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Dejarse la piel en el museo: el arte del tatuaje
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Una historia de los márgenes del arte

Dejarse la piel en el museo: el arte del tatuaje

Motivos religiosos, maridos que van y vienen, una juventud alocada, una borrachera en Amsterdam, impulsos y arrepentimientos, un souvenir de Tailandia, el amor de madre... El cuerpo en vitrinas

El tatuaje, la tinta aplicada con dolor bajo la piel, acompaña al hombre desde el Neolítico, le ha ayudado a curar dolencias, a convertir a los niños en hombres y a recordar que todo en la vida pasa, pero que el amor de madre es una marca imborrable. Por primera vez, una exposición en el magnífico museo etnográfico del Quai Branly parisino, pone en perspectiva la dimensión artística e histórica de aquello que une a Erik Sprague, el hombre lagarto, con la Yakuza japonesa.

Hombres y mujeres han sentido a lo largo de la historia la necesidad de grabar de manera indeleble en el lienzo de su piel un recuerdo o una marca. Ötzi vivió hace 5.300 años y fue encontrado en los Alpes con 57 tatuajes, en su mayoría realizados con una función mágico-curativa. Angelina Jolie no ha llegado a tal número, pero ha dejado su piel marcada con un diario vital abierto al público: maridos que van y vienen, una juventud alocada, una borrachera en Amsterdam, impulsos y arrepentimientos, un souvenir de Tailandia a modo de tigre, un recuerdo de sus numerosos hijos, una madurez más, digamos, espiritualmente exótica. Incluso Winston Churchill tiene cabida en el brazo de la actriz.

El que se tatúa para destacar o por moda se arrepiente muy rápido

“La gente se tatúa por diferentes motivos, culturales, íntimos”, explica a El Confidencial Julien, la media naranja de Anne & Julien, duo de creadores y comunicadores, fundadores de la revista HEY! (de Arte moderno y cultura pop) y comisarios de esta exposición que reúne más de 300 obras entre fotografías, instrumentos, vídeos e incluso pieles humanas curtidas. Se trata, dice el autor, de una relación muy personal, tanto con el artista que marcará la piel para siempre, como con el acto de tatuarse. Suele -y debe- ser una decisión meditada y consciente, que se toma para sí mismo, porque “el que se tatúa para destacar o por moda se arrepiente muy rápido”, advierte.

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La moda, sin embargo, está ahí. Abrir la sección de deportes de los diarios es lo más parecido a tener entre las manosel catálogo de una tienda de tatuajes, lo mismo que la alfombra roja. Tribales o románticos, discretos o cubriendo cual prendas brazos enteros, piernas, espaldas. Deportistas y estrellas de cine han popularizado un arte que ha pasado al prime time. La muestraTatuadores, tatuadosdel Quai Branly se completa con las obras de artistas contemporáneos de la aguja como el japonésHoriyoshi III, el inglésXed LeHeado el polinesioChimé, y así hasta 30 maestros tatuadores, concebidas en lienzo o sobre moldes de silicona expresamente para la exposición.

Aunque común en todas las culturas y tan antiguo como el hombre, el tatuaje ha evolucionado de forma distinta en las diferentes esquinas del planeta. En Europa, por ejemplo, el cristianismo reprimió esta práctica durante cientos de años, y hasta el siglo XIX perduró principalmente como marca criminal. A partir del siglo XV, el tatuaje -cuya etimología procede del vocablo polinesio “tatau” (grabar)- se redescubre en Occidente gracias a los exploradores que viajan a Asia, Oceanía o América, y que traen fantásticos dibujos y grabados de nativos adornados con figuras geométricas, con fascinantes e intrincados diseños que indican su rango dentro de la tribu o su estado civil.

Tatuajes gama alta

Los exploradores recuperaron el tatuaje para Europa, pero los misioneros acabaron con él allende los mares. “Un decreto papal prohibió formalmente el tatuaje. Cuando llegaron los misioneros al Pacífico, una de las primeras cosas que hicieron fue acabar con los rituales, el tatuaje, la poligamia... los únicos que se resistieron y continuaron con este arte fueron los samoanos", explica a este diario Sébastien Galliot, especialista en tatuaje oceánico y consejero científico de la exposición. Su resistencia ha permitido que el archipiélago polinesio de Samoa quede como reducto de una continuidad entre el periodo premisionero y la actualidad.

Hay personas que vuelven a tatuarse diseños antiguos para evitar que la tradición se pierda

Pero ni siquiera las sociedades donde el tatuaje es entendido como un rito iniciático de pasaje a la vida adulta, con formas estandarizadas, son ajenas a las modas. "Desde el siglo XXI, cada vez más gente se tatúa en Oceanía por motivos personales. Hay personas que vuelven a tatuarse diseños antiguos para evitar que la tradición se pierda, pero también hay un componente de moda, porque son motivos popularizados por los medios de comunicación, los deportistas, las estrellas", explica Galliot.

