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El gemelo malévolo de José Saramago
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'enemy' se presenta en san sebastián

El gemelo malévolo de José Saramago

Denis Villeneuve borda su adaptación de la novela del Nobel luso sobre un hombre con un doble

Foto: 'Enemy' de Denis Villeneuve
'Enemy' de Denis Villeneuve

Todo el mundo tiene una escena de terror favorita; o sea; una que te pega tal pedrada que reaparece periódicamente en tus pesadillas. La de este reportero es una de Carretera perdida (David Lynch, 1997) en la que un tipo (Bill Pullman) va a una fiesta e inicia una conversación con un hombre extraño que dice conocerle. “Nos conocimos en su casa”, dice el extraño mirándole de un modo muy raro. Y, con una sonrisa malévola, añade. “De hecho, estoy allí ahora”. ¿Perdón? Para probarlo, dice: “Llámeme a su casa ahora mismo”. Un horrorizado Pullman marca su número y le responde la voz del hombre misterioso que está delante de sus narices. Entonces se inicia la conversación telefónica más demencial de todos los tiempos: “¿Cómo ha entrado usted en mi casa?”, pregunta Pullman. Y el señor extraño le responde: “Usted me invitó. No suelo presentarme donde no me han llamado”. En una palabra: Socorro. Esta fiesta se nos ha ido de las manos.

Pocas situaciones resultan más inquietantes que una persona en dos sitios a la vez. Enemy, en la que Denis Villeneuve adapta la novela El hombre duplicado de José Saramago, va precisamente de eso. La cinta, una coproducción Canadá/España que compite por la Concha de Oro, cuenta las peripecias de un profesor universitario (el gran Jake Gyllenhaal; Brokeback Mountain, Zodiac) que descubre a su doble. No a un tipo que se parece mucho a él sino a un tipo que es exactamente igual que él. Lo cual, dicho así, no es que sea inquietante es que es… para cagarse la pata abajo.

El director canadiense, autor de Incendies, juega la baza de inquietar al espectador desde el primer minuto con una mezcla de música angustiosa y puesta en escena opresiva. Hasta que uno alcanza un desasosiego profundo que no tiene que ver con los sustos, sino con ver como la realidad se va plegando delante de tus ojos, como se quiebra el concepto de identidad sin que podamos hacer nada para evitarlo, hasta que parece que estemos ante el siguiente experimento: José Saramago atrapado en el cuerpo de David Lynch. O, si prefieren, José Saramago y David Lynch tomando setas alucinógenas en un bloque de apartamentos. Insistimos: Socorro.

Llegado el momento de resolver la función, Villeneuve decide echar un poco el freno y, en lugar de echarse al monte y dejarse llevar por una de esas derivas lynchianas imposibles en la que la realidad se dilata y encoge como en un cuadro de Dalí, opta por un cierre más o menos convencional (dentro del taladro cerebral que es Enemy).

La cinta bascula pues entre la fantástica posibilidad de que tengamos un doble y el horror de que el otro no sea más que uno mismo en fase de violenta fantasía escapista para huir de la rutina matrimonial. Hay que elegir, por tanto, entre la locura de que exista un tipo igual que tú y la locura de admitir que se nos ha ido la cabeza y que el calcetín con ojos y boca de nuestra mano derecha ha tomado el control de nuestras vidas. Esto es lo que hay, amigos.

Por si todo esto no fuera ya suficientemente raro, Denis Villeneuve se presentó en la rueda de prensa con un jet lag de escándalo, como él mismo admitió. Así que más que aclarar el enigma de su película, se dedicó a potenciar la ceremonia de la confusión. Con licencia poética, eso sí: “Las películas que me gustan son las que ofrecen más preguntas que respuestas. Aquellas en las que se van abriendo puertas que esconden enigmas que no se acaban de resolver”.

Respuestas, por cierto, que tampoco pudo resolver José Saramago: el Nobel portugués murió el mismo día de 2010 en el que Villeneuve le iba a enviar un cuestionario con sus dudas sobre el libro, como recordaron hoy los productores del filme.

Villeneuve, no obstante, acabó zanjando las dudas del respetable con un martillazo: “He hecho esta película con la libertad de un hombre que sueña despierto”. Traducción: Que en Enemy vale todo, vaya.

La película, que polarizó ayer al respetable, quizás porque el cine de género (entre el terror y el fantástico, en este caso) no acaba de encajar en los festivales, bordea por momentos la obra maestra. Muy buena. ¡Larga vida a los gemelos malévolos!

Todo el mundo tiene una escena de terror favorita; o sea; una que te pega tal pedrada que reaparece periódicamente en tus pesadillas. La de este reportero es una de Carretera perdida (David Lynch, 1997) en la que un tipo (Bill Pullman) va a una fiesta e inicia una conversación con un hombre extraño que dice conocerle. “Nos conocimos en su casa”, dice el extraño mirándole de un modo muy raro. Y, con una sonrisa malévola, añade. “De hecho, estoy allí ahora”. ¿Perdón? Para probarlo, dice: “Llámeme a su casa ahora mismo”. Un horrorizado Pullman marca su número y le responde la voz del hombre misterioso que está delante de sus narices. Entonces se inicia la conversación telefónica más demencial de todos los tiempos: “¿Cómo ha entrado usted en mi casa?”, pregunta Pullman. Y el señor extraño le responde: “Usted me invitó. No suelo presentarme donde no me han llamado”. En una palabra: Socorro. Esta fiesta se nos ha ido de las manos.

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