El antropólogo que descubrió el origen de nuestra obsesión por la productividad
James Suzman, que pasó décadas estudiando a los bosquimanos, argumenta que fue la agricultura la actividad que propició que cada vez estuviéramos más atados al trabajo
Nuestra forma de vida, basada en una separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre, parte de una herencia sociocultural que, en teoría, tiene su punto de partida en la revolución industrial. A mitad del siglo XVIII, la población mundial empezó a crecer y los nuevos medios de producción, junto con el ferrocarril, propiciaron la llegada de una nueva clase social, el proletariado. A partir de ese momento, el trabajo humano se consolidó como un intercambio (nada justo) de salario por fuerzas y tiempo productivo. Afortunadamente, y gracias a las movilizaciones obreras que sacudieron Europa, los trabajadores fueron ganando derechos con el paso de las décadas y los siglos. La burguesía, por su parte, creó nuevas necesidades, bienes de consumo y servicios para que una vez terminada la jornada laboral el obrero pudiera recrearse y descansar.
Así, y tras sucesivas revoluciones industriales, la sociedad fue cambiando y creciendo y con ella los trabajos, aunque la esencia se ha mantenido más o menos igual: si no cobras una renta, diriges una gran empresa o no ostentas un buen volumen de riqueza o patrimonio, has de vender tu tiempo y tu fuerza de trabajo para sobrevivir o prosperar en una sociedad cada vez más competitiva. Y es precisamente este sentido de competitividad la que aboca a los trabajadores a perseguir la eficiencia (aumento de la productividad) y a las empresas la excelencia (generar más beneficios para sí mismas y la sociedad).
"De repente, la escasez se convirtió en algo real y el trabajo en algo virtuoso que lo abarcaba todo. Se extendió la idea de que la pereza era mala"
Uno de los antropólogos más prestigiosos del mundo actual, James Suzman, publicó hace un par de años un libro que demostraba que todos estos cambios en las formas de vida no se produjeron tanto en la revolución industrial sino mucho antes, en los albores de la historia humana, concretamente con la invención de la agricultura. Hasta entonces, las comunidades se dedicaban a la caza para poder subsistir, lo que les permitía ser nómadas. Con la llegada de los cultivos, no les quedó otro remedio que asentarse y formar comunidades más herméticas, dedicando una gran parte del tiempo al día a trabajar, cuando antes la propia necesidad de alimentarse solo les implicaba unas pocas horas diarias.
El nacimiento de la escasez
Suzman llegó a estas conclusiones cuando tras pasar décadas estudiando de cerca la tribu africana de los bosquimanos, en particular a los Ju/'hoansi, quienes todavía y hasta la segunda mitad del siglo XX todavía seguían recolectando y cazando como sus antepasados hacían 200.000 años atrás. Según él, el trabajo para estas comunidades indígenas era una parte sustancial de su vida, no por la cantidad de tiempo que le dedicaban al día (apenas 15 horas semanales que invertían en cazar), sino porque era lo que les mantenía unidos y creaba un espíritu de comunidad.
Para los bosquimanos, el colectivo prevalecía frente al individuo, y eso se veía materializado en la relación que tenían con el trabajo, una actividad que estaba dirigida exclusivamente a la subsistencia del grupo y a la satisfacción de sus necesidades más inmediatas, de ahí que también no dedicaran tanto tiempo a ello porque vivían al día, saliendo a cazar solo cuando lo necesitaban. Nosotros, en cambio, estamos sumidos en lo que luego el filósofo Émile Durkheim llamó "enfermedad de la aspiración infinita", basada en la idea de que cada uno debe velar por lo suyo sin mirar al resto y tener algo a lo que aspirar de manera individual (como por ejemplo una propiedad o una carrera profesional de éxito).
Frente a la insatisfacción laboral de hoy en día y sentimientos como el burnout tan en boga en nuestra sociedad, los bosquimanos se sentían más que realizados con su trabajo debido a que contribuía de manera directa a la manutención de la tribu y por la propia naturaleza del trabajo. "La caza capturó el corazón, el alma y la mente, representaba la fusión de todo, de tu inteligencia y tus nervios", asegura Suzman en una entrevista para la revista GQ. "Es lo mismo que nosotros ahora: si practicas algún deporte, haces algún tipo de trabajo o vas de excursión sientes esa satisfacción y es mucho más fácil relajarse y descansar". Pero todo cambió cuando el ser humano empezó a asentarse y recolectar.
