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Por qué tu cuerpo necesita expulsar lágrimas, aunque no estés triste
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A MOCO TENDIDO

Por qué tu cuerpo necesita expulsar lágrimas, aunque no estés triste

Algunos lloran más y otros menos, pero lo que está claro es que es una reacción imprescindible de nuestro organismo para manejar las emociones

Foto: Foto: iStock.
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No hace falta que estemos realmente emocionados para que, un día cualquiera, nuestros ojos comiencen a expulsar lagrimones sin parar. De hecho, la mayoría de las veces que lloramos lo hacemos por una necesidad fisiológica. Cuando estamos resfriados, por ejemplo, o cuando nos da un ataque de alergia. También puede ser que sin estar soportando una carga emocional muy fuerte, te dé por llorar a moco tendido. O, incluso, justo después de hacer el amor, lo cual es mucho más común de lo que parece a simple vista.

Las lágrimas son el mecanismo de regulación emocional más potente que tenemos, ya que solemos desprenderlas cuando sentimos una tristeza muy intensa o una alegría desatada. Por lo general, llorar nos ayuda a calmar la presión psicológica que sentimos ante una situación determinada o un sentimiento que percibimos como amenazante para nuestra estabilidad mental. Ahora bien, ¿cuáles son los procesos concretos que se desencadenan en nuestro organismo para que fluyan sin control?

Al no poder regular correctamente las emociones, todas se van acumulando, haciendo imposible que el cerebro las asimile una a una

Las emociones fuertes activan la red autónoma central de nuestro cerebro, compuesta por el sistema simpático (el cual activa nuestra respuesta de lucha o huida cuando percibimos un peligro) y el sistema nervioso parasimpático, que se encarga de traer de nuevo la calma a nuestro cuerpo y yo interno. De ahí que cuando lloremos la emoción se apacigüe, haciéndonos sentir mejor, como explica un reciente artículo de 'Science Alert'.

La corteza prefrontal

Otra de las partes que interviene en las lágrimas es la corteza prefrontal, la cual responde ante las señales que envía esta red autónoma central, ayudándonos a regular la respuesta emocional para lidiar con nuestros sentimientos de una manera controlada. En un sentido metafórico, podría ser la papelera de reciclaje del cerebro, ya que se encarga de gestionar las tareas que realiza nuestra mente, descartando aquellas que son contraproducentes o que restan potencial al correcto funcionamiento del sistema.

Llorar es un mecanismo natural del cuerpo humano, y por ello, no está nada mal dejar caer unas cuantas lágrimas para liberar tensión emocional

Pero por desgracia, si estamos pasando un momento de alto estrés o de cansancio físico y emocional, somos más vulnerables a las emociones. En estos casos, el sistema simpático permanece activado, mientras que la corteza prefrontal no sabe cómo gestionar todo ese volumen de información, como si estuviera ejecutando varios programas a la vez. Entonces, como no es capaz de regular todo ese aluvión de emociones, nuestra respuesta se vuelve más intensa, desencadenando comportamientos y actitudes que pueden ir de la ira al llanto.

A veces no somos conscientes de toda esa carga emocional acumulada hasta que comenzamos a llorar. Cuando eso sucede de manera constante y descontrolada, podemos enfrentarnos a trastornos afectivos serios o desarrollar enfermedades mentales relacionadas con esa nula activación del sistema parasimpático, como problemas de ansiedad o de depresión. Al no poder regular correctamente las emociones, todas se van acumulando, haciendo imposible que el cerebro las asimile una a una y, por tanto, poniendo en jaque su capacidad de responder adecuadamente a los estímulos y nuevas emociones que se van sumando.

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Pero más allá de estos procesos psicológicos y fisiológicos, las lágrimas tienen una función social muy curiosa. De hecho, son uno de los máximos indicadores de auxilio de los que disponemos. Por ello son tan frecuentes cuando sentimos dolor físico. O en los niños, que están en la edad más vulnerable y necesitan ser cuidados. También es la razón por la cual cuando vemos a alguien llorar aparece en nosotros un sentimiento de pena o tristeza basado en la empatía. Incluso, podemos llorar nosotros también sin albergar la emoción del otro en nuestro interior, como si nos contagiásemos de su dolor. Y ya se sabe qué ocurre cuando compartes un momento íntimo de este calibre con alguien: el vínculo que os une tiende a fortalecerse.

Llorar es un mecanismo natural del cuerpo humano, y seguramente sepas que, de vez en cuando, no está nada mal dejar caer unas cuantas lágrimas para liberar la tensión emocional que llevas soportando desde hace tiempo. A veces no hay nada mejor que un buen llanto en soledad para curar esas heridas que la vida nos va dejando. Pero si crees que lloras en exceso o que tienes las emociones a flor de piel, puedes confesárselo a alguien de confianza para ver si puede ayudarte o en último término acudir a tu médico de cabecera para saber qué puede estar ocurriendo.

No hace falta que estemos realmente emocionados para que, un día cualquiera, nuestros ojos comiencen a expulsar lagrimones sin parar. De hecho, la mayoría de las veces que lloramos lo hacemos por una necesidad fisiológica. Cuando estamos resfriados, por ejemplo, o cuando nos da un ataque de alergia. También puede ser que sin estar soportando una carga emocional muy fuerte, te dé por llorar a moco tendido. O, incluso, justo después de hacer el amor, lo cual es mucho más común de lo que parece a simple vista.

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