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Así fue la Cataluña (y la España) de la 'derecha divina', según Sergio Vila-Sanjuán
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EL HEDONISMO DE LA BURGUESÍA FRANQUISTA

Así fue la Cataluña (y la España) de la 'derecha divina', según Sergio Vila-Sanjuán

Un mundo de esplendorosas mujeres, altas y rubias, de hombres con camisas inarrugables, de coches relucientes y de refrigeradores llenos de comida. Era la España de

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Así fue la Cataluña (y la España) de la 'derecha divina', según Sergio Vila-Sanjuán

Un mundo de esplendorosas mujeres, altas y rubias, de hombres con camisas inarrugables, de coches relucientes y de refrigeradores llenos de comida. Era la España de principios de los 60, o al menos, el mundo ideal que los creativos trataban de proyectar sobre una sociedad deseosa de una vida mejor. Este tipo de imágenes, pura publicidad aspiracional, era en la que trabajaban agencias innovadoras como las de Lluis Bassat, Victor Sagi o Leopoldo Rodés, a través de la cual se construían las ilusiones de una población que estaba saliendo del infraconsumo y entrando de lleno en la sociedad de los bienes abundantes. Esos dos mundos, el de las clases adineradas que estaban introduciendo la modernidad en un país atrasado, y el de los españoles que partían llenos de energía desde su pueblo con destino a la clase media, confluyen en Estaba en el aire, la novela ganadora del Premio Nadal.

La burguesía española de los sesenta decide que hay que vivir de forma hedonistaPara su autor, el periodista Sergio Vila-Sanjuán, nacido en Barcelona en 1957, aquellos tiempos, que eran en los que (crecieron) los Mad Men españoles, “eran más ingenuos vistos desde nuestra perspectiva, pero también más duros, más divididos socialmente. Hay que tener en cuenta que al principio de los sesenta había un receptor de televisión por cada barrio, y que al final de la década ya había uno por cada casa. Es el momento en que la clase media se forma, y se inicia ininterrumpidamente”.

Entre las élites y el pueblo

En Una heredera de Barcelona, su primera novela, Vila-Sanjuán ya había incidido en ese contraste entre las élites y las clases menos afortunadas, en esa mezcla de lujosos escenarios y de pobreza callejera. Pero en ese salto de 40 años, aparece un elemento esencial para entender la época, toda vez que la clase alta española de la época en que se ambienta su anterior obra, los años 20, “estaba imbuida de catolicismo y de valores religiosos, mientras que en los sesenta la burguesía española se paganiza y decide que hay que vivir de forma hedonista”. En ese estrato florece la Droite divine, una burguesía con muchos recursos, que solía montar espléndidas fiestas, que era bien conocida en las noches barcelonesas y que tenía una vida sentimental agitada.

Son franquistas, y eso les ha proporcionado contactos y contratos que les permiten vivir muy bien“Es una parte de la sociedad mucho menos conocida que la Gauche divine, mucho menos desarrollada literariamente, y en la que se dejaban sentir notorias contradicciones, en lo personal y en lo político. Son personas que, como uno de los protagonistas de mi novela, el industrial tal, están muy metidos en el sistema, y están haciendo grandes fortunas. Son franquistas, estaban en la guerra en ese bando, y eso les ha proporcionado contactos y contratos que les permiten vivir muy bien. Pero al mismo tiempo, son personas que viajan y que miran a Francia, que saben lo que ocurre fuera, y lo quieren aplicar a España. Y ahí aparece la contradicción, porque esa pretensión de modernizar la sociedad no podía cumplirse sin democratizarla, que era justo lo que les estaba prohibido”.

