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Auge y caída del corsario que robó el tesoro de Moctezuma
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un trágico final

Auge y caída del corsario que robó el tesoro de Moctezuma

Este fue el triste destino de Jean Fleury, el francés que en un golpe de fortuna se hizo con uno de los grandes botines de la época desatando las iras de Carlos V

Foto: Jean Fleury.
Jean Fleury.

"Encórvate como el junco hasta que pase la crecida".

-Dicho popular siciliano

Obtener lo deseado puede ser un gran castigo y esto fue lo que le ocurrió ni más ni menos al gran “caco” de los mares, que a principios del siglo XVI asolaba el tráfico marítimo en el triángulo configurado entre los archipiélagos de las Azores, las Canarias y el sur de la península ibérica, embudo natural de las mercaderías provenientes de América. El artero granuja y bribón diplomado comisionado para el corso por el rey de Francia Francisco I, que tocaba siempre en semitonos desplumando por aquí y por allá a las incautas naves que pululaban por el mar sin artillar, un buen día y sin más preámbulos se le alinearon todos los planetas de golpe. Este taimado marrullero y chorizo marinero se encontró de buenas a primeras con una flotilla española en la que Cortés enviaba al emperador Carlos I, un abundante tesoro recabado durante la conquista de México por la tropa española.

Jean Ango era un comerciante y aristócrata menor en la Francia de aquella época y vio claro que el negocio fácil era la piratería y se hizo “armador” de la noche a la mañana. Puso en manos de un tal Giovanni Verrazano, más tarde nacionalizado francés por matrimonio, una flota compuesta por seis ágiles naves ligeramente artilladas.

Jean Fleury era un pirata de andar por casa cuya única veleidad eran los vinos de Beaujolais y el cremoso queso Camembert de Normandía

La cosa consistía en que un pequeño grupo de carabelas y naos, llegando a la altura del Cabo San Vicente, se toparon sin remisión ni posibilidad de fuga ante otra flotilla -esta artillada- a las órdenes de Jean Fleury, un pirata de andar por casa cuya única veleidad eran los vinos de Beaujolais y el cremoso queso Camembert de Normandía, del cual se ponía hasta las trancas. Se hace notable destacar que nunca se lavó los dientes –y lo llevaba muy a gala– por lo que sus oficiales en épocas tales como su “cumple” le regalaban irónicamente bicarbonato o cenizas pulverizadas, que eran la pasta de dientes de la época; pero a pesar de esas sutiles insinuaciones, el indecoroso pirata y mangante certificado seguía intratable y en sus trece.

El caso es que tras desplumar (literalmente) Cortés a Moctezuma y Fleury a Cortés, los cerca de 60.000 lingotes de oro -que no es moco de pavo-, y otras minucias de carácter menor como enormes esmeraldas y perlas descomunales, plata abundante, joyería mexica de impresionante diseño y el famoso penacho que hoy duerme el sueño de los justos en Viena, el cuco galo se dio a la fuga poniendo agua de por medio. El viaje había sido un poco movidillo ya que uno de los jaguares que venían de aquellos lares se había merendado a tres marineros de una tacada hasta que se consiguió hacer entrar en razón al animal dejándolo de aquella manera, esto es, como un colador.

La ira de Carlos V

La acción de Fleury no solamente desató las iras de Carlos V, que estuvo a punto de entrar en guerra contra los franceses (más tarde les daría lo suyo en el norte de Italia y en Pavía donde caería rendido el subido rey de Francia tras perder innumerables batallas), sino que lamentablemente se corrió la voz de la hazaña de este sujeto y sus consecuencias abrirían el apetito depredador de los holandeses e ingleses, muy dados a la afananza pandillar. Ademas, no solo se padeció la pérdida del tesoro propiamente dicho, sino que los mapas elaborados por los pilotos vascos y castellanos con tanto esfuerzo, con las rutas y los vientos dominantes, acabarían en manos de los corsarios y piratas del momento siendo objeto de un boyante negocio su compraventa.

