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La reina María Cristina: vaya tela
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La reina María Cristina: vaya tela

Mujer rancia y con adusto gesto conservado en formol, en el año de 1833 se hizo con las riendas de un país de locos donde el absolutismo, su policía política y espadones afines recordaban los tiempos de su impresentable maridito

Foto: María Cristina (Fuente: Wikimedia)
María Cristina (Fuente: Wikimedia)

"Sabemos que nos mienten. Saben que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que saben que sabemos que nos mienten. Y, aun así, siguen mintiendo".

Alexander Solzhenitsyn.

No entiendo de que nos quejamos los españoles, pues tenemos los mejores políticos que el dinero pueda comprar. Hace unos años un partido ”mucho” diestro dejó temblando los cimientos del Pacto de Toledo (pensiones) con un butrón que no quiero rimar, pero que nos salvó según el portador de su ilustre y ocular rictus delator, del rescate europeo. Poco antes, dos angelitos que nunca conocerán las mazmorras, dejaron a los trabajadores de una región sureña esquilmados hasta el tuétano, y más recientemente un atildado guapetón rodeado de hermosas ministras le está haciendo un roto al país de aquí te espero con el tema de la deuda externa que uno ya piensa que va a ser eterna. Pero tranquis, los japoneses deben tres veces su PIB y el país no se viene abajo por más filigranas que hagan sus brutotes colosos del Sumo.

A ver si nos aclaramos, España no se hunde porque los chorizos se guarezcan en Suiza o en la Isla de Man, en Caimán o Jersey, no. Arquímedes (lo recuerdo cuando iba al cole en uno de esos días que no me echaban por enredar), decía que en un cuerpo que está dentro del agua actúan sobre él dos fuerzas; una, el peso del cuerpo, que va hacia abajo, la otra, el empuje del agua sobre el cuerpo, que va hacia arriba. Salvo que el tal Arquímedes no se hubiera excedido con el morapio, la conclusión es bastante clara: el empuje del agua es igual al peso del volumen del líquido desplazado por el cuerpo que pulula encima de ella.

Foto: Retrato del marino español Cosme Damián Churruca. Fuente: Wikipedia.
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Pues bien, desde que tengo uso de razón, esto es, desde hace poco que se me rompió la televisión y me quede in albis, cuanto más nos roban a los españoles mejor marcha el país, pues lo que desalojan nuestros bienamados padres de la patria hace que la nave no se hunda. Es que no nos enteramos, leñe.

Y para acabar con esta coña decir que a mí, personalmente, me gustaban más los tiempos románticos en los que los cacos se cubrían con un pasamontañas. Qué tiempos aquellos en los que el pretendiente declaraba su oficio y la fémina ruborizada impostaba un mohín mientras se entregaba discretamente al malvado vaciador de bancos. Ahora que llevan trajes de Armani es más complicado detectarlos.

Vamos al alpiste

Es sabido que hemos tenido algunos monarcas con tendencias a emular al inspector Gadget, esto es, con sofisticados brazos telescópicos, ojo avizor, avanzadas habilidades cleptocráticas, incontestable pericia de ilusionistas y a la mínima que te despistas y ¡zas!, estabas en calzoncillos. La madre de la lujuriosa Isabel II, la voraz monarca Doña M. Cristina de Borbón, tenía un ADN hecho de hormigón armado y un dominio palmario en lo tocante a la ley de los vasos comunicantes o deslocalización de objetos. Sus capacidades artísticas de afanar eran de una maestría inigualable y su desmedida ambición era legendaria.

Para ponernos en situación hay que recordar que el maridito de esta incalificable criatura (si hemos de apelar a un lenguaje correcto), el llamado rey “felón” o Fernando VII, estaba a la sazón sumergido en láudano y en la recién patentada morfina (1803/Friedrich Wilhelm Sertürner) mientras la vida le recordaba la irreversible caducidad de la materia. Abusando del permanente colocón de su atrabiliario cónyuge, la aviesa María Cristina de Borbón, que nunca mostró afecto visible por el monarca más atroz que ha regido los destinos de nuestra patria, le daba caña de la buena a este inválido mental en sus postreros días. Forzó a su moribundo maridito a firmar el decreto que revocaba la Pragmática Sanción trucando la sucesión en favor de la descocada Isabel II. A partir de ahí pensó que ancha era Castilla y que su poder era omnímodo e incontestable.

placeholder La reina María Cristina en 1830, obra de Vicente López y Portaña
La reina María Cristina en 1830, obra de Vicente López y Portaña

María Cristina fue la sobrina (y cuarta esposa) del tarambana de Fernando VII. Mujer rancia y con adusto gesto conservada en formol, en el año de 1833 se hizo con las riendas de un país de locos donde el absolutismo, su policía política y espadones afines recordaban los tiempos de su impresentable maridito.

