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El misterio del cuerno falso de Santimamiñe: la gran estafa del arte rupestre español
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ARQUEOLOGÍA

El misterio del cuerno falso de Santimamiñe: la gran estafa del arte rupestre español

Cuatro figuras paleolíticas fueron parcialmente falsificadas en los años 60 en una increíble y rocambolesca historia

Foto: Panel decorado, con el bisonte modificado a la derecha. Foto: S. Yaniz (Arkeologi Museoa)
Panel decorado, con el bisonte modificado a la derecha. Foto: S. Yaniz (Arkeologi Museoa)

En algún momento entre 1961 y 1966 alguien entró en la cueva de Santimamiñe, agarró un trozo de carbón y pintó un segundo cuerno a uno de los bisontes paleolíticos del panel principal. Después añadió algo de pelo a la giba, sombreó la panza y redondeó su ojo, como si tratara de mejorar la obra del artista prehistórico. Aquella figura tenía alrededor de 12.500 años de antigüedad y formaba parte de uno de los conjuntos rupestres más importantes del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 2008. El individuo también añadió una chapucera cabeza de caballo, el ojo de un oso cavernario y parte de la cornamenta de un ciervo. Estas figuras protagonizaron portadas de libros, ilustraron revistas especializadas y sirvieron para decorar las paredes de restaurantes y bares del entorno, sin que nadie supiera que habían sido parcialmente falsificadas.

La Diputación Foral de Bizkaia publicó en 2016 un estudio firmado por César González Saínz, uno de los grandes especialistas en arte parietal de la Universidad de Cantabria, donde se criticaba duramente estas alteraciones. “Los aspectos que comentamos son dolorosos y desalentadores, pero no deben ocultarse. En Santimamiñe se han repetido los añadidos a figuras paleolíticas con total impunidad”. Algunos investigadores previos ya habían percibido la inexplicable aparición del segundo cuerno del bisonte, pero mantenían la postura habitual en este tipo de casos: escurrir el bulto en párrafos discretos o menciones ambiguas. Cuando Gonzalez estudió las pinturas observó estas anomalías estilísticas, rarísimas para los estrictos cánones del arte magdaleniense, y decidió trastear en los fondos documentales de la Diputación. Allí encontró el archivo de Jean Vertut, el fotógrafo que visitó la cueva junto al eminente prehistoriador francés André Leroi-Gourhan en la década de los 50. Al comparar sus fotografías con las imágenes actuales, no quedaba lugar a dudas. Alguien había retocado las pinturas.

placeholder Bisonte antes de las modificaciones. Foto de J. Vertut y S. Yaniz (Arkeologi Museoa)
Bisonte antes de las modificaciones. Foto de J. Vertut y S. Yaniz (Arkeologi Museoa)
placeholder Bisonte después de las modificaciones. Foto de J. Vertut y S. Yaniz (Arkeologi Museoa)
Bisonte después de las modificaciones. Foto de J. Vertut y S. Yaniz (Arkeologi Museoa)

González consiguió delimitar con bastante detalle la ‘escena del crimen’ gracias a diferentes trabajos fotográficos. Se realizaron modificaciones a un total de cuatro figuras animales en al menos tres momentos diferentes entre 1961 y 1976, además de un rectángulo dibujado torpemente en el panel principal y borrado a posteriori. “Nuestro objetivo no era dar la fecha exacta de las falsificaciones ni descubrir quién lo había hecho, sino descartar aquello que no fuera auténtico”, zanja González. Las sospechas en el mundillo de la arqueología apuntan a alguien próximo al equipo de investigación de la época, pero tampoco puede descartarse la mano de algún visitante furtivo, pues entonces la cavidad no estaba tan controlada como ahora. Tanto tiempo después resulta casi imposible desvelar su identidad. “Sinceramente, desconozco las causas que llevan a alguien a retocar una obra como esta, pero supongo que simplemente se debe a la ignorancia humana. Es un factor mucho más extendido de lo que se piensa”.

Las sospechas apuntan a alguien próximo al equipo de investigación de la época pero tampoco descartan la mano de algún visitante furtivo

Hoy en día, los especialistas en arte parietal no verifican un conjunto rupestre hasta tener evidencias datables, geológicas, estilísticas y contextuales que prueben su veracidad. Los expertos reconocen que las falsificaciones son un problema recurrente, pero resulta imposible saber cuál el número exacto, pues no existe ningún estudio al respecto. En la cornisa cantábrica se conocen figuras falsas o modificadas en las grutas de Zubialde, San Martín, El Rincón, El Polvorín, Balzola, Sagastigorri, la Cueva de las Brujas, la Pasiega, Boscados, Becerral y Lledías, entre muchas otras. La lista resulta interminable y reúne alteraciones de todo tipo, desde refinadas reproducciones de principios del siglo pasado hasta burdas figuras grabadas con llaves o pinta labios. En la mayoría de las cavidades hay al mismo tiempo pinturas paleolíticas y garabatos modernos.

