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¿Por qué distintas culturas en la historia crearon mitos sobre las constelaciones?
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¿Por qué distintas culturas en la historia crearon mitos sobre las constelaciones?

Un grupo de investigación ha publicado un estudio en el que les confieren un uso práctico, más allá del meramente cultural o espiritual

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Calisto era una cazadora que trabajaba para Artemisa, diosa de la caza. En algún momento, conoció a Zeus, el dios supremo del Olimpo. Este estaba casado con Hera, pero eso no fue impedimento para que tuviera una aventura con Calisto, quien se quedó embarazada de él. Cuando su esposa se enteró, quiso matar a la cazadora. Menudo culebrón. Y como Zeus era todopoderoso, convirtió a su amante en un oso, instándola a guarecerse de la mirada de Hera en los bosques. Pero pasó el tiempo y la esposa de Zeus terminó por descubrir el engaño, por lo que ordenó a Artemisa que diera caza a su antigua servidora. Para salvar a su amante de la diosa con más puntería del Olimpo, Zeus agarró su cuerpo de oso de la cola con las dos manos y lo lanzó a la inmensidad del cosmos. Tan fuerte la agarró que su cola se volvió más larga que la de cualquier oso, y tan lejos la envío que terminó por convertirse en una constelación, otorgándola la inmortalidad.

Desde hace miles de años, la Osa Mayor vigila cada una de las acciones humanas desde el cielo. Por sus ojos han pasado muchas civilizaciones que le han conferido distintas historias. La más conocida, y por la que recibe su nombre, responde al mito griego que acabamos de contar. Esta sin duda es la más famosa de las constelaciones debido a que es muy reconocible y fácil de encontrar. Además, a diferencia de otras, se puede divisar durante todo el año. Fue listada por el astrónomo helénico Claudio Ptolomeo por primera vez hace más de 2.000 años.

"Los elementos comunes y las variaciones en las historias vienen a raíz de su movimiento diurno por el cielo a lo largo de la noche"

Sin embargo, este conjunto de estrellas abarca una historia más allá de la cultura clásica griega. Se cree que le concedieron su primer nombre hace más de 50.000 años, cuando todavía los humanos vivían en las cavernas, como aventuran desde la web 'Starwalk'. Los sumerios la llamaban 'Mul Mar Gid Da' ("la constelación del carro largo"), los egipcios 'Jepesh' ("el muslo"), los chinos 'Pih Tow' ("el almud del norte") y los persas 'Haptoiringa' ("los siete tronos"). En el Nuevo Mundo, muy lejos del centro de estas primeras civilizaciones, los nativos americanos tenían el mito de que las siete estrellas que la forman representan a siete hermanos que tratan de huir de un perseguidor. Sea como sea, lo realmente sorprendente en este caso no son las historias en sí, sino el hecho de que diferentes pueblos de distintos puntos del planeta y en tiempos cronológicos muy separados entre sí, hayan dotado de cuentos, leyendas e historias mitológicas a esta agrupación estelar. ¿Por qué en las primeras sociedades humanas se tendía a agrupar a estas siete estrellas y por qué no otras?

Agrupaciones de estrellas nada casuales

Todo reside en nuestra capacidad de observación y la interpretación que le damos a lo que vemos. Evidentemente, las estrellas no están colocadas en el cielo para que nosotros las agrupemos y las demos una forma determinada, con lo cual la existencia de estos grupos de estrellas parte de una experiencia subjetiva compartida entre los individuos de distintas civilizaciones que las alinea para atribuirles la forma de un animal (una osa) o un objeto (un carro, por ejemplo). Es posible que la función de agrupación responda a una necesidad de orientación, pero esto no explica por qué distintos tipos de seres humanos a lo largo de la historia las hayan dado nombre y asignado historias mitológicas.

