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La mente tras una crisis social: ¿Qué determina la resiliencia?
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Espacio y tiempo para respirar

La mente tras una crisis social: ¿Qué determina la resiliencia?

El comienzo de esta década quedará en la memoria social como un trauma que no por compartido es menos doloroso y, sobre todo, complejo: las experiencias son múltiples y los tiempos para procesarlas también

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Un año y medio después del comienzo de la pandemia, aún resulta pronto para reconocer los efectos de esta en la salud mental de la población. No solo porque la pandemia sigue siendo en presente, sino también porque a menudo los efectos emocionales ante experiencias traumáticas, de una u otra forma, llegan tiempo después, cuando en la conciencia el puzle de la realidad del choque queda construido al completo.

El COVID-19 ha dimensionado dicha conciencia a lo colectivo, el comienzo de esta década quedará en la memoria social como un trauma que no por compartido es menos doloroso y, sobre todo, complejo: las experiencias son múltiples, desde la pérdida masiva de empleos, la vida sin visión de futuro suspendida ante las personas, la pérdida de seres queridos, la experiencia propia del contagio y sus síntomas, el confinamiento, el aislamiento, el cambio en los códigos de socialización… Los expertos ya lo advirtieron en los primeros meses de pandemia; y a lo largo de los que han ido viniendo, la salud mental se ha situado como centro circunstancial del debate.

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“Los expertos han señalado que durante una emergencia, las personas adoptan la mentalidad de ‘simplemente superarlo’. Pero cuando pasa el apogeo de la emergencia y las personas tienen espacio para respirar, pueden comenzar a procesar el caos y el dolor que la emergencia ha causado en sus vidas y es entonces cuando su salud mental podría sufrir”, sostienen al respecto Sara Gorman y Jack Gorman.

La resiliencia no es un factor fijo

Estos expertos en salud mental pública reúnen en el portal de 'Psychology Today' las dos posibilidades del devenir del coronavirus en la memoria colectiva: “Una parte inusualmente grande de la población podría experimentar síntomas de enfermedad mental. Por otro lado, en realidad es igualmente razonable esperar que este tipo de aumento no ocurra y, además, que la salud mental de algunas personas se haya beneficiado realmente de la experiencia de soportar los factores estresantes asociados con la pandemia”, señalan.

“La equidad racial, la vivienda segura y los salarios razonables, preparan el escenario para que algunas personas sean más resilientes que otras”

La idea que sostienen no surge de la simplicidad de un positivismo extremo, sino más bien de la práctica que a veces experimentan las personas, se trata de lo que la profesora de psicología Kathy Wu define como "crecimiento postraumático": Tras el zarandeo emocional, hay personas que reconocen “una apreciación más profunda de la vida y un sentido renovado de su propia fuerza y resiliencia, que puede ayudarlos a enfrentar de manera más efectiva otros desafíos en sus vidas”. Pero este estado de resiliencia, como un impulso del propio dolor, puede ser el prólogo a otras emociones. A esto se refieren Sara y Jack Gorman cuando reconocen que la resiliencia no es “un factor fijo, sino un rasgo fluctuante que está más presente en algunas coyunturas de la vida que en otras”.

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No solo por el hecho de que, al fin y al cabo, lo que conocemos como resiliencia no es otra cosa que la convergencia de muchas emociones buscando la forma de encajar en nuestra mente, sino porque depende de factores externos al propio cuerpo: “La equidad racial, la vivienda segura y los salarios razonables, preparan el escenario para que algunas personas sean más resilientes que otras”, reconocen. Desde este punto recuerdan y proponen una construcción y entrenamiento propios de resiliencia en la medida en que sea posible: “Muchos de los factores que los expertos creen que contribuyen a la sensación de felicidad, como practicar la gratitud y la atención plena, fomentar las relaciones y centrarse en objetivos e intenciones más amplios, también contribuyen a la resiliencia”.

La propia naturaleza variable del ser humano recuerda que el aprendizaje fruto de aquello de “de lo malo también se aprende” no tiene por qué llegar inmediatamente, no hay un momento ni un tiempo determinado para que lo haga. De hecho, no siempre se tiene por qué aprender, a veces se trata, como las emociones, de buscar la manera de encajarnos ante los problemas. "Mientras esperamos saber más sobre el impacto de la pandemia en la salud mental, debemos tomarnos el tiempo para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás a fortalecer nuestros músculos de resiliencia. Las consecuencias psicológicas de esta calamidad global no son inevitables y ahora tenemos el poder de marcar la diferencia”, concluyen los expertos.

Un año y medio después del comienzo de la pandemia, aún resulta pronto para reconocer los efectos de esta en la salud mental de la población. No solo porque la pandemia sigue siendo en presente, sino también porque a menudo los efectos emocionales ante experiencias traumáticas, de una u otra forma, llegan tiempo después, cuando en la conciencia el puzle de la realidad del choque queda construido al completo.

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