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El desengaño de un franquista en el 36
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memorias de un 'ministro' del régimen

El desengaño de un franquista en el 36

El primer 'ministro' de exteriores del franquismo cuenta en un libro las interioridades y el descontrol del gobierno nacional durante los primeros meses de guerra

Foto: Francisco Franco en los años de la Guerra Civil
Francisco Franco en los años de la Guerra Civil

He aquí uno de los grandes personajes tragicómicos de la Guerra Civil. Don Francisco Serrat Bonastre, secretario de Relaciones Exteriores del franquismo tras arrancar la guerra, cuando Franco montó su primer gabinete en Salamanca. Parecía que ya lo habíamos visto todosobre el conflicto español, pero estamos ante un perfil que tiene algo de inaudito, como demuestran sus memorias, Salamanca, 1936 (Crítica, 2014), que se desvelan ahora, ya que Serrat Bonastre las escribió entonces para uso privado de sus familiares.

La tragedia cómica de Serrat Bonastre es la siguiente. Diplomático y embajador en tiempos de la II República, regresó a España en 1936 para ponerse al servicio de los sublevados… y al poco tiempo empezó a rayarse hasta el punto de querer salir despavoridode allí.

Pero no nos equivoquemos: no estamos hablando de un problema ideológico.

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Serrat Bonastre no tenía ninguna duda, ni antes ni después de su desengaño con el franquismo, de que la guerra era justa y necesaria para parar la presunta bolchevización de España. Lo que le sacó de sus casillas fueron los niveles de descontrol, incompetencia y arbitrariedad que vio en los meses que pasó en Salamanca y Burgos tratando de poner orden en la política exterior franquista. Mandato que acabó endespido, exilio y repudio.

Un franquista contra el franquismo

De esta jugosa contradicción, un franquista contra el franquismo, surge parte del valor historiográfico del libro. Primero, porque Serrat Bonastre tiene información de primera mano sobrela fontanería franquista. Segundo, porquenadie puede acusarle de distorsionarla por cuestiones ideológicas. Tercero, porque casi todos los libros de altos cargos del régimen de esa época tienden a la hagiografía (y no es su caso).

Salamanca, 1936 es una mina informativa, en opinión del historiador Ángel Viñas, encargado de la edición y de un largo análisis sobre la heterodoxa figura de Serrat Bonastre.

La sinceridad, en efecto, es uno de los puntos fuertes del libro. Uno ve como Serrat Bonastre va cayendo poco a poco en la desesperación más absolutaal sentirse rodeado porpersonas entregadas a las"decisiones arbitrarias" y chapuceras. Cualparodia involuntaria de un funcionario prusiano obseso de la eficacia y el orden, aBonastre le preocupamás el descontrol enla oficina franquista que la guerra en sí, un poco como eloficial británicode El puente sobre el río Kwai:tanenfebrecido por hacer bien su trabajo, construirel maldito puente, que acaba sumándoseal esfuerzo bélico del enemigo japonés.

A vueltas con el malestar

Del desasosiego de Serrat Bonastre no se libra ni el mismísimo Caudillo. Aunque admiraba al líder militar, el diplomático salía siempre frustradode susdespachoscon Franco. Resumiendo: el Generalísimo tenía graves problemas para mantener la concentración en el mismo tema más de cinco minutos. Como si en lugar de estar despachando con un afamado estadista, Bonastre estuviera anteun fumeta con tendencia a la dispersión. O algo. “Franco se distraía y se daba a la charleta. No estaba volcado en la tarea de gobernar”, resume Viñas.

He aquí la impresión con la que salió Serrat Bonastre de su primera reunión con Franco: “Apenas planteaba yo una cuestión concreta sobre política exterior, se me iba por las ramas, volviendo al relato de la acciones militares, o se perdía en comentarios sobre los manejos de ‘los rusos’ o las atrocidades de ‘los rojos’, sin contarme nada nuevo”.

La languidez de la conversación de Franco, las interrupciones del teléfono, de los ayudantes y de otros oficiales, no daban el sentimiento de un hombre preocupado por un trabajo agobiante

El diplomático, por tanto, salíasiempre confuso del despacho. Como si estuviera delante de un jefe incapaz de centrarse y gestionar los numerososconflictos del día a día enla oficina. Así concluye su primera impresión sobre Franco como gestor de gobierno: “Me pareció un hombre ecuánime, en medio de tanta pasión, ponderado y sereno. Sin embargo diría que esta misma serenidad, unida a la vaguedad de pensamiento que ya he señalado, producía una impresión de falta de energía. La languidez de la conversación (a la que yo mismo hube de poner fin), las interrupciones del teléfono, de los ayudantes y de otros oficiales, no daban el sentimiento de un hombre preocupado por un trabajo agobiante”.

Agitación exterior

Más allá del caos burocrático existente dentro de la sede gubernamental, el diplomático también se percatóde que en las calles reinaba la impunidad y el mal gobierno:

La función se remata con su opinión sobre uno de los errores culturales más sonados de los primeros meses del franquismo: la reprimenda de Millán-Astray a Unamuno en la Universidad de Salamanca. O el día en el que Serrat Bonastre se dio cuenta de que el franquismo también estaba dispuesto a llevarse por delante a los suyos:

“Por desgracia estaba entre los presentes el general Millán-Astray, encarnación suprema del patriotismo irreflexivo, que, excitado sin duda por tanta palabrería para él hueca de sentido, cedió a su impetuosidad y, sin respeto a la solemnidad del acto ni a la representación del orador, le interrumpió bruscamente para lagar una arenga de las suyas, estilo Tercio, con todo el chinchín del patrioterismo y los lugares comunes de ‘condenación de los traidores de la patria’ y demás mojiganzas tan gratas a un público simplista. Recibió una magna ovación. Y así terminó aquella reunión, modelo acabado del espíritu de la raza que se trataba de encomiar”.

He aquí uno de los grandes personajes tragicómicos de la Guerra Civil. Don Francisco Serrat Bonastre, secretario de Relaciones Exteriores del franquismo tras arrancar la guerra, cuando Franco montó su primer gabinete en Salamanca. Parecía que ya lo habíamos visto todosobre el conflicto español, pero estamos ante un perfil que tiene algo de inaudito, como demuestran sus memorias, Salamanca, 1936 (Crítica, 2014), que se desvelan ahora, ya que Serrat Bonastre las escribió entonces para uso privado de sus familiares.

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