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Los Planetas, ¿el grupo más sobrevalorado del pop español?
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nuevo disco: zona temporalmente autónoma

Los Planetas, ¿el grupo más sobrevalorado del pop español?

Su nuevo álbum, ‘Zona temporalmente autónoma’, es una hora de letanía autoparódica y disparate político

Foto: Actuación de Los Planetas. (EFE)
Actuación de Los Planetas. (EFE)

Finales de los noventa. Me pasan una copia de un documental sobre Los Planetas que se grabó para la cadena de televisión Buzz. Entre los invitados, destaca el periodista musical Nando Cruz, una de las firmas más solventes sobre el indie, que les describe como “el mejor grupo posible para crecer entre los dieciséis y veintiséis años”. Casi de manera inconsciente, me veo en aquella época asintiendo con entusiasmo, eufórico ante la brillantez de la frase. ¿Qué mejor guía para esa etapa de inseguridad física, odio extremo al mundo adulto y primeros flirteos con las drogas? Veinte años después, le recuerdo la sentencia lapidaria a Cruz y suelta “Qué vergüenza”. Pone gesto de que quiere que la tierra se lo trague.

Foto: Los Planetas

En mi opinión de seguidor constante de la trayectoria del grupo, con niveles decrecientes de interés, las estrellas del rock granadino fueron la peor opción posible para pasar de niños a jóvenes adultos. Hablamos de unas canciones alérgicas a la alegría, empapadas en un narcisismo pomposo y que irradian un machismo soterrado-pero-implacable. Por cierto, después de hacer grabar el documental al equipo de Buzz, el cantante del grupo decidió que no quería que se emitiese, alegando una serie de excusas contradictorias, que van desde que no quería que saliesen las imágenes de su padre a que su discográfica multinacional se negaba a ceder los derechos de las canciones que aparecían en el metraje. Hablamos del famoso Juan Ramón Rodríguez Cervilla, en adelante J., mezcla de cerebro y pesadilla para el resto del grupo.

Obsesión con el islam

Su nuevo álbum, ‘Zona temporalmente autónoma’, confirma los peores pronósticos. Ya antes de recibirlo, varios periodistas y allegados al grupo coinciden en que estamos ante un disco flojo, del que solo se salva 'Islamabad', pieza de apertura de siete minutos, una misa psicodélica donde J. resume sus primarias ideas políticas. Básicamente, que las élites han traicionado al ciudadano corriente con chanchullos y paraísos fiscales y que por ello deben temer... un castigo de Dios (queda claro que Alá, grande y todopoderoso). El letrista del grupo lleva al menos una década obsesionado con el islam, hablando del impacto que tuvo para él la conversión de Cat Stevens, que se encomendó al Dios musulmán cuando vio peligrar su vida nadando en una playa. Al sentirse salvado, cambió su nombre por Yusuf Islam.

El resto del álbum suena a autoparodia, con colchones sonoros en vez de canciones y letras antisistema de bachillerato

El resto del álbum suena a autoparodia, con colchones sonoros en vez de canciones, letras antisistema de bachillerato y la previsible y prescindible colaboración de Soleá Morente, tan mortecina como en los mediocres discos de Los Evangelistas. Por lo visto, J. ha descubierto el libro 'Zona temporalmente autónoma' (1991), del anarquista Hakim Bey. La referencia le sirve para presentarse como un activista contra el capital, mientras firma un contrato con Live Nation, empresa dominante de la música en directo, algo muy parecido a un cuasi-monopolio global, que además cuenta con la gigantesca Ticketmaster, monstruo en la gestión de venta de entradas, a la que se enfrentaron (sin éxito) Pearl Jam en su época de esplendor.

