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Picasso se mide con los grandes maestros del pasado
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Picasso se mide con los grandes maestros del pasado

Con una memoria prodigiosa para las imágenes, de las que era voraz devorador, y estudioso apasionado de toda la historia del arte europeo, Picasso es en

Foto: Picasso se mide con los grandes maestros del pasado
Picasso se mide con los grandes maestros del pasado

Con una memoria prodigiosa para las imágenes, de las que era voraz devorador, y estudioso apasionado de toda la historia del arte europeo, Picasso es en cierto modo el último gran maestro de la tradición figurativa. De ahí que se entienda perfectamente que la National Gallery de Londres decidiese acoger una exposición que, según algunos puristas, correspondía más a la Tate Modern por tratarse de un creador del siglo XX y haber establecido en esas instituciones públicas la línea divisoria de sus respectivas colecciones en el 1900.

Tras supuestas tensiones, ambas llegaron a un acuerdo de compromiso sobre futuras exposiciones sólo días antes de que la pinacoteca de Trafalgar Square, una de las principales galerías de arte del mundo, inaugure la dedicada al gran malagueño bajo el representativo título de Picasso: Challenging the Past. El hecho de que se celebre en un ala de la National Gallery, tiene además la ventaja de que los visitantes pueden, acompañados de una útil guía, visitar luego las salas principales de la pinacoteca y ver -seguramente con nuevos ojos- las obras de muchos de los grandes maestros del pasado que le inspiraron y con los que, siempre seguro de su genio, quiso medirse una y otra vez.

En la exposición, que reúne más de sesenta obras, están representados prácticamente, aunque no por orden cronológico, todos los grandes períodos de la obra picassiana gracias a los préstamos de colecciones públicas y privadas de Europa y Estados Unidos. Organizada temáticamente, comienza por el autorretrato, género en el que Picasso sigue una constante de la tradición europea a partir del Renacimiento.

Picasso se retrató a sí mismo en numerosas ocasiones desde su precoz retrato de adolescente con una peluca a la goyesca, bien tocado con sombrero a lo Van Gogh, uno de sus pintores favoritos, adoptando las facciones de minotauro, o junto a sus modelos y amantes. Sigue a los autorretratos una sala dedicada a los desnudos femeninos, una obsesión del pintor a lo largo de toda su carrera: mujeres en el tocador, tendidas en alguna chaise-longue o en la playa como en los monumentales desnudos de su período clásico.

Fue un tema donde experimentó sin cesar, sobre todo en los años en los que desarrolló su vocabulario cubista: Picasso desarticula, desestructura, violenta las formas femeninas para formar con ellas planos y facetas que pueden verse simultáneamente desde distintos ángulos.

Otra sección se ocupa de "personajes y tipos", y aquí es donde vemos al Picasso más abiertamente bromista, sobre todo en su serie de mosqueteros, especialmente en la que el mosquetero se metamorfosea en ese maestro de intrigas políticas que fue el cardenal francés Richelieu, o en el retrato caricaturesco de su amigo Jaime Sabartés, al que pinta como un caballero español del siglo de Oro.

Las mujeres y amantes de ese erotómano impenitente que fue Picasso, utilizadas una y otra vez como modelos, bien accesibles en su desbordante sensualidad, bien frías y distantes, son otro de los grandes temas abordados por la exposición londinense, que podrá verse del 25 de febrero al 7 de junio.

No podía faltar tampoco el bodegón, otro de los grandes géneros de la pintura, y en los que pintó Picasso se observa la influencia, por un lado, de la austera tradición española (Zurbarán, Meléndez), pero por otro, también la francesa, que va de Chardin hasta Cézanne. Algunos de esos bodegones simbolizan los gozos de la vida -jarras, limones, violines, guitarras-, mientras que otros, con sus calaveras, sus cabezas de ovejas despellejadas, constituyen una referencia melancólica o brutal, según los casos, a la mortalidad.

Finalmente está la sala dedicada a las variaciones de obras icónicas de la pintura europea a las que se entregó obsesivamente Picasso entre 1954 y 1962, como su serie sobre Le Déjeûner sur l' Herbe, de Manet, la de Mujeres de Argel, de Delacroix, y sobre todo Las Meninas, de Velázquez, obra que le animó a hacer nada menos que 50 lienzos.

