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El 'sudor inglés': una de las epidemias más desconocidas de la historia
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El 'sudor inglés': una de las epidemias más desconocidas de la historia

Entre los siglos XV y XVI, se produjo en Inglaterra una extraña enfermedad que vino de pronto y se marchó de la misma manera. Su primer síntoma era el miedo intenso

Foto: Enrique VII coronado en el campo de batalla. (iStock)
Enrique VII coronado en el campo de batalla. (iStock)

Probablemente, todo el mundo sabe lo que estaba haciendo en el momento en que se promulgó el estado de alarma, recuerda aquellos días del comienzo de la pandemia como un extraño sueño repleto de escenas surrealistas y sabe que, de aquí a unos años, sus nietos tendrán que escuchar miles de "batallitas" acerca de esos meses en los que nos encerramos en casa por culpa de una pandemia mundial. Ahora que nosotros hemos vivido en nuestras propias carnes una epidemia (lo más parecido a esas películas de zombies que tanto hemos consumido) nos sentimos más cercanos a aquellos, apartados en el tiempo, que tuvieron que toparse con la enfermedad y la miseria.

Sabemos de la gripe española porque durante la COVID se comparó la situación continuamente con la de aquellos soldados que la propagaron por Europa. De sobra estamos alertados de la tuberculosis, esa enfermedad de poetas, pintores y escritores a la que sucumbían también las personas de bajos fondos. Del tifus, la viruela (erradicada con éxito en 1977, cuando se produjo el último brote en Somalia) o incluso el VIH hemos oído hablar en multitud de ocasiones. Y, por supuesto, conocemos la peste, esa enfermedad que comenzaba en muchos casos por la mañana y hacía sucumbir al enfermo llegada la noche, que ha sido una de las epidemias más temidas de la historia de la humanidad.

Foto: Fuente: iStock.

Pero hubo otra epidemia que quizá no fue tan famosa como las anteriormente mencionadas y que, sin embargo, fue tan temida como cualquiera de ellas. Quizá su fama menor se debe a que, exceptuando un brote, solamente afectó a Inglaterra en lugar de al mundo (de ahí su nombre), aunque lo hizo en varias oleadas durante los siglos XV y XVI, y luego, con esos misterios que envuelven todo lo relacionado con el ser humano, pasó a desaparecer. Fue el llamado sudor inglés, una enfermedad de la que aún hoy en día se desconoce el origen, aunque se ha conjeturado que podría haber sido la gripe o los hantavirus.

La enfermedad no atacó a bebés ni niños pequeños, y se cebó especialmente con los hombres jóvenes y sanos

El sudor inglés (o 'sudor anglicus') no atacaba por suerte a bebés ni niños pequeños y, curiosamente, hacía "distinciones" por género: sus víctimas eran mayoritariamente hombres. Por supuesto, esta es otra de las leyendas urbanas que rodean a la enfermedad, pues atacó sin piedad también a las mujeres, pero es cierto que se cebó especialmente con los hombres jóvenes y sanos, lo cual tampoco es extraño, pues con la gripe española sucedió exactamente lo mismo.

A lo largo de la historia se dieron varios brotes, aunque el primero fue bastante épico, coincidiendo con el final de la guerra de las Dos Rosas. Entre agosto y septiembre de 1485 (aunque podría haber empezado antes, en junio de ese año), cuando Enrique VII, primer rey de la Dinastía Tudor, entró en York, se produjo un brote en el que varios de los mercenarios de su ejército enfermaron (aunque él se salvó). Duró hasta octubre y se cobró la vida de un 25% de los afectados aproximadamente, terminando tan súbitamente como había aparecido, según relata Conrado Rodríguez-Maffiotte Martín en un artículo de divulgación al respecto.

