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Javier Marías: "Estamos peligrosamente cercanos al franquismo"
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'berta isla' es su nueva obra

Javier Marías: "Estamos peligrosamente cercanos al franquismo"

El autor madrileño publica una novela de espías en la que convergen sus obsesiones más conocidas: el secreto, el matrimonio, la traición, y donde asume su alejamiento del presente

Foto: Javier Marías. (Carmen Castellón)
Javier Marías. (Carmen Castellón)

En casa de Javier Marías (Madrid, 1951) no hay internet, pero se puede fumar. Con eso ya está dicho todo.

O no: durante la entrevista llegó un fax. Ver llegar un fax en 2017 es una cosa que tienes que contar. A lo mejor solo ha llegado un fax en toda España ese día y tú sabes a quién. ¡A Javier Marías!

Nuestro idolatrado autor vive en el centro de Madrid, en un piso del que no recuerdo nada, porque siempre había —incluso en el suelo— una sustancia plúmbea que me impedía verlo bien: libros, libros y más libros. Entre ellos, 'Berta Isla' (Alfaguara, 2017), su nueva novela, que sale estos días.

placeholder 'Berta Isla'. (Alfaguara)
'Berta Isla'. (Alfaguara)

Digo idolatrado y él no se lo cree —como medio Twitter—. Lo cierto es que una joven amiga editora quería venir conmigo a la entrevista solo para conocerlo; que Milena Busquets tuiteó en medio de la polémica sobre Gloria Fuertes que “Javier Marías es el mejor escritor español vivo, a años luz del resto”; que en una presentación de la novela 'Atila', del joven autor Javier Serena, no se hablaba de otra cosa que de la presencia de Marías entre el público, o que yo mismo he afirmado que ir a conocer a Javier Marías era como ir a conocer a Borges.

Eso sí: ¿qué entrevista va a hacer uno en este plan?

PREGUNTA. ¿Eres consciente de tu condición de mito literario?

RESPUESTA. Antes de nada, bueno, aprovecho que nos vemos para agradecerte que he visto de vez en cuando en entrevistas o artículos, y un poco en contra de la tendencia de la gente, no sé si de tu generación exactamente (¿qué edad tienes tú?), que alguna vez me has mencionado para bien...

P. Muchas veces, de hecho. Mi generación creo que te tiene bastante aprecio, de mi edad hacia abajo, eres, como digo, un mito; vamos, alguien a quien impresionaría ver en persona. ¿No lo tienes asumido?

R. No, no, francamente no. Me alegra saberlo, porque además lo lógico, natural y habitual es que la siguiente generación literaria más bien hago caso omiso o incluso ataque a la generación precedente. Eso toca y yo lo hice, lo hice cuando era joven, y por tanto si eso pasa no me voy a quejar y es el orden natural de las cosas. Pero tengo una cierta sensación de que gente de tu generación piensa algo como, bueno, este, sí, se habla de él, y todavía está vivo y tal, pero no nos enseña nada.

Siento que la siguiente generación piensa de mí algo como, bueno, se habla de él, y todavía está vivo y tal, pero no nos enseña nada

P. ¿No crees que haya escritores influidos por ti, incluso discípulos?

R. Discípulos propiamente no. Ni yo lo he pretendido ni me he rodeado nunca de cohortes ni nada que se le parezca.

P. La generación que quizá te ha puesto más pegas es la de los nacidos en los sesenta, Antonio Orejudo o Rafael Reig, por ejemplo. Pero no son todos en esa generación, y menos en la siguiente.

R. Sí, algunos escritores más jóvenes han sido tan amables de mencionar mi obra, como Gonzalo Torné, tú mismo, Marcos Giralt Torrente. Luisgé Martín también, alguna vez.

P. Después de tantos años siguiendo tu obra, y de leer tus entrevistas, y de encontrar algunas nuevas, como esta en la biblioteca de Nueva York, tengo la sensación de que ya traigo las respuestas conmigo. Me lo sé todo.

R. No sabes hasta qué punto me aburro a mí mismo...

placeholder Javier Marías. (Carmen Castellón)
Javier Marías. (Carmen Castellón)

P. He leído como diez veces lo de que vivías aquí con tu padre como “dos viudos”; lo de la pitillera con la cita de Kipling; lo de que escribes a máquina y sin plan; también que tienes ese cuadro de ahí y un alfiler de corbata con el retrato de Shakespeare, que perteneció al actor Robert Donat... ¿No se sabe quizá demasiado de ti, ya solo con las entrevistas?