"Con la agricultura, la jornada laboral se extendió de forma masiva porque la gente era rehén de toda una serie de nuevos riesgos"
"Lo que pasó con la transición de la caza a la agricultura fue que de repente la jornada laboral se extendió de forma masiva porque la gente era rehén de toda una serie de nuevos riesgos", prosigue el antropólogo. "De repente, la escasez se convirtió en algo real y el trabajo en algo virtuoso que lo abarcaba todo. Se extendió la idea de que la pereza era mala y el trabajo era bueno. Parte de la razón por la que los cazadores-recolectores estaban satisfechos era porque tenían un sistema muy bien adaptado para aprovisionarse. Siempre estaban seguros de que podían satisfacer sus necesidades empleando unas pocas horas de esfuerzo".
Sin embargo, cuando la agricultura se consolidó, "la gente se volvió dependiente de un par de cultivos de alta producción", prosigue Suzman. "El trabajo de un agricultor se basa en procurar las condiciones ambientales ideales para cualquier cultivo. Si no llueve lo suficiente, habrá que regar. Se produce un ciclo constante que trata de controlar el paisaje y esforzarse en adecuarlo, lo que exigía una enorme cantidad de trabajo bajo la amenaza de sufrir una hambruna catastrófica si no se hacía". Entonces, los seres humanos se volvieron más avaros, sobre todo después de haber tenido que lidiar con la escasez de alimento. Así nacieron los excedentes de mercancías, para paliar la sensación de que nunca hay una producción suficiente. "Nunca había demasiado en la reserva, lo que respalda en muchos sentidos nuestra forma de pensar en el dinero: mucha gente está dispuesta a acuñar más del que podría gastar en toda su vida. Todo porque tenemos una relación psicótica con la escasez".
Una radical concepción del tiempo
Los bosquimanos no tenían que vérselas con las condiciones climatológicas porque conocían a la perfección el territorio y las costumbres de la fauna que cohabitaba con ellos. En una zona tan árida y seca como el desierto del Kalahari africano, los ñus y demás animales salvajes acudían siempre a hidratarse a los puntos donde había agua, lo que hacía sumamente fácil su caza. "Aunque fuera la peor época del año, siempre confiaban en que podían satisfacer sus necesidades energéticas diarias a cambio de unas pocas horas de esfuerzo", sostiene el antropólogo.
"Para los Ju/'hoansi, el tiempo era algo en lo que existían, no algo que atravesaban o que pasara por ellos. Había una extraordinaria desvinculación con él"
Por tanto, siguiendo las tesis de Suzman, quien no ha parado de estudiar estas cuestiones sobre el terreno, la productividad moderna a la que estamos sometidos tiene relación directa con ese miedo ancestral a la escasez, al igual que también supone un verdadero de cabeza pensar en la posibilidad de que te puedan echar de tu empleo a pesar de que cuentes con unos modestos ahorros en tu cuenta bancaria que te puedan sacar del apuro si lo necesitas. El sistema socioeconómico en el que vivimos instaura en nosotros la idea de que hay que seguir en la rueda por miedo a que en un futuro no muy lejano nos falten los medios para sobrevivir. Y, mientras tanto, aprieta las tuercas, ya que cada vez tenemos que ser más productivos.
Esto impacta, a su vez, en la concepción que tenemos del tiempo y nuestra manera de gestionarlo. Como ya hablábamos en otro artículo, los bosquimanos dedicaban muy pocas horas a la semana a la caza, lo que les hacía vivir en el presente. Su existencia estaba enmarcada en un eterno presente, como asegura el antropólogo, ya que no les importaba el pasado y mucho menos el futuro. De hecho, cuando les preguntaba por su historia, estos admitían que no tenían ninguna. "Estaba el ayer, el anteayer, el hace mucho tiempo y luego ya estaban los primeros tiempos, que era una especie de espacio mitológico donde los animales eran personas y las personas animales", explica Suzman. "Tan pronto como surgen las culturas que veneran la propiedad y su acumulación, los linajes se vuelven importantes, y con ellos la historia. Hablamos del pasado para justificarnos en el presente. Para los Ju/'hoansi, el tiempo era en cuatro dimensiones, algo en lo que existían, no algo que atravesaban o que pasara por ellos. Había una extraordinaria desvinculación con el tiempo".
Nuestra forma de vida, basada en una separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre, parte de una herencia sociocultural que, en teoría, tiene su punto de partida en la revolución industrial. A mitad del siglo XVIII, la población mundial empezó a crecer y los nuevos medios de producción, junto con el ferrocarril, propiciaron la llegada de una nueva clase social, el proletariado. A partir de ese momento, el trabajo humano se consolidó como un intercambio (nada justo) de salario por fuerzas y tiempo productivo. Afortunadamente, y gracias a las movilizaciones obreras que sacudieron Europa, los trabajadores fueron ganando derechos con el paso de las décadas y los siglos. La burguesía, por su parte, creó nuevas necesidades, bienes de consumo y servicios para que una vez terminada la jornada laboral el obrero pudiera recrearse y descansar.