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Tafofobia: del terror a la muerte al miedo a ser enterrado vivo en el siglo XIX
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Tafofobia: del terror a la muerte al miedo a ser enterrado vivo en el siglo XIX

A lo largo de los siglos, de la realidad surgió la leyenda cuando muchas personas creyeron que los vampiros eran seres que no estaban muertos, sino que habían sido enterrados vivos

Foto: 'El entierro prematuro', obra de Antoine Wiertz
'El entierro prematuro', obra de Antoine Wiertz

El miedo a la muerte como principio narrador de la vida ha constituido a lo largo de los siglos toda la historia de la humanidad. Atravesadas por la preocupación persistente hacia lo que se entiende como el deterioro mismo para el fin de la existencia, todas las sociedades se han determinado a sí mismas desde el desconcierto, por lo que comparten, de una manera u otra, sus intenciones en el mundo: toda cultura, religión y marco de pensamiento pretende la supervivencia. Sin embargo, a la muerte no se le ha dado respuestas, sino que es ella la que responde a cada paso que damos. Como apunta el filósofo y socioólogo Edgar Morin, "el hecho de encerrar el cuerpo inerte en una mortaja, un ataúd, una tumba o un mausoleo tiene una doble función: proteger a los vivos así como a los muertos". A través del miedo, el mundo cohabita con su propia ausencia.

Así surgen los mitos, las leyendas y las profecías que moldean la existencia humana donde la incertidumbre se torna eco y así el terror cobra su propia vida dentro de la vida como una reverberación. Lo que explicamos nos explica y a veces la realidad es solo el gesto que surge de esa inercia. Del miedo a la muerte surgió el miedo a ser enterrado vivo, leyenda o realidad que resignificó la conciencia social hacia el trance. Francisco Javier Sánchez Verdejo Pérez, Doctor en Filología Inglesa, recoge en ‘La muerte en femenino: llamada y eco de una realidad inexorable’ que “muchas personas han creído que los vampiros eran personas que no estaban realmente muertas, sino que habían sido enterradas vivas, y que volvían por sí mismas y salían de sus tumbas”. Como sostiene Noël Carroll, una de las principales figuras de la filosofía del arte contemporáneo que ha estudiado el terror como mecanismo, los monstruos son, en su mayoría, “entidades de esencia dual, a medio camino entre el mundo de los vivos y los muertos”.

Foto: Fuente: iStock

Así, la cultura del terror como parte de la realidad actual tiene mucho que ver con la realidad en otros tiempos. No es casualidad que en el siglo XIX se conformaran los relatos y la literatura del horror, desde el Frankestein de Mary Shelley al Conde Drácula de Bram Stoker la escritura recogió el sentir popular del que entonces sí surgió una ficción en torno al miedo por la muerte y, sobre todo, a la muerte anticipada. Entre Shelley y Stoker, otro autor dejó constancia explícita de ello: Cuando Edgar Allan Poe escribió ‘El entierro prematuro’ la sociedad, y tal vez él mismo, estaba obsesionada con evitar un final así.

Un fenómeno oscuro y sobrenatural

El proceso de certificar una defunción cuando alguien fallecía no había cambiado nada desde la Roma clásica, es decir, bastaba comprobar la ausencia de latidos del corazón, la falta de respiración y de sensibilidad para considerar que la persona estaba muerta. La muerte aún se consideraba un fenómeno oscuro y sobrenatural, y la similitud que el sueño guardaba con ella resultaba inquietante para los propios científicos, aquellos que establecieron una parte del relato homogéneo en que se ha basado la sociedad moderna. En ambos casos, se creía que el alma salía del cuerpo y era capaz de hablar con dios. La situación no había mejorado mucho en fechas ya tan adelantadas como el siglo XVII. A pesar de los progresos de la ciencia, la medicina de la época continuaba inmersa en una rica subcultura de mitos y supersticiones populares que continuarían en el siglo XIX como un pasillo infinito donde la reverberación de la muerte chocó consigo misma y dio paso a su propia ficción.

Muchas de aquellas personas a las que la medicina enterraba vivas resultaban ser mujeres

En 1709, el médico alemán Christian Friedrich Garmann había publicado su libro ‘De miraculis mortuorum’ (Sobre los milagros de los muertos). En él recoge la historia de unos ladrones que desenterraron a una joven recién fallecida en la ciudad de Colonia: al no poder quitarle un valioso anillo, le cortaron el dedo, y el dolor hizo que la chica reviviera. Para Garmann, aquello no constituía una prueba de enterramiento prematuro, sino de milagro. La historia no era nueva: dos siglos atrás, el médico belga Andrés Vesalio, autor del tratado ‘De humani corporis fabrica’ (Sobre la estructura del cuerpo humano), un libro que ha marcado el estudio de la anatomía moderna, había presenciado algo similar en una noble española para la que los médicos no encontraban diagnóstico de la enfermedad que padecía. Tras su supuesta muerte, Vesalio pidió permiso a sus familiares para examinar el cadáver en busca de más datos. Fue entonces cuando descubrió que el corazón de la joven seguía latiendo, pero la autopsia acabó con ella.

