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Un año sin Internet en plena pandemia: termina el curioso experimento de Aron Rosenberg
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UN NAÚFRAGO DIGITAL

Un año sin Internet en plena pandemia: termina el curioso experimento de Aron Rosenberg

Este profesor canadiense se propuso pasar un año entero sin conectarse a la red de redes. Lo que no esperaba es que una pandemia fuera a sacudir el mundo

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Desde hace unos años viene popularizándose mucho el término 'digital detox', el cual hace referencia a esos períodos vacacionales o recreativos en los que la opción de permanecer desconectado se ofrece como un 'plus'. Seguro que si estás trabajando en un empleo que te obliga a estar pegado mucho tiempo a una pantalla la idea de pasar unos días completamente 'offline' te resulta atractiva. Lo suficiente como para que, llegado el momento de volver a la rutina, vuelvas a encender el teléfono y sientas que no querrías por nada del mundo desprenderte más de él.

Y más en esta época. Son muchas las encuestas que reflejan el gran aumento que ha experimentado nuestro uso del 'smartphone' el año pasado, cuando comenzó la cuarentena. Algo lógico: al privarnos de la interacción social física, la mayoría recurrió al mundo virtual para mitigar la sensación de soledad y aislamiento gracias a las videollamadas con los seres queridos, las plataformas de películas y series en 'streaming' y las redes sociales. Pero, ¿qué habría pasado si hubieras tenido que pasar esos más de dos meses en casa sin conectarte a Internet?

"Nos hemos acostumbrado tanto a alternar la atención entre el mundo 'online' y 'offline' que ya no recordamos cómo era eso de no estar distraídos todo el tiempo"

Muchos, los más optimistas, afirmarán que perfectamente podrían haberlo hecho, mientras que otros, la sola idea de pensarlo les dará vértigo. Pero en el caso de Aron Rosenberg, un futuro profesor de Educación de la Universidad McGill, en Canadá, lo cierto es que tras haber pasado un año sin ningún tipo de conexión a Internet ahora es mucho más feliz. Y no solo eso, sino también más inteligente y productivo. O al menos ha ganado en capacidad de concentración, como admite en una entrevista realizada por el periodista Charlie Walzer en 'The New York Times'.

El estudiante de doctorado de la universidad canadiense se propuso dos meses antes de que estallara la crisis sanitaria pasar un año entero sin conectarse a la red con el objetivo de observar los cambios que se producían en su atención y, posteriormente, extrapolar los resultados al cerebro de los adolescentes para analizar cómo afectaba a su aprendizaje y comportamiento. Así, estableció una serie de pautas muy estrictas que pore nada del mundo debería incumplir: nada de ordenadores ni 'smartphones', nada de conectarse a las redes públicas o, incluso, prohibido pedir a otras personas que buscaran datos por él en sus propios móviles.

Un mundo fragmentado

Rosenberg se obligó a permanecer desconectado casi en el momento en el que el resto del mundo más necesitó el rostro de sus seres queridos en la pantalla de su ordenador. Lo más curioso y paradójico es que, un año después de su experimento, es quizás el ser humano más concienciado de todo el globo sobre la división que hay entre nuestra vida real y nuestra vida virtual ya que, a fin de cuentas, el resto de nosotros hemos devorado información y usado los servicios digitales para mantenernos a flote en una época crítica de nuestras vidas. Él, en cambio, ha pasado todos estos meses 'offline', como si se tratara de un anciano al que le ha pillado a destiempo la revolución tecnológica.

"Tener menos acceso a información no verificada en esos momentos fue casi como una bendición"

"Nos hemos acostumbrado tanto a alternar nuestra atención entre el mundo 'online' y 'offline' que la mayoría de nosotros ya ni siquiera recordamos cómo era eso de no estar distraídos todo el tiempo", asegura Catherine Price, psicóloga y terapeuta de todo lo relacionado con la adicción al teléfono móvil. "La pandemia ha hecho patente lo muy fragmentadas que se encuentran nuestras vidas, solo ha servido para empeorar la situación. Lo bueno es que muchas personas", suponemos que como Rosenberg, "finalmente se están dando cuenta de que esto no es para nada sano ni sostenible, y están comenzando a buscar soluciones".

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Cuando el aspirante a doctor ya llevaba dos meses desconectado, la pandemia irrumpió en todo el mundo, llevando a los gobiernos a tomar la decisión de extender la cuarentena indefinida para proteger a sus ciudadanos y frenar el avance del virus. En ese momento, Rosenberg reconoce que se asustó un poco. Además, descubrió que necesitaba conectarse al menos al correo electrónico por si alguien de sus contactos cercanos estaban contagiados. En ese momento estaba en Berlín de viaje. Al conocer las malas noticias y lo muy rápido que estaba avanzando la enfermedad (suponemos que a través de la televisión, cómo si no), decidió volver a Canadá (volvemos a suponer que comprando el billete de avión en el mismo aeropuerto) y allí, en su lugar de origen, ya vio con mejores ojos completar el reto en mitad de una emergencia sanitaria.

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"Tener menos acceso a información no verificada en esos momentos fue casi como una bendición", aseguró. En esas horas de soledad y aislamiento, se centró en su trabajo de investigador. Fue cuando notó un gran cambio. Lo más obvio fue que aumentó su capacidad para concentrarse en leer durante largos períodos de tiempo. Aquellos textos académicos que antaño le costaban tanta energía mental estudiar, los comprendía a la primera. Experimentó un cambio en su forma de entender la realidad más inmediata: "Me di cuenta de que mi dependencia a Internet me había llevado a valorar más 'lo nuevo' frente a las ideas más duraderas y útiles".

