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Los Karamázov se comen a Stieg Larsson
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primera traducción en medio siglo del clásico

Los Karamázov se comen a Stieg Larsson

Es una novedad con casi un siglo y medio de vida. Dostoievski suena moderno, no como la última traducción que se hizo de su obra cumbre

Foto: Una escena de la adaptación de la novela de Dostoievski, dirigida en 1958 por Richard Brooks.
Una escena de la adaptación de la novela de Dostoievski, dirigida en 1958 por Richard Brooks.

Existe una curiosa relación entre los traductores y los restauradores urdida en el manto de la invisibilidad con el que ambos oficios arropan sus labores. Fraguados en el silencio y la fidelidad, pero también en el enriquecimiento de lo que tocan y cuya virtud se puede resumir en la máxima: es más importante lo que dejas que lo que te llevas.

Restauradores y traductores pasan un “paño limpiador” por la obra, para quitar la suciedad y devolverle el lustro y el esplendor con la que fue concebida por su autor. Eso ocurre estos días con la nueva traducción al castellano de Los hermanos Karamázov. Tres traductores pasan un pañito a la obra cumbre de Fiodor Dostoievski más de medio siglo después de la última versión que se hizo y la dejan como nueva para la editorial Alba. Porque la lengua envejece, se vuelve amarillenta, se le acumula el polvo por las esquinas y cuando, décadas más tarde, escuchamos a Dimitri, Iván y Alexei no nos imaginamos a tres hermanos enfrentados por el asesinato de su padre, sino a tres abuelos suspendidos en la posguerra española.

“Suena anticuado, aunque sea perfectamente legible. Sin embargo, Dostoievski es mucho más moderno que cualquiera de las traducciones que hagamos”, asegura Fernando Otero, el traductor que coordina las labores de recuperación de un clásico para los lectores contemporáneos, más dispuestos a engancharse al porno de las sombras y a los crímenes de Stieg Larsson. “La novela policíaca debe muchísimo a Los Karamázov: hay un crimen, hay suspense…”, explica el editor de Alba, Luis Magrinyà, que reconoce que no se había atrevido a leer uno de los ochomiles de la literatura universal hasta que decidió editarla.

Crimen y diversión

placeholder Otra escena de la película basada en el clásico de Dostoievski.

“Es muy divertida, con mucho humor, con una acción trepidante… ¡casi un blockbuster! Adelanta el monólogo interior y al autor entrometido que se dirige al lector para decirle lo que va a hacer y lo que no. Es una lectura imprescindible e ineludible”, cuenta a este periódico el editor de Alba, que pondrá en la calle, el próximo noviembre, la nueva edición de Los Karamázov.

Ya sabemos que un delito organiza la trama, pero el libro termina revelándose como una novela ético-filosófica y político-social. Algo impensable para cualquiera de los superventas a los que nos hemos referido. Marta Rebón, una referencia esencial en el tránsito del ruso al castellano, participó en el arranque del proyecto y señala la sabiduría de Dostoievski como un duro escollo: “Su vasta erudición, su saber filosófico y enciclopédico, su gran dominio de la Biblia, de las vidas de santos, de los textos de los místicos y teólogos ortodoxos…”.

Además, Rebón añade que es un autor de oración compleja, a menudo larga y con abundantes repeticiones, tantas que la tentación es domesticar su sintaxis, “algo a lo que no hay que sucumbir, pues es una característica importante de su estilo”.

Un nuevo público necesita una nueva traducción

Al equipo de traductores todavía le queda la recta final del libro. Empezaron con la palabra de Dostoievski el pasado mes de febrero y una vez finalicen la versión, revisarán, unificarán y limarán con el editor, hasta dejar una obra sin aristas, redonda. Porque, a fin de cuentas, ¿a quién debe fidelidad el traductor: a su tiempo, al del autor? “Por prosaico que suene, el traductor se debe al editor, que es quien fija los plazos de entrega y las tarifas”, sentencia Rebón. “¿Qué se quiere aportar con una nueva edición? Habrá editores que apuesten por el rigor filológico y la máxima calidad”.

El editor aclara: “Un nuevo público necesita una nueva traducción. Republicar sin hacer una nueva no habría servido para nada, porque estas obras magnas y faraónicas lo piden”. Para Magrinyà a la última versión de Los Karamàzov, de Augusto Vidal, le había llegado su hora. Porque, a pesar del valor de su trabajo, los criterios de traducción han cambiado.