R. No, porque, bueno, este tipo de cosas son superficialidades. No sé si equivocadamente, la verdad es que tengo un poco la sensación, a pesar de que este tipo de cosas se sepan, de que al mismo tiempo soy más bien hermético, no se sabe mucho de mí. La misma sensación que tengo también por el número de años que llevo publicando, y siendo por tanto persona pública: yo veo a muchos colegas que van por la calle casi esperando a ser reconocidos, por ejemplo, y yo en cambio nunca me entero de nada, voy como he ido toda la vida, a veces cuando voy con mi mujer, con mi pareja, vamos, a veces me dice, mira, esos te han reconocido, ¿ah, sí?, no me he dado cuenta de nada. De esa misma manera que voy por la calle como si nada, tengo la sensación de que por mucho que haya contado, en realidad no he contado nada. O nada de lo importante. O nada de lo secreto. Todo el mundo tiene sus secretos.

'Berta Isla'

P. En 'Berta Isla' descolocas un poco a tus lectores prescindiendo de la referencia a Shakespeare en el título y eligiendo como tal un nombre propio.

R. Es por no hacer siempre lo mismo, claro. Y, dicho sea de paso, es muy tentador que Isla sea visto como concepto, soledad o aislamiento... Es solo un apellido que me parece buen apellido... Yo siempre, cuando elijo un apellido, miro en la guía —guardo como oro en paño la última guía impresa— y compruebo que ese apellido no sea ni muy común ni muy raro. 'Isla' hay como 50. Una cosa que cada vez detesto más, por desgracia, se está poniendo de moda: detesto las alegorías, detesto las utopías, detesto las distopías... Nunca me han gustado. Espero que no tengas alguna de ellas. Odio esas novelas donde los personajes se llaman el Coronel, el Niño... Lo encuentro todo un poco... Creo que el culpable es uno que me gustaba mucho hasta esa novela, que es Cormac McCarthy...

Algo que cada vez detesto más, por desgracia, se ha puesto de moda: detesto las alegorías, detesto las utopías, detesto las distopías...

P. Hasta 'La carretera'.

R. Esa justamente a mí no me gustó nada, me gustaron las anteriores. Es la que, en cambio, le ha hecho famoso.

P. Hay algo que me ha llamado la atención de 'Berta Isla', y es la tendencia de los narradores a desvelar, digamos, las referencias que al lector culto le acuden a la cabeza según va leyendo... Como 'El coronel Chabert' o The Killers.

R. Yo nunca oculto mis fuentes, a diferencia de muchos otros escritores. A veces lees un libro y luego lees las declaraciones del autor y menciona a 800 autores y tal, y no menciona al que realmente le ha inspirado, para despistar o lo que sea. Yo o bien he traducido o bien publicado en el Reino de Redonda libros que me han influido mucho.

P. Como Janet Lewis.

R. Sí, el asunto del hombre que desaparece es tan viejo como la historia de la literatura, porque el primer desaparecido es Ulises, y por otro lado es un tema, la desaparición de alguien y su reaparición, que desde hace tiempo me ha venido rondando. Entonces hace unos años leí esta novelita de Janet Lewis ('La mujer de Martin Guerre'), que es muy muy anterior a la película que se hizo sobre el caso real. Esta novela es del 41 o algo así. Es una novela sin pretensiones, pero me pareció una joya. En cierto sentido me estimuló y, bueno, pues sí, voy a tratar este asunto que me viene rondando, y de una manera más extensa y evidentemente de una manera distinta. Yo no tengo inconveniente en decir lo que me estimula, lo que me influye, lo que me espolea. Siempre reconozco mis deudas. Yo en eso procuro ser muy honrado, lo que adeudo lo reconozco y no tengo inconveniente en decirlo y no me parece desdoro. Hay mucha gente que sí, oculta lo que le influye como si eso fuera un demérito.

