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El último príncipe del Renacimiento
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El último príncipe del Renacimiento

Para el lector español, Manuel Filiberto de Saboya fue el general que dirigió la batalla de San Quintín, gran victoria que Felipe II sólo aprovechó para

Para el lector español, Manuel Filiberto de Saboya fue el general que dirigió la batalla de San Quintín, gran victoria que Felipe II sólo aprovechó para poner en marcha su magno proyecto funerario y palaciego: El Escorial. Pero, ¿qué hacía el duque de Saboya gobernando los Países Bajos en nombre del Monarca español y dirigiendo sus ejércitos? Saboya perdió su independencia en 1536, en el marco de las guerras italianas entre Francisco I y Carlos V. Todo el ducado fue ocupado y así comenzó su vida itinerante, alejada de sus estados. Saboya se había convertido en un trozo de tierra vital para los proyectos de las dos grandes potencias del Renacimiento. La biografía de Pierpaolo Merlin se centra en los años en que, tras recuperar Saboya, se ocupó de dotar de una estructura moderna el estado, aun medieval, y sus movimientos diplomáticos para conservar y ampliar su autonomía frente a España y Francia.

 

La cuestión de su neutralidad ha sido muy debatida. Para algunos fue neutral –e italianista–; para otros, filoespañol; para otros, filofrancés. Aunque siempre buscó la manera de ser independiente, sabía que por una parte Francia siempre ansiaría sus estados –como confirmaría la historia– y, aunque con matices, España era su aliado más seguro y menos peligroso –algo que no entendió su hijo–, dado que para los intereses hispanos Saboya-Piamonte sólo era una marca para Milán, así como un paso necesario para sus tropas, y la garantía de equilibrio en Italia, lo que más convenía a sus intereses. De todos modos, su relación con España estuvo llena de recelos, especialmente por el lado español, pues Felipe II –aparte de tener una buena relación personal con su primo, al que apreciaba sinceramente– y sus ministros temían un posible acercamiento a Francia que pusiera en peligro Milán.

Además de la natural curiosidad intelectual y del valor intrínseco del personaje, muy poco conocido en sus detalles, interesa por su relación con España –uno de sus modelos políticos, no sólo por su preponderancia política, también por la formación del duque en la corte de Carlos V–, por su relación con la historia de Europa y por lo que tiene de ejemplo de príncipe de su época. Manuel Filiberto supo nadar entre dos aguas y además guardar la ropa. La importancia de su acción política se ve mejor con la perspectiva de la historia. Aunque el proceso era un hecho tardío en Europa –otros países, como Francia, España o Inglaterra las habían llevado a cabo cincuenta años antes–, y tampoco se pueden comparar sus dificultades con respecto a estados, la consolidación del Ducado de Saboya conduciría, andando el tiempo, al nacimiento de Italia como entidad política.

Al ser un proceso más reducido y no demasiado original –en el aspecto interno–, facilita la comprensión de otros más complejos, como el de la misma España; es un caldo con parecidos ingredientes, pero para un número menor de comensales. Eso sin desmerecer la habilidad política del Duque, que verdaderamente “tenía ante sí un estado que debía refundar por completo” y que consiguió a base de prudencia y constancia, el principal rasgo de su carácter –que le valió el apodo de Testa di ferro, mientras que su hijo Carlos Manuel fue apodado Testa di fuoco, pues era igualmente tozudo pero en cambio imprudente–. El lector español también podrá encontrar en estas páginas un seguimiento de los delicados movimientos de la diplomacia española en busca del equilibrio de fuerzas en Italia, si bien con un con un tono muchas veces reprobatorio y patriótico. No obstante, el autor es por lo general imparcial, con el personaje retratado como única afición, ofreciendo una visión complaciente, llena de luces, falta de sombras.

Manuel Filiberto, Duque de Saboya y General de España. Ed. Actas. 431 págs. 32,50€. Comprar libro.

Para el lector español, Manuel Filiberto de Saboya fue el general que dirigió la batalla de San Quintín, gran victoria que Felipe II sólo aprovechó para poner en marcha su magno proyecto funerario y palaciego: El Escorial. Pero, ¿qué hacía el duque de Saboya gobernando los Países Bajos en nombre del Monarca español y dirigiendo sus ejércitos? Saboya perdió su independencia en 1536, en el marco de las guerras italianas entre Francisco I y Carlos V. Todo el ducado fue ocupado y así comenzó su vida itinerante, alejada de sus estados. Saboya se había convertido en un trozo de tierra vital para los proyectos de las dos grandes potencias del Renacimiento. La biografía de Pierpaolo Merlin se centra en los años en que, tras recuperar Saboya, se ocupó de dotar de una estructura moderna el estado, aun medieval, y sus movimientos diplomáticos para conservar y ampliar su autonomía frente a España y Francia.