Antes de que existiera cualquier soporte físico de información, los humanos vieron en el cielo un gran libro sobre el que escribir historias en común

En primer lugar, los relatos vienen dados según la posición que ocupan en el cielo y respecto a otros grupos de estrellas. "Los elementos comunes y las variaciones en las descripciones de las constelaciones vienen a raíz de su movimiento diurno por el cielo a lo largo de la noche", explican Simon J. Cropper, Duane W. Hamacher, Daniel R. Little y Charles Kemp, investigadores de la Universidad de Melbourne, quienes han publicado un reciente estudio que intenta responder a la pregunta de por qué los seres humanos comenzaron a agrupar estrellas en el cielo y a conferirles una serie de historias míticas.

Los temas comunes y las variaciones en la descripción de las estrellas también reflejan las relaciones entre las constelaciones y su movimiento diurno por el cielo a lo largo de la noche. "El cúmulo estelar de las Pléyades, por ejemplo, se ve a menudo como un grupo de niñas o mujeres. Orión parece perseguirlas cuando se mueven de este a oeste cada noche", explican en un artículo de 'Aeon' en el que han publicado parte de sus hallazgos.

placeholder La constelación de las Pléyades. (Wikipedia)
La constelación de las Pléyades. (Wikipedia)

"El característico cúmulo estelar de las Híades, en forma de V, que se encuentra entre Orión y las Pléyades, se percibe a menudo como un protector de las hermanas, que aleja los avances de Orión", prosiguen. "Los relatos culturales de todo el mundo reflejan esta dinámica, ya sea Tauro protegiendo a las Pléyades de la persecución de Orión en la Antigua Grecia, o Kambugudha que lucha por guarecer a sus hermanas menores, Yugarilya, de los avances del cazador Nyeeruna, en las tradiciones aborígenes del Gran Desierto Victoria en Australia".

Por tanto, el primer paso es dotar de movimiento a dichas agrupaciones de estrellas. La teoría de Cropper y sus colegas es que nada hay más permanente que el cielo nocturno. Entonces, a la hora de transmitir, inculcar y hacer perdurable un relato con un contenido moral o que refleje la cultura de la civilización de la que procede, las constelaciones y las historias que se han construido en torno a ellas son muy útiles como espacio de memoria compartida.

El legado de las estrellas

Antes de que existiera cualquier soporte físico para la transmisión de información, los seres humanos vieron el cielo como un gran libro sobre el que escribir las historias que les unían, así como los conocimientos que les hicieron sobrevivir en medio de un entorno hostil y cambiante. Quizá por ello la mayoría de los mitos que guardan las estrellas tengan su cierta dosis de violencia, como persecuciones o amenazas de asesinato, ya que en aquel tiempo les era de vital importancia saber cómo defenderse de los ataques en grupo o cómo cazar.

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"Aunque las constelaciones y las historias vinculadas a ellas contengan un evidente significado artístico y espiritual, también representan soluciones elegantes y eficaces a los problemas de comprender un entorno físico complejo", sostienen los investigadores. "Incluso cuando la ciencia se ha desarrollado tanto y las personas están más interconectadas que nunca, el conocimiento del cielo nocturno mantiene su relevancia. La naturaleza universal de buscar y nombrar constelaciones, impulsada por unos mecanismos comunes de detección, es un testimonio de su importancia en el relato compartido de la humanidad".

Calisto era una cazadora que trabajaba para Artemisa, diosa de la caza. En algún momento, conoció a Zeus, el dios supremo del Olimpo. Este estaba casado con Hera, pero eso no fue impedimento para que tuviera una aventura con Calisto, quien se quedó embarazada de él. Cuando su esposa se enteró, quiso matar a la cazadora. Menudo culebrón. Y como Zeus era todopoderoso, convirtió a su amante en un oso, instándola a guarecerse de la mirada de Hera en los bosques. Pero pasó el tiempo y la esposa de Zeus terminó por descubrir el engaño, por lo que ordenó a Artemisa que diera caza a su antigua servidora. Para salvar a su amante de la diosa con más puntería del Olimpo, Zeus agarró su cuerpo de oso de la cola con las dos manos y lo lanzó a la inmensidad del cosmos. Tan fuerte la agarró que su cola se volvió más larga que la de cualquier oso, y tan lejos la envío que terminó por convertirse en una constelación, otorgándola la inmortalidad.

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