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La 'moretta', mucho más que una moda: la historia escondida tras la máscara más inquietante
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La 'moretta', mucho más que una moda: la historia escondida tras la máscara más inquietante

Cubría toda la cara, sin ningún tipo de detalle que marcara sus formas. No tenía más forma que su contorno. Hecha, por lo general, de papel prensado y terciopelo, generaba un aspecto de no aspecto, un vacío aterrador

Foto: Detalle de Clara el rinoceronte de Pietro Longhi, donde puede verse a una dama con una 'moretta'. (Wikimedia)
Detalle de Clara el rinoceronte de Pietro Longhi, donde puede verse a una dama con una 'moretta'. (Wikimedia)

El verano siempre es sinónimo de encuentros, de fiestas, de la emoción de las reuniones sociales, una secuencia constantes de amigas y conocidas. Sin embargo, el calor contradice esta idea: lo último que apetece cuando el termómetro aprieta es acabar formando parte de un tumulto donde el sudor es cosa asegurada. Para consolarnos de la contradicción, solemos pensar en que cualquier tiempo pasado, para estos términos, fue peor. ¿Acaso hasta comienzos del siglo XX no se debía sufrir estragos con tanto ropaje en esta época del año?

Pensarás que los bullicios victorianos debieron ser sofocantes, y tirando del hilo te acabarás preguntando cómo un par de siglos atrás, por si no era poco, mujeres y hombres podrían cargar también con aquellas pelucas imposibles... Por arriba, por abajo, cualquier parte del cuerpo ha sido siempre susceptible a acabar cubierta de las formas más rocambolescas: zapatos imposibles, trajes imposibles, sombreros imposibles... Pero, ¿y el rostro? Por supuesto que no se libró. Y no, no nos referimos al maquillaje. En la lista de los momentos de la moda más aterradores de la historia, hubo una a lo largo de los siglos XVI y XVII de lo más sofocante.

Foto: Retrato de hombres con peluca, por Nicolas de Largillière en el siglo XVII. (Wikimedia)

Hablamos de unas máscaras con las que puedes toparte, de vez en cuando, en algún museo. Las verás como un detalle en el segundo plano de alguna pintura, pero también ocupando buena parte del retrato de alguna mujer de entonces. Si te fijas, siempre son ellas las que las portan, y lo cierto es que difícilmente no te fijarás, porque son bastante diferentes a eso que se te viene a la cabeza cuando piensas en máscaras.

Las mujeres sin rostro

Como explica Braden Phillips en National Greographic, las máscaras forman parte de la narrativa simbólica de muchas de las culturas en todo el mundo, desde Asia hasta África, pasando por Oceanía, América y Europa han sido usadas para muchos propósitos, desde sagrados hasta médicos. En ocasiones, en tanto que elemento accesorio, su uso ha adquirido fines más estéticos, asentándose en las sociedades como una moda. Este es el caso de la 'moretta', cuyo nombre ya te irá situando en su historia. En cualquier caso, las modas son mucho más, y esta máscara es buen ejemplo de ello.

placeholder Una dama francesa del siglo XVI usando un visard, dibujado en 1581. (Wikimedia)
Una dama francesa del siglo XVI usando un visard, dibujado en 1581. (Wikimedia)

Con forma ovalada, su característica principal es que es lisa y totalmente negra. Cubría toda la cara (sí, toda) sin ningún tipo de detalle que marcara sus formas. No tenía más forma que su contorno. Hecha, por lo general, de papel prensado y cubierta de terciopelo de dicho color, con un forro de seda en el interior, generaba un aspecto de no aspecto, un vacío aterrador, en quienes las portaban.

La 'moretta' se ha representado en pinturas de los siglos XVII y XVIII, entre la que destaca Clara el rinoceronte de Pietro Longhi (en cuya obra aparecen con frecuencia), y agrega una sensación sorprendentemente espeluznante a cada imagen, como si esos rostros hubieran sido eliminados por completo.

placeholder Sátira holandesa del siglo XVII sobre la moda femenina en el momento, donde se muestran máscaras y polisones. (Wikimedia)
Sátira holandesa del siglo XVII sobre la moda femenina en el momento, donde se muestran máscaras y polisones. (Wikimedia)

Todo comenzó en Francia, donde primero se la conoció como 'loup', es decir, lobo (porque asustaba a los niños) y más tarde pasó a denominarse 'visard'. Allí se extendió rápido como una forma de protección contra el sol. Como explica la historiadora Kathy Elgin en su libro Inglaterra isabelina, la moda de la época entre las mujeres ricas era mantener la piel pálida, ya que el bronceado sugería que la persona trabajaba al aire libre y, por lo tanto, era pobre.