Con una memoria prodigiosa para las imágenes, de las que era voraz devorador, y estudioso apasionado de toda la historia del arte europeo, Picasso es en cierto modo el último gran maestro de la tradición figurativa. De ahí que se entienda perfectamente que la National Gallery de Londres decidiese acoger una exposición que, según algunos puristas, correspondía más a la Tate Modern por tratarse de un creador del siglo XX y haber establecido en esas instituciones públicas la línea divisoria de sus respectivas colecciones en el 1900.

Tras supuestas tensiones, ambas llegaron a un acuerdo de compromiso sobre futuras exposiciones sólo días antes de que la pinacoteca de Trafalgar Square, una de las principales galerías de arte del mundo, inaugure la dedicada al gran malagueño bajo el representativo título de Picasso: Challenging the Past. El hecho de que se celebre en un ala de la National Gallery, tiene además la ventaja de que los visitantes pueden, acompañados de una útil guía, visitar luego las salas principales de la pinacoteca y ver -seguramente con nuevos ojos- las obras de muchos de los grandes maestros del pasado que le inspiraron y con los que, siempre seguro de su genio, quiso medirse una y otra vez.

En la exposición, que reúne más de sesenta obras, están representados prácticamente, aunque no por orden cronológico, todos los grandes períodos de la obra picassiana gracias a los préstamos de colecciones públicas y privadas de Europa y Estados Unidos. Organizada temáticamente, comienza por el autorretrato, género en el que Picasso sigue una constante de la tradición europea a partir del Renacimiento.

Picasso se retrató a sí mismo en numerosas ocasiones desde su precoz retrato de adolescente con una peluca a la goyesca, bien tocado con sombrero a lo Van Gogh, uno de sus pintores favoritos, adoptando las facciones de minotauro, o junto a sus modelos y amantes. Sigue a los autorretratos una sala dedicada a los desnudos femeninos, una obsesión del pintor a lo largo de toda su carrera: mujeres en el tocador, tendidas en alguna chaise-longue o en la playa como en los monumentales desnudos de su período clásico.

Fue un tema donde experimentó sin cesar, sobre todo en los años en los que desarrolló su vocabulario cubista: Picasso desarticula, desestructura, violenta las formas femeninas para formar con ellas planos y facetas que pueden verse simultáneamente desde distintos ángulos.

Otra sección se ocupa de "personajes y tipos", y aquí es donde vemos al Picasso más abiertamente bromista, sobre todo en su serie de mosqueteros, especialmente en la que el mosquetero se metamorfosea en ese maestro de intrigas políticas que fue el cardenal francés Richelieu, o en el retrato caricaturesco de su amigo Jaime Sabartés, al que pinta como un caballero español del siglo de Oro.

Las mujeres y amantes de ese erotómano impenitente que fue Picasso, utilizadas una y otra vez como modelos, bien accesibles en su desbordante sensualidad, bien frías y distantes, son otro de los grandes temas abordados por la exposición londinense, que podrá verse del 25 de febrero al 7 de junio.

No podía faltar tampoco el bodegón, otro de los grandes géneros de la pintura, y en los que pintó Picasso se observa la influencia, por un lado, de la austera tradición española (Zurbarán, Meléndez), pero por otro, también la francesa, que va de Chardin hasta Cézanne. Algunos de esos bodegones simbolizan los gozos de la vida -jarras, limones, violines, guitarras-, mientras que otros, con sus calaveras, sus cabezas de ovejas despellejadas, constituyen una referencia melancólica o brutal, según los casos, a la mortalidad.

Finalmente está la sala dedicada a las variaciones de obras icónicas de la pintura europea a las que se entregó obsesivamente Picasso entre 1954 y 1962, como su serie sobre Le Déjeûner sur l' Herbe, de Manet, la de Mujeres de Argel, de Delacroix, y sobre todo Las Meninas, de Velázquez, obra que le animó a hacer nada menos que 50 lienzos.