El primer brote coincidió con el final de la guerra de las Dos Rosas. Cuando Enrique VII entró en York, algunos de sus mercenarios enfermaron

Según la cuenta de Twitter Relatando la historia, que hizo un interesante hilo al respecto de la enfermedad, en ese primer brote el sudor inglés llegó a Londres el 19 de septiembre "y empezó a cebarse con la clase alta de la ciudad, el clero y la comunidad universitaria. Oxford cerró sus puertas durante seis semanas, el alcalde y cinco de sus concejales murieron en la primera semana". Aquel primer brote, como señalábamos antes, solo afectó en Inglaterra, y corrió la leyenda urbana de que se trataba de algo así como una suerte de castigo divino que solo afectaba a los ingleses y que los extranjeros que residían en el país estaban a salvo.

En 1492 volvió a reaparecer en Irlanda, con menos fuerza, y de manera intermitente volvió a aparecer y desaparecer hasta en otras tres ocasiones. El cuarto brote fue el más mortífero, comenzando en Londres en mayo de 1528, según relata Rodríguez-Maffiotte. Pronto se extendió por toda Inglaterra, Irlanda y Gales (sin afectar a Escocia), con una tasa de mortalidad muy elevada (superior al 25% de los afectados, que solían ser varones jóvenes). De ahí saltó a Alemania y después hacia Europa Oriental, llegando a Suiza, Noruega, Suecia, Dinamarca, Lituania, Rusia, Polonia e incluso algunas zonas de Bélgica, Holanda, Francia e Italia. Y después, como había sucedido en las otras ocasiones, desapareció.

El cuarto brote fue el más mortífero, comenzó en Londres en mayo de 1528 y pasó, por primera vez, al resto de Europa

En cada uno de estos lugares (exceptuando el este de Suiza), la enfermedad no duró más de un par de semanas. En algunos puntos, cambió el devenir de la historia: mató a Arturo Tudor en 1502, que estaba llamado a reinar Inglaterra junto a Catalina de Aragón, o golpeó a los turcos en 1529, cuando mantenían bajo asedio a la ciudad de Viena, haciéndoles retirarse sin conseguir su ansiado objetivo.

Después de 1552 no volvió a registrarse ningún caso. La enfermedad había desaparecido misteriosamente.

Los síntomas

Según algunos médicos que estudiaron la enfermedad, como John Caius, el primer síntoma de la enfermedad era un miedo angustioso que duraba varias horas. Entonces, el cuerpo del paciente comenzaba a experimentar una intensa sudoración acompañada de dolor de cabeza y extremidades. También, como sucede en los episodios de gripe, se sucedían los mareos, escalofríos y un agotamiento general. Le seguía una pesada sensación de somnolencia y en ocasiones convulsiones o sangrado nasal. Los pacientes fallecían entre cuatro y doce horas después de manifestarse los primeros síntomas. La mayoría de los que superaron las primeras 24 horas sobrevivieron.

El primer síntoma de la enfermedad era un miedo angustioso que duraba varias horas. Los pacientes fallecían entre cuatro y doce horas

Algunos expertos apuntan que las aguas residuales mezcladas con la falta de higiene podrían haber tenido mucho que ver con la enfermedad, puesto que los brotes comenzaban en verano y desaparecían cuando llegaba el otoño. Con todo, entre 1718 y 1861 se produjo una enfermedad con características parecidas conocida como 'Picardy sweat', en la región de Francia con el mismo nombre (Picardie), que también se extendió por Italia y Alemania. Pero afectaba durante un periodo de una o dos semanas, fue menos mortal y solía ir acompañada de una erupción cutánea.

Probablemente, todo el mundo sabe lo que estaba haciendo en el momento en que se promulgó el estado de alarma, recuerda aquellos días del comienzo de la pandemia como un extraño sueño repleto de escenas surrealistas y sabe que, de aquí a unos años, sus nietos tendrán que escuchar miles de "batallitas" acerca de esos meses en los que nos encerramos en casa por culpa de una pandemia mundial. Ahora que nosotros hemos vivido en nuestras propias carnes una epidemia (lo más parecido a esas películas de zombies que tanto hemos consumido) nos sentimos más cercanos a aquellos, apartados en el tiempo, que tuvieron que toparse con la enfermedad y la miseria.

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