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El general Ricardos: un estratega mayúsculo en el olvido
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El general Ricardos: un estratega mayúsculo en el olvido

Sus resonancias llegaban a Inglaterra y Prusia y eran estudiadas con fruición por los más avezados militares, que lo seguían como una especie de gurú por su originalidad e inventiva

Foto: Retrato del general Antonio Ricardos
Retrato del general Antonio Ricardos

Lo increíble de España es que con una clase política tan inepta todavía exista el país.

Otto Von Bismarck.

Es un escándalo que causa estupor y vergüenza ajena, ver como hoy en el famoso Arco del Triunfo sito en la Plaza Charles de Gaulle en Paris, figuran en bajorrelieve, insertas las derrotas infligidas a España (y a otra docena de países) desde la construcción de esta famosa obra neoclásica, referencia de la “grandeur” gala. A una distancia de 50 metros más abajo, amparado en una llama incombustible, yace el símbolo o la expresión más cruda de la guerra, la tumba del Soldado Desconocido.

Si el soldado desconocido que duerme en brazos de la eternidad, el único sueño verdadero, levantara la cabeza, a buen seguro que pediría el libro de reclamaciones ante una estética tan hipócrita, ante una realidad tan sesgada.

Foto: 'Felipe IV', por Diego Velázquez (Museo del Prado)
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A lo largo de la historia común de nuestros dos países, hoy socios en la UE, España en todas sus acepciones históricas, tuvo en docenas de ocasiones a nuestros vecinos del norte, contra las cuerdas. Baste decir que al menos en dos ocasiones Paris estuvo a tiro de piedra durante la Guerra de los 80 años o de Flandes y tras la onerosa derrota gala en San Quintín, y que en ambas se les apareció la virgen salvando la honra de una nación arrodillada por los tercios.

Entrando en harina, a finales del siglo XVIII, en este predio nacional o jaula de grillos sin par, Godoy era la Némesis de un prodigioso general, uno de estos uniformados imposibles de clonar. Antonio Ricardos, a la sazón capitán general de Cataluña, era según criterio de este orondo y estirado pieza, un contrapeso de difícil digestión para el ego del valido. Dice la tercera ley de Newton, que cuando un cuerpo ejerce una fuerza sobre otro, este, impulsa sobre el primero una fuerza similar en sentido opuesto.

Tuvo que venir a Madrid el laureado militar a pedir munición, si, munición y vituallas para sus tropas tras vencer a los franceses en más de una docena de batallas allende los Pirineos y tras una épica retirada táctica en donde los contraataques de los galos eran repelidos con miles de bajas para el adversario, quedaba el lamentable escenario de las viudas y huérfanos en el desamparo.

placeholder Manuel Godoy
Manuel Godoy

La guerra del Rosellón, inicialmente había sido un paseo para las tropas españolas, los franceses huían en todas direcciones y el general Ricardos asombraba a Europa por la temeridad, recursos tácticos en liza y respeto por la población civil. Este hombre menudo y enjuto vivía envuelto en la admiración de propios y extraños por la facilidad con que planteaba los combates y como los resolvía; sus resonancias llegaban a Inglaterra y Prusia y eran estudiadas con fruición por los más avezados militares que lo seguían como una especie de gurú por su originalidad e inventiva.

Pero la realidad patria era más cruel. Había que cortarle las alas a este prohombre cuya fama había llegado tan lejos. Tener a un enemigo como Godoy en la retaguardia era algo previsible, pero no sus formas tan descaradas.

Cuando este valido que gestionaba como un sátrapa los asuntos de estado en el momento del reinado de Carlos IV, vio que la alargada sombra de este uniformado se agrandaba hasta límites insospechados, decidió ponerse de perfil y vaciar el alfil “adversario” de actividad. Entonces, este sagaz militar se encontró con tres frentes simultáneamente. Los franceses, la carencia de recursos para continuar su racha victoriosa y la envidia del todopoderoso factótum de la Corona. ¿Quién da más?

Foto: 'Viaje a la Luna'.

Por aquel entonces, el amanerado y exquisito rey francés estaba a punto de entrar en la historia con su cabeza bajo el brazo.

La tibia política del melifluo Carlos IV al embarcarse en una guerra de baja intensidad en coalición con los prusianos, austriacos e ingleses, había llevado al Conde de Aranda a un enfrentamiento de baja intensidad en principio, vamos, algo de andar por casa para lavar la cara ante los coaligados. Pero los aliados apretaban y había que dejar los bailes de salón para pasar a mayores.

