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El profesor que resuelve enigmas educativos o cómo la niña más pobre sacó la mejor nota
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KEN BAIN Y EL FUTURO DE LA EDUCACIÓN

El profesor que resuelve enigmas educativos o cómo la niña más pobre sacó la mejor nota

A sus 83 años, el profesor Ken Bain ha pasado décadas investigando sobre innovación educativa y qué hace falta para que los estudiantes aprendan de verdad

Foto: Ken Bain, durante una de sus charlas.
Ken Bain, durante una de sus charlas.

En 2012, lo que no debería haber sido más que una nota a pie de página en la sección de educación sacudió la actualidad mexicana, hasta el punto de que sus ecos llegaron al otro lado del Río Grande, a Estados Unidos. La nota más alta (921) en la prueba de matemáticas, un 10 sobre 10, había sido obtenida por una niña de 12 años llamada Paloma Noyola. No era una de las hijas de las familias ricas de México D.F. Se había criado en Tamaulipas, en un pueblo sin agua corriente ni líneas telefónicas fijas, y era huérfana de padre. Otros nueve compañeros habían obtenido notas superiores al 900. Algo pasaba en Matamoros.

Las miradas se centraron en Sergio Juárez Correa, su profesor. “Había desarrollado un método muy ingenioso”, recuerda a El Confidencial Ken Bain, autor de ' Lo que hacen los mejores profesores universitarios', vicerrector de Asuntos Académicos de la Universidad del Distrito de Columbia y presidente del Best Teachers Institute. “Había preguntado a sus alumnos qué querían aprender y con eso había creado su programa, además de añadir de vez en cuando alguna cuestión sobre aspectos que consideraba que podrían fascinar a sus alumnos”.

Los profesores hemos malgastado el tiempo en dar información, cuando deberíamos haberlos ayudado a pensar de forma crítica

Correa entró un día entró a clase y pidió a los alumnos que sumasen todos los números de 1 a 100. ¿1+2+3+4… así hasta 100? Noyola encontró rápidamente la respuesta, a la que probablemente no habrían llegado la mayoría de adultos. Se dio cuenta de que sumar 1 y 100 daba 101, que sumar 2 y 99 daba 101, que sumar 3 y 98 daba 101… así que lo único que tenía que hacer era multiplicar 101 por 50. Y, acto seguido, hizo algo que para el antiguo profesor de Historia marcó la diferencia para sus colegas: “Ayudó a sus compañeros a que lo entendiesen”. Paloma se convirtió en un icono de superación y fue comparada con Steve Jobs en la portada de 'Wired'.

placeholder La portada de 'Wired' con Paloma en ella.
La portada de 'Wired' con Paloma en ella.

Para Bain, que disfruta coleccionando épicas historias de mejora educativa, es un buen ejemplo de hacia dónde debe dirigirse la educación en el futuro. “Lo que hemos hecho siempre ha sido malgastar el tiempo en proporcionar de forma oral información que podían haber obtenido fuera, en lugar de ayudarles a pensar de forma crítica”. El profesor, que debido a sus problemas de salud ofreció por videoconferencia una charla organizada por el Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra el pasado mayo, disfruta a sus más de 80 años ofreciendo sin parar sus ejemplos preferidos de metodologías innovadoras en todo el mundo.

¿La clave? La motivación del estudiante. “Algunos no adoptan un acercamiento profundo que les permita aplicar lo que han aprendido”, explica. “Su enfoque es estratégico o superficial, les sirve para aprobar el curso”. El gran reto para el profesor hoy es, como ayer y mañana, que el estudiante aprenda, pero quizá no de la misma manera que antes.

No es el docente ni el alumno. Tampoco la tecnología o los recursos. La clave se encuentra en crear entornos “naturales y críticos” –el nombre que les da una y otra vez a lo largo de la entrevista– donde los estudiantes se impliquen, aprendan y pongan en cuestión lo aprendido. ¿El truco? “Plantear buenas preguntas, que consideren importantes, intrigantes o simplemente bellas”. Bein lo repite una y otra vez. “Intrigante y bello”. Así es como debe ser el aprendizaje.

Y el profesor se lanza a contar historias y resolver misterios.