Hace 15 años uno salía a la calle y no veía a un señor de 70 años en pantalones cortos haciéndole una foto a una baldosa

P. ¿Te planteas ahora las novelas de forma distinta a como lo hacías hace años?

R. La mayoría de mis novelas, por lo menos desde 'El hombre sentimental' en adelante, han sido novelas sobre el presente, novelas que hablaban del tiempo en el que las estaba escribiendo, y eso sucede hasta 'Tu rostro mañana' inclusive'', y 'Los enamoramientos' también. Pero luego me he dado cuenta de que en las dos últimas novelas no sucede así: en 'Así empieza lo malo' la acción transcurre en 1980 y en 'Berta Isla', entre 1969 y 1995, más o menos. He pensado que quizás una de las razones de que en mis dos últimas novelas me haya ido más atrás es que el tipo de densidades o de conflictos o de intensidades o de personajes que a mí me interesa tratar quizá son más inverosímiles en la época actual, porque yo tengo una cierta sensación de, llamémoslo, desustanciación de la gente, y al decir de la gente no me refiero a las generaciones jóvenes, no es aquello de los jóvenes de ahora... Es algo que afecta a la sociedad entera, incluso a gente que tiene a lo mejor 60 o 70 años y que tenía más sustancia hace tiempo, y ha dejado de tenerla. No sé, por poner un ejemplo tonto: hace 15 años uno salía a la calle y no veía a un señor de 70 años en pantalones cortos haciéndole una foto a una baldosa... O tirándose tomates en una tomatina, y ahora sí. Ahora ves a señores de 70 que hace años tenían una sustancia que han perdido.

P. Digamos que la sociedad se ha infantilizado.

R. Sí, totalmente infantilizada y como si la gente careciera de profundidad, con excepciones evidentemente. Hoy en día hay una superficialidad que hace unos años no existía. El tipo de conflictos o el tipo de ambigüedades que a mí me interesa tratar en mis novelas y en la vida, si las pongo en 2017, tengo la sensación de que no son creíbles. Tal vez. Puedo estar equivocado.

P. Leía tu novela cuando sucedieron los atentados en Barcelona y Cambrils y escuché a un experto decir que estaba claro que no podíamos defendernos solo con la tecnología, y que hacía falta gente sobre el terreno, espías, infiltrados, topos, como el protagonista masculino de 'Berta Isla'.

R. Yo creo que no se puede prescindir de ellos. En la novela hay un momento en que se pone en cuestión la propia inmoralidad de la figura del espía, Berta Isla está hablando con su marido, y comentan un par de escenas del 'Enrique V' de Shakespeare. Ella dice que la labor del espía es en sí misma una bajeza, ganarse la confianza de alguien para luego traicionarle, el propio concepto, también viejo como el mundo, es una vileza, hacer eso. Y Tomás, el marido, le dice, bueno, ya, esto se ha hecho siempre, ¿qué te crees que era el caballo de Troya? Es hacerse pasar por quien uno no es, es engañar, es traicionar desde el primer momento, pero supongo que es una suciedad necesaria.

placeholder Javier Marías. (Carmen Castellón)
Javier Marías. (Carmen Castellón)

P. Hay mucho debate sobre cómo enfrentarse al terrorismo yihadista.

R. Yo creo que estamos viviendo una de las épocas más hipócritas de la historia, ríete tú del siglo XIX, lo que pasa es que la gente aún no lo percibe o está imbuida de esa misma hipocresía, pues no lo admite. Pero estamos en una época en la que todo el mundo quiere ser muy virtuoso; y queremos transparencia, y queremos saber esto y queremos saber lo otro y queremos que se quiten los nombres de las calles de un señor de hace 150 años... En fin. No hay nadie impoluto. Y la sociedad en cambio tiene un afán por que todo sea impoluto y por que nosotros seamos impolutos, y la gente se siente muy bien y se da a sí misma una imagen ejemplar. Y, sin embargo, fíjate tú, en ese aspecto del espionaje, es curioso que de lo que no ha habido apenas protestas, que yo sepa, es del hecho de que en estos atentados de Barcelona a la mayor parte de los terroristas los hayan matado, sin más, cuando lo normal en esta sociedad tan virtuosa es que se dijera: “¿Cómo los han matado?, podrían haberles disparado a las piernas”, o: “Deberían haberlos detenido”. Esto sería lo normal. Lo cierto es que han pasado ya dos semanas desde lo atentados y no he visto que nadie haya protestado por eso. En esta sociedad muy hipócrita y virtuosa la gente también percibe cuándo se trata de aniquilar o de que te aniquilen, y el ejemplo más claro es el de la II Guerra Mundial. Ahí quedó claro en un momento dado que con esa gente no se podía dialogar, y no había más remedio que mancharse. Y evidentemente si uno se mete en una guerra, y en una guerra con un adversario muy sucio, uno se mancha. A veces no hay más remedio.

Se dice a menudo, normalmente después de las elecciones, que el pueblo nunca se equivoca. ¿Cómo que nunca se equivoca?

