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Pasiones políticas

La libertad consiste en poder salir a pasear sin miedo. Ante una posible entrada en 'situación constituyente', convendría aplacar las pasiones y fijarse en el interés de los ciudadanos

Foto: Celebración de la Diada de Cataluña. (EFE)
Celebración de la Diada de Cataluña. (EFE)

Es muy probable que España entre en 'situación constituyente' en poco tiempo. Una situación enormemente compleja y delicada. Antes de que las ideologías políticas se encrespen, creo que es imprescindible, por el bien de todos, que dispongamos de las 'herramientas conceptuales' y de la 'disposición emocional' necesarias para salir bien parados de ese torbellino previsible. ¿En qué estado mental debe encontrarse una ciudadanía que quiere emprender cambios constitucionales?

Uno de los temas importantes va a ser la pretensión nacionalista. Sus mismos protagonistas reconocen que está movida por una emoción identitaria y patriótica, que quieren que sea políticamente reconocida. Cuando escribí 'El laberinto sentimental', dejé fuera tres capítulos que iban a tratar de las pasiones políticas, y que posiblemente vuelva a retomar dadas las circunstancias.

Las 'herramientas conceptuales' y la 'disposición emocional' son dos elementos necesarios para salir bien parados de la situación catalana

La expresión 'pasiones políticas' puede entenderse de tres maneras.

  • Pasiones que nacen de la misma estructura política de la convivencia, por ejemplo, el patriotismo, el nacionalismo, la afiliación política.
  • Pasiones que afectan al ser humano en cualquier circunstancia, pero que pueden tener como desencadenante un hecho político o desencadenarlo. El papel del resentimiento, del odio o de la indignación en movilizaciones políticas es evidente. La pasión del poder —que es ubicua— puede convertirse en pasión por el poder político.
  • La utilización política de grandes pasiones humanas, como la venganza, la sumisión, el miedo, la envidia o el sexo. Maquiavelo es el autor de referencia.

Podría poner ejemplos dramáticos de pasiones políticas. Las grandes matanzas étnicas tienen como antecedente el cultivo del odio. Los fanáticos islamistas entrenan a sus hijos para la yihad impulsados por pasiones religiosas. En los asesinatos masivos en Ruanda (1994), es bien conocida la participación de medios de comunicación que demonizaron sistemáticamente a los tutsis, incitando al miedo y al odio. El eslogan repetido una y otra vez era: “No vamos a permitir que nos matéis, vamos a mataros”. Las matanzas en la antigua Yugoslavia estuvieron azuzadas por los predicadores del rencor, que lo disfrazaban de amor a la patria.

El sentimiento de pertenencia es muy tribal y casi agrícola. Es apego al terruño. Tardó en convertirse en 'pasión política'

Cuando Amin Maalouf habla de “identidades asesinas” o Amartya Sen estudia las relaciones entre “identidad y violencia”, se están refiriendo a la utilización de los sentimientos de odio u hostilidad hacia el otro, como medio de afirmar la identidad nacional, religiosa o grupal. Y una vez constituida esa “identidad por reacción”, resulta muy fácil manejarla políticamente.

Bertrand de Jouvenel, al comentar los horrores de la II Guerra Mundial, escribe: “Una destrucción tan bárbara no hubiera sido posible sin la transformación de los hombres por pasiones violentas y unánimes que han permitido la perversión integral de sus actividades naturales. La excitación y el mantenimiento de estas pasiones han sido obra de una máquina de guerra que condiciona el empleo de todas las demás, la propaganda. Ella ha sostenido la atrocidad de los hechos con la atrocidad de los sentimientos”.

El nacionalismo o la afiliación a un partido

Hoy voy a detenerme en las pasiones intrínsecamente políticas, como son el nacionalismo o la afiliación apasionada a un partido. El nacionalismo es una emoción moderna, porque moderna es la idea de nación. En cambio, es muy antiguo el sentimiento de pertenencia a un grupo o a una ciudad, y el patriotismo anejo, que mueve a sacrificarse por la comunidad en caso necesario. Ayudaron a mantener una solidaridad siempre difícil. Los atenienses se sentían orgullosos de su pertenencia a la ciudad, basta leer el famoso discurso de Pericles, y el ciudadano romano se educaba en el sentimiento de que “es dulce morir por la patria”.

He de comenzar diciendo que la pasión es una realidad psicológica controvertida. Es una emoción intensa, duradera, que puede monopolizar la mente de una persona o de una colectividad, y que despierta enormes energías. De ahí su ambivalencia. Por una parte, no podemos dejarnos controlar por la pasión, pero, por otra, sin pasión no se puede hacer nada importante, decían los románticos.

placeholder Foto: EFE.
Foto: EFE.

Dicho esto, vuelvo a las 'pasiones políticas', es decir, las que provienen de vivir en la 'polis', y del gobierno de la 'polis'. Montesquieu ya señaló que cada sistema de gobierno se basa “en las pasiones humanas que lo ponen en movimiento y en la sociedad definida por esas pasiones”. Lo mismo pensaba el perspicaz Tocqueville: la pasión general y dominante de las gentes configura el Estado social, del que el Estado político no es más que su expresión.

