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¿Por qué no hay casos de sinestesia hasta bien entrado el siglo XIX?
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¿Por qué no hay casos de sinestesia hasta bien entrado el siglo XIX?

Repasamos la historia de este fenómeno tan curioso y cómo ha evolucionado su estudio científico desde que una niña de ocho años empezara a ver colores en los números

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Era la primera vez que había oído algo así. Henry David Thoreau, el filósofo y padre intelectual de tantos ermitaños, no se podía creer que Ellen Emerson, hija del poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson, de quien era amigo íntimo, tuviera una habilidad especial, un don o simplemente una gran imaginación que le hacía ver colores en las palabras escritas de su cuaderno escolar. En una carta fechada en 1845, Thoreau da cuenta a su amigo del que pasaría a ser el primer caso documentado de persona sinestésica del mundo.

El filósofo se había quedado a cuidar de los niños mientras Emerson estaba de viaje por Europa. Y, según su carta, que ha sido recogido por un nuevo estudio que repasa la historia de la sinestesia, el autor de Walden se había quedado profundamente "afectado" ("struck" es concretamente la palabra que usó en inglés) por esta extraña cualidad de la niña de su amigo. No, no era simplemente un juego de niños. Para más misterio, ya nunca más se volvería a aludir a la pequeña ni a su sinestesia en cartas posteriores.

Años después, el caso de Ellen protagonizaría un papel crucial en los estudios que comenzaron a hacerse sobre esta peculiar "unión de sensaciones", esta distorsión de los cinco sentidos que, sin saber muy bien cómo, empiezan a mezclarse en el que la sufre. En 1880, un erudito británico llamado Sir Francis Galton (y mismísimo primo de Charles Darwin), escribió un artículo sobre la "visualización de los números" en la prestigiosa revista Nature. Al cabo de tres años, descubrió el que sería el primer avance en la comprensión científica de la sinestesia, su marcado carácter hereditario. Así, la fascinación por este fenómeno se extendió por toda Europa, y estudiosos de todas las disciplinas (médicos, filósofos o poetas) empezaron a publicar digresiones, comentarios y revisiones de este particular fenómeno psicológico.

Una 'magufada'

¿Cómo creer a alguien cuando afirma tener la capacidad de ver colores en números o escuchar sonidos cuando saborea cualquier tipo de alimento? La sinestesia se convirtió así en lo que ahora llamaríamos una "magufada". Los poetas simbolistas presumían en sus textos alucinatorios e influidos por el hachís y el opio de ser sinéstesicos. ¿Qué es el sentimiento poético cargado de metáforas, si no una gran sinestesia? Del mismo modo, la alta sociedad a finales del siglo XIX comenzó a abrazar las prácticas espiritistas e incluso ocultistas, lo que también tuvo su eco en que la fascinación por la sinestesia se disparara en esos ambientes.

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Entonces, empezaron las dudas. A finales del siglo XIX, la comprensión de cómo funcionaba el cerebro humano era muy limitada. "Si los médicos hablaban de sinestesia, se referían a ella de forma vaga como 'conexiones cruzadas entre centros nerviosos'", explica Richard Cytowic, neurólogo norteamericano, quien acaba de publicar un libro en el que repasa todos estos hitos de la investigación sobre la sinestesia. "Pero esas ideas provisionales no eran plausibles ni comprobables", sostiene, en un extracto publicado en The MIT Press Reader. "¿Cómo podría la ciencia de la época explicar un caso así?".

"La ciencia de la época no estaba a la altura de la tarea que se le planteaba", prosigue Cytowic. "Tampoco la psicología, que era una ciencia inmadura, repleta de 'asociaciones' de ideas mal definidas e imposibles de comprobar. La naturaleza idiosincrásica del fenómeno fue un obstáculo importante en que la ciencia anterior no podía explicar, mientras que hoy sabemos que hay individuos con mayor o menor plasticidad neuronal, polimorfismo genético y factores ambientales presentes, tanto en el útero, como durante los años de formación y la niñez temprana".

Ni la ciencia ni la psicología

En resumidas cuentas, la sinestesia puso a la ciencia en un serio aprieto a partir del siglo XX: al ser un fenómeno tan reducible a la pura subjetividad humana, no había forma de acotar el campo de su estudio, extender variables o generalidades que lo explicaran. Y, desde el punto de vista psicológico, imperaba el conductismo, que no podía resolver este problema debido a que tan solo ofrecía explicaciones a partir de la observación constante del comportamiento humano. Como no hubo forma de generalizar la experiencia de la sinestesia, se ofreció la respuesta de que venía causada por razones genéticas.

"Todos inventamos explicaciones plausibles que poco o nada tienen que ver con las causas reales de lo que pensamos, sentimos o hacemos"

"Una de las razones por las que la ciencia veía con tanta desconfianza los informes verbales de los casos de sinestesia no era que la gente mintiera, sino que todos inventamos explicaciones plausibles que poco o nada tienen que ver con las causas reales de lo que pensamos, sentimos o hacemos", concluye Cytowic. En resumidas cuentas, hay franjas de nuestro cerebro que operan sin que seamos conscientes.

Uno de los tipos más comunes de sinestesia es precisamente el de Ellen Emerson, la capacidad ver colores en determinados números o palabras. Ante esto, una de las mejores explicaciones es la que ofrece Juan Lupiáñez Castillo, catedrático del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Granada, que en un antiguo artículo publicado en este periódico explicaba que la percepción de los colores fue una de las últimas cosas que adquirimos los seres humanas. "Probablemente, los homínidos necesitaron diferenciar colores cuando se hicieron sedentarios, para distinguir los frutos", expresaba.

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Por tanto, esta es una explicación de la sinestesia desde el plano evolutivo. Sin embargo, muchos años después de que Thoreau identificara esta particular cualidad de ver colores en letras o números en la niña de su mejor amigo, todavía nadie ha dado con una teoría cien por cien fiable de por qué sucede esta mezcla de sentidos. Tal vez porque, en última instancia, cualquiera puede ser sinestésico sin saberlo.

Era la primera vez que había oído algo así. Henry David Thoreau, el filósofo y padre intelectual de tantos ermitaños, no se podía creer que Ellen Emerson, hija del poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson, de quien era amigo íntimo, tuviera una habilidad especial, un don o simplemente una gran imaginación que le hacía ver colores en las palabras escritas de su cuaderno escolar. En una carta fechada en 1845, Thoreau da cuenta a su amigo del que pasaría a ser el primer caso documentado de persona sinestésica del mundo.

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