placeholder Mujer joven en su lecho de muerte (Flemish School, 1621)
Mujer joven en su lecho de muerte (Flemish School, 1621)

La historia parecía no dejar de repetirse, década tras década y siglo tras siglo, especialmente sonada durante epidemias como la peste. Muchas de aquellas personas a las que la medicina enterraba vivas resultaban ser mujeres. Ahora conocemos que buena parte de los grandes avances y la investigación en torno a enfermedades y otras dolencias han estado marcadas por el género lo que llevó, por ejemplo, a categorizar síntomas graves que en la actualidad forman parte de enfermedades reconocidas diferentes, como una misma cuestión bajo el nombre de “histeria”.

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Fuente: British Newspaper Archive

Solo la descomposición del cuerpo anunciaría la muerte

No fue hasta 1787 cuando un médico francés, François Thierry, uno de los pocos que por entonces ya defendía que la mayoría de las personas no morían hasta tiempo después de aparecer los signos tradicionalmente asociados a la defunción, propuso que en todas las ciudades francesas se construyeran mortuorios en los que depositar los cadáveres hasta que aparecieran los primeros indicios de putrefacción. Solo la descomposición del cuerpo anunciaba la muerte.

El siguiente en seguir los pasos de Thierry fue el médico alemán Christoph Wilhelm Hufeland, quien en 1790 diseñó un mortuorio en la ciudad de Weimar, conocida como la casa de los muertos, donde yacían los cuerpos hasta evidenciar que no había síntomas de vida en ellos. Poco a poco, las ciudades de Europa se fueron llenando de estos recintos.

La tapofobia se había extendido por Europa, Reino Unido y Estados Unidos, lo que provocó un siglo de nueva literatura y también de todo tipo de invenciones

El éxito de ‘Frankenstein’ a partir de 1818 se produjo al mismo tiempo que el miedo a ser enterrado vivo adquiría su propio nombre: “tafofobia”. Aquella duda se había extendido por Europa, Reino Unido y Estados Unidos, lo que provocó un siglo de nueva literatura y también de todo tipo de invenciones, a menudo ideadas por los propios médicos, que trataban de evitar por esta vía los entierros vivos, mientras estos nacían en los libros.

placeholder Morgue de Nueva York en 1866. Fuente: Wikipedia
Morgue de Nueva York en 1866. Fuente: Wikipedia

Si estás vivo, toca la campana

En 1829, el doctor Gottfried Taberger diseñó un sistema que empleaba una campana con carcasa en el interior del ataúd para que la persona, en caso de no estar muerta, la tocara para alertar al personal del cementerio.

La idea consistía en incluír al supuesto cadáver cuerdas en las manos, cabeza y pies, que llegarían directamente a la campana, protegida con una carcasa para que no pudiera sonar de forma accidental. El diseño impedía que pudiese entrar agua o insectos dentro. Si sonaba, tenía un tubo con fuelle que rápidamente funcionaría como bomba de aire para poder dar oxígeno al interior hasta que este fuese excavado.

El ataúd con campana fue ideado en varias partes del mundo a lo largo del siglo XIX. Uno de aquellos inventos que incluían la llamada de la campana como socorro llegó a obtener el reconocimiento de la Sociedad Francesa de Higiene y la Asociación de Londres para la Prevención de Entierro Prematuro. Sin embargo, no llegó a asentarse entre la sociedad al fallar su mecanismo durante los intentos de presentarlo al mundo. Efectivamente, era tanta la preocupación que en la Inglaterra victoriana se había fundado una sociedad que trabajaba para evitar que las personas fueran enterradas vivas por descuido médico.

El ataud con sistema de salida

Como las campanas habían fallado, el inventor estadounidense Franz Vester ideó una patente emitida en 1868 que añadía, además, otros elementos como una cuerda y una escalera. De manera que la persona podría salir por su propio pie si nadie acudía a su llamada.

placeholder Imagen de la patente del ataúd de Vester
Imagen de la patente del ataúd de Vester

Una tumba con ventana

A veces, las ideas no provenían de inventores sino de los propios pacientes o personas que, sin dolencia alguna, habían caído en el miedo colectivo o tapofobia de la época al escuchar o tal vez presenciar escenas de personas que despertaban en su ataúd. Este fue el caso del médico Clark Smith y su tumba con ventana. Precavido, Smith pidió que le instalaran una ventana en su tumba, "a seis pies por encima de él y centrada directamente en su rostro" para cuando muriera tener escapatoria si en realidad no había muerto. Más tarde, alguna que otra patente de ataúd incluyó un cristal a la altura de la cabeza de la persona como es el caso del ataúd de Eisenbrandt.

placeholder Imagen del ataúd ideado por Eisenbrandt. Fuente: Wikipedia
Imagen del ataúd ideado por Eisenbrandt. Fuente: Wikipedia

Ventilación de emergencia

En 1887 un diseño de ataúd de Gael Bedl mostró por primera vez la importancia de una tubería de aire que permitiera respirar a la persona mientras trataba de salir de su tumba. Aquella tubería se abriría en caso de haber movimiento en el ataúd. Y, sustituyendo a las campanas, también incluía un "aparato de alarma eléctrica” que sonaba cuando la tubería de aire se activaba.

