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Don Juan monta un trío en Madrid
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Don Juan monta un trío en Madrid

Ha querido la casualidad que, en el plazo de un mes, se junten cuatro donjuanes en la capital de España; dos de los más famosos, el

Foto: Don Juan monta un trío en Madrid
Don Juan monta un trío en Madrid

Ha querido la casualidad que, en el plazo de un mes, se junten cuatro donjuanes en la capital de España; dos de los más famosos, el de Tirso de Molina y el de José Zorrilla, un tercero menos conocido, el de Josep Palau i Fabre, y un cuarto sintético que funde los dos primeros y el de Molière -que sólo pasó por nuestros escenarios dos veladas de febrero, realizada por Gema López para Imperdibles-. El acierto de Tirso -¿o Andrés de Claramonte?- al construir al inmortal burlador y libertino ha dado a la literatura un motivo que han aprovechado autores como Albert Camus, Alexandr S. Pushkin, Lord Byron y, saltando a la música, Mozart con su tétrica Don Giovanni. No hace falta decir más: don Juan es, junto con don Quijote, la principal creación de las letras castellanas. Un personaje que había quedado bien atado por el Dr. Marañón en el ensayo de 1940 Don Juan. Ensayo sobre el origen de su leyenda; sin embargo, una de las obras ahora en cartel rebasa los límites del análisis marañoniano: el Don Juan de Palau.

Don Juan, Príncipe de las Tinieblas

Tuvimos la triste casualidad de asistir a la representación del pasado 23 de febrero; apenas dos horas antes fallecía el polifacético autor catalán, convirtiendo el aplauso final en uno de los más emotivos que recuerdo en un teatro. Un autor para selectas minorías, que celebraba en Madrid sus 90 años con esta obra y un ciclo de conferencias, que se veía relanzado. Y lo hacía a través de uno de sus personajes fetiche, don Juan, pero un burlador muy distinto a los anteriores, más metafísico y abstracto sin dejar de ser profundamente humano; un libertario más que libertino -“¡Viva la libertad!”, grita durante el baile de máscaras; “... bien entendida” apostilla el relamido fachilla- que se funde con el otro mito fetiche de Palau, Fausto. En esta versión, el autor plasma sus obsesiones que brotan del ambiente de la Barcelona de los años más duros de la dictadura, con una clase burguesa reconfigurándose para amigarse con el Régimen.

Este don Juan es un personaje difícil, que Roberto Enríquez aborda con algunas dudas iniciales pero que termina por extraer de manera soberbia, destacando en un reparto que raya a gran altura sobre unos papeles muy exigentes. Don Juan se rebela ante el orden social, ante los prejuicios religiosos, ante las limitaciones del hombre, y se lanza al conocimiento a través de las mujeres -en pos del ‘eterno femenino’ de Goethe- pues, como dice Mónica Zgustova, “sólo a través de la mujer se puede acceder a la experiencia última de la vida, del mundo, de la muerte”. Y este don Juan no se rinde, como el de Zorrilla, ni es derrotado, como el de Tirso, sino que se alza victorioso ante un tribunal infernal, con el propio Fausto como testigo favorable; sólo don Juan ha entendido la verdad del universo, su dualidad -ese Demiurgo dual, masculino a la vez que femenino-. Don Juan será ya para siempre el Príncipe de las Tinieblas, Puro Instinto.

Donjuanes clásicos

Con el Tenorio de L’Om Imprebís volvemos a la imagen que todos tenemos asociada al Día de Difuntos; de los tres donjuanes es el más clásico, con un vestuario tradicional, mas luminoso y colorido, de Elena Sánchez Canales, y una escenografía minimalista, sugerente y funcional, de Dino Ibáñez, que no obstante causa sensación de pobreza por una realización mediocre. Pero, claro está, lo más llamativo de esta versión es el elenco de actores, encabezado por Fernando Gil. Salta a la vista que tiene una presencia donjuanesca y una mirada pícara y amable que hace pensarle muy capaz de burlas y seducciones. Pero su interpretación, muy canónica por otro lado, es, aunque esforzada y tenaz, inconsistente. Tiene momentos buenos, como la escena X del IV acto, pero rodeado de actores de gran presencia y experiencia como Trinidad Iglesias -brillantísima-, Vicente Cuesta o Carlos Lorenzo, y otros más jóvenes pero de no menor talento como Gorsy Edú, palidece. Tampoco acierta esta vez Alba Alonso, que confunde candidez con simpleza y hace muy dificil que el público crea la conversión de don Juan.

Lo primero que llama la atención en El burlador de Sevilla de La Abadía es la presencia física de su don Juan, con peluquín y cojitranco, pero también la original disposición del escenario con una barra de bar a la izquierda -del espectador- y el vestuario de actores a la derecha -ya en El Burlador de La Tormenta el espectador asistía a la muda de los actores-, dejando un espacio desnudo en medio donde se desarrolla la acción teatral propiamente dicha. Esto último supone la duplicación de los intérpretes que, además de tales, se vuelven espectadores de sus propios compañeros. Los perjuicios físicos de don Juan no le obstaculizan pues, efectivamente, en el texto de Tirso se alude más a la seducción por el poder que por la atracción erótica.

No obstante, la versión de Dan Jemmet le da un tono cómico inadecuado por cuanto el teatro del siglo de oro era un teatro total, cargado de matices que aquí quedan abolidos, reducido todo a mera charanga, y el componente sobrenatural a mezquina prestidigitación. Ello obliga a buenos actores como Luis Moreno o Lino Ferreira a una interpretación demasiado impetuosa y de una comicidad forzada. Sólo se salvan Marta Poveda, cuyo papel está libre de bufonadas, y Antonio Gil, con algunos momentos de debilidad; ambos comparten el mejor momento de la obra, cuando Tisbea rescata a don Juan del mar, componiendo una piedad de gran belleza estética y dramática (imagen de arriba).

En cartel en Madrid:

ROMANCES DEL CID

TÍO VANIA

REY LEAR

JESUCRISTO SUPERSTAR

DESCALZOS POR EL PARQUE

MÚNICH-ATENAS

EL GUÍA DEL HERMITAGE

Ha querido la casualidad que, en el plazo de un mes, se junten cuatro donjuanes en la capital de España; dos de los más famosos, el de Tirso de Molina y el de José Zorrilla, un tercero menos conocido, el de Josep Palau i Fabre, y un cuarto sintético que funde los dos primeros y el de Molière -que sólo pasó por nuestros escenarios dos veladas de febrero, realizada por Gema López para Imperdibles-. El acierto de Tirso -¿o Andrés de Claramonte?- al construir al inmortal burlador y libertino ha dado a la literatura un motivo que han aprovechado autores como Albert Camus, Alexandr S. Pushkin, Lord Byron y, saltando a la música, Mozart con su tétrica Don Giovanni. No hace falta decir más: don Juan es, junto con don Quijote, la principal creación de las letras castellanas. Un personaje que había quedado bien atado por el Dr. Marañón en el ensayo de 1940 Don Juan. Ensayo sobre el origen de su leyenda; sin embargo, una de las obras ahora en cartel rebasa los límites del análisis marañoniano: el Don Juan de Palau.