El conjunto de Santimamiñe fue descubierto por un grupo de adolescentes de Kortezubi el 2 de enero de 1916. El hallazgo quedó olvidado hasta el 7 de agosto del mismo año, cuando el conocido compositor vitoriano Jesús Guridi acudió al balneario que regentaba el padre de uno de los descubridores. Al escuchar la historia, visitó la cavidad en persona y alertó a las autoridades sobre la importancia de estas pinturas. Entonces en Euskadi solamente se conocían los grabados de Ventalaperra y la comunidad científica acababa de reconocer la autenticidad de Altamira. Los últimos estudios indican que Santimamiñe contiene 51 figuras paleolíticas, la mayoría bisontes, además de numerosos motivos abstractos, como líneas sueltas y manchas de color. Desgraciadamente, parte de las pintura ha desaparecido o resulta ilegible debido a la afluencia masiva de visitantes, los destrozos de las obras para el acondicionamiento turístico, el vandalismo y los procesos naturales de la roca. A pesar de todo, los magníficos dibujos de Santimamiñe han permitido alumbrar un pasado que permaneció olvidado durante siglos.

Las grandes estafas del arte rupestre

De todas las falsificaciones conocidas en España, solo hay dos casos a los que se les atribuyen intenciones sospechosas: la cueva de Cueto de Lledías (Llanes) y Zubialde (Álava). La primera se encuentra en una localidad cercana a Llanes. Cesáreo Cardín, un artista local que ayudaba al Conde de la Vega del Sella en sus exploraciones arqueológicas, ‘descubrió’ un impresionante santuario rupestre a pocos metros de su casa. Las pinturas fueron consideradas verdaderas durante mucho tiempo, pero la comunidad científica acabó por descartarlas. La familia del descubridor mantuvo la cueva abierta al público igualmente, ofreciendo guías turísticas por “200 pesetas”. En 2001 el Ayuntamiento de Llanes compró la propiedad familiar por 120.000 euros, según la prensa local.. Los vecinos piden ahora que las autoridades restauren la zona. “Nosotros ya sabíamos que eran falsas, pero es una pena que el sitio esté tan abandonado. Podría ser un bonito lugar de reunión para el barrio”, animan desde la asociación vecinal del Güertín.

placeholder El rinoceronte falsificado de la cueva de Zubialde
El rinoceronte falsificado de la cueva de Zubialde

El segundo caso es seguramente uno de los episodios más escandalosos del arte rupestre nacional. A finales de 1990, un estudiante de Historia llamado Serafín Ruiz logró que la Diputación de Álava le pagara doce millones y medio de pesetas por desvelar el emplazamiento de un santuario que él mismo había descubierto ocho meses antes. Escondida bajo las faldas del Gorbea, Zubialde albergaba todo tipo de signos y figuras, incluidos rinocerontes, mamuts y dibujos de manos. Las alarmas saltaron por primera vez cuando dos arqueólogos británicos observaron las fotografías reveladas por la prensa y aseguraron que se trataba de un fake. Diecisiete meses más tarde, los tres científicos vascos encargados del estudio reconocieron su error inicial. La investigación demostró que las pinturas contenían restos de estropajo 'Scotchbrite' y 'Vileda' y que las diapositivas presentadas por el descubridor retrataban figuras sobre las que el estafador había añadido trazos a posteriori. Además, el estilo del conjunto era muy poco creíble (incluía fallos anatómicos y formalismos de cronologías y regiones totalmente dispares).

La investigación demostró que las pinturas contenían restos de estropajo 'Scotchbrite' y 'Vileda'

Las autoridades no imputaron a Serafín, que se declaró inocente, pues no había pruebas determinantes, pero le obligaron a devolver el dinero. Este antiguo espeleólogo volvió a cruzarse con la justicia en 2006, cuando la empresa en la que trabajaba como encargado de contabilidad lo acusó de haber defraudado alrededor de 175.000 euros. Un auto al que ha tenido acceso este periódico indica que ambas partes alcanzaron un acuerdo antes de llegar al juicio, por lo que probablemente devolviera el dinero con tal de evitar los cargos. Serafín se especializó después en Biblioteconomía y Documentación y consiguió un puesto de funcionario en un pequeño municipio al sur de Madrid. En 2017 publicó su primera novela con una editorial madrileña, donde relataba la historia de una mujer fallecida que regresa del Limbo para hacer milagros en la Tierra. El libro estaba firmado únicamente con su segundo apellido. A diferencia de Altamira, a cuyo descubridor también acusaron de estafa, no parece que las pinturas encontradas en Zubialde vayan a cambiar la historia del arte rupestre. Lamentablemente, este tipo de falsificaciones suelen empañar el imaginario colectivo y acaban cuestionando un patrimonio único y real. Se trata, ni más ni menos, de las primeras manifestaciones artísticas de la humanidad.

En algún momento entre 1961 y 1966 alguien entró en la cueva de Santimamiñe, agarró un trozo de carbón y pintó un segundo cuerno a uno de los bisontes paleolíticos del panel principal. Después añadió algo de pelo a la giba, sombreó la panza y redondeó su ojo, como si tratara de mejorar la obra del artista prehistórico. Aquella figura tenía alrededor de 12.500 años de antigüedad y formaba parte de uno de los conjuntos rupestres más importantes del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 2008. El individuo también añadió una chapucera cabeza de caballo, el ojo de un oso cavernario y parte de la cornamenta de un ciervo. Estas figuras protagonizaron portadas de libros, ilustraron revistas especializadas y sirvieron para decorar las paredes de restaurantes y bares del entorno, sin que nadie supiera que habían sido parcialmente falsificadas.

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