La historia de esta técnica es tan extensa como heterogéneos sus usos. Los cruzados se tatuaban cruces en el brazo para no olvidar el motivo por el que acometían tamaña empresa. Hoy quizás se compran imanes para la nevera, pero los peregrinos coptos, sirios, abisinios o armenios que viajaban a Jerusalén en el siglo XVII o XVIII volvían a sus tierras con un souvenir en la piel de su paso por la ciudad santa, que acabaría, como ellos, convertido en polvo al fin de sus días. En Myanmar, Tailandia, Camboya y Laos los tatuajes se aplicaban -y se aplican- en medio de una ceremonia ritual religiosa para proteger a su portador.

En la Roma antigua se marcaba a los esclavos, en la China imperial a los delincuentes y el infame “Code Noir” (código negro) de Colbert en Francia estigmatizaba a prostitutas y criminales con la marca de la tinta. En Japón, otra de las culturas en las que el tatuaje ha pasado a ser un laborioso arte muy reconocido, aún hay saunas en las que no dejan entrar a los hombres tatuados por la asociación que se hace con la peligrosa Yakuza, la despiadada mafia nipona. Nietos de supervivientes del Holocausto se tatúan hoy en Israel o en Alemania o en Estados Unidos, el número que llevaron sus abuelos para prolongar su memoria en el tiempo y explicar, con esa tinta bajo la epidermis, un horror que las palabras jamás podrán expresar.

El circo de los horrores

Los motivos, religiosos, sociales y puramente personales, son muchos, y su historia, larga, compleja y diversa. Conocemos gracias a Alexandre Lacassagne, padre del “CSI” del siglo XIX, la iconografía de los delincuentes franceses de su época, documentada y fotografiada para la posteridad por este criminólogo, que retrata a hombres feroces marcados por imágenes obscenas, amenazantes o tan ingenuas como un cachorrito. Danzig Baldaev, funcionario del ministerio del Interior soviético documenta las marcas que los “zek”, los prisioneros de los gulag, se tatúan en el cuerpo, que hacen de ideario político y que les sirven para reafirmar su valentía en un medio hostil.

Pero si el tatuaje se asoció durante mucho tiempo al crimen, también ha sido motivo desde el siglo XIX de espectáculo con los conocidos como “Sideshows”, el circo de los horrores o de las curiosidades ambulante que acompañaba a los circos propiamente dichos y en los que la mujer barbuda convivía con el gigante, el forzudo y como no, el hombre tatuado. Salomé, “la policromía viva en 14 colores”, o Ricardo, el “duende viviente”, fueron estrellas de su época. Erik Sprague, el hombre lagarto, que además traga sables y duerme sobre una cama de pinchos, ha cogido el testigo de esa tradición.

La relación entre tatuador y tatuado es una “relación de intercambio”

Hoy, aunque banalizado por la proliferación de estudios a los que a veces se acude a comprar un tatuaje como el que se compra unos zapatos, una nueva generación de artistas ha llevado el arte de la tinta a una nueva etapa, en la que se distinguen dos corrientes principales: aquellos que reinterpretan la tradición, y los que exploran las posibilidades estilísticas ligadas a las artes gráficas, a la tipografía o a los píxeles.

Con el tatuaje entendido como un arte que utiliza el cuerpo como lienzo, la relación entre tatuador y tatuado pasa a ser una “relación de intercambio”, asegura Julien, uno presta su cuerpo a una persona que tiene una forma de entender el mundo y que va a dejar una marca para toda la vida. “Tiene que ser una relación de confianza, una relación elegida, íntima, artística, y que continuará a lo largo de los años si uno se sigue tatuando”, explica el comisario.

Documentar una muestra tan ambiciosa ha llevado dos años y mucho trabajo de investigación. “Había una historia del tatuaje desde el punto de vista antropológico o teológico, pero del tatuaje moderno, digamos desde principios del XIX hasta hoy, esa historia nunca se había escrito”, asegura el comisario de Tatuadores, tatuados, que puede visitarse hasta el 18 de octubre. Y esa historia está en constante evolución.

El tatuaje, la tinta aplicada con dolor bajo la piel, acompaña al hombre desde el Neolítico, le ha ayudado a curar dolencias, a convertir a los niños en hombres y a recordar que todo en la vida pasa, pero que el amor de madre es una marca imborrable. Por primera vez, una exposición en el magnífico museo etnográfico del Quai Branly parisino, pone en perspectiva la dimensión artística e histórica de aquello que une a Erik Sprague, el hombre lagarto, con la Yakuza japonesa.

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