Es noticia
Larra o Einstein: por qué los grandes genios siempre llevaron vidas miserables
  1. Alma, Corazón, Vida
¿GRANDES ESPERANZAS?

Larra o Einstein: por qué los grandes genios siempre llevaron vidas miserables

Parece que las personas con capacidades extraordinarias están condenadas al fracaso vital. No es casualidad, hay estudios científicos que lo demuestran

Foto: Retrato de Mariano José de Larra, héroe trágico español y uno de los padres del periodismo. (Wikipedia)
Retrato de Mariano José de Larra, héroe trágico español y uno de los padres del periodismo. (Wikipedia)

Febrero de 1837. Un estruendo fatal rasga la medianoche en el centro de Madrid. En la calle Santa Clara de la capital, a escasos 50 metros del Palacio Real y de la populosa Plaza de la Ópera, un hombre cae abatido sobre un suelo de cerámica cromada. Se trata de Mariano José de Larra, máximo pionero de este bello oficio llamado periodismo quien, en un ataque de lucidez o de desesperación, decide poner punto y final a su vida.

Mucho se ha especulado sobre los motivos que le llevaron al suicidio, sobre todo después de haber gozado de un alto prestigio entre sus coetáneos. El mismísimo José Zorrilla entonó una elegía ante su tumba pasados unos días. Algunas décadas más tarde, personajes tan ilustres para el pensamiento español como Azorín, Unamuno o Baroja recogían las ideas que el genio dejó plasmadas en sus textos para renovarlas y adaptarlas a los tiempos, en una suerte de herencia cultural que ha pasado de generación en generación hasta nuestros días.

El problema con el mundo es que los estúpidos son arrogantes y los inteligentes están llenos de dudas

La muerte de Larra sigue estudiándose a día de hoy en todos los colegios españoles como un hito oscuro de la historia de España. Al fin y al cabo, se trata de una metáfora que simboliza esa continua lucha entre razón y emoción en la que claramente venció la segunda. Considerado como uno de los padres del Romanticismo, también fue uno de los intelectuales más duchos y brillantes de la época de la Ilustración, ese período en el cual se disiparon las sombras de la superstición para dar a luz a la ciencia y la razón, que luego sentarían las bases de una sociedad más justa e igualitaria. La enorme pérdida de Larra no solo significó un antes y un después para la literatura, como comúnmente se le ha asociado, sino también para el periodismo y las ciencias sociales.

Y como si fuera una especie de maldición, la historia se repite con otros tantos genios. Como Albert Einstein, hacedor de frases cargadas de significado y dobles sentidos, quien expresó esta idea trágica que comparten tantas personas excelentes, superinteligentes como él o repletas de talento: “Es triste ser conocido de forma tan universal, y a la vez estar tan solo”. ¿Qué es lo que empuja a estas vidas -tan diligentes, creativas, lúcidas e instruidas-, a la desgracia?

Foto: La paciencia y la ciencia. (iStock)

En muchas ocasiones, una personalidad fuerte está asociada a un cierto desorden en la esfera privada. Como el caso de Larra, quien al parecer apretó el gatillo al ser abandonado por Dolores Armijo, una de sus amantes (estando él casado). O el propio Einstein y su fama de mal estudiante. ¿Tiene la ciencia una respuesta al respecto?

Genios infravalorados, zoquetes muy creídos

Existe un curioso sesgo cognitivo muy interesante por el cual las personas con nula habilidad o escasos conocimientos en una materia sufren un sentimiento de superioridad ilusorio frente al resto, y viceversa; aquellos con un coeficiente intelectual por encima de la media o muy cualificados en su disciplina tienden a subestimarse en exceso, sufriendo un síndrome de inseguridad que les hace creer que esos desempeños tan extraordinarios que ellos realizan sin pestañear son sencillos para los demás. Se trata del efecto Dunning-Kruger, descubierto en 1999 por los investigadores Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell, en Nueva York.

