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¿De qué color es el sol? La respuesta no es la que estás pensando
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¿De qué color es el sol? La respuesta no es la que estás pensando

Se trata de una pregunta milenaria, porque el astro siempre ha estado ahí permitiéndonos la vida, pero hasta hace poco no hemos llegado a encontrar una respuesta

Foto: Fuente: iStock
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Lo miramos a menudo. De reojo, eso sí. Lo esperamos durante mucho tiempo, pero luego también deseamos dejar de verlo otro tanto. Lo representamos desde pequeños. Y siempre, siempre, pensamos en él como una inmensa bola amarilla. Lo hacemos incluso teniendo imágenes científicas que lo han captado de forma real y más o menos próxima, en las que aparece con multitud de tonos entre el blanco y el rojo más oscuro. Una bola de fuego, decimos de él, y como ocurre con el fuego, con el sol tampoco nos aclaramos: ¿Cuál es su verdadera tonalidad?

Podemos decir que se trata de una pregunta milenaria, pues el astro siempre ha estado ahí, haciéndonos posible. Todo ese tiempo hemos tardado en aproximarnos a él con más certezas que dudas. Sin embargo, aún quedan muchas, y eso llevo a más.

Foto: Fuente: iStock / Elaboración propia

Hace unos meses, corrió por las redes sociales algo parecido a una teoría de la conspiración: una persona tuiteó que siempre pensó que el sol era amarillo cuando era más joven, pero que ahora entendía que el astro era blanco. Lo afirmó utilizando una fotografía tomada por ella misma. ¿Qué color era el correcto? ¿El que veía con sus ojos o el que veía a través de su cámara?

Empecemos en 1850

Lo cierto es que ninguna de las dos opciones son correctas. No obstante, científicamente, su cámara está más cerca de la "verdad", pero vayamos por partes, y para eso tenemos que remontarnos a mediados del siglo XIX.

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En 1850 comenzó a dar sus primeros pasos el estudio de la termodinámica, o lo que es lo mismo: cómo la temperatura afecta la forma en que se comportan los objetos. Los datos que iban surgiendo tenían a los físicos "tan entusiasmados como molestos", explica Phil Plait en Scientific American.

El sol es una bola de gas, en efecto, y está extremadamente caliente por la acción de los gases que lo componen. Cuando décadas más tarde consiguieron medir el espectro de esta enorme estrella (qué tan brillante es en cada longitud de onda) usando satélites sobre la atmósfera de la Tierra, lo que encontraron es que emite luz en la parte visible del espectro, es decir, el tipo de luz que nuestros ojos pueden ver.

La ciencia de la mirada

Habían desarrollado el concepto de "cuerpo negro" para hablar de un objeto que absorbe perfectamente toda la radiación que incide sobre él. Un objeto así, en ausencia de radiación a su alrededor, estaría perfectamente frío y no irradiaría calor alguno. Sin embargo, en presencia de luz, comenzaría a calentarse y, al hacerlo, volvería a irradiar ese calor en forma de más luz en todo el espectro. Se dieron cuenta de que el sol funcionaba de forma parecida a esta idea.

"Cuando la luz incide en estos conos, envían señales al cerebro correspondientes a la intensidad de la luz en diferentes colores"

Y la idea sigue: esa luz tendría un brillo máximo en un color específico, dependiendo de la temperatura del objeto. Pero precisamente en la composición se encuentra la mayor diferencia entre el sol y un verdadero cuerpo negro: la presencia de hidrógeno y otros elementos en su atmósfera que absorben rangos de longitud de onda de luz muy estrechos produce espacios en la curva del cuerpo negro.

Mientras tanto, los humanos evolucionaron para ver el dónde emite más luz su astro más conocido. Por ejemplo, también emite luz ultravioleta e infrarroja, aunque no tanta, pero no logramos percibirlas visualmente. En otras palabras, es más brillante en las partes azul y verde del espectro y se atenúa hacia el rojo. Por pura inercia podríamos pensar que esto significa que el sol es verde azulado, pero entonces hay que tener en cuenta otro dato.

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Resulta que nuestro cerebro interpreta el color de forma relativa. Para empezar, comparamos el color de un objeto con otros en el campo de visión. "Si el cielo se ve azul, eso también podría hacer que el sol se vea más amarillo", dice Plait. Pero no solo esto: nuestros ojos detectan la luz gracias a unas células especializadas en la tarea conocidas como conos. Ellas son las encargadas de detectar a su vez el color. Pues bien, hay tres tipos de conos: L, M y S, y cada uno ve longitudes de onda largas (hacia el extremo rojo), media (amarilla y verde) y corta (azul), respectivamente.

"Cuando la luz incide en estos conos, envían señales al cerebro correspondientes a la intensidad de la luz en diferentes colores. Al comparar esas señales, el cerebro las interpreta como colores. Si los conos S y M se activan fuertemente, pero el L no, es posible que veas un tono más verde, mientras que una señal L fuerte inclinará las cosas hacia el rojo. Si la luz que entra es igualmente brillante en todo el espectro visible, vemos blanco. Esto es lo que pasa con el sol, por eso se ve blanco", explica. Así que no se trata de restarles razón, pero hay que tener presente todos estos aspectos.

Lo miramos a menudo. De reojo, eso sí. Lo esperamos durante mucho tiempo, pero luego también deseamos dejar de verlo otro tanto. Lo representamos desde pequeños. Y siempre, siempre, pensamos en él como una inmensa bola amarilla. Lo hacemos incluso teniendo imágenes científicas que lo han captado de forma real y más o menos próxima, en las que aparece con multitud de tonos entre el blanco y el rojo más oscuro. Una bola de fuego, decimos de él, y como ocurre con el fuego, con el sol tampoco nos aclaramos: ¿Cuál es su verdadera tonalidad?

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