escuela que analice el signo de los tiempos, no una escuela que garantice la sumisión, y la aceptación acrítica del poder

P. Planteas que la escuela tiene que ser un lugar resistente al signo de los tiempos. El otro día entré a la web de mi antiguo colegio: han hecho un viaje de estudios a una tienda de Apple.

R. No me parece mal ir a una tienda de Apple, el mundo ahora se basa en eso. Ahora bien, explicaría cómo se fabrican esos dispositivos, de dónde salen las materias primas, por qué sólo vemos publicidad de unas determinadas empresas y no de otras, qué es el comercio justo, de quién dependen esas empresas, por qué esas tecnologías reciben apoyos de sectores públicos. Cómo se llegó a construir ese imperio industrial y comercial, equivalente a un Estado-Nación. Y diré otra cosa: el alumnado entiende mejor estas cosas que muchos adultos. Yo defiendo una escuela que analice el signo de los tiempos, no una escuela que garantice la sumisión, la alienación y la aceptación acrítica del poder.

P. ¿Qué te sugiere el término "gamificación"?

R. Es inviable tal y como está construido el sistema. Un docente normal tiene entre 130 y 170 alumnos: ¿cuándo y cómo va a “gamificar” sus cursos? Pero, para mí, la pregunta clave es: ¿aprenden mejor? Yo pienso que no. Opino que en demasiadas ocasiones nos estamos olvidando de que la pedagogía y el trabajo de los profesores es enseñar, y enseñar es importante, casi tan trascendental como aprender. Gamificar hace visible que hemos perdido la partida por la academia orgullosa de sí misma. Estamos obsesionados con mostrar unas cifras aceptables de graduados, de quedar bien situados en el contexto internacional, pero algún día tendremos que volver a la base y preguntarnos de dónde saldrán nuestros ingenieros, biólogos y médicos. Mi sensación es que se trabaja para obtener una sociedad de perfil muy bajo, en la que pensar sea arduo, algo de cuatro visionarios fácilmente doblegables. La sociedad del fenómeno fan está ganando a la sociedad de los ciudadanos que eligen cómo quieren organizarse y convivir. El resultado es este caos identitario en que nos ahogamos.

La sociedad del fenómeno fan está ganando a la sociedad de los ciudadanos que eligen cómo quieren organizarse y convivir

P. Es como si la máxima "el cliente siempre tiene la razón" se hubiera trasladado al alumno. Dices, con Luri, que el sistema se transforma para tratar al niño como si ya supiera lo que quiere, cuando eso es imposible.

R. El sistema se transforma para que nadie sea capaz en un futuro próximo de analizar el contexto político y económico. Se desea crear una clase subalterna que se encargue de alimentar plataformas digitales y que se limite a consumir con los escasos fondos que pueda recibir en el futuro. Hay que cortocircuitar el pensamiento crítico, el análisis histórico y la capacidad para autoorganizar la mente y construir discursos de emancipación personal. El súbdito del futuro sólo podrá escoger qué empresa le lava el cerebro. Desde luego, mi interés es el mantenimiento del sistema liberal democrático, que acepta las diferencias, las disidencias y las exploraciones. Se está fomentando la pereza por pensar, crear y autoconstruirse.

P. Explicas que el profesor tiene que comportarse, muchas veces, como un trabajador social.

R. A veces se pueden tardar meses en que te atienda alguien de servicios sociales: están desbordados, sólo hay tiempo para los casos más desesperados, pasa el curso… cambian las tutorías... Vivimos en un país que protege muy poco a los menores y a la juventud. Yo no creo en las palabras vacías, quiero presupuestos, recursos, ayuda real, personas cobrando por ayudar concretamente, en el mundo real, no decorados bonitos en webs de propaganda.

P. La violencia en las aulas, las burlas a profesores y entre alumnos, el acoso escolar son vistos desde una óptica distinta: hablas de niños desesperados, no de pequeños delincuentes.

R. Me ha ocurrido que a los dos minutos de sentarte a hablar con un joven calificado de “irreductible” o violento, te empieza a hablar de su situación, de lo que tiene que aguantar. He visto llorar a tantos jóvenes… Muchos sólo quieren que alguien les escuche. Lo digo completamente en serio. Pero yo no he querido escribir un libro lacrimógeno. Creo que no he visto nunca a un delincuente en un centro. He visto rabia, dolor y desatención.

Creo que no he visto nunca a un delincuente en un centro. He visto rabia, dolor y desatención

P. ¿Cómo recuperar la autoridad del profesor?

R. Los jóvenes harán lo que hagan los adultos. Si consumen basura es porque nosotros, los adultos, les servimos basura: ocio basura, comida basura, contratos basura, futuros basura. Basura enlatada, vida sin cultura y sin opciones: basura o basura. Por eso dije que estábamos creando una nueva Edad Media en las aulas: estamos impidiendo que el alumno pobre acceda a oportunidades. Estamos impidiendo que pueda seguir un curso universitario, o un ciclo medio de Formación Profesional. Más de la mitad de los alumnos que van a un ciclo medio, lo dejan al primer año. ¿Por qué? Porque hay la creencia de que es el camino fácil, pero cuando llegan al centro de FP han de entender un manual de carpintería, electrotenia o sonido, y resulta que ya van siendo los menos los capaces de entender un texto de cuatro líneas. Un alumno sin léxico suficiente puede acceder únicamente a los trabajos que todo el mundo rechaza. El profesor recuperará su autoridad cuando los adultos crean en las posibilidades del sistema educativo. Cuando los adultos dejen de despreciar e insultar a los profesores (a veces son los adultos los que pegan o amenazan a los profesores), igual se animan los jóvenes.

P. Un panorama poco alentador.

R. No solamente. También hay que decir que cada día hay experiencias positivas en nuestros centros de secundaria: entrevistas con maravillosas madres y padres, intercambios fabulosos de inquietudes y culturas entre alumnado y profesorado. Yo he querido que en mi libro también aparecieran estas experiencias plenas y luminosas. Cada hay risas y complicidad en las aulas. De lo contrario todo se habría venido abajo desde hace tiempo.

Un profesor ha escrito un libro sobre educación. Desde dentro, desde la dulce y dolorosa trinchera de la clase, que tiene enfrente, disparando morteros, la trinchera enemiga: la de la asfixiante pedagogía buenista -una suerte de horror totalitario con emoticonos- y la burocracia. Al principio de su ensayo demoledor, 'Devaluación continua' (Tusquets), el profesor Andreu Navarra nos dice que no pretende iniciar una revolución, sino dar testimonio humilde de lo que verdaderamente falla en la educación. Es, quizás, la única mentira del libro, o la única ingenuidad.

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