Actitud desafiante, pero siempre haciendo caja

Las entradas para ver a Los Planetas este año, en su peor momento de forma, cuestan alrededor de 32.50 euros más cuatro de gastos de gestión. Además te dan la posibilidad de comprar el nuevo cedé o vinilo al precio de 12.50 el primero y (atentos) 19.50 euros, el segundo. Por supuesto, fichar por Live Nation da acceso al grupo a la extensa red de festivales donde la empresa posee acciones. “Es la mecánica típica del rock: encima del escenario, poner un dedo de “que te jodan”, sintiendo un rebelde, mientras la otra mano la mantienes en la espalda para que el sistema vaya depositando los beneficios”, me comenta Igor Paskual, guitarra de Loquillo, poco antes de una mesa redonda en el Colegio Mayor Chaminade de Madrid.

J. detesta actuar en directo. Han sido demasiados los conciertos erráticos, autosabotajes y espectáculos lamentables

¿Cómo sabemos que no hay ninguna posibilidad de que esta gira esté bien? Sencillamente porque desde hace años es notorio que J. detesta actuar en directo. Han sido demasiados los conciertos erráticos, los autosabotajes y los espectáculos lamentables, como el Primavera Sound 2013, donde tocaban su disco clásico, ‘Una semana en el motor de un autobús’ (1998). El cantante iba corto de voz, más aún de entusiasmo, y acabaron espantando a gran parte de sus seguidores del escenario principal. Sirvan de muestra este mustio y desangelado vídeo de un fan, muy representativo de la noche.

La teoría del camello

Dos o tres días más tarde, J. me llamó al móvil para regañarme por la dureza de la crítica en El Confidencial y de paso chulearse de que le habían pagado cuatro veces su caché habitual, que debe rondar los ochenta mil euros, según fuentes solventes, aunque el granadino es un negociador implacable, capaz de pedir a un promotor el doble de lo pactado una vez que este ya ha depositado la fianza por el recinto. Durante mucho tiempo, J. fue defensor de “la teoría del camello”, que consiste en que cuanta menos cantidad circule de una droga (en este caso, sus conciertos) más subirá el precio del mercado. Su situación ideal era tocar dos o tres veces al año y sacar pasta para vivir a todo trapo. Sin importarle nunca si los patrocinadores fueran el BBK o La Caixa. Bastaba hacer un chiste irónico durante el recital, como dedicar a la última entidad su himno 'La caja del diablo', para luego pasar a recoger el cheque.

Recuerdo viajar a Barcelona en julio de 2011 para entrevistar al grupo. Con la típica anarquía granadina, la charla tuvo lugar a las seis de la mañana, en su suite de cuatro estrellas, con la mayoría “colocados”, en máximos niveles de sinceridad. El resto del grupo le recriminaba a J su intenso odio a las giras. “El sueño de este es hacer como Brian Wilson de los Beach Boys, que enviaba los músicos a tocar y se quedaba en casa componiendo”, soltó Florent, guitarrista. “O mejor: querría tener un holograma suyo que cante para poder cobrar entera su parte del show”, denunciaba sin cortarse. Al año siguiente, el grupo seguía opinando lo mismo en una entrevista con El Periódico de Catalunya. “La idea de esta gira trata sobre el fin del mundo, es una teoría catastrofista de J., pero nos envía a Florent (guitarra) y a mí (batería) a defender su tesis frente a la prensa mientras él se queda en casa rascándose un huevo”, apuntaba entonces Erik Jiménez.

Desconexión de la realidad

Hablemos claro: J se siente en otra esfera de la realidad, superior al resto de los mortales. En 2013, el Centro de Arte Dos de Mayo de Mostóles le invitó a su espacio “Carta Blanca”, donde debía proyectar una selección de “vídeos, cortos y found footage” que explicasen las relaciones entre música y política, desde su punto de vista. Aceptó el viaje, pero a última hora le dio pereza y endosó a sus sufridos fans la plomiza y pedante película-ensayo ‘La sociedad del espectáculo’ (1974), del situacionista Guy Debord. Por supuesto, no se quedó a la proyección, sino que se fue de cañas. Una vez terminada, con los asistentes resoplando, decidió que no tenía mucho que añadir. De hecho, en vez de argumentar su elección ya había escogido a un periodista para que le ahorrase el trabajo haciéndole unas preguntas.