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Imagen de la patente del ataúd de Bedl

Ataúd con abrefácil

Ya se habían dado cuenta de que el oxígeno era importante para no perder el conocimiento ante una situación así, pero ni las dimensiones ni el material de un ataúd, que lo hacen resistente a cualquier fuera del exterior o del interior, habían entrado en el debate. En 1907, Johan Jacob Toolen comprendió que los enterrados prematuramente podrían estar un poco cansados por la dolencia que le habría llevado hasta allí, o simplemente tras intentar sin éxito levantar una puerta de madera maciza. De esta forma, consideró incorporar tapas de fácil apertura para que los presuntos muertos no murieran en el intento de salir, como también se había documentado anteriormente. "Con un esfuerzo muy leve de su parte", explicó Toolen al presentar la patente, los muertos "pueden obtener inmediatamente un suministro de aire fresco y luego pueden abandonar el ataúd".

placeholder Imagen de la patente del ataúd de Toolen
Imagen de la patente del ataúd de Toolen

El quit de supervivencia

A mediados del siglo XX las ideas continuaban llegando. Tal vez fue entonces, concretamente ne 1937, cuando apareció el ataúd más peculiar de todos los que pensaban en la muerte adelantada. Con 19 años, el francés Angelo Hays sufrió un accidente de moto cayenodo de cabeza sobre un muro de ladrillos. Cuando los servicios de emergencia llegaron al lugar, no le encontraron el pulso, así que lo dieron por muerto. Tenía la cara tan desfigurada que no permitieron a la familia ver el cuerpo. Así, fue enterrado en el cementerio de la localidad de Saint Quentin de Chalais. Dos días después, cuando la compañía de seguros necesitó abrir la caja para comprobar el cuerpo, el forense se encontró a Hays vivo. El joven había sufrido un coma, lo que le había dejado inconsciente, no muerto. Hays pudo sobrevivir a dos días de entierro gracias, precisamente, al estado en que había quedado su organismo: con menos necesidad de oxígeno, logró no murir por asfixia.

El joven se recuperó por completo y aquella experiencia le llevó a inventar un nuevo tipo de ataúd de seguridad que incluía una pequeña despensa, un retrete químico y hasta un transmisor de radio. Su historia le llevó a la popularidad en la televisión francesa de los años años 70. Por entonces, Hays comenzó a realizar exhibiciones siendo enterrado vivo y en vivo.

Un recopilatorio para las infracciones médicas

El miedo a quedar atrapado de por vida en tu propia muerte no solo se arraigó en la literatura ficticia, también lo hizo en forma de manuales para concienciar sobre el peligro que suponía. Así apareció en 1905 ‘Premature Burial and How It May Be Prevented’, obra de William Tebb y Edvard Wollman. En él, estos empresarios tratan de recopilar las situaciones en que los médicos podían confundir una dolencia con la muerte, desde el trance al estado catatónico. Incluyeron, además, todo un despliegue de técnicas clásicas y novedosas para comprobar el estado de un cuerpo.

En la actualidad, la ficción de terror conforma una rama significativa de la industria cultural, los seres que resurgen de sus tumbas siguen atrayendo y asustando, tal vez porque el miedo real no ha cambiado tanto, al fin y al cabo la muerte no deja de acecharnos.

placeholder Madame Récamier de David, obra de René Magritte
Madame Récamier de David, obra de René Magritte

El miedo a la muerte como principio narrador de la vida ha constituido a lo largo de los siglos toda la historia de la humanidad. Atravesadas por la preocupación persistente hacia lo que se entiende como el deterioro mismo para el fin de la existencia, todas las sociedades se han determinado a sí mismas desde el desconcierto, por lo que comparten, de una manera u otra, sus intenciones en el mundo: toda cultura, religión y marco de pensamiento pretende la supervivencia. Sin embargo, a la muerte no se le ha dado respuestas, sino que es ella la que responde a cada paso que damos. Como apunta el filósofo y socioólogo Edgar Morin, "el hecho de encerrar el cuerpo inerte en una mortaja, un ataúd, una tumba o un mausoleo tiene una doble función: proteger a los vivos así como a los muertos". A través del miedo, el mundo cohabita con su propia ausencia.

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