Los médicos que experimentan con gaseosa

El método más popular hoy, el aprendizaje en grupos, cuya receta pasa a desgranar. Primer paso, “que los estudiantes se preparen en casa leyendo los materiales o viendo vídeos, antes de ir a clase”. Segundo paso, “que nada más llegar realicen un pequeño examen, tanto de forma individual como en grupo, hasta que obtengan una puntuación perfecta”. Tercer paso, “se les presenta problemas que deben intentar resolver como grupo”.

Un profesor de literatura rusa animó a sus alumnos a que visitasen a los presos para discutir sobre los temas de 'Guerra y paz'

Una metodología, recuerda Bain, que hoy es muy común en las facultades de medicina, donde los estudiantes son animados a resolver problemas médicos “que requieren un razonamiento sofisticado”. ¿Y el profesor? Ya no es la fuente de información –lo son los libros, los vídeos, la infinitud de materiales disponibles–, sino quien resuelve sus dudas y les proporciona 'feedback'.

Buenas preguntas, grandes respuestas

Bain sigue con las pruebas de concepto. Una vez más, todo comienza encargando a los estudiantes tarea para su casa. De retorno al aula, tienen que enfrentarse con “problemas conceptualmente ricos” en grupo. La clave se encuentra en plantear problemas lo suficientemente interesantes (y sí, también bellos e intrigantes).

Como aquel profesor de Derecho que entró hace un par de años en su clase y preguntó a sus alumnos cómo era posible que EEUU fuese el país con una mayor proporción de población encarcelada. “Lo primero que hizo fue dejarles que especulasen antes de investigar”. O el profesor de literatura rusa de la Universidad de Virgina que animó a sus alumnos a que visitasen la cárcel local para hablar con los presos de los grandes temas (¿quién soy? ¿cuál es mi destino? ¿cuál es mi papel?), esos que aparecían en novelas como 'Guerra y paz' de Tolstói o 'Padres e hijos' de Iván Turguéniev. “Les ayudaron y, además, aprendieron muchas cosas sobre literatura rusa”.

Pero no se trata simplemente de preguntar, sino de saber cómo llegar a una respuesta. “Una de las cosas que sabemos hoy es que los estudiantes jóvenes son mejores a la hora de ayudar a los principiantes que los avanzados”, recuerda Bain. “Por lo que para los estudiantes trabajar juntos para poner solución a un problema es más beneficioso que tener un profesor delante que le dé las respuestas”.

placeholder Cualquier lugar puede ser un entorno de aprendizaje. (Reuters/Shannon Stapleton)
Cualquier lugar puede ser un entorno de aprendizaje. (Reuters/Shannon Stapleton)

¿Es entonces posible un mundo sin profesores? “No”, niega categóricamente el también autor de ' Lo que hacen los mejores estudiantes de universidad', la continuación del volumen anterior. “No se pueden eliminar sin disminuir la calidad de la educación. Que su rol haya cambiado no quiere decir que tenga que ser eliminado. Puedes aprender sin profesor, pero necesitas una fuente de motivación e inspiración, alguien a quien hacerle preguntas”.

China, qué bella eres

Un inciso. Bain explica con admiración una de las últimas visitas que realizó a un colegio del sudoeste chino. “Conocí a los estudiantes en persona y su motivación me dejó sin palabras”. ¿Qué hacían exactamente? Juntar al profesor de Biología, al de Ingeniería y al de Economía, además del de Psicología y Educación Física y proponer un reto a los estudiantes: ¿qué idea vendible en el mercado se les ocurre para mejorar el deporte, poniendo en práctica sus conocimientos de ingeniería?

Los resultados fueron espectaculares, como nuevos aparatos para el gimnasio con los que, asesorados por sus profesores de Biología y Educación Física, tenían que comprender qué efecto causarían en el organismo de los usuarios. “Los grupos multidisciplinarios son un gran ejemplo, porque son muy ricos, muy motivadores, dan respuesta a todos los problemas en los que los estudiantes puedan estar interesados”, señala Bain.

