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La profunda extrañeza de vivir
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La profunda extrañeza de vivir

La escena es la siguiente. En lo que parece un momento de rutina de un par de amigos, de una pareja o de un empleado, algo

La escena es la siguiente. En lo que parece un momento de rutina de un par de amigos, de una pareja o de un empleado, algo que no termina de encajar hace su aparición. Como en una novela de Carver o una película de David Lynch, algo descoloca a los personajes y desgarra su mundo haciéndoles sumergirse en una profunda extrañeza de vivir. Algo pone las cosas del otro lado como si se tratase de aquel punto inaccesible que todo lo cambia de la cinta de Moebius.

Así se desarrolla gran parte de este conjunto de relatos de Haruki Murakami, el autor japonés más leído en España gracias a novelas como Tokio blues o la más reciente, Kafka en la orilla. Sauce ciego, mujer dormida recopila un conjunto heterogéneo de historias en las que se respira un cierto tedio solo interrumpido en ocasiones por sucesos extraños, casi terroríficos: espejos imaginarios, gatos que desaparecen en la copa de un árbol, el dueño de un restaurante que concede un deseo a una empleada en su cumpleaños- en La chica del cumpleaños, uno de los mejores textos- o un grupo de pensionistas que llevan mochilas y van en un autobús que no pasa por ninguna zona campestre. Todo ello crea un cierto desasosiego, precisamente carveriano, que replantea las convenciones vitales del ser humano, las del lector que se adentra en estas páginas de indescifrables arenas movedizas.

Lo mejor de estas páginas es la capacidad de Murakami para crear personajes tan dispares, tan psicológicamente distintos y sin necesitar de muchos detalles. Los seres que pueblan sus textos son terriblemente reales y puede que de ahí surja cierto rechazo por parte del lector a considerar su obra tan genial como tantos la consideran. También existe un handicap a superar ya que un autor tan alabado por la musicalidad de sus escritos resulta difícil que no pierda mucho en la traducción. Por eso, sin saber hasta que punto algunas cosas son consecuencia de la traducción o no, algunos relatos como El hombre de hielo, Un día perfecto para los canguros o El año de los espaguetis se nos antojan algo simplistas, demasiado y ni en su final logran convencernos de sus intenciones.

En otros relatos queda patente su afición al jazz -regentó un club-, hay un cierto acercamiento a Kafka gracias a sus seres desorientados y algo perdidos -incluso en un relato utiliza el nombre de K, como el Agrimensor K del autor checo-, y son realmente frecuentes las historias sentimentales a tres bandas, como en Tokio blues. Pero ante todo reina un gran misterio que hace que el lector siga con avidez cada frase, cada instante de humanidad desplegado. El conjunto no nos convence pero la perfección de su escritura seduce y sorprende su capacidad de descolocarnos con tan poco. Y eso es un regalo.

LO MEJOR: Su capacidad de crear desasosiego, su variedad de tipos humanos.

LO PEOR: La excesiva simpleza de alguna de sus historias.

La escena es la siguiente. En lo que parece un momento de rutina de un par de amigos, de una pareja o de un empleado, algo que no termina de encajar hace su aparición. Como en una novela de Carver o una película de David Lynch, algo descoloca a los personajes y desgarra su mundo haciéndoles sumergirse en una profunda extrañeza de vivir. Algo pone las cosas del otro lado como si se tratase de aquel punto inaccesible que todo lo cambia de la cinta de Moebius.