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¿Cuándo empezamos a usar gafas de sol? De la supervivencia a la moda (y mucho más)
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¿Cuándo empezamos a usar gafas de sol? De la supervivencia a la moda (y mucho más)

Las gafas de sol son un accesorio que va más allá de lo que a priori podría parecer: un pequeño artilugio de protección contra el sol. Su historia, desde luego, confirma por qué

Foto: Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck) en 1944 con sus ya míticas gafas de sol en la película Perdición, de Billy Wilder.
Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck) en 1944 con sus ya míticas gafas de sol en la película Perdición, de Billy Wilder.

Es el verano cuando más nos acompañan, pero hay quien no puede salir a la calle sin ellas haga el tiempo que haga. Las gafas de sol se han convertido en un accesorio imprescindible que va más allá de lo que a priori podrían resultar: un pequeño artilugio de protección contra el sol. Para ello, pero también para lucirlas, las hay de todas las formas imaginables, más grandes, más pequeñas, con cristales más oscurecidos o menos... Algunas, incluso, solo atienden a esta última función.

Han demostrado que la estética también va más allá de lo que a priori podría resultar: un asunto trivial. Incluso si no hay sol, unas gafas de sol pueden reflejar nuestras emociones, irónicamente, ocultándolas. Pueden, además, reflejar el mundo que nos rodea o reflejarnos en él y construir relatos de identidad. ¿Podría Phyllis Dietrich ser quien es en Perdición sin sus gafas de sol? ¿Podría acaso serlo Holly Golightly en Desayuno con diamantes sin ellas? ¿Y Roger Thornhill en Con la muerte en los talones? Resulta que ni Audrey Hepburn ni Barbara Stanwyck ni Cary Grant podrían, tampoco, ser quienes son sin aquellas gafas de sol que lucieron sus personajes en el cine.

Foto: Detalle de Clara el rinoceronte de Pietro Longhi, donde puede verse a una dama con una 'moretta'. (Wikimedia)

Todo este simbolismo que las envuelve desde el siglo XX es el resultado de una historia de muchos siglos más atrás, tantos que ni pantallas ni cristales había cuando empezaron a usarse. Si crees que las gafas de sol son un asunto moderno, sigue leyendo porque te sorprenderás.

Del Ártico a China

Los orígenes de este accesorio se sitúan en el extremo norte del Ártico en algún momento de la prehistoria. Allí, el pueblo de los inuit vivía expuesto a un problema persistente: la nieve que les rodeaba actuaba como un espejo cuando aparecía el sol y, entonces, la luz se volvía tan intensa que hacía imposible abrir los ojos sin quedarse ciego.

placeholder Gafas de nieve Inuit y estuche de madera. (Wikimedia)
Gafas de nieve Inuit y estuche de madera. (Wikimedia)

Por su puesto, lo que inventaron para evitarlo poco se parecía a unas gafas de sol actuales. Para empezar, a falta de cristales y mucho menos tecnología para polarizarlos, los inuit tallaron su remedio contra el sol en madera de abeto, marfil de morsa o asta de reno. Aquellas primeras gafas, a las que llamaron 'ilgaak', 'iggaak', 'nigaugek' o 'nigauget', se ajustaban a la cara sostenidas en la nariz, sí, pero solo permitían ver a través de unas finas ranuras a la altura de cada ojo. Su forma, aunque puede no parecer la más favorecedora, demostró y lo sigue haciendo, según los estudios científicos, que es de lo más efectiva para combatir la ceguera de la nieve.

Lo siguiente que se conoce sobre algo parecido nos sitúa en torno al año 1200 en China. En diferentes documentos de entonces se repite un concepto: "Ai Tai", que traducido sería algo así como "nubes oscuras que cubren el sol". ¿Unas gafas? Desde luego que si lo son, estas sí se les empiezan a parecer más. Como muchos hoy, las cortesanas de la antigua China tampoco pasaban sin ellas.

