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La catedral del azúcar se derrite
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La catedral del azúcar se derrite

La artista estadounidense Kara Walker exhibe una polémica instalación de azúcar que rememora el pasado esclavista de EEUU

Foto: Instalación de Kara Walker
Instalación de Kara Walker

El olor es dulce y agrio, como suelen ser, si pudieran olerse, las obras de Kara Walker. Pero en este caso las esculturas de esta artista estadounidense de 44 años que le ha dedicado su carrera a ironizar con humor y con violenciasobre el pasado esclavista de EEUU sí pueden olerse porque están hechas con azúcar y melaza. El aroma es espeso porque además están instaladas en el interior del que fuera uno de los grandes templos del azúcar mundial, la fabrica Domino Sugar, en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, uno de los emblemas históricos y arquitectónicos de Nueva York.

Construida a finales del silgo XIX, allí se refinaba la mitad del azúcar que se consumía en EEUU y durante décadas fue la fábrica más grande del país. Poco a poco la industrializada Nueva York fue dejando paso a una economía basada en el comercio y aunque en 2000 la fábrica volvió a dar titulares porque sus trabajadores protagonizaron una huelga de veinte meses, en 2004 se clausuró.

Desde entonces, los vecinos han fantaseado y luchado para reconvertir el espectacular edificio de ladrillo en un gran centro cultural para la comunidad pero la cruda realidad neoyorquina, donde el dinero es más rey que en muchos otros lugares, le ha ganado la batalla al idealismo. Tras la exposición de Kara Walker, este edificio, símbolo de un Brooklyn obrero que ya no existe, será demolido para dejar paso a apartamentos de lujo con vistas al East River, la tónica dominante ahora en una ciudad cada vez más gentrificada.

La instalación de Walker convierte sus dimensiones en espectáculo: la pieza central es una esfinge de azúcar blanco de 25 metros de largo y 11 de alto que representa a una mucama de rasgos claramente negros inspirados en el propio rostro de la artista. Distribuidos por todo el espacio hay pequeños obreros del azúcar (sin refinar): niños-esclavo del color negruzco de la melaza porteando cestas de bananas o azúcar. El calor ha contribuido decisivamente a darle un aire de absoluta decadencia y desasosiego a la instalación, titulada A subtlety, una palabra con la que en la Edad Media se denominaba a las esculturas de azúcar que se servían para marcar el principio o el fin de cada plato del menú en los festines de ricos aristócratas .

Con las altas temperaturas veraniegas muchas de las esculturas han empezado a derretirse creando una extraña sensación cuando se camina entre ellas. Niños rotos, caídos y en descomposición, hileras de azúcar negro creando grandes manchas oscuras que reflejan la luz que entra a través de ventanales decrépitos y al fondo, esa esfinge silenciosa presidiendo el espacio con los pechos desnudos y el trasero en pompa mostrando abiertamente la vulva. El arte como espectáculo, pero con conciencia, se supone.

¿El segundo título de la muestra? The Marvelous Sugar Baby, an Homage to the unpaid and overworked Artisans who have refined our Sweet tastes from the cane fields to the Kitchens of the New World. (La maravillosa Sugar Baby, un homenaje a los artesanos no pagados y explotados que refinaron nuestros dulces paladares desde las plantaciones de caña a las cocinas del nuevo mundo).

Todo hace política y artísticamente ‘clic’ a la perfección excepto si uno se para a leer la letra pequeña. Las muchas toneladas de azúcar utilizadas y el dinero para la exposición lo ha puesto Domino Sugar, la misma empresa que esclavizaba negros hace siglos para que los estadounidenses endulzaran el café. Ya se sabe que toda gran empresa se lava hoy las manos sucias de su pasado (o presente) contribuyendo económicamente al arte o a las causas verdes pero en este caso, resulta especialmente irónico porque además Kara Walker ha hecho de la crítica al poder una de sus señas de identidad y aceptando entrar en este juego, su guerrera propuesta pierde… azúcar.

Además, otros condimentos contribuyen a amargar el dulce. Jed Walentas, fundador de la empresa inmobiliaria Two Trees, propietaria del solar sobre el que está la fábrica, es parte del consejo de asesores de Creative Time, la organización que le encargó a Walker la instalación. Por último, la gala anual de Creative Time, donde los ricos de Nueva York se dejan ver para dejar constancia de su contribución a las causas artísticas, también se celebró en esta antigua catedral del azúcar que se ha convertido, extrañamente, en un complejo símbolo de las fuerzas que hoy en día mueven los hilos (y las ideas) del arte contemporáneo.

El olor es dulce y agrio, como suelen ser, si pudieran olerse, las obras de Kara Walker. Pero en este caso las esculturas de esta artista estadounidense de 44 años que le ha dedicado su carrera a ironizar con humor y con violenciasobre el pasado esclavista de EEUU sí pueden olerse porque están hechas con azúcar y melaza. El aroma es espeso porque además están instaladas en el interior del que fuera uno de los grandes templos del azúcar mundial, la fabrica Domino Sugar, en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, uno de los emblemas históricos y arquitectónicos de Nueva York.

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