P. Esta enmienda a la totalidad de la gente me recuerda un pasaje de 'Berta Isla' que traigo subrayado; dice el narrador: “El pueblo, que a menudo es vil y cobarde e insensato, nunca se atreven los políticos a criticarlo, nunca lo riñen ni le afean su conducta (...) Se ha erigido en intocable y hace las veces de los antiguos monarcas despóticos y absolutistas”.

R. Una de las cosas que se dicen a menudo, normalmente después de las elecciones, es que el pueblo nunca se equivoca. ¿Cómo que nunca se equivoca? No digo que no acierte a veces; acertó cuando votó a Obama, para mi gusto; pero, vamos, a lo largo de la historia, la gente, el pueblo, llámalo como quieras, se ha equivocado infinidad de veces. Y no te digo en el último año: que hayan votado a Trump, que hayan votado el Brexit, que lleven no sé cuántos años en Venezuela votando a Maduro o a Chávez antes, que voten a Putin, que voten a Erdogan... Bueno, no sé, “la gente nunca se equivoca, el pueblo siempre tiene la razón”, ¿qué me está usted diciendo? En España, a Franco no lo votó nadie, se nos impuso después de una guerra; pero fue aclamado después, por la mayor parte de la población. Yo eso lo he vivido. Yo tenía 24 años cuando murió Franco, y España era sociológicamente franquista, si no políticamente convencida, sí sociológicamente.

Autoficción y biografía

P. En algún ensayo sobre autoficción española se sitúa 'Todas las almas' como una de las pioneras de este subgénero en nuestro país. ¿Cómo llegaste a ese juego metaliterario que luego se ha puesto tan de moda?

R. Antes de 'Todas las almas' publiqué un texto titulado 'Autobiografía y ficción', y hablaba en él de que era interesante hacer ficción utilizándose a uno mismo. Y hablé de Bernhard, que evidentemente lo hacía en sus libros, de Azúa, que lo había hecho en 'Historia de un idiota contada por él mismo', y de alguno más... Este es un terreno tentador, decía. Pero no sé si yo hice exactamente lo mismo. Es que lo de la autoficción me parece una cosa también muy vieja. La diferencia con las obras del pasado es que hasta hace relativamente poco no se sabía nada de los autores, ni siquiera se sabía cómo eran físicamente. En realidad, resulta indiferente la procedencia de los materiales, que se correspondan con algo vivido o no, o con un hecho real, es indiferente, todo es pasado por un filtro y tiene que convertirse en un tejido sin fisuras, por así decirlo, tejido literario, que es lo que llega al lector.

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Javier Marías. (Carmen Castellón)

P. La moda de la autoficción quizás ha allanado el camino para la llegada masiva de la autobiografía, con éxitos tan llamativos como el de Karl Ove Knausgard.

R. Sí. Yo intenté leer el primer volumen, 300 páginas leí, que no son pocas. Son pocas comparadas con el total, dado que el conjunto tiene 3.000, pero 300 páginas son 300 páginas, y llegó un momento en el que bueno, esto... [Marías separa las manos como si dejara escapar algo]

P. La tendencia actual es recrudecer este autobiografismo en busca de lo incontable: violaciones, asesinatos, incluso incestos. ¿Qué opinas de la literatura del duelo? En 'Berta Isla' hay un momento en el que se dice que escribir un libro sobre la muerte del propio hijo es indecente.

R. Hay muchos libros sobre la muerte de un padre, de una madre, de un hijo. Yo entiendo perfectamente que ante una cosa tan terrorífica como debe de ser la muerte de un hijo o de una hija alguien escriba, porque escribir, y eso no es novedad, ayuda, sobre lo que sea, y por eso la gente desde hace muchísimo tiempo lleva diarios, y al poner por escrito su día se explica a sí misma, todo eso me parece perfectamente respetable. Que uno escriba me parece normal, que lo publique ya empieza a parecerme otra cosa.