Aulas personalizadas con miles de alumnos

Todo suena muy bonito, pero ¿no resulta difícilmente aplicable a las aulas universitarias donde suelen juntarse cientos de alumnos? ¿No suena un tanto elitista? Una vez más, la respuesta es negativa. “Eric Mazur desarrolló una metodología con la que puede dar clase a cientos de estudiantes”, explica Bain. “Primero, les proporciona artículos y libros; inmediatamente después, se enfrentan con problemas intrigantes, interesantes, conceptualmente ricos, y les piden que los resuelvan inmediatamente”.

Los humanos somos animales naturalmente curiosos, pero también queremos autonomía y que no nos digan qué debemos aprender

Muchas (o la mayoría) de las respuestas que proporcionan esos estudiantes están equivocadas, pero eso no es un problema. Como explica el profesor, Mazur pide a sus alumnos que se pongan de pie, encuentren a alguien que haya proporcionado una respuesta diferente a la suya, y que conversen entre ellos. “Entonces vuelven a hacer el examen. En el proceso, han aprendido muchas cosas en las que no habían pensado antes”. ¿Un aliado? Los clickers, esos cacharros que permiten interactuar con la audiencia de un programa televisivo… o un aula.

Una lección de historia

El propio profesor ha intentado aplicar a la enseñanza de Historia su modelo de los 'natural critical learning environments'. Por ejemplo, llevando los juegos tradicionales de instituto a los adultos. “Los estudiantes interpretan roles e intentan convencer a sus compañeros de su posición, por ejemplo, cómo responderías al conflicto entre republicanos y conservadores si estuvieses en 1935 en España”, explica.

“Como es un juego, es algo que suele hacerse con estudiantes de entre 15 a 20 años, pero algunos hemos creado versiones donde estudiantes en clases muy grandes hacen lo mismo con personajes históricos y períodos que han investigado previamente”, añade. “¡Y están muy motivados porque quieren ganar!” La clave es trabajar en grupo, como en un entorno laboral real, “que es lo que tendrán que hacer en su trabajo”.

Somos ardillas

Ya lo dijo Sócrates: “Los jóvenes son maleducados, desprecian la autoridad y chismorrean cuando deberían trabajar”. ¿De verdad se distraen más fácilmente? “Hoy tenemos una visión más rica, gracias a los psicólogos Edward Deci y Richard Ryan, de que el ser humano es un animal naturalmente curioso”, responde Bain. “Pero también sabemos que los humanos se mueven por el deseo de autonomía, no les gusta que les controlen”.

placeholder De estímulo en estímulo, como ellas. (iStock)
De estímulo en estímulo, como ellas. (iStock)

Los humanos, añade, somos como ardillas. “Van a un árbol por nueces, las cogen y si ven que hay otro árbol cerca que también tiene, dejarán las que queden e irán a ese”, narra el profesor. “Los humanos somos así, estamos buscando continuamente información, y si la conseguimos fácilmente, saltaremos al siguiente árbol, a la siguiente página web, ante el miedo de perdernos algo importante”. La solución quizá pase por que sean los propios alumnos quienes establezcan sus reglas para evitar distraerse. “Es mejor darles autonomía que golpearlos con un látigo por mirar el móvil”.

Lo que ocurre a menudo en los colegios, donde “la única manera de motivarlos es amenazarlos con malas notas”. Algo que termina horadando poco a poco su motivación. “A los cinco años están llenos de preguntas y a los 14 han perdido toda la curiosidad, porque han vivido en un entorno controlador, no en uno que les pidiese que hiciesen preguntas interesantes y que pongan a prueba lo que saben”. Por ejemplo, la clase de pregunta que Sergio Juárez le hizo a Paloma Noyola. Una cuestión que lo cambió todo.

En 2012, lo que no debería haber sido más que una nota a pie de página en la sección de educación sacudió la actualidad mexicana, hasta el punto de que sus ecos llegaron al otro lado del Río Grande, a Estados Unidos. La nota más alta (921) en la prueba de matemáticas, un 10 sobre 10, había sido obtenida por una niña de 12 años llamada Paloma Noyola. No era una de las hijas de las familias ricas de México D.F. Se había criado en Tamaulipas, en un pueblo sin agua corriente ni líneas telefónicas fijas, y era huérfana de padre. Otros nueve compañeros habían obtenido notas superiores al 900. Algo pasaba en Matamoros.

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