Aislamiento y nostalgia

Percibió que la mayor parte de su vida de estudiante había consistido en una mera "lectura superficial" como fruto de esa baja atención provocada por el uso de las redes sociales. A las pocas semanas de permanecer desconectado, se dio cuenta que trazaba muchísimas más conexiones mentales con ideas que descubría en los libros y artículos que devoraba. Ideas que antes era imposible que se le ocurrieran. Pero no fue un camino de rosas, ni mucho menos. Según reconoce en el diario neoyorkino, también hubo "mucha sensación de aislamiento y nostalgia" de su vida anterior. Su hermano había tenido un bebé el verano pasado y no pudo ver fotos ni chatear con su familia. Para mitigar esta falta de contacto, escribió un montón de cartas, alrededor de unas 250.

"Se espera de nosotros que nos involucremos en la esfera digital como si tuviésemos experiencia ya de por sí"

Solo en una ocasión se saltó las pautas que se había prometido cumplir, el momento en el que tuvo que inscribirse en sus clases para el siguiente otoño. Como todo estudiante a estas alturas de siglo, la matrícula debía hacerse de manera 'online', así que le pidió a un amigo que la hiciera por él, y entonces, incumplió su promesa. Lo más curioso de todo es que una vez, hablando con un profesor, se dio cuenta de que era imposible escapar de esa realidad: al fin y al cabo, todas las personas de su alrededor usaban Internet, por lo que cualquier contacto social ya estaba mediado, aunque fuera indirectamente, por la red de redes.

Este naúfrago digital acabó por vivir con dolor la hora de regresar al mundo virtual. El 1 de enero de 2021, el último día de la prueba, abrió el ordenador y regresó a Twitter. Cuando antes había dedicado las primeras horas de la mañana a la lectura profunda, ahora ya volvía a devorar contenidos que otros usuarios colgaban en la red social. "Me di cuenta que todas esas cosas que buscaba en las redes me hacían sentir muy bien, pero en realidad acabé por no valorarlas", asegura. Al final, Warzel reconoce que le notó muy desorientado cuando le vio para la entrevista, con leves recuerdos de aquella vida sin plegarse al brillo de las pantallas, incapaz de encontrar un punto medio entre ambos mundos.

Un naúfrago digital

Cuando Rosenberg abrió su correo electrónico por primera vez después de tanto tiempo descubrió que tenía 2.836 mensajes sin leer. En ese momento, "cerré el ordenador y salí a caminar", tal y como cuenta él mismo en la web 'CBC'. Los días siguientes se volvió a enamorar del mundo digital. "Cada página web era fresca y emocionante", reconoce. "Entonces, algo cambió en mi cabeza y empecé de nuevo a llevar mi ordenador portátil todo el rato conmigo". Aún no tenía un 'smartphone', con lo que era el único dispositivo que podía echar mano durante su vuelta a la red.

"No debemos llevar a cabo una transformación de Internet, sino considerar quién se beneficia si ignoramos el poder que nos ofrece"

A los pocos días, su consumo excesivo de páginas web regresó, junto con su falta de atención. "Tenía docenas de pestañas abiertas, pero en lugar de pararme a leer cada una de ellas, simplemente hacía clic y solo miraba rápidamente las imágenes y los titulares", relata. Afortunadamente, supo autorregular el tiempo que pasaba 'online', poniéndose límites horarios para estar conectado. "Aunque sigo haciendo 'scroll' compulsivo en Twitter e investigando frenéticamente en Wikipedia, me las he arreglado para solucionar otras de mis manías de antaño. Estoy tratanto de dedicar mi tiempo dentro de la red a la organización comunitaria", al parecer, la aspiración ingenua y benévola de aquel Internet primigenio destinado a conectarnos a todos con todos para solucionar los problemas.

Otro Internet es posible

"Si queremos que Internet sea más justo, tendremos que trabajar unidos", concluye Rosenberg, en su 'statement' final. "Nuestro poder ha permanecido oculto debido a las estrategias internacionales de las grandes empresas de tecnología para ganar dinero. Los problemas son tan grandes que a veces parece que no podemos hacer nada. Pero si desempeñamos pequeños roles individuales que apunten hacia el cambio colectivo, eso podría salvar la red. Nuestra misión no es llevar a cabo una transformación de Internet, sino considerar quién se beneficia si ignoramos el poder que nos ofrece".

"Se espera de nosotros que nos sumemos e involucremos a la esfera digital como si tuviésemos experiencia ya de por sí viviendo con ella", admitió a Warzel en el diario neoyorquino. "Pero la mayoría de la gente ni siquiera sabe cómo se siente la ausencia de esto mismo en sus vidas". Resulta muy paradójica esta conclusión de este naúfrago digital, pues al fin y al cabo no es que vivamos en una tiranía de lo virtual a raíz de tanto avance tecnológico, sino que nadie nos ha dado la oportunidad real de poder vivir al margen de esta esfera. O en todo caso, como en el experimento de Rosenberg, pretender hacerlo no solo resulta imposible por más que nos esforcemos, sino hipócrita y antinatural a estas alturas.

Desde hace unos años viene popularizándose mucho el término 'digital detox', el cual hace referencia a esos períodos vacacionales o recreativos en los que la opción de permanecer desconectado se ofrece como un 'plus'. Seguro que si estás trabajando en un empleo que te obliga a estar pegado mucho tiempo a una pantalla la idea de pasar unos días completamente 'offline' te resulta atractiva. Lo suficiente como para que, llegado el momento de volver a la rutina, vuelvas a encender el teléfono y sientas que no querrías por nada del mundo desprenderte más de él.

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