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Stalin ha vuelto: por qué el 'hombre de acero' está de moda en el siglo XXI
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DEL REVISIONISMO AL MEME

Stalin ha vuelto: por qué el 'hombre de acero' está de moda en el siglo XXI

Son tres los perfiles del nuevo seguidor de Stalin, desde aquellos que creen que el régimen de Putin es corrupto hasta los que lo consideran un gran economista o un visionario militar

Foto: Un imitador de Stalin, durante el mundial de Rusia. (Reuters/Kai Pfaffenbach)
Un imitador de Stalin, durante el mundial de Rusia. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

“He visto a una mujer de pie en la nieve / Guardaba silencio mientras veía cómo se llevaban a su marido / Las lágrimas quemaban sus mejillas / porque le habían dicho que la sombra había abandonado su tierra / El viejo ha vuelto / El viejo ha vuelto”. Así cantaba el recientemente fallecido Scott Walker al retorno de la represión estalinista en 1968, cuando los tanques del Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga recordando a millones de checos la crueldad del secretario general del Partido Comunista entre 1922 y 1952. Pero es una canción que también podría utilizarse para sintetizar el retorno de la admiración al “viejo” en pleno siglo XXI.

Lo explica una encuesta realizada por el Pew Research Center, un 'think tank' de Washington, al otro extremo de la ideología estalinista. No solo la nostalgia por la vieja Unión Soviética ha experimentado un sensible repunte durante los últimos años, sino que esta ha ido de la mano del retorno de la admiración por Stalin. Un 58% de los adultos encuestados consideraban que el rol del georgiano había sido “muy” o “bastante” positivo, mientras que tan solo un 22% sentía lo mismo respecto al hombre que dio inicio a la 'perestroika', Mijaíl Gorbachov. Un dato que muestra cómo, para muchos ruros, el fin de la Unión Soviética es visto tres décadas después como el momento en el que Rusia comenzó a perder su influencia global.

El régimen de Putin ha seleccionado los aspectos más positivos del estalinismo, en especial, la victoria durante la Gran Guerra Patria

Ha sido un largo proceso, como demuestran los datos del Centro Levada, una organización demoscópica no gubernamental rusa. Como señala uno de sus investigadores, el sociólogo Alexei Levinson, a finales de los años 80, tan solo el 12% de los encuestados consideraban que Stalin fuese el personaje más importante de todos los tiempos, muy lejos de Lenin, Marx o Pedro I El Grande. Actualmente, es el tercer líder político más querido, por detrás de Vladimir Putin y Leonid Brézhnev, a quien muchos recuerdan aún de primera mano. Como matiza Maxim Trudolyubov de 'The Russia File', Stalin se ha convertido en un meme que ya no está relacionado con el “dictador asesino”, sino con “el líder capaz de poner las cosas en orden”.

“La popularidad de Stalin entre la sociedad rusa de hoy es bastante superficial”, escribía en una reciente investigación Katarzyna Chawrylo, del Centro para los Estudios del Este. La presente influencia del dictador es, en parte, consecuencia lógica de los elogios que recibe tanto del Kremlin como de la iglesia ortodoxa. “La imagen del dictador soviético como un líder destacado se mezcla con los recuerdos individuales de represión y terror que afectaron a casi todas las familias rusas, pero no penetran a nivel masivo, por lo que el discurso está dominado por el Estado”, recuerda la autora.

placeholder Yeltsin con el presidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev. (Reuters)
Yeltsin con el presidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev. (Reuters)

Queda muy lejos 1956, cuando Nikita Khrushchev atacó al “culto a la personalidad” de Stalin, dando pistoletazo de salida a un tímido pero gradual proceso de desestalinización que alcanzaría su punto álgido en los años 90, con Boris Yeltsin y que se revertiría con la llegada al poder de Putin. Desde entonces, el Kremlin ha “seleccionado aspectos positivos de ese período, particularmente la victoria en la segunda guerra mundial” (o Gran Guerra Patria, como se la conoce en Rusia), que ha servido para justificar intervenciones militares como la invasión de Crimea. El retorno de Stalin tiene más de nostalgia por la victoria militar imperialista que por el hipotético retorno del comunismo. Make Moscow great again.

