Es noticia
Kipling, Andersen y Jarry, en la biblioteca infantil de Jean Echenoz
  1. Cultura
EL ESCRITOR FRANCÉS RECUERDA LOS LIBROS QUE MARCARON SU INFANCIA

Kipling, Andersen y Jarry, en la biblioteca infantil de Jean Echenoz

Echenoz guarda los libros de su infancia, como también las escenas que le traumatizaron cuando los leyó. No quiere volver ni a unos ni a otras.

Foto: Kipling, Andersen y Jarry, en la biblioteca infantil de Jean Echenoz
Kipling, Andersen y Jarry, en la biblioteca infantil de Jean Echenoz

Echenoz guarda los libros de su infancia, como también las escenas que le traumatizaron cuando los leyó. No quiere volver ni a unos ni a otras. Esos textos violentos y crueles a los que se refiere son cuentos de los hermanos Grimm y de Hans Christian Andersen. El escritor francés se reconoce en su infancia como lector insaciable y la suerte de unos padres melómanos, lectores y cinéfilos. De aquella etapa arrastró una lectura hasta su primer ejercicio novelístico El meridiano de Greenwich (1998), que recuerda como “una referencia a la fascinación al descubrimiento de la literatura”. En esa entrega e inmersión el lector también fabrica, explica.

El nacimiento de Echenoz escritor sucedió en el momento en que logró trascender el relato y hacer del texto objeto. Ocurrió con el escritor simbolista Alfred Jarry (1873-1907). No especificó ante el público que asistió al auditorio del Instituto Francés de Madrid, en charla con Alberto Manguel, si fue con Ubú rey el libro que sintió por primera vez “como texto vivo”. Pero sí aclaró que el autor, al que ya no siguió leyendo, le impresionó por el juego con el verbo y las posibilidades narrativas del texto.

Es la propia escritura la que desarrolla las ideas, se fabrican en el trabajoEl libro que subrayó sobre cualquiera fue “Historias de tierra y mar para scouts y guías”, de Rudyard Kipling. “Me ha influido mucho. Mi madre me lo leía y lo he guardado desde entonces de forma fetichista. Hasta que hace unas semanas lo saqué para leérselo a mi hija. Me he dado cuenta de que es un texto muy sofisticado y quizás demasiado complicado para seis años”. Alberto Manguel apuntó que él guardaba para sí mismo las palabras complicadas de los libros difíciles, “como si fuesen palabras mágicas”. Echenoz replicó al momento: “Lo más complicado no es un obstáculo, sino un tesoro”.

El autor francés no se ve capacitado para escribir libros infantiles, ni teatro, ni ensayo, “porque tengo poquísimas ideas”. “Eso no es problema, hoy se escriben tantos ensayos con tan pocas ideas”, punteó irónico Manguel. Entonces Echenoz aseguró que, en su caso, las ideas no vienen antes que la escritura. “Es la propia escritura la que desarrolla las ideas, se fabrican en el trabajo”. El escritor tiene la sensación de haber escrito para él mismo durante sus primeros años como escritor aficionado. Y antes de caer en la solemnidad, rebozó su pasado con ironía bien rallada para aclarar que escribía sobre cualquier cosa sin importarle mucho más y así ha continuado haciéndolo durante 30 años. “La conciencia de que sólo escribía tonterías no me impidió seguir escribiendo. He sentido desde antes de los 10 años que debía escribir porque no había nada mejor que hacer”.

Una vez escritor, Echenoz confirma que hay una relación íntima con el lector. Cada lector crea una biblioteca íntima, crea su mundo. En ese sentido advierte de la falsa posición del escritor engolado que declara que no piensa en el lector cuando escribe: “Eso es algo completamente hipócrita, porque lo que haces es inscribirte en un juego social”.  

Echenoz guarda los libros de su infancia, como también las escenas que le traumatizaron cuando los leyó. No quiere volver ni a unos ni a otras. Esos textos violentos y crueles a los que se refiere son cuentos de los hermanos Grimm y de Hans Christian Andersen. El escritor francés se reconoce en su infancia como lector insaciable y la suerte de unos padres melómanos, lectores y cinéfilos. De aquella etapa arrastró una lectura hasta su primer ejercicio novelístico El meridiano de Greenwich (1998), que recuerda como “una referencia a la fascinación al descubrimiento de la literatura”. En esa entrega e inmersión el lector también fabrica, explica.