Su naturaleza de urdimbre abrumadora, su omnipotencia casi divina y su desprecio absoluto por su pueblo, la definieron como un personaje de pronóstico reservado (como su progenitor y su propia hija). Mientras tanto, la línea de flotación del país se hundía más en la historia a causa de sus incompetentes coronados.

Pero la cuadratura del círculo es una loable aspiración filosófica y matemática que en lo que afecta a lo humano y sus relaciones sociales no alcanza nunca a materializarse. La reformada Pragmática Sanción no llegaría a buen puerto, ya que el malandrín de Fernando VII sorpresivamente se rehabilitó (de su salud solamente) retornando a sus antiguas aficiones, entre las que destacaba esquilmar a sus súbditos, intervenir el erario público hasta crear telarañas en las arcas del estado, hacer limpia de los conspiradores auténticos o sospechosos y su máxima especialidad; descarrilar el estado a cualquier precio. A la postre, este aberrante monarca que hizo de la traición un arte y de la represión su distracción personal, palmó gracias a que su creador tuvo un momento de lucidez y finalmente se apiadó de nuestro castigado reino.

Pero por poco tiempo…

Con la regente María Cristina y su desastrosa hija Isabel II, la pérdida de legitimidad política experimentada por los gobiernos posteriores, la binaria polarización del poder en esta hermosa nación de lúgubre trastienda, etc. son secuelas que se atribuyen a esta etapa en la que la corrupción se convierte en una calamidad nacional.
El sustantivo corrupción tiene su origen en la voz latina corruptio. Llama la atención que la acepción más antigua de esta palabra es la de 'muerte de los seres vivos', de lo que se deduce que la corrupción es lo opuesto a la generación de vida.

"Era sin duda una persona carente de vergüenza que se amparaba en la más absoluta impunidad"

Finalmente, se hizo la luz y la mendaz criatura abdicó en el general Espartero (el del equino con colosales atributos). En sus escasas entendederas no cabía el cambio de tendencia en los tiempos. Europa se iba reciclando, renunciar al absolutismo era indispensable para acceder al futuro, el Antiguo Régimen era el pasado. Esta mujer que odiaba la cultura ignoraba que hacía unos años, unos clarividentes idealistas en Cádiz, habían engendrado un texto de apariencia salvífica llamado 'La Pepa' y que por ella habían muerto miles de hombres y mujeres entregados a la causa de la libertad.

Esta botarate regia de ambiciones económicas desmedidas, era sin duda una persona carente de vergüenza que se amparaba en la más absoluta impunidad. La población no daba pábulo a los abusos de esta máquina devoradora de los bienes públicos, pues arramplaba con cualquier cosa que tuviera un mínimo de brillo; era un testimonio vivo de la amoralidad inhumana.

Agustín Muñoz era su cónyuge y maridito (en segundas nupcias) chorizo y cleptócrata consumado de fama internacional. Tras la tramoya de su mujercita, su carta credencial en el mundo de los negocios se elongaba en un elegante escorzo egipcio con la palma de la mano siempre presta. Ambos se hicieron de oro con el esclavismo y el saqueo más impune. En 1844 era la primera fortuna del país.

Esta reina aprovechó bien el periodo ventana que le ofreció la regencia, pues no se conformaba con el chocolate del loro, no, era más de Lady Godiva. Afortunadamente, el pueblo español se levantó sobre su desgracia. En 1854 cuando el clamor sonaba como las trompetas de Jericó, aquella mujer que vino de Nápoles con lo puesto, fue expulsada sin contemplaciones del suelo patrio.

Qué país, qué karma.

"Sabemos que nos mienten. Saben que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que saben que sabemos que nos mienten. Y, aun así, siguen mintiendo".

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