Si escribes sobre la muerte de tu madre, ¿no hay una explotación de la tragedia? Soy perro viejo y sé reconocer lo que es facilón

P. “Literatura oportunista y barata”, dices en el libro.

R. No digo que todo el mundo que lo haya hecho lo sea o tenga ese ánimo. Es que hay muchos casos ya, demasiados. ¿Aquí hasta qué punto no hay una explotación de la tragedia? Yo creo que soy perro viejo y he leído mucho y sé reconocer lo que es facilón. Si uno cuenta eso, incluso si lo cuenta mal, el hecho en sí mismo es tan grave que es muy fácil provocar la compasión y la empatía del lector. De la misma manera que me parece muy facilón cuando hay truculencias. Si tú cuentas en una novela, como en 'American Psycho', le arrancó los ojos, mal o bien contado, estremece, no hace falta ningún arte para contar eso. Hay un elemento de oportunismo, de abaratamiento incluso, el hecho de publicar ese tipo de cosas abarata la propia tragedia. Insisto, escribirlo me parece normal, y no digo que nunca se publiquen buenos libros así. Hay un libro que en su día me gustó mucho, el famoso libro de CS Lewis 'Una pena observada'. Era un libro muy fino, muy leve, muy pequeñito; fino en el sentido de que el análisis era muy fino. No recuerdo que fuera un libro exhibicionista, el título estaba muy bien elegido. El análisis de cómo se sentía ese hombre al haber perdido a su mujer, a la que tanto quería. No vi ninguna operación dudosa. Estoy viniendo a decir que puede no haberla en algo de lo que se publica ahora. Pero empieza a haber una moda y es algo sospechoso. Que haya tantos casos y ya no sea la excepción sino una especie de norma: ah, que me ha pasado esto, pues libro al canto.

P. Siempre has sido un gran defensor del pudor, por otro lado.

R. Bueno, mi padre perdió a su primogénito y lo conté en 'Negra espalda del tiempo', y él lo contó también en sus memorias, escribió tres tomos de memorias en los años ochenta. Era el mayor de mis hermanos, nació en 1945 y murió con tres años y medio. Mi padre en sus memorias habla de ello y es evidente que conmueve, pero son dos páginas, y de una manera sobria, decorosa. En 'Berta Isla' se dice también que durante mucho tiempo los soldados no decían ni mu de lo que habían padecido o visto o vivido en el frente; las víctimas tenían una especie de pudor a contar lo que se les había hecho, gente que había estado en campos de concentración. Lo raro es que alguien contara nada, porque era incontable, según unos, según otros porque revivir el horror les devolvía a él; o porque se siente pudor de contar lo que te han hecho. Desde hace tiempo es todo lo contrario, conceptos como pudor, discreción, sobriedad, hay una gran parte de la sociedad que ni siquiera los entiende. Es todo lo contrario, todo el mundo quiere ser víctima. Y si no es víctima real es víctima inventada; todo el mundo quiere pertenecer a alguna minoría oprimida.

Hoy todo el mundo quiere ser víctima. Real o inventada; todo el mundo quiere pertenecer a alguna minoría oprimida

P. Estás describiendo Twitter bastante bien sin conocerlo. En esta red social se montó una considerable bronca por tus afirmaciones sobre Gloria Fuertes. La por lo demás valiosa poeta Elena Medel venía a decir en un artículo que ninguneabas a Fuertes cito “por ser mujer, lesbiana y pobre”.

R. ¡Por eso! Lo de pobre, no sé, quién no ha sido pobre en alguna época. De jóvenes todos hemos sido pobres, y luego hay mucha gente que lo sigue siendo hasta la ancianidad. Mi familia ha sido muy pobre, a lo mejor parece que no porque mi padre era escritor: mis padres en el año 41, cuando se casaron —lo sé por Emilio Lledó, que fue muy amigo de ellos—, tenían dos pesetas y media. Era todo lo que tenían en casa. Mi padre encima no podía ganarse la vida porque estaba represaliado por el Régimen, no podía trabajar en la universidad, no podía salir impreso durante muchos años, en fin. Quién no ha sido pobre. Más bien yo diría que a lo mejor son esos motivos espurios los que han impelido a una buena parte de la sociedad española, de pronto, a decir que es una gran poeta. Lo único que yo dije en ese artículo es: me resulta imposible suscribir esto. No opiné, no dije: a mí me parece una mierda. No tengo nada contra ella por ser mujer, estoy rodeado de mujeres estupendas y además en ese artículo ponía una lista de mujeres buenísimas a las que no siempre se hace caso y he publicado a un montón de mujeres en el Reino de Redonda.