George Lakoff, un distinguido psicólogo y lingüista de la Universidad de Berkeley, publicó hace pocos años 'The Political Mind', un libro cuyo subtítulo es: 'Por qué usted no puede comprender la política americana del siglo XXI con un cerebro del siglo XIX'. La mayor parte de las opciones políticas, afirma, se toman de manera inconsciente, emocional, por lo que es urgente conocer cómo trabaja realmente nuestro cerebro cuando se ocupa de temas políticos.

Hay muchos ejemplos dramáticos de pasiones políticas. Las grandes matanzas étnicas tienen como antecedente el cultivo del odio

Drew Westen, un psicólogo político de la Universidad de Emory, ha publicado 'The Political Brain', un libro cuyo subtítulo es 'El papel de las emociones en el destino de una nación'. Con unos colegas, puso en marcha en 2004 una investigación para saber cómo funciona el cerebro de los miembros de un partido. Llegaron a la conclusión de que pocas personas se afilian tras un proceso racional.

Sucede en política algo parecido a lo que Keynes afirmaba sobre la economía. Creía que la complejidad e imprevisibilidad del mundo económico hacían que muchas decisiones fueran tomadas por los 'animal spirits', es decir, por las emociones. Así las cosas, resulta imprescindible ver si es posible racionalizar la pasión política, sin condenarnos a la pasividad.

La importancia del interés

Los pensadores de la Ilustración propusieron un concepto nuevo para mediar entre la razón y la pasión: el 'interés'. Se trataba de un conjunto de 'pasiones suaves', 'razonables', que identificaron con el comercio y los sentimientos económicos. Entre la energía a veces suicida o asesina de la pasión, y la ineficacia de la razón, proponían unas “pasiones que tienen que prever los resultados y calcular las consecuencias”, y que, como ocurre en el comercio, han de tener en cuenta los intereses de los demás.

placeholder El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, la presidenta del Parlamento, Carme Forcadell, y el vicepresidente, Oriol Junqueras, en la plaza Sant Jaume de Barcelona. (EFE)
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, la presidenta del Parlamento, Carme Forcadell, y el vicepresidente, Oriol Junqueras, en la plaza Sant Jaume de Barcelona. (EFE)

Ya sé que esta idea parece quitar aura mágica a la política, y la convierte en algo demasiado prosaico —todos nos hemos quejado de que Europa se haya convertido en la 'Europa de los mercaderes'—, pero eso es porque limitamos radicalmente el concepto de interés. ¿Qué le interesa al ciudadano? La paz, la seguridad, la prosperidad, la libertad, la justicia. ¿Le interesa la grandeza de su nación? De una manera secundaria y movido por pasiones secundarias que, sin embargo, se pueden manejar y desbordar, porque evolutivamente se crearon para eso.

El sentimiento de pertenencia es muy tribal y casi agrícola. Es apego al terruño. Tardó en convertirse en 'pasión política'. Conviene recordar que el antecedente de las naciones son los reinos, que eran 'propiedad' del monarca, a quien se dirigía la lealtad. La idea de 'nación' como entidad política apareció después de la Revolución francesa. Los historiadores recuerdan que al comienzo de la batalla de Valmy (1792), por primera vez en la historia de Francia, en vez de arengar a las tropas con un “¡Viva el rey!” se hizo gritando “¡Viva la nación!”.

Montesquieu ya señaló que cada sistema de gobierno se basa “en las pasiones humanas que lo ponen en movimiento"

La pasión nacionalista debería convertirse en una “dulce pasión para favorecer los intereses de los ciudadanos”, que son los únicos que existen realmente. Entonces las pretensiones se hacen concretas, mensurables. La libertad de Cataluña es un deseo mitológico, pero la libertad de las personas que habitan Cataluña es concreto.

Recuerdo a una víctima del terrorismo vasco que decía: la libertad consiste en poder salir a pasear sin miedo. Ante una posible entrada en 'situación constituyente', convendría aplacar las pasiones políticas, descender de los grandes arrebatos a la vida cotidiana, y fijarse más en el interés de los ciudadanos. Pondré un ejemplo educativo. ¿Debemos utilizar la educación pública para fomentar el 'sentimiento nacional' o para preparar a nuestros alumnos para una vida feliz y próspera, en una sociedad justa?

Es muy probable que España entre en 'situación constituyente' en poco tiempo. Una situación enormemente compleja y delicada. Antes de que las ideologías políticas se encrespen, creo que es imprescindible, por el bien de todos, que dispongamos de las 'herramientas conceptuales' y de la 'disposición emocional' necesarias para salir bien parados de ese torbellino previsible. ¿En qué estado mental debe encontrarse una ciudadanía que quiere emprender cambios constitucionales?

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