Los osados galos que se habían atrevido a sublevarse contra los regios coronados en medio de una hambruna tremebunda – la jovencísima María Antonieta ante la petición de pan por parte del populacho desmadrado les había recomendado que comieran pasteles -, iban a ser merendados por varios ejércitos que, sincronizados, pretendían invadir la Francia eterna.

El caso es que como es sabido, el pueblo de Francia que había aguantado lo suyo, les extendió un visado especial a estos dos botarates que vivían en una realidad paralela ajenos al sufrimiento de sus súbditos a los cuales, trataban como una mera propiedad más. Tal que un 21 de enero de 1793, allá por las 10.30 horas de una extraña e inolvidable mañana histórica donde las haya, el polifacético Charles-Henri Sansón, verdugo de profesión y para rematar, médico y violinista (los designios del Señor para sus criaturas son inescrutables) exclamó antes de que la guillotina le cercenase el cuello al futuro interfecto ¡Bon voyage! Luis XVI de Francia y su pompa, viajarían en primera tras probar las iras del populacho enfervorizado y muy subido ante la magnitud de su venganza.

"El inútil de Godoy, que se empleaba más con las señoras que con las labores de estado, se había olvidado que había una guerra por ahí"

Días después y tras activar los planes de contingencia de Aranda en previsión de una anunciada colisión, el general Ricardos repartía estopa a diestro y siniestro en la zona del Rosellón poniendo en fuga a las tropas republicanas de la Convención.

Lo que en principio iba a desarrollarse como una campaña de contención o de defensa adelantada tanto en el frente vasco como en el catalán, devino en un exitoso varapalo, correctivo, tunda o lo que sea, a las tropas francesas. El General Ricardos (Dios lo tenga en su gloria si es que esta está en algún lado), porfiaba con buenos argumentos en el campo de batalla, pero… El inútil de Godoy que se empleaba más con las señoras que con las labores de estado, se había olvidado que había una guerra por ahí.

El pobre general que estaba más entrenado en las vicisitudes bélicas que en los entresijos capitalinos había olvidado eso de hacer la pelota y alguna genuflexión. Lo suyo, eran los mapas y las inclemencias de la guerra con su variado repertorio de horrores. No era amigo de la estulticia ni mucho menos del 'rendez vous'. Y por ahí se le fue de la mano la iniciativa.

"Una lluvia intensa y pertinaz inundó la pobre estancia del uniformado y su débil cuerpo lo acusó"

Cuando llegó a la corte para apremiar a la pléyade de asesores y consejeros sobre lo vital que era disponer de armamento para sostener el esfuerzo bélico, le confundieron con Gila; vamos, que el tema que para él era más que serio, para los engolados cortesanos requería tiempo y una reflexión profunda; esto es, que no les interrumpiera su cacería y buen rollito acomodaticio. El atónito general había tropezado con un valladar de incomprensión y desidia. Eran los tiempos del infumable Godoy.

Pero la cosa no queda ahí. Al esforzado general que venía a uña de caballo desde el frente del Rosellón y que estaba a punto de pulverizar a los franceses le había mirado un tuerto.

En el camino a Madrid había hecho parada sin fonda y en medio de la campiña, sus modélicos oficiales y soldados le habían montado una tienda de campaña revestida de grasa animal para evitarle las inclemencias de la naturaleza. Aquella noche, una lluvia intensa y pertinaz inundó la pobre estancia del uniformado y su débil cuerpo lo acusó. Total, que agarró como consecuencia de ello una pulmonía como una catedral y cuando más atención necesitaba a su llegada a la Corte de Madrid, tropezó con aquel vendaval o sobredosis de surrealismo.

"Este hombre de uniforme, lector empedernido de Federico de Prusia, Cesar, Alejandro Magno y Belisario, fue un ilustrado de los pies a la cabeza"

Pocos días después moriría en medio de los zarpazos de la vida y debatiéndose entre unas fiebres descontroladas. Los franceses entretanto que habían llamado a filas hasta al Tato, se habían recuperado y desbordado a las tropas españolas.

Este hombre de uniforme, lector empedernido de Federico de Prusia, Cesar, Alejandro Magno y Belisario, un ilustrado de los pies a la cabeza, miembro de la avanzada Sociedad Económica de Amigos del País, un grupo think tank que laboraba por la prosperidad de la nación desde una perspectiva reformista, fue devorado por la cruda realidad.

Decía uno de los más grandes poetas que han visto la luz, Antonio Machado, que en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa…

Para mear y no echar gota.

Lo increíble de España es que con una clase política tan inepta todavía exista el país.

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