El algodón no engaña

Otero indica que Vidal abreviaba con facilidad los párrafos que le parecían largos, unía frases que en el original estaban separadas. Ahora es distinto: prima el respeto por un estilo tan indomesticable. Y si se domestica es por la tangente. No hay subordinación, ni conjunciones. “Esta novela siempre ha tenido la fama de estar escrita deprisa, sin cuidado, pero en realidad está creando y organizando su propio estilo”, cuenta Magrinyà.

Veamos a qué se refiere: comparemos. En la traducción de Augusto Vidal se lee: “Al pie mismo de la ventanase distinguíael camino lleno de barro, y más allá, entre la bruma lluviosa,se destacabanlas hileras negras, pobres,miserables, de las isbas, que parecían aún más negras y míseras debido a la lluvia. Mitia se acordó del «rubicundo Febo» y de que quería suicidarseal aparecer el primer rayo del sol. «La verdad es que en una mañana como ésta aún habría sido mejor»,se dijo con una sonrisa amarga, etc”.

En la nueva traducción de Otero, Sánchez y Rebón: “Justo al pie de la ventanase veíaun camino embarrado, y a lo lejos, entre la bruma lluviosa, las hileras negras, pobres, deprimentes, de las isbas, que parecían aún más negras y pobres por la lluvia. Mitia se acordó del «rubicundo Febo» y de cómo había querido dispararsecon su primer rayo. «Seguramente en una mañana como ésta habría sido aún mejor»,se sonrió,etc”.

El traductor completa el trabajo de autoría. No debe ser una sombra que oscurezca, sino una que ilumine

Fernando Otero aclara que este párrafo ilustra las mejoras de una a otra traducción. Son sutilezas, errores de poca monta, que acumulados, contribuyen a un resultado menos preciso y menos fiel al original. El trabajo de Vidal añadió “con cierta arbitrariedad” nuevos verbos, mientras que el actual ha tratado de acercarse lo máximo posible a la carga semántica del original y respetar las construcciones más escuetas de Dostoievski. “Ese deseo de redondear y adornar sus expresiones falsea levemente el estilo del autor ruso y es algo que, en la medida de lo posible, hemos procurado evitar”, añade Otero, que también es la primera vez que lee este novelón. Curiosamente, cuanto más fiel al siglo XIX, más moderno.

Una lengua actual, para un público nuevo. Una novedad de un siglo y medio. Gracias a la mediación de los traductores existe la literatura universal, escribió George Steiner en Después de Babel (1975). Gracias a las nuevas traducciones los clásicos son más contemporáneos, siempre con la garantía de la fidelidad al original… ¿no?

Lucha por rejuvenecer

“Estoy contra el traductor que deja su sello, pero es inevitable que su sombra planee sobre el texto, siempre para sumar en la misma dirección que el autor”, explica Rebón. “Porque el autor escribe para el lector de su propia lengua, no para el que le leerá en la traducción. Es ahí donde el traductor completa el trabajo de autoría. No debe ser una sombra que oscurezca, sino una que ilumine, si se me permite la antítesis”.

La lucha de los restauradores como de los traductores es contra el tiempo, que consume y envejece lo mismo una traducción, que una pintura. Siguen las pistas que dejan los autores y las cuidan, aunque nunca les conocieron. Los cirujanos del lenguaje libran una batalla entre el pasado y el presente por devolver a la palabra una novedad de casi siglo y medio de antigüedad. Pintores muertos, escritores muertos. Sin embargo, nadie mejor que ellos sabe de sus gestos, tics, dejes, guiños, manías y licencias. Todo lo que les define.

Traductores (restauradores), se camuflan entre sus caprichos y señales para servirles con lealtad. No pueden más que fingir ser el genio, desaparecer y lograr la apariencia exacta al original: no se les nota, no se les oye, no se les escucha, no molestan, no hacen tropezar al lector. Habitan ninguna parte y se asoman brevemente en su escondite de la página de créditos. No leemos a los autores, sino a ellos, los invisibles.

Existe una curiosa relación entre los traductores y los restauradores urdida en el manto de la invisibilidad con el que ambos oficios arropan sus labores. Fraguados en el silencio y la fidelidad, pero también en el enriquecimiento de lo que tocan y cuya virtud se puede resumir en la máxima: es más importante lo que dejas que lo que te llevas.

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