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Dragó a pie de obra
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Dragó a pie de obra

El pasado 23 de enero se presentó, en el restaurante ‘El currito’, el último libro de Fernando Sánchez Dragó. El acto, como habrán imaginado, se desarrolló

El pasado 23 de enero se presentó, en el restaurante ‘El currito’, el último libro de Fernando Sánchez Dragó. El acto, como habrán imaginado, se desarrolló durante un almuerzo de periodistas, amigos y personalidades. Pocos, y es raro, con lo hambrienta que es la cultura. Feliz y tranquilo, arropado por su familia y las escoltas de Planeta, desgranó para los presentes el contenido de este libro que quiere engrosar la bibliografía sobre el “problema de España”. A lo que parece, quiso escribir “un libro que trate de España -de la idea de España, del concepto de España-”, pero se le ha quedado en un libro que trata “del ser [Dragó] y del sentirse [Dragó] (o no) español”. El título es prometedor y el tema, está demostrado, interesa, pero el desarrollo puede resultar desalentador para todos aquellos que no sean fans de Dragó.

Su enorme ego -que no cabe en una plaza de toros, en acertada expresión de David Torres y debía estar pensando en la Monumental de México, que es una burrada de grande- puede ser el principal polo de atracción y, al mismo tiempo y para otros, de repulsión. Depende de la polaridad del lector. Por supuesto, Dragó rechaza de plano esta acusación, pero debe ser el único que no lo vea; en el libro, de hecho, dice ser “Nadie”. Repasemos algunas de las etiquetas que se cuelga en las trescientas y pico páginas de este libro inacabable:

Apátrida confeso, patriota clandestino, de derechas -filosóficamente, y por tanto liberal y pagano-, conservador a ultranza, reaccionario a mucha honra, amigo de las tradiciones, enemigo del desarrollismo, adversario de todo lo que suene o sepa a progresismo, monoteísmo y judeocristianismo, sivaíta, nietzscheano, dionisíaco, valedor de la embriaguez sagrada y libertino, casi invulnerable, taoísta, meritócrata, alérgico a cuanto sea colectivo, acratón, oveja negra que huye siempre del rebaño. Y más. No está mal para quien es Nadie, pero no nada.

Una España que ha muerto o está en coma profundo

Este es, pues, un libro sobre la España de Dragó, sobre la España que a él le duele, que ama, que no le gusta. Español a su pesar, parece, escribe sobre una España que ha muerto o está en coma profundo, casi insalvable. Una identidad que describió fervorosamente en Gárgoris y Habidis pero que, al final de aquel libro, ya advertía en decadencia. A sus ojos, la decadencia se ha consumado. La raíz de los males de la sociedad española tiene muchas ramas: “El buenismo -fruto de la hipocresía, virus que convierte la democracia en tiranía-, el ternurismo, el igualitarismo y el sacrosanto multiculturalismo que todo lo nivela, descabeza, equipara y justifica, el derecho al voto”, pero también: el clientelismo, la inmigración, la aristofobia y, por supuesto, la envidia. Esto, que es un lugar común, no es falso, pero tampoco es pecado exclusivo de los españoles. Un país tan distinto al nuestro como Finlandia cree igualmente que la envidia es su pecado nacional.

Dragó es consciente de que la crisis de identidad, si en España es tradicional, clara y mayúscula, es extensible a la cultura occidental. La civilización occidental contemporánea está en peligro, según él, por la amenaza del multiculturalismo. Y esto quiere decir, y lo dice, que la mayor amenaza actual es la inmigración. “El Rin es ahora el Estrecho”. La génesis de estos males la encuentra en la toma de la Bastilla, acto fundacional de la izquierda y su manera religiosa de entender la democracia, de modo fundamentalista. A partir de ahí empieza el coma, al parecer irreversible, si bien incomprensiblemente -al menos para este lector- cifra su esperanza en dos asideros que conservan los valores tradicionales de lo español: la lengua y la tauromaquia. Los llamados “enemigos de España” se estarán frotando las manos.

Dragó, a pie de obra. Este es el bufido de un abuelete cascarrabias, un vieux terrible que no sólo se desahoga, sino que suelta veneno con la intención de conmover -de remover- (ver p. 217). Un jubilado -con este libro se jubila del problema de España- ante una obra clamando por la torpeza de los jóvenes albañiles, que se lleva las manos a la cabeza -como los fontaneros que cita- pero que, además tiene los redaños de saltar la valla y meterse hasta los codos en el mortero. “Nací en otro mundo y me acostumbré a él” y, si ese mundo se deshace, si resulta que no lo conoce ni la madre que lo parió, pues Dragó se marchará, seguramente a Japón.

Al café para todos no me quedé. Pero gracias por la comida.

LO MEJOR: La frase “¿Quién que haya nacido al sur de los Pirineos y al norte del Estrecho no lleva en su alma un formidable memorial de agravios?”.

LO PEOR: Su pedantería, su verborrea -él dice “verborragia”- , su egotismo, la “condición de enredadera” de su estilo.

El pasado 23 de enero se presentó, en el restaurante ‘El currito’, el último libro de Fernando Sánchez Dragó. El acto, como habrán imaginado, se desarrolló durante un almuerzo de periodistas, amigos y personalidades. Pocos, y es raro, con lo hambrienta que es la cultura. Feliz y tranquilo, arropado por su familia y las escoltas de Planeta, desgranó para los presentes el contenido de este libro que quiere engrosar la bibliografía sobre el “problema de España”. A lo que parece, quiso escribir “un libro que trate de España -de la idea de España, del concepto de España-”, pero se le ha quedado en un libro que trata “del ser [Dragó] y del sentirse [Dragó] (o no) español”. El título es prometedor y el tema, está demostrado, interesa, pero el desarrollo puede resultar desalentador para todos aquellos que no sean fans de Dragó.