[Llega el fax. Javier Marías acude a apretar un botón; parece no haber acabado con la cuestión anterior, pues inmediatamente prosigue]

En todo caso, para terminar con este asunto que mencionas, lo que es un poco penoso, a la vez que preocupante, es que se ha pasado en poco tiempo de: toda opinión es respetable, que era una bobada porque no toda opinión es respetable, a: no tolero ninguna opinión que me contraríe. Ahora estamos en eso. Si yo digo: “Me resulta imposible suscribir la grandeza de Gloria Fuertes”, estoy diciendo “ME resulta...”, no estoy diciendo: “Es una mierda”. Ese otro artículo del teatro que también soliviantó... Para mí este tipo de teatro, para mí, no gracias. No dije este teatro es horroroso y no vayan a verlo y los que van a verlo son unos... No dije nada de ese estilo. Esto ya... que uno diga “para mí no, gracias” o “me resulta imposible no sé qué” resulta hoy intolerable. Estamos cercanos peligrosamente al franquismo, ¿eh? El franquismo, que se presenta como lo contrario a nuestro tiempo, pero en el fondo es la misma censura y el mismo intento de que la gente se autocensure. Y ya padecí el franquismo, no estoy dispuesto.

P. La verdad es que no sales de una polémica y entras en otra. Llevas toda la vida así. No sé si ha habido algún momento en concreto realmente atosigante en este sentido.

R. He tenido polémicas con Herralde en su día, que es alguien muy poderoso, tuve polémicas con Cela, que era poderosísimo, la tuve con Juan Goytioso, que era poderosísimo... En ese sentido, he sido imprudente. Nunca me he sentido arropado, digamos, por el estamento literario, y supongo que hay una serie de razones, entre las que puede contarse un artículo que escribí sobre Cela cuando Cela era intocable, en el año 87, imagínate, antes incluso de que le dieran el Nobel. Me gané muchas enemistades en ese mundo y, bueno, no sé, todo esto son subjetividades y puedo estar equivocado. A menudo he sentido que lejos de auparme y de alentarme cuando todavía era un escritor más bien joven, parte de los suplementos literarios y de los colegas mayores que yo trataban de hacer lo contrario, de echarme para abajo. Es más, yo creo que si mis libros no hubieran tenido la fortuna que han tenido en el extranjero, o en unos cuantos países, supongo que quizá la percepción de mí como escritor en mi propio país sería otra. En el extranjero no hay aversiones, no hay manías, llega un libro de un señor y la gente lo lee sin tener en cuenta qué ha opinado ni de quién es amigo o enemigo.

Pérez-Reverte y yo somos muy distintos, y hay muchas cosas en las que no coincidimos, pero nunca olvidaré que me ofreció su ayuda

P. Hablando de amigos, a mucha gente le llama la atención tu amistad con Pérez-Reverte.

R. Somos muy distintos, evidentemente, y hay muchas cosas en las que no coincidimos y en las que estamos en desacuerdo, y hay cosas suyas que a mí me irritan un poco y sin duda habrá cosas mías que a él le irritan. Pero nunca olvidaré una cosa. Igual que te he dicho que procuro ser honrado al reconocer mis deudas literarias, también procuro reconocer a quien se ha portado bien conmigo en un momento en el que no era fácil. Yo recuerdo que cuando me fui de Anagrama, en fin, fue una época difícil... Lo que me encontré fue un enorme vacío, por no decir animadversión, probablemente inducida, en la mayor parte de los autores, de mis colegas. Un autor siempre es más débil que un editor, da igual quién sea. Yo me encontré con una especie de vacío, supongo que había muchos autores que no se querían indisponer con una editorial tan influyente y tan importante como Anagrama, aunque lo normal es que hubiera habido una cierta solidaridad. Y recuerdo que Pérez-Reverte, al que por entonces no conocía de nada, un día que coincidimos en una presentación de algún libro o algo así, me dijo, oye, si necesitas algo, un abogado que yo te pueda recomendar, cualquier cosa, cuenta conmigo y tal. Y yo se lo agradecí mucho. Este hombre no tenía por qué, no era conocido, no era amigo mío.

P. Y desde entonces...

R. No, eso fue un día suelto. Luego cuando coincidimos escribiendo uno al lado del otro [en un suplemento dominical] empezamos a hacernos bromas de una columna a otra y empezamos a tratarnos... Pero aquel gesto yo lo agradecí, y no sé si él apreciaba mis novelas o no o si las había leído. Mira, esto no lo voy a olvidar. Podemos tener diferencias, pero al menos —después de haber escrito 'Tu rostro mañana' uno nunca sabe de quién se puede fiar— en estos aspectos es una persona de la que uno piensa, bueno, me puedo fiar. Y no son muchas las personas que uno cree que son de fiar.

En casa de Javier Marías (Madrid, 1951) no hay internet, pero se puede fumar. Con eso ya está dicho todo.

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