Una historia de familia

Las narraciones literarias de Sergio Vila-Sanjuán se han beneficiado de las historias que pudo conocer en la casa familiar, de manos de sus padres y tíos, y de las personas que por ella pasaban. Uno de los proyectos en los que trabajó su padre, creativo publicitario, le proporcionó una buena excusa narrativa para Estaba en el aire. “En mi primera novela, el punto de partida fue algo que vivió mi abuelo, que era abogado y que defendió a un anarquista que años después le salvaría la vida avisándole de que iban a buscarle. En este, parto de la historia real de una madre que, en su huida en plena guerra civil, iba a subir a un camión con su hijo. Cuando dejó al niño dentro, lanzaron una bomba, el vehículo aceleró y ella se quedó en tierra. 18 Años después, un programa radiofónico llamado Rinomicina le busca, del que mi padre era el enlace creativo, reunió de nuevo a madre e hijo”.

Ese hecho real es utilizado por Vila-Sanjuán como punto de partida para retratar los ambientes más desfavorecidos, pero también para subrayar las contradicciones de una sociedad que quería proyectarse hacia el futuro, que estaba segura de que estaban por llegar tiempos mejores, y que para ello pretendía desembarazarse de un pasado con el que tenía enormes deudas.

Un pasado mejor, un futuro incierto

Esa confianza en el futuro, sin embargo, dista mucho de estar presente en nuestra época. Si los 60 fueron los años del desarrollo económico, en los que se pretendía dejar atrás la escasez de la posguerra y de aterrizar en un mundo mucho más próspero, nosotros miramos hacia el porvenir con enorme prevención. Estamos seguros de que nuestra vida irá a peor, de que nuestro poder adquisitivo quedará muy mermado y de que la clase media será una capa social mucho menos numerosa. En ese contexto, terminamos por observar el pasado desde una cierta nostalgia.

La contradicción es una posibilidad mucho más fértil de acercarte a la verdad que las visiones acabadasQuizá porque ya queda muy poco de aquellos tiempos asegura Vila-Sanjuán. “En Barcelona son más visibles las huellas arquitectónicas de la época de mi abuelo que de las de mi padre. La arquitectura y los interiores del modernismo han perdurado, mientras que el 90 por ciento de los bares, restaurantes y establecimientos de los sesenta han desaparecido. Tampoco se han conservado el Somorrostro y sus barracas”. Lo que sí permanece de aquel tiempo es ese espíritu que “que hacía de Barcelona una ciudad de la comunicación, de prensa, de radios, de editoriales, que es algo todavía muy presente y que otorga una identidad evidente a la ciudad”.

En lo personal, la huella más insistente que ha dejado el pasado en él, es la visión liberal del mundo que siempre reinó en su y a la que el escritor define a partir de una mentalidad “que entiende que el otro puede tener razón y que todas las verdades eternas son refutadas 25 años”. Una forma de observar la vida que aparece de forma muy notoria en sus novelas, que prestan atención a ámbitos, personajes e ideas muy diferentes, pero también en su trabajo como periodista al frente del suplemento Cultura/s de La Vanguardia. “La contradicción y la complementariedad son posibilidades mucho más fértiles de acercarte a la verdad que las visiones acabadas, porque la vida no es así. Hay que tener convicciones, pero siempre hay que ponerlas a prueba. La aproximación a la verdad se produce a través de tanteos y de puntos de vista opuestos, que nos permiten ver las cosas desde una panorámica mucho más precisa”.

Un mundo de esplendorosas mujeres, altas y rubias, de hombres con camisas inarrugables, de coches relucientes y de refrigeradores llenos de comida. Era la España de principios de los 60, o al menos, el mundo ideal que los creativos trataban de proyectar sobre una sociedad deseosa de una vida mejor. Este tipo de imágenes, pura publicidad aspiracional, era en la que trabajaban agencias innovadoras como las de Lluis Bassat, Victor Sagi o Leopoldo Rodés, a través de la cual se construían las ilusiones de una población que estaba saliendo del infraconsumo y entrando de lleno en la sociedad de los bienes abundantes. Esos dos mundos, el de las clases adineradas que estaban introduciendo la modernidad en un país atrasado, y el de los españoles que partían llenos de energía desde su pueblo con destino a la clase media, confluyen en Estaba en el aire, la novela ganadora del Premio Nadal.