Los tres pilares del nuevo estalinismo

¿O no? Para entender un poco mejor lo que está ocurriendo, una investigadora de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook llamada Daria Khlevnyuk acaba de publicar en 'Media, Cultura & Society' un trabajo en el que, tras analizar las redes sociales rusas, ha identificado los tres nuevos perfiles del estalinismo. “Generalmente, este es percibido como un grupo homogéneo que comparte una visión idealizada del líder soviético”, explica en la introducción de su trabajo. Sin embargo, cada uno de ellos tiene su propia razón par justificar su fascinación por “el hombre de acero”.

Para muchos de los nuevos simpatizantes, las purgas eran necesarias, porque de lo contrario la quinta columna habría acabado con el socialismo

El primero de los grupos está formado por aquellos cuyo objetivo es relativizar el rol de Stalin durante la Gran Purga. Algunos de ellos mantienen que las depuraciones políticas no fueron culpa de Stalin y consideran que el Estado ruso se equivoca al celebrar el Día de la Memoria de las víctimas de las represiones políticas el 30 de octubre, una festividad que señala directamente al georgiano como culpable. Otro optan por afirmar que las purgas eran necesarias para proteger al Estado, puesto que la “quinta columna” era una amenaza al Estado comunista que, de no haberse atajado, habría supuesto su fin temprano. Un pensamiento, recuerda Khlevnyuk, muy putinista.

El segundo grupo de es el de los defensores de Stalin como símbolo ruso y comunista, a los que el dictador les interesa como símbolo de una época de fortaleza política, economía boyante y un mayor nivel de vida. Estos sí son abiertamente críticos con el régimen actual, “fraudulento y criminal” y abogan por el retorno del socialismo que “reestablezca el vínculo perdido con el pasado soviético”. Stalin es su Abraham Lincoln, una figura de consenso y un que proporcionó a Rusia sus momentos de mayor esplendor reciente, especialmente en lo que se refiere a la economía.

placeholder 'Me gustas, te mandaré el último al gulag'.
'Me gustas, te mandaré el último al gulag'.

En la última categoría encajan aquellos que reivindican a Stalin al mismo tiempo que defienden el 'statu quo' de la Rusia actual. El georgiano es el héroe de la Gran Guerra Patriótica, un período duro pero glorioso donde se consiguió triunfar gracias a la inteligencia militar y estratégica del líder. “No hay ninguna clase de disensión en estos grupos, sus mensajes siguen la política estatal, aunque su contenido sea original y no esté derivado de la televisión estatal o los libros de texto”. Repiten la narrativa según la cual la victoria conseguida en 1945 fue de Stalin, el Ejército Rojo, el Partido Comunista, y en última instancia, de la población soviética.

En Occidente, Stalin también se ha convertido es uno de los rostros habituales de las redes sociales en forma de meme, donde habitualmente se bromea con su papel en las purgas, en esa mezcla de frivolidad y erudición propio de la cultura digital. Buceando en Reddit, uno puede encontrarse con su imagen al lado de la frase “cuando la gente piensa que Thanos [el villano de 'Los Vengadores'] es el único que puede chasquear sus dedos y hacer desaparecer a la mitad de la gente”; otra que lo sitúa junto a la sentencia “el humor negro es como la comida; no todos tienen” o “¿cómo hacer feliz a todo el mundo? Matando a los que no están felices”; además del clásico gif “al gulag con él”. “Hoy hablé con una georgiana que decía que era un gran líder que se preocupaba por su gente, no un dictador, y que hacía lo mejora para su país. ¿En 2013, qué le puede hacer pensar algo así, cuando los libros de historia cuentan lo contrario?” , se preguntaba otro usuario en el foro más grande del mundo.

Los descendientes de la Guerra Fría

“Stalin para mí era una de las tres personas que habían vencido en la segunda guerra mundial, junto con Churchill y Roosevelt. Entonces mi madre me pidió que la escuchase. Fue cuando descubrí sus crímenes”. Estas son las palabras con las que Chrese Evans explicaba al rotativo inglés 'Express' lo que pensaba de su abuelo. Sí, de su abuelo, porque Evans es la nieta de Stalin, hija de Svetlana Alliluyeva, la única descendiente de Stalin que emigró de la URSS en 1966 para construir una nueva vida en Estados Unidos, junto al arquitecto William Welsey Peters. Las fotografías de Evans, que la muestran tatuada, con pantalón corto y un toque punk, suelen soliviantar a los nuevos seguidores de Stalin, acérrimos partidarios de la disciplina y el orden.

