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Tetas, 'selfies' y una fiesta privada
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juan francisco casas dibuja a setenta mujeres exhibiéndose

Tetas, 'selfies' y una fiesta privada

La pezonera chorrea cava. La piel blanca de la striper, que ya no tiene su vestido de lentejuelas, brilla con la bebida con la que se está regando...

La pezonera chorrea cava. La piel blanca de la striper, que ya no tiene su vestido de lentejuelas, brilla con la bebida con la que se está regando. El foco se apaga. La voluptuosidad de las mujeres desnudas que empapelan las mesas del garito se dispara con la luz roja y la madrugada. Son recortes fotográficos que recuerdan a la devoción exhibicionista del centenar de mujeres que entregaron a Juan Francisco Casas una fotografía propia ante un espejo, para que éste la convirtiera en parte de su llamativa obra. La mayoría de ellas descubren lo que se descubre a la vista de las luces rojas y la madrugada.

La caravana de fieles de Juan Francisco (La Carolina, Jaén, 1975) se conceden una prórroga tras la inauguración de su nueva exposición, en la Galería Fernando Pradilla (Madrid), que ha titulado (A)utopic. El grupo se refugia en el burlesque sabiendo que en estos momentos forman parte del inicio del proceso creativo del artista andaluz. Casas saltó a la fama hace casi una década con sus retratos hiperrealistas de amigos y amigas en fiestas, hechos con bolígrafos BIC y a un tamaño gigante.

Eran crónica de juergas con cámara. Por entonces, también empleaba el acrílico para dar testimonio de la noche más divertida. Desde entonces hasta hoy la fiesta ha derivado de la toma jaranera y espontánea, la frivolidad de la vida viva y de la borrachera nocturna al cuarto oscuro. Con los años, poco a poco, se ha ido retirando junto con sus modelos al interior de sus aposentos, para centrarse en el infinito abanico de las posibilidades de la intimidad.

El secreto mejor guardado

Siempre se ha mantenido en los límites de una fiesta privada y autobiográfica. Y a pesar de la algarabía, una obra silenciosa, muda. Congelada. Esta vez su estilo invisible hace cumbre: las fotos ni siquiera son suyas y lo autobiográfico se lo cede a su séquito. La serie se compone de casi setenta retratos en un tamaño que recuerda al de la Polaroid, de mujeres de Irán, Corea, Brasil, Australia, Rumanía, Argentina, Sudáfrica, Rusia, Estados Unidos, Italia, Venezuela, Canadá, México, Costa de Marfil, Ecuador, España...

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“Hazte una foto y mándamela”. Ese fue el llamamiento que lanzó en su Facebook hace un año y el resultado es un álbum fetichista, en el que las protagonistas construyen su propia imagen para los demás, a modo de llamada de atención o clave existencialista, donde se busca el gesto más erótico, la postura más provocadora, la mueca explícita. También hay alguna sutil. Camisas entreabiertas, salones y cuartos de baño, pezones encrespados y tatuajes, ropa interior, de la lascivia al pudor, de la entrega al rechazo, unas se disfrazan otras se desquitan. Algunas de ellas están esta noche aquí, en el garito del destape que huele a desinfectante.

Uno no sabe dónde empieza y dónde acaba la obra de Casas. Sus modelos se fotografían junto a sus retratos, hechos a partir de sus fotos… y luego salen todos juntos de copas. Y vuelta a empezar.

En el festival del destape

La cámara no podía desaparecer -era requisito-, el dispositivo es el nuevo objeto del deseo, la máquina que conecta la intimidad de las protagonistas con los demás. Parecen que se divierten desnudando el imperio de lo privado, no sé si buscan la compañía o el reconocimiento y la admiración. La intimidad es el nuevo escenario, pero la sobreabundancia es su extinción. Hay confesiones, alardes, proezas y una soledad aplastante.

La repetición de todas estas vidas crea unespectáculo de la intimidad, que al hacerse pública se vuelveilusión de popularidad. Y en la perversión del imperio de lo privado sobre lo público, Juan Francisco sale victorioso por su intachable técnica, pero sobre todo por el retrato que ha conseguido: el artista acaba de inaugurar la secuencia de una comunidad autorreferencial, que sin el sexo pierde su excepcionalidad.

La cacareada psicología de los retratos renacentistas ha quedado anulada. La profundidad no interesa, se impone la inmediatez. El disfraz que oculta en qué trabajan, qué piensan, a qué se dedican, si ese cuarto de baño es el de la casa de sus padres, si son burguesía o aristocracia, quizá haya alguna trabajadora despedida entre ellas, pero no lo averiguaremos porque son retratos en los que no se muestran tal y como son, sino tal y como quieren exhibirse. Tal y como creen que quieren que las veamos. Metáfora perfecta del show de las relaciones contemporáneas.

Erotismo y prototipos

placeholder Una de las obras de Casas en ARCO.
Una de las obras de Casas en ARCO.

La reiteración de prototipos eróticos y pornográficos ofrece intimidad a cambio de devoción. También puedes comprarlo. “¿Cuánto cuesta éste?”, pregunta a uno de los ayudantes de la galerista una mujer que se acerca con su marido al retrato más desnudo de todos y que menos enseña, gracias a un escorzo imposible. “2.500”, responde. “¿Y en cuánto se queda?”, contraataca la mujer. “En 2.500”, sin ceder ni un milímetro el vendedor. En el festival de pechos al cierre de la inauguración se han vendido diez de estas estampas. También hay tres imágenes gigantes, que reciben al visitante, de “Sofi”, por 24.000 euros cada una.

Juan Francisco no lleva la cámara esta noche. Va impecable, celebra una nueva parada en su popular trayectoria con sus amigos y su familia en el café con pezoneras. Es el impresionista con boli de una comunidad afectiva. Ésta ha perdido sus secretos y el artista la realidad. Al convocar por las redes sociales la construcción de la imagen de uno mismo, invita a superar lo real, aunque él sea hiperrealista. Mejor dicho, hiperidealista. Porque como las pezoneras de nuestra cabaretera al cava, que hace desaparecer sus pechos, estos retratos de Casas ocultan la realidad, bajo su representación.

La pezonera chorrea cava. La piel blanca de la striper, que ya no tiene su vestido de lentejuelas, brilla con la bebida con la que se está regando. El foco se apaga. La voluptuosidad de las mujeres desnudas que empapelan las mesas del garito se dispara con la luz roja y la madrugada. Son recortes fotográficos que recuerdan a la devoción exhibicionista del centenar de mujeres que entregaron a Juan Francisco Casas una fotografía propia ante un espejo, para que éste la convirtiera en parte de su llamativa obra. La mayoría de ellas descubren lo que se descubre a la vista de las luces rojas y la madrugada.

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