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La Leyenda Roja II: cuando los holandeses no eran unos angelitos
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La Leyenda Roja II: cuando los holandeses no eran unos angelitos

Los que nos acusaban de tanto desatino y crueldades sin cuento, mira por dónde, fueron los campeones del genocidio, adalides de la barbarie y paladines de formas de crueldad en cantidad y calidad

Foto: Jan Pieterszoon Coen (Wikimedia)
Jan Pieterszoon Coen (Wikimedia)

Tres pueden mantener un secreto, pero solo si dos de ellos están muertos.
Benjamín Franklin.

De tanto escuchar la misma cantinela se acaba con el sistema auditivo de aquella manera. Holanda fue el embrión, junto con las provincias de Zelanda y Frisia, en las que originalmente se dio con mayor virulencia el alzamiento de Guillermo de Orange – Nassau y sus seguidores. ¿Tenían derecho a estar cabreados?, pues probablemente, pero era un cabreo de una servidumbre teledirigida por los intereses subyacentes consustanciales al espíritu de la doctrina luterana (nihil novum sub sole) como veremos a continuación.

Este levantamiento, que supuso la propagación del protestantismo en el norte del continente europeo, no obedecía en ningún caso a una espontanea asociación del pueblo holandés con su admiración por la divinidad o con la variante protestante del cristianismo, no. Los motivos eran puramente crematísticos o materiales, sencillamente. Los holandeses, hijos de una gran nación donde las haya, tienen unas truculentas habilidades para los negocios, especialidad en la que son unos artistas, y más si estos se hacen en la impunidad de altamar o allende los mares.

placeholder Guillermo de Orange (Wikimedia)
Guillermo de Orange (Wikimedia)

Estos elementos, sobresalientes en la destreza del comercio, viendo que estaban encajonados entre grandes potencias, les dio por convertirse en hábiles marinos que, aparte de dar la lata como piratas, engendraron uno de los grandes genocidios que conmovieron los cimientos del mundo, y eso, mientras nos acusaban literalmente de ser hijos del demonio. Unos cardan la lana y otros, se llevan la fama.

Vamos a considerar las raíces del problema que voy a relatar a continuación, y no son moco de pavo.

Como hemos comentado en el artículo del sábado pasado, la urdimbre que había detrás de la larguísima guerra de ¿religión? que mantuvimos antaño con nuestros socios y amigos de hoy, crecía al amparo de un dictamen de Lutero que, en origen proponía dar las tierras en propiedad del clero a los campesinos. Esa era en esencia la idea del tarambana. Tras cambiar de opinión, este tonsurado al que le faltaba un gramo para el kilo, en un giro copernicano, donde dijo digo, dijo Diego. A la postre las tierras fueron a parar a los príncipes alemanes ávidos de riqueza y, una represión brutal acabaría con la vida de más de 130.000 ilusionados campesinos.

"Históricamente, se puede considerar la Guerra de los Ochenta años como el Vietnam español"

Obviamente, Guillermo de Orange que estaba haciendo un seguimiento detectivesco de todo el follón, en consecuencia, tomo nota de esta movida y, por las mismas, se puso a hacer números. A tenor de esta reflexión, el holandés se vino para arriba y así, tal cual, comenzó como quien no quiere la cosa a enredar y se montó una de las guerras más largas de la historia a la que hubo que sumar la terrible propaganda xenófoba contra España, encarnada en la Leyenda Negra.

Una furia iconoclasta se desató entre una multitud enardecida por los calores veraniegos y, como no, financiada con fondos ingleses y alemanes. La Inquisición ciertamente actuaba, pero a un nivel de revoluciones modo diésel en primera y no como se ha exagerado por exegetas de estómago agradecido, bien engrasados por agitadores profesionales o mecenas con turbios intereses. La verdad es que los holandeses estaban un poco hasta el gorro de que intentáramos por todos los medios convertirlos para llevarlos por el buen camino.

Históricamente, se puede considerar la Guerra de los Ochenta años (o de Flandes) como el Vietnam español. Los holandeses pelearon y bien, pero con abundante financiación externa. Inglaterra, perejil de todas las salsas, como es habitual, intervino cuando el Duque de Parma tenía contra las cuerdas a los rebeldes. Isabel I de Inglaterra tras saber de la unión de la Corona Española con Portugal, le dio un vahído y cuando se recuperó del trance, envió al Duque de Leicester con seis mil soldados profesionales que fueron barrido del mapa en un santiamén. Es sabido que con tal de desestabilizar el mundo para que las fuerzas telúricas operen a su favor, mueven las cunas que hagan falta. Es la ventaja de ser puritano, que puedes hacer lo que te de la gana sin complejos.

Hubo un momento crítico en esta contienda en la que pudo haberse llegado a un acuerdo. Lamoral Egmont, general de las tropas de Felipe II, había propuesto cobrar un tributo por el mercadeo con el cual los holandeses aceptaban ser súbditos del rey de España, pero fue acusado de negociar por su cuenta. Felipe II con sus luces y sombras tuvo que tomar una discutida decisión que alargaría la guerra mucho más allá de lo razonable. Henry Kamen lo dice muy clarito en su magna obra -Defendiendo España. Verdades y leyendas de nuestra historia (Espasa)-, 'La leyenda negra es un invento, una ficción nacionalista y xenófoba'.

Foto: Ejército de tierra español (Fuente: iStock)

Cuando los condes de Egmont y Horn, tras ser ejecutados en aquella cuestionada decisión del monarca español, la prolongación de la guerra se hace inevitable y extenuante para las arcas de la Corona. Los intentos de negociación fracasaron hasta que el agotamiento de los contendientes se hizo patente. Acatando ordenes, el Gran Duque de Alba se vio abocado a tomar la decisión más dura de su carrera militar. Él, ya había desaconsejado esa solución. Posteriormente, en un gesto que le honra, mantuvo durante los restos de su propio bolsillo, a las dos viudas.