Entre nietas anda el juego. Fue la descendiente directa de Khrushchov, su bisnieta Nina L. Khrushcheva, profesora de asuntos internacionales en The New School, quien publicó en el verano de 2005 un trabajo en el que ya alertaba sobre la “rehabilitación” que se estaba gestando alrededor de la figura del “tío Joe”. Comenzaba recordando que en apenas unos años se habían publicado más de 200 libros sobre él, la mayoría de ellos, “llenos de una nostalgia lamentable por un pasado que se ha desvanecido, una época en la que la Unión Soviética era temida, admirada, incluso respetada”. Para Khrushcheva, el estalinismo se había convertido en un estado mental que ofrecía consuelo a muchos compatriotas.

“El gran problema es que no son solo unos pocos nostálgicos del comunismo los que insisten en que Stalin era un gran líder”, recordaba la profesora de la New School University. “Según las encuestas recientes, está segundo solo detrás del admirado Putin en el cariño del público”. Ambos compartían esa mentalidad de “enciérralos y entonces conseguirás el orden” que tenía como objetivo reconquistar el orden político y económico por parte del Kremlin. Kruschova recordaba que había sido una reacción a la relectura crítica realizada durante los años de Yeltsin y la apertura al capitalismo occidental, en los que comenzó a generarse un desencanto entre una población que a veces llegaba a manifestar el deseo de haber sido conquistada por la Alemania nazi. El péndulo había girado hacia el otro lado y Stalin era una fuente de orgullo.

Hay un enfrentamiento entre el occidente liberal, que identifica a Stalin con los grandes crímenes del comunismo, y la Rusia de Putin, su contrapeso

El texto de Khrushcheva tenía una voluntad más personal: ajustar cuentas con el pasado o, mejor dicho, con la deformación que del mismo se realiza desde el presente. La investigadora ha dedicado un gran esfuerzo a rehabilitar la memoria de su abuelo Leonid, que murió durante la segunda guerra mundial, y de su bisabuelo Nikita, que cuidó de su madre después de quedarse huérfana. Khrushcheva muestra cómo sus familiares se han convertido en los chivos expiatorios en una guerra entre los partidarios de Stalin y sus detractores. Según los primeros, la desestalinización del país fue, ante todo, una venganza cruel de Nikita ante el hombre que había sentenciado a muerte a su hijo por traición por colaborar con los nazis. Una leyenda urbana, recuerda; Leonid, en realidad, murió en una batalla aérea.

“Las historias de la supuesta traición de Leonid Khrushchev, con sus detalles sin documentar, parecen más creíbles para muchos rusos que los hechos fehacientes”, escribía la profesora. Algo semejante puede decirse con el retorno del estalinismo que, como suelen recordar los analistas, se parece mucho más a un meme, un conjunto vacío en el que se proyectan los deseos y anhelos de la sociedad (nostalgia de una época imperial que nunca existió, económicamente esplendorosa y triunfal gracias a su líder) que a un relato histórico real. En el que, además, se activa otro eje: el de la confrontación entre el occidente liberal, que identifica a Stalin con los grandes crímenes del comunismo, y la Rusia de Putin, que aspira a convertirse en el contrapeso a los primeros. La guerra se libra en las redes, pero también en los debates históricos.

“He visto a una mujer de pie en la nieve / Guardaba silencio mientras veía cómo se llevaban a su marido / Las lágrimas quemaban sus mejillas / porque le habían dicho que la sombra había abandonado su tierra / El viejo ha vuelto / El viejo ha vuelto”. Así cantaba el recientemente fallecido Scott Walker al retorno de la represión estalinista en 1968, cuando los tanques del Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga recordando a millones de checos la crueldad del secretario general del Partido Comunista entre 1922 y 1952. Pero es una canción que también podría utilizarse para sintetizar el retorno de la admiración al “viejo” en pleno siglo XXI.

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