Los seres creativos emplean mucho tiempo en reflexionar sobre lo que quieren alcanzar o qué deben cambiar para tener éxito

Ambos publicaron un estudio en el 'Journal Personality and Social Psychology' en el que concluyeron: “La sobrevaloración del incompetente nace de la mala interpretación a la capacidad de uno mismo. La infravaloración del competente nace de la mala interpretación de la capacidad de los demás”. Bien podría resumirse con la idea de que el erudito de verdad es aquel que se da cuenta de que a pesar de haber adquirido muchos conocimientos, la sabiduría no es un estado estático, sino más bien una carrera de fondo. O con una frase del británico Bertrand Russell, padre de la filosofía analítica: “El problema con el mundo es que los estúpidos son arrogantes y los inteligentes están llenos de dudas”.

Pero, llegados a este punto, habría que hacer una precisión terminológica. ¿Qué es la sabiduría? Antes de irnos por las nubes, hay que atender a la diferenciación que hace Igor Grossman, profesor de la Universidad de Waterlooo (Canadá), entre este concepto y el de inteligencia. En este sentido, la inteligencia tiene que ver estrictamente con el coeficiente intelectual, mientras que la sabiduría toma un enfoque más holístico. En uno de sus estudios, el científico comprobó que aquellos con mejores resultados en pruebas de conocimientos generales también reportaban una mayor satisfacción con la vida, mejor calidad en sus relaciones y menores niveles de ansiedad.

"Comerse demasiado la cabeza"

Otra variable que seguro que se te ha podido pasar por la cabeza alguna vez es que, para llevar una vida tranquila y feliz no deberías pensar demasiado. Lo que viene a ser la típica expresión “comerte la cabeza”. El psicólogo Howard Gardner, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2011, estudió las vidas de genios como Picasso, Freud o Stravinsky, y halló que tenían un patrón de trabajo muy similar en común basado en el ensayo y error. Su método era, pues, la retroalimentación constante, lo que sin duda les generaba mucha presión y ansiedad. “Los individuos creativos emplean una considerable cantidad de tiempo en reflexionar sobre lo que quieren alcanzar, si han tenido éxito o no, y si no lo han logrado, qué es lo que deben cambiar”, asegura Gardner en uno de sus estudios.

Foto: Quizá nunca tuvo otras expectativas, quizá debería no haber nacido. (iStock)

Otro estudio canadiense del académico Alexander Penney concluyó que todas aquellas personas brillantes se distinguen de las demás porque poseen una “mente rumiante” siempre abierta a las dudas o a las segundas consideraciones. De igual modo, la neuróloga Nancy Andreasen resolvió en su popular libro 'The creative brain' ('El cerebro creativo'), que los genios de nuestra sociedad estaban condicionados por trastornos bipolares, depresiones o crisis de ansiedad.

Subsistir en la máquina o el ostracismo

De algún modo, la forma de vida que llevamos, que ciertos autores ya nombraron como “la sociedad del cansancio”, en la que los individuos se perciben como empresarios de sí mismos, se autoexplotan y son obligados a adquirir un cierto prestigio a riesgo de desaparecer, condena a estas mentes creativas bien al ostracismo o bien a la sumisión al sistema. No es raro ver que muchas de estas personas inteligentes y con buenas ideas deben conformarse con trabajos nada creativos para subsistir dentro de la máquina. O en todo caso, se obsesionan tanto por hacer bien las cosas que son incapaces de amoldarse a los tiempos tan frenéticos y exigentes de la era del turbocapitalismo, en la cual, todo va demasiado deprisa y los resultados se miden al minuto.

Es lo que opina Josh Linkner, un experto de la revista 'Forbes' que alertaba de cómo en muchos casos se da un fracaso de gente con verdadero talento mientras que los más mediocres ascienden en la pirámide social como por arte de magia. Lo que a unos les cuesta años y esfuerzo, dedicación y compromiso, a otros tan solo tener un buen padrino o bien formar parte de una comunidad virtual que ejerza de seguro de vida ante un despido. En definitiva, como también refrendaba Kant: "La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar". Y es precisamente la duda lo que menos abunda en esta época que siempre precisa de certezas absolutas, en la que todo el mundo cree tener la razón.

Febrero de 1837. Un estruendo fatal rasga la medianoche en el centro de Madrid. En la calle Santa Clara de la capital, a escasos 50 metros del Palacio Real y de la populosa Plaza de la Ópera, un hombre cae abatido sobre un suelo de cerámica cromada. Se trata de Mariano José de Larra, máximo pionero de este bello oficio llamado periodismo quien, en un ataque de lucidez o de desesperación, decide poner punto y final a su vida.

Social Colegios
El redactor recomienda