Flandes, o la Guerra de los Ochenta Años para nuestros hoy socios y amigos holandeses, fue una sangría y fuente de endeudamiento permanente para las arcas de los Austrias mayores. No en vano, en el punto en el que mayor gloria y expansión tuvo la época imperial, la historia de las quiebras nos perseguía implacablemente. Los Fugger y los Welser, así como los banqueros genoveses, llegaron en momentos puntuales a cobrarse en especias (cesión de Venezuela) por la inviabilidad del retorno de los préstamos que operaban con capital riesgo.

Pues bien, una vez evidenciados los antecedentes vamos a hablar de la barbarie a la que sometió a las poblaciones de aquellos territorios del sudeste asiático con su famosa Compañía de las Indias Orientales la Holanda de aquel entonces, mientras, nos señalaban con el dedo y cito textualmente al Dr. Marcelo Gullo Omodeo (fuente en la que me he basado para redactar este artículo) que titula así uno de los párrafos(sic) 'Un impero basado en la esclavitud'. El libro en cuestión es altamente recomendable por la forma en que destripa a nuestros detractores y su hipocresía.

placeholder Pieter Willemsz Verhoeff (Wikimedia)
Pieter Willemsz Verhoeff (Wikimedia)

Existió en el siglo XVII un auténtico animal en su forma sustantiva y peyorativa, que en el tiempo de su existencia fue muy recordado, y no solo él, sino también sus progenitores. Jan Pieterszoon Coen, así se llamaba el pieza, iba enrolado en la flota del almirante Pieter Willemszoom Verhoeff, otro energúmeno con buenos modales.

Cuando llegaron a la isla de Banda estos angelitos, la entera población huyó a las montañas, refugio seguro en la tupida y frondosa jungla. Pero con todo y con eso, pillaron a unos cuantos despistados a los cuales les hicieron firmar con un garabato el famoso Pacto Eterno. El pacto en cuestión confería a la compañía la exclusiva mundial de la distribución del clavo de olor y de la nuez moscada, atentos, hasta el dia del Juicio Final.

Como los despistados aborígenes no entendían lo que les habían obligado a firmar, incurrieron obviamente en incumplimiento de contrato; aquello fue el acabose.

Para ir haciendo boca quemaron vivos a los 20.000 habitantes de Yakarta, entonces capital del sultanato. Los pobres supervivientes que asistían atónitos a aquel deplorable espectáculo fueron ensartados en picas para tener mejores vistas. Para abundar en el tema, Jan Pieterszoon Coen ordenó a sus mercenarios japoneses no dejar vivo ni al Tato. La cacería humana acabaría con miles de cabezas empaladas en cañas de bambú para distraer a los paseantes y de paso, recordarles quien cortaba el bacalao.

Foto: María Cristina (Fuente: Wikimedia)
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Pues bien, este incalificable espécimen metió la quinta y le dio por capturar esclavos como complemento retributivo. Su particular solución final reflejada en un informe elevado a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, da para el guion de varias películas de terror. Por las mismas, como si el daño causado a los aborígenes fuera poco, 2000 mercenarios comenzaron una cacería sin precedentes. Los nativos habían abandonado en masa la isla, pero cuando se disponían a embarcar el resto, unos 15.000, les echaron el guante esta horda. Al final, los emplearon como mano de obra para la atención del pequeño árbol de la nuez moscada y, por consiguiente, se hicieron con el monopolio de tan preciada especie.

En el centro de Ámsterdam, en el barrio de Beurs van Verlage, hay una imponente estatua erigida en nombre de este depredador. Se hace necesario reconocer al actual pueblo holandés, como ciudadanos de vasta cultura y un humanismo fertilizante y certificado. Cosas de la buena educación. Hacia el 2012, una potente iniciativa ciudadana llegó a colocar una placa con un texto adicional aclaratorio que condenaba el carácter controvertido del Atila holandés, Jan Pieterzoon Coen.

"La Holanda de aquel entonces dejó un rastro de horror por donde pasó. España había fundado 18 universidades mixtas con acceso a los criollos locales y 21 hospitales de los de verdad"

Se hace necesario destacar que durante el paréntesis que hay entre los siglos XVI y XIX, los holandeses de entonces, traficaron a través del Atlántico con más de 1.000.000 de esclavos africanos cuyo destino mayoritario era la confederación de estados sureños antes de la guerra civil norteamericana, la Guayana, minas, plantaciones o las transacciones en altamar. Como ya hemos dicho los holandeses siempre han sido un pueblo muy marinero. Hoy, y con su proverbial saber hacer, son una potencia mundial que ha ganado una batalla durísima al mar (Pólder) duplicando la habitabilidad ; un mar que por cierto fue la catapulta que les dio aliento para su lucrativo negocio de la esclavitud.

Lamentablemente a veces hay que apelar a la comparativa. La Holanda de aquel entonces dejó un rastro de horror por donde pasó. España en ese lapso de tiempo se había mezclado con la población autóctona, había fundado 18 universidades mixtas con acceso a los criollos locales, 21 hospitales de los de verdad, un idioma conjunto que une a más de quinientos cincuenta millones de seres humanos, una cultura y una obra civil impresionante cuyo testimonio pervive. Saquen ustedes sus conclusiones.

Tres pueden mantener un secreto, pero solo si dos de ellos están muertos.
Benjamín Franklin.

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