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Si viajas al espacio no te lleves un bolígrafo: por qué la NASA lo prohíbe
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Si viajas al espacio no te lleves un bolígrafo: por qué la NASA lo prohíbe

Los bolis tradicionales no funcionan del todo bien a gravedad cero y, además, son extremadamente peligrosos. ¿A qué se debe?

Foto: Foto: iStock.
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Cuando los seres humanos abandonaron la corteza terrestre y experimentaron por primera vez la gravedad espacial, de repente se dieron cuenta de una cosa que habían pasado por alto y que resulta de lo más curiosa: los bolis no funcionaban. Seguramente hubieran llevado un montón de documentos y libretas consigo en las que dar testimonio de las grandes maravillas que sus ojos registraban a cada kilómetro que se alejaban del suelo, pero de pronto no supieron cómo hacerlo.

No, los bolígrafos no funcionan del todo bien con gravedad cero. ¿Acaso te imaginas escribir con un Bic boca abajo? Seguramente el trazo no sea tan regular y pienses que está roto. Para sortear este imprevisto, cuentan que la NASA se gastó millones de dólares en desarrollar un bolígrafo que funcionase en un entorno de muy poca gravedad. Lo cierto es que esto es solo una leyenda, y para ser sinceros, tanto los astronautas estadounidenses como los rusos empezaron a usar lápices de grafito en el espacio, una solución bastante más sencilla.

Si por algún casual el bolígrafo se rompiera, la tinta saldría flotando en pequeñas gotas que serían muy difíciles de volver a reunir en un recipiente

A finales de la década de 1960, Fisher Pens, una empresa privada de bolígrafos, desarrolló el prototipo de un bolígrafo con tinta que pudiera usarse en situaciones de microgravedad. Sus esfuerzos fueron en vano, ya que no solo el fenómeno físico de la gravedad estaba destinado a arruinar el invento; también la propia composición del bolígrafo, en este caso la tinta. Si por algún casual el bolígrafo se rompía, este material saldría flotando en pequeñas gotas que serían muy difíciles de volver a reunir en un recipiente. Gotas que, además, es de material inflamable y microscópicas (ya que la gravedad diluiría el fluido en millones de partículas), lo que redundaría en un gran problema a bordo de una nave espacial, como asegura un reciente artículo publicado en Science Alert sobre el tema.

El rotulador de Aldrin

Si ya cualquier partícula diminuta es un auténtico marrón ahí arriba, que fuera inflamable y un excelente conductor de la electricidad, más aún. Pero también este tipo de instrumento que sirve para apuntar sobre un papel tuvo algo de heroico en la mítica misión del Apolo 11 que llevó a los primeros hombres a la Luna. No exactamente un bolígrafo, sino un rotulador. Cuentan que cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin estaban preparando todo para su vuelta a casa, Aldrin encontró en el suelo del módulo lunar una palanca que accionaba el motor de ascenso que les llevaría de regreso a la nave para iniciar el camino de vuelta.

"La tripulación suele utilizar lápices mecánicos para escribir los valores números necesarios para ejecutar ciertos procedimientos a bordo"

Imagina los minutos de estrés y pánico que debieron vivir los dos astronautas, habiendo completado satisfactoriamente su misión pero encontrándose en la tesitura de no saber cómo volver a la nave. "Dado que había mucha electricidad en los aparatos, decidí que no era buena idea meter el dedo ahí ni usar nada que tuviera una punta metálica", relata Aldrin en su libro de memorias, Magnificent Desolation: The Long Journey Home From the Moon (2010). "Tenía un rotulador en el bolsillo del hombro de mi traje que pensé que podría servir. Tras adelantar un par de horas la cuenta atrás por si había fallos, metí el rotulador en el pequeño agujero en el que debía estar la palanca del disyuntor y empujé. Esto activó el disyuntor y, después de todo, íbamos a poder salir de la Luna".

El sueño de Fisher

Por tanto, no fue un bolígrafo lo que salvó a los dos astronautas de no quedar para siempre aislados, sino un rotulador. Sin embargo, la empresa Fisher Pens no se rindió y siguió buscando la fórmula para que en caso de que se rompiese la cápsula de tinta, esta no empezara a dividirse en miles de pequeñas partículas. El fundador de dicha compañía, Paul C. Fisher, un día se levantó tras tener un curioso sueño.

"Mi padre había muerto dos años antes y se me apareció cuando dormía y me dijo: 'Paul, si agregas una cantidad mínima de colofonia a la tinta, eso detendrá su división en micropartículas'". Se lo conté a mi compañero químico y pensó que no funcionaría. Probó todos los tipos y cantidades de colofonia. A los tres meses, volvió a hablar conmigo y me dijo que tenía razón. Estaba tratando de encontrar una manera de hacer que el efecto de la colofonia funcionara, pero luego se dio cuenta de que en realidad me estaba refiriendo a la resina. Usó un 2% de este material y funcionó a la perfección".

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Así, dieron con el Fisher Space Pen, que se distinguía del tradicional en que la tinta iba presurizada, pudiendo funcionar en una gran variedad de condiciones en las que un bolígrafo al uso tendría problemas. Así, Fisher llamó a la NASA para presentarles su glorioso invento y, tras muchas pruebas, la agencia espacial acabó comprando unos cuantos de estos para las futuras misiones Apolo. De esta forma, el Fisher Space Pen debutó por primera vez en 1968.

Hoy en día, el Fisher Space Pen se sigue usando, aunque en el presente los astronautas cuentan con muchísimos más dispositivos para realizar la función que cumplen los bolígrafos. "La tripulación suele utilizar lápices mecánicos para escribir los valores números necesarios para ejecutar ciertos procedimientos a bordo (los tiempos de combustión, las configuraciones del motor...)", explica Clayton Anderson, astronauta de la NASA en activo. "Estos tienen la capacidad de borrar, una función para nada baladí en las misiones, ya que viene muy bien para cuando hay cambios e improvistos que registrar y corregir, lo cual sucede bastante a menudo".

Cuando los seres humanos abandonaron la corteza terrestre y experimentaron por primera vez la gravedad espacial, de repente se dieron cuenta de una cosa que habían pasado por alto y que resulta de lo más curiosa: los bolis no funcionaban. Seguramente hubieran llevado un montón de documentos y libretas consigo en las que dar testimonio de las grandes maravillas que sus ojos registraban a cada kilómetro que se alejaban del suelo, pero de pronto no supieron cómo hacerlo.

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