De China a Italia

Elaboradas con láminas de cuarzo, las usaron como ayuda para ver cuando el sol lo hacía difícil, pero también hay referencias con el fin de mantener el anonimato. En este sentido, no tardaron en implementarse como un complemento para los jueces que, durante los juicios, buscaban ocultar sus expresiones faciales y, con ellas, sus pensamientos. "Esto probablemente proporcionó un mejor sentido de la justicia, ya que los argumentos no podían ser alterados ni influenciados por reacciones faciales accidentales", señalan en Ancient Origins.

placeholder Retrato de una mujer con gafas de sol en el siglo XIX. (Wikimedia)
Retrato de una mujer con gafas de sol en el siglo XIX. (Wikimedia)

Las gafas de sol aún no eran un símbolo de estatus como lo pueden ser hoy. Sin embargo, a medida que la tecnología se trasladó a Europa a través de las rutas comerciales de la ruta de la seda, el asunto empezó a cambiar cuando las élites adineradas en el continente se hicieron con ellas. "Llegaron de China a Italia en el siglo XV y, en el siglo XVIII, se pensó que podían mejorar la visión de las personas", escriben desde Racked.

Entre tanto, con los antibióticos aún por descubrir y los condones hechos de cuero, no sorprende que las ETS fueran constantes entre la población. Una de las aflicciones más frecuente era la llamada sífilis. Entre sus efectos secundarios, uno era la sensibilidad aguda a la luz. Para mitigarla, las clases adineradas recurrían a las gafas de sol.

Entre la riqueza y la enfermedad

Mientras la aristocracia las lucía como una opción contra los síntomas solo al alcance de algunos, convirtiéndolas además en una especie de fetiche (otra de las adquisiciones que marcaban el poder), se comenzaron a explorar en Occidente los tintes de color sobre superficies oculares para oscurecerlas con el fin de que el invento lejano ayudara a las personas con discapacidades visuales. Una tarea que no dio resultados considerables hasta el siglo XVIII.

Así como en algún momento habían ocultado el pensar de los jueces en China, quienes las llevaran o eran ricos o ricos enfermos

Teñidas de color verde primero, ya que el verde filtra la luz azul y ofrece un alto contraste entre los objetos, así como en algún momento habían ocultado el pensar de los jueces en China, ahora empezaban dar que pensar a otros: quienes las llevaran puestas o eran ricos o eran ricos y estaban enfermos. Esto condujo a otras nociones, otros pensamientos que marcaron el devenir últimos de las gafas de sol.

Si bien el hecho de que se usaran para ayudar a tratar y disimular los estragos de una ETS es evidente que no hacía que unas gafas de sol por sí mismas fueran 'sexys' (sobre todo porque la persona tras ella iba debilitándose hasta morir en la mayoría de los casos). Sin embargo, morían por haber mantenido sexo, a fin de cuentas, ¿y qué significaba eso? En la época victoriana, el sexo no era otra cosa que una noción del pecado.

¿Un pecado? Una moda

Para cuando llegó el siglo XX y los avances de la ciencia permitieron mitigar los estragos de enfermedades como la sífilis, valerse de su narrativa resultó un trampolín perfecto para la industria de la ficción que llegaba a su apogeo: en la década de 1920, los vampiros y otros 'malvados' del cine mudo en Hollywood usaban gafas de sol, reforzando la noción de estar ligados al pecado. Pronto, fueron los propios actores y las propias actrices quienes expandieron el uso, desligando o expandiendo (según se quiera ver) cualquier idea negativa ligada a ellas.

Las estrellas de Hollywood, a medio camino entre las cortesanas y los jueces en China siglos atrás, apreciaron la posibilidad de ocultarse con ellas de los paparazzi, pero también una forma de protegerse de los flashes y, al mismo tiempo, de quedar reconocidos para siempre. Seres tan "geniales" como "misteriosos" como los mismos personajes que interpretaban.

El escenario era la guerra cuando aquellas estrellas tras gafas de sol hacían a muchas personas olvidarse de que el escenario era la guerra. Solo había ojos, nunca mejor dicho, para ellas. Entonces, aparecieron las gafas de aviador, fabricadas por la marca 'Ray Ban'. Utilizando la misma tecnología que las cámaras 'Polaroid' (sí, de ahí lo de cristales polarizados). Entre el delirio bélico, la moda estaba servida con los propios militares como modelos, tal vez para no ver la realidad, aunque no volvieron a ser tan opacas como las de los inuit.

Es el verano cuando más nos acompañan, pero hay quien no puede salir a la calle sin ellas haga el tiempo que haga. Las gafas de sol se han convertido en un accesorio imprescindible que va más allá de lo que a priori podrían resultar: un pequeño artilugio de protección contra el sol. Para ello, pero también para lucirlas, las hay de todas las formas imaginables, más grandes, más pequeñas, con cristales más oscurecidos o menos... Algunas, incluso, solo atienden a esta última función.

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