El 'loup' o 'visard' dejó de incluir una apertura para la boca, porque los hombres encontraron en esta máscara la mejor forma de "sacar" a las mujeres, ocultándolas

Por si fuera poco, el 'loup' o 'visard', no incluía una cuerda o en su defecto un palo, es decir, algo con lo que se sujetara a la cabeza. La manera de que quedara fija era mordiéndola. ¿Cómo? En su interior incluía un botoncito, justo a la altura de la boca. La mujer debía colocar sus dientes en él y, simplemente, apretar. Por supuesto, de simple no tiene nada: si al principio esta máscara había tenido orificios para los ojos y la boca, lo segundo dejó de existir.

placeholder Mujeres con los primeros 'loups', más parecidos a un antifaz. Ilustraciones del siglo XVII realizadas por Wenceslaus Hollar. (Wikimedia)
Mujeres con los primeros 'loups', más parecidos a un antifaz. Ilustraciones del siglo XVII realizadas por Wenceslaus Hollar. (Wikimedia)

De Francia al resto de Europa

No tardó en llegar a los países vecinos. En Gran Bretaña, el 'visard' conservó principalmente su propósito original: por ejemplo, Ana de Dinamarca, reina junto a rey Jaime I, usaba máscaras de terciopelo negro cuando montaba a caballo y una vez se arrepintió de no usar una mientras viajaba porque el sol inglés le había dejado "consecuencias fatales" en su tez blanca. Y no fue la única. Mientras tanto, a Italia llegó para integrarse en sus dinámicas carnavalescas.

placeholder Mujeres enmascaradas en peregrinación al santuario de Laeken (ahora parte de la ciudad de Bruselas) en un óleo anónimo de 1601.
Mujeres enmascaradas en peregrinación al santuario de Laeken (ahora parte de la ciudad de Bruselas) en un óleo anónimo de 1601.

Si hoy su nombre más popular es el de 'moretta' es precisamente porque se hizo una pieza sólida en los bailes venecianos. Allí, las damas, que solían lucir escotes extremadamente generosos y se pintaban los pezones de rojo para que se vieran a través de la tela de la ropa, quisieron usarla como una herramienta de seducción. Lo intentaron, pero su uso opuesto seguía siendo reforzado.

placeholder Detalle de El Ridotto en Venecia, por Pietro Longhi en 1750. (Wikimedia)
Detalle de El Ridotto en Venecia, por Pietro Longhi en 1750. (Wikimedia)

Es por ello que también se la conocía como 'serva muta', o lo que es lo mismo: sirvienta callada. Era, a fin de cuentas, una "máscara de virtud", como explica Giulia Montanari en Exploring History, aunque en época de carnaval se conseguía traspasar ese marco de lo prohibido.

Para la década de 1700, Venecia se había convertido ya en la "ciudad de las máscaras" de Europa gracias a la popularidad de su carnaval, con el que la moda de usar máscaras en público también comenzó a tomar fuerza en otros eventos sociales.

placeholder El Casino, de Pietro Longhi. (Wikimedia)
El Casino, de Pietro Longhi. (Wikimedia)

Adquirir el anonimato, de vez en cuando, resultaba incluso un deseo siendo mujer. Con la 'moretta', evitar a los hombres podía ser toda una suerte dada: si uno se acercaba e insistía, una podía decidir si era digno de su tiempo y, entonces, quitarse la máscara para hablar con él o, por el contrario, ignorarlo "con gracia".

Con gracia, también las clases sociales bajas encontraron en ella una aliada con la que poder integrarse en el tejido de la nobleza, o al menos sentir que lo hacían entre la rígida jerarquía social de la época. Sin rostro a la vista, podían acceder a espacios donde de otra forma les era imposible. Si su imagen resulta terrorífica, la historia de esta máscara no es para menos.

El verano siempre es sinónimo de encuentros, de fiestas, de la emoción de las reuniones sociales, una secuencia constantes de amigas y conocidas. Sin embargo, el calor contradice esta idea: lo último que apetece cuando el termómetro aprieta es acabar formando parte de un tumulto donde el sudor es cosa asegurada. Para consolarnos de la contradicción, solemos pensar en que cualquier tiempo pasado, para estos términos, fue peor. ¿Acaso hasta comienzos del siglo XX no se debía sufrir estragos con tanto ropaje en esta época del año?

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