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Que aprendan nuestros políticos: así se plagia una tesis sin que te pillen
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EL HOMBRE VS. EL TURNITIN

Que aprendan nuestros políticos: así se plagia una tesis sin que te pillen

Un análisis de los trabajos de los estudiantes muestra las estrategias que usan para escapar de los programas de detección de plagio, pero también la paradoja que esto produce

Foto: Una tesis de 2007, en el año 13 después de la popularización de internet. (iStock)
Una tesis de 2007, en el año 13 después de la popularización de internet. (iStock)

Ay, Turnitin. Luz de juntas de profesores, fuego de evaluaciones finales. Tur-ni-tin. Las tres sílabas que han provocado no pocos desvelos entre estudiantes, doctorandos y, sí, políticos, que cruzan los dedos antes de que el programa identificador de plagios descubra qué porcentaje de una publicación académica es grasa y cuánto es nervio.

Entre un 10% y un 20% es aceptable, señalan los profesores acostumbrados a saltar de tribunal entre tribunal. En algunos casos, como en Derecho, un 30% vale. Al fin y al cabo, hay que citar, y el Turnitin no suele hacer distinciones. Hay otras alternativas al popular método. Por ejemplo, Grammarly, un programa de corrección y edición de texto que sirve igualmente de detector de plagio.

¿Es posible escribir un texto completamente original, en el que haya un 0% de plagio, donde todo haya nacido de la nada? Mejor aún: ¿es posible que este documento completamente adánico, sin rastro de obras pasadas, sea en realidad un plagio flagrante? La respuesta es sí, como explica Stuart Wrigley, un doctor del Departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Sheffield, en una investigación publicada en 'Active Learning in Higher Education'.

El programa le respondió con las palabras que todo estudiante quiere escuchar: “No hemos encontrado ningún plagio”. Era mentira

El informático, haciendo uso de la ironía inglesa, decidió coger el primer párrafo de la entrada de Wikipedia sobre el plagio, cambiar unas cuantas cosas y pasarlo por el Grammarly. El programa de edición de textos le respondió con las cinco palabras que todo estudiante quiere escuchar: “No hemos encontrado ningún plagio”. Por supuesto, era mentira. No solo era un plagio flagrante, sino también estaba “mal escrito”. Técnicamente, el programa tenía razón, porque no había nada repetido. Su verdadero punto débil es la incapacidad para conocer la intención del autor.

¿Qué había hecho Wrigley exactamente? Escribir que el plagio es “la adopción deliberada y la apropiación del lenguaje, deliberación, nociones y frases de otra persona, que se hacen pasar como propias”, en lugar de que se trata de “la apropiación indebida y el robo del lenguaje, ideas, pensamiento o expresiones y su representación como un trabajo personal”. Es exactamente lo mismo, pero no se parece en nada. Cogió el texto original, lo copió, lo pegó, y utilizó unos cuantos sinónimos. Hecho: se había pasado el Grammarly.

Aprendiendo de los estudiantes

El profesor de informática no había hecho nada nuevo. Simplemente, había imitado lo que los estudiantes, entre ellos los suyos, llevaban años haciendo: 'desplagiar' a través de diversas estrategias, como la reescritura de textos parafraseando las frases originales. Lo ha visto con sus propios ojos, cuando echa alguna mirada furtiva a los portátiles de los alumnos. “A menudo muestran una colección de ventanas junto a un documento Word y un montón de fuentes saturando la pantalla”, explica. El resultado, un Frankenstein.

placeholder Ahora, con tus propias palabras. (iStock)
Ahora, con tus propias palabras. (iStock)

Un Frankenstein que para programas como Grammarly o Turnitin es un ser vivo y real, pero un Frankenstein al fin y al cabo. Quien hace la ley, hace la trampa, y Wrigley recuerda que desde la aparición de estos programas, los estudiantes han comenzado a desarrollar estrategias de 'desplagiarización' que se basan en “copiar y pegar texto en tu trabajo y cambiar unas pocas palabras para reducir la cantidad de texto coincidente encontrado”. Lo que puede dar lugar a la paradoja de que un texto completamente original, con alguna que otra cita, contenga para estos programas mucho más plagio que uno copiado casi por completo. ¿La diferencia? La intención. De eso, estos programas no saben mucho.

Lo que no saben la mayoría de los estudiantes es que, a medida que han elaborado sencillísimas estrategias de sentido común para eludir el peso de la ley del Turnitin, el mundo académico también los observaba. Y ha descubierto tres cosas: en primer lugar, que son capaces de buscarle las vueltas al sistema para eliminar toda la grasa plagiada a cualquier trabajo; en segundo lugar, que consideran que al hacerlo así no están plagiando, y por último, que hacerlo proporciona un conocimiento sobre el asunto semejante a arrancar las páginas de un libro y pegarlas en tu cuaderno. Nulo.