Lo único que sacamos en claro aquella tarde es que J. nunca había votado, ni tenía intención de hacerlo, ya que “mi misión en la vida no es esa, sino componer canciones, que es algo mucho más útil para la humanidad”. ¿Han escuchado alguna vez a otra persona, aparte de él, decir que las canciones de Los Planetas son “útiles para la humanidad”? Sus metáforas políticas recurrentes están basadas en los maniqueos cómics de Marvel, a los que recurre para presentarse como superheróe contra los supervillanos que escoja en cada momento.

Paranoia política

Tras un cuarto de siglo de carrera, J. ha escrito dos letras combativas estupendas, 'Canción del fin del mundo' y 'Reunión en la cumbre', pero en general es incapaz de sentir verdadera empatía por cualquier injusticia que no le afecte personalmente. Su disco más comprensible es ‘Los Planetas contra la ley de la gravedad' (2004), un trabajo conceptual sobre los abusos de su discográfica. Esa falta de empatía y compromiso colectivo se traduce en que acaba empantanado en la egolatría clásica de las estrellas de rock, en contraste con su amigo Nacho Vegas, que sí ha sabido combatir la carga de narcisismo que conlleva la profesión.

El rockero asturiano ha sido capaz de insertar su trabajo de manera natural en la actividad cotidiana de movimientos "de abajo" como la PAH, CIES No y la red de casas okupadas, además de apoyar a los llamados “partidos del cambio”. J. dice sentirse cercano al 15M, pero no ha hecho nada para demostrarlo y el sentimiento de proximidad no es recíproco. Sencillamente estamos ante otro millonario incapaz de ver más allá de sus triviales incomodidades.

Posdata

¿Su última boutade? Decir que los medios nunca le han apoyado, cuando el grupo creció entre portadas de Tentaciones, Rockdelux y La Luna de El Mundo, rotación constante en Radio 3 y máximo espacio en secciones de Cultura, amén de ofertones de salas y festivales controladas por empresarios indie rebosantes de entusiasmo. J prefiere inventar lo que el mundo le debe antes que preocuparse por aportar algo realmente valioso, más allá de la melancolía, la autovictimización y el ombliguismo. Valga como ejemplo la delirante entrevista, nivel ‘Zoolander’, que publica este mes Mondo Sonoro, donde muestra su máximo empane sociopolítico.

J prefiere inventar lo que el mundo le debe antes que aportar algo realmente valioso, más allá de la autovictimización

¿La frase estrella? “El indie fue la única cultura de resistencia de los años noventa”. Ríanse del zapatismo, la popularización de las obras de Noam Chomsky y el movimiento antiglobalización, que cuajó en la mítica batalla de Seattle contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. ¿Otra ida de olla? “El capitalismo está acabado. Lo hemos hundido con los ocho discos anteriores de Los Planetas. El modelo capitalista está dando sus últimos coletazos con Trump, Le Pen y Mariano Rajoy, ejemplos de cómo el sistema intenta mantenerse a la desesperada”. ¿Los Planetas “acabaron con el capitalismo” con sus ocho discos anteriores? A cualquiera se le quitan las ganas de volver a preguntar nada a J. Ya cuesta demasiado tomárselo en serio.

Los Planetas actúan en Barcelona (21 de abril, Sala Apolo), Madrid (27 de abril, Teatro Circo Price), Valencia (18 de mayo, sala Moon) y Granada (25 de mayo, Palacio de Congresos).

Finales de los noventa. Me pasan una copia de un documental sobre Los Planetas que se grabó para la cadena de televisión Buzz. Entre los invitados, destaca el periodista musical Nando Cruz, una de las firmas más solventes sobre el indie, que les describe como “el mejor grupo posible para crecer entre los dieciséis y veintiséis años”. Casi de manera inconsciente, me veo en aquella época asintiendo con entusiasmo, eufórico ante la brillantez de la frase. ¿Qué mejor guía para esa etapa de inseguridad física, odio extremo al mundo adulto y primeros flirteos con las drogas? Veinte años después, le recuerdo la sentencia lapidaria a Cruz y suelta “Qué vergüenza”. Pone gesto de que quiere que la tierra se lo trague.

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