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“Copié y pegué varias frases de diferentes artículos de revistas, y simplemente los junté. Reemplacé los adjetivos y los verbos principales. Cambié la estructura de las frases y el orden de las palabras, y lo simplifiqué un poco para que las frases pareciesen mías”. Estas son las palabras de una tal Andrea, una estudiante de 23 años de Inglés que copió un ensayo de 4.000 palabras y consiguió pasarse el Turnitin con un único 5% de plagio. Bastante menos que la mayoría de las tesis doctorales publicadas.

Le resultaba difícil encontrar la palabra deseada. Así que cogía una frase que ya existía, cambiaba de orden las palabras y utilizaba algún sinónimo

Estas declaraciones aparecen recogidas en la investigación sobre el plagio que publicó hace unos años Paul Stapleton, del Departamento de Inglés del Instituto de Educación de Hong Kong, y que muestra que aquí se plagia hasta en China (aunque un poco menos: un 3%). Lo llamativo del caso es que la joven pasó 49 horas a lo largo de tres semanas entre su casa y la biblioteca preparando su texto. Vaya, no se ahorró mucho tiempo precisamente. Su trabajo, durante todo ese tiempo, consistía en “investigar, leer y copiar”.

El buscador Yahoo.com era su mejor aliado, hasta que su supervisor le dijo que quizá le sería más útil Google Académico. Aunque a lo que en realidad destinaba más tiempo era a superar el bloqueo del escritor. Simplemente, le resultaba dificilísimo encontrar la palabra deseada. Así que cogía prestada una frase que ya existía, cambiaba de orden las palabras y utilizaba algún sinónimo que buscaba en el diccionario… y ya estaba.

placeholder La tesis de la ¿discordia? (EFE/Borja Méndez)
La tesis de la ¿discordia? (EFE/Borja Méndez)

Algo semejante ocurría con Iris, otra misteriosa estudiante china de Hong Kong que, después de que su profesor la cazase copiando, se convirtió en conejillo de Indias en la investigación sobre el plagio de Yongyan Li y Christine Pearson Casanave. Cuando le dijeron que su trabajo olía mal, se puso nerviosa: “No quiero copiar, siempre uso mis propias palabras, a lo mejor es que no sé cómo se hace”. El trabajo la comparaba con su compañero Yumin, que había utilizado las citas apropiadamente, recurrido a multitud de fuentes y, sobre todo, entendido el contenido.

Si vas a copiar, hazlo a mano

Con el plagio ocurre igual que con algunas enfermedades. No es que su incidencia sea mayor, la diferencia es que hoy disponemos de nuevos avances tecnológicos que permiten diagnosticarlas con mucha mayor facilidad. Es lo que mantiene Wrigley, que recuerda que, al contrario de lo que pueda parecer, no hay ninguna epidemia de plagios. Más bien, al contrario. Lo que demostraron trabajos como el de David Ison, es que antes se plagiaba más. Los índices de similitud en las tesis de antes de 1994 eran de un 14,5%, y los de después, de un 12,3%. Muy probablemente, porque estos programas han servido de factor disuasorio.

Los estudiantes que toman notas con el ordenador copian letra por letra las palabras del profesor y los que lo hacen a mano entienden mejor el contenido

Otra cosa, señala el autor, es que el proceso de composición de textos haya cambiado sensiblemente, y no únicamente cuando tienes 15 años y un trabajo que entregar. Es la digitalización del proceso de escritura lo que ha provocado que ya no se escriba, sino que se componga. No habría mayor problema si no fuese porque esto afecta sensiblemente la naturaleza de nuestro pensamiento. No es mejor ni peor, aclara Wrigley, pero sí diferente. Existe “la posibilidad real de que vayamos como sonámbulos a un modo únicamente digital de composición”.

Él mismo hizo la prueba. Y comprobó que los dos estudiantes que no tomaban notas con un ordenador sino a mano, lo hacían con sus propias palabras, reformulando el texto original y, por lo tanto, viéndose obligados a procesar lo que el profesor contaba. Por el contrario, el resto solía tomar notas con sus ordenadores portátiles, reproduciendo letra a letra lo que el profesor decía. Los primeros comprendían mucho mejor el contenido.

Foto: Mirando por el agujero de la URJC. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión

Aunque el resultado para los programas sea el mismo, ocurre lo opuesto con los autores originales de un texto y con los 'desplagiarizadores' capaces de vencer al duro Turnitin. Es posible, recuerda el profesor, no solo que estén copiando sin saberlo sino que no estén escribiendo en absoluto. Una amenaza que se cierne en el horizonte de cualquiera que aspire a producir un texto. Es posible que, aunque hayamos ganado la partida al Turnitin, hayamos creado una trampa más profunda. Una en la que hemos dejado de escribir para siempre. Ya no hay pinceladas, solo 'collage'.

Ay, Turnitin. Luz de juntas de profesores, fuego de evaluaciones finales. Tur-ni-tin. Las tres sílabas que han provocado no pocos desvelos entre estudiantes, doctorandos y, sí, políticos, que cruzan los dedos antes de que el programa identificador de plagios descubra qué porcentaje de una publicación académica es grasa y cuánto es nervio.

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