Se hace necesario resaltar que el rey francés Francisco I, mientras hacía ostentación del tesoro intervenido por sus corsarios, denunciaba en paralelo el Tratado de Tordesillas firmado entre Portugal y Castilla, exigiendo a Carlos V que le enseñara el testamento de Adán donde supuestamente se le otorgaba la herencia de aquellos nuevos territorios. A todo esto, al Austria le entró un cabreo del 33 y movió ficha.

A tiempo se puso remedio a aquel desatino devorador y se establecieron convoyes fuertemente protegidos por veloces fragatas o galeones

Los ingleses empezarían a hacer caja con sus tropelías, y los banqueros y prestamistas alemanes y florentinos, con una dentadura similar a la de los cocodrilos del Nilo, sacaban buenas tajadas de los seguros, fletes y reaseguros pues de repente a todo el mundo le dio por echarse a la mar a probar suerte. Obviamente, y a tiempo, se puso remedio a aquel desatino devorador y se establecieron convoyes fuertemente protegidos por veloces fragatas o galeones, según la ocasión.

Hay que decir que tras la derrota francesa en Pavía y posterior captura de Francisco I, al rey francés se le aligeró de una enorme cantidad en compensación por las tropelías de sus corsarios y por el egregio rescate más alto pagado en la historia conocida. Quizás, o a causa de ello, le entró una depresión acompañada de una severa flojera intestinal cuando estuvo encerrado en la Torre de los Lujanes de Madrid. Depresión que desapareció como por ensalmo cuando cruzó los Pirineos tras su liberación. Cosas de la vida.

Palabras mayores

Por otro lado, la llegada a Europa del tesoro de Moctezuma demostraría que lo descubierto por Castilla eran palabras mayores. Los Reyes Católicos primero y el Gran Emperador después intentarían mantener aquello en el máximo secreto, pero era solo cuestión de tiempo que el conjunto de las potencias continentales europeas intentaran acercarse a aquel panal de rica miel.

Las crueles temperaturas a las que estaba sometido el termostato financiero nacional en el siglo XVI suponían un trasvase de los recursos adquiridos en aquellos pagos de Dios a las florecientes manos de la piratería. Finalmente se tomaron decisiones para proteger aquellas ingentes sumas; pero también se acercarían al pastel nuevos accionistas siempre indeseables como lo es cualquier ampliación de capital no voluntaria y forzada.

Ya lo dijo Lord Palmerston, ex primer ministro inglés, en una famosa frase algo abreviada: "Inglaterra no tiene amigos, solo intereses"

Siempre ha habido imperios solventes que han enriquecido a sus metrópolis y otros a los que una mala gestión les ha supuesto incontables hematomas, rotos y “descosíos”. El caso de Inglaterra podría estar entre los primeros por su tradicional carácter de oportunistas, avispados y excelentes gestores de lo ajeno. Ya lo dijo hace casi dos siglos Lord Palmerston, ex primer ministro inglés a mediados del siglo XIX, en una famosa frase algo abreviada, "Inglaterra no tiene amigos, solo intereses".

En el caso de España, poco más de un siglo después del “Descubrimiento”, ya teníamos cuatro quiebras. Castilla, la productora nata y comerciante en los procelosos mares del norte que durante los dos siglos precedentes había repartido estopa a diestro y siniestro, había hecho un monumental esfuerzo en aquella inversión trasatlántica que dio muchos héroes y pocos dividendos dignos de tal nombre. Las guerras en Europa contra los correosos holandeses y los conspicuos ingleses, contra el turco y Berbería y con la bandera de la religión por delante –bandera que más parecía un caníbal a punto de merendarse a los suyos, que una apoyatura divina–, daba más problemas que soluciones por el empecinamiento de nuestros reyes en la cuestión de la fe.

La captura de Fleury

Total, que todo ese rollo de la defensa de la religión nos tenía agotados y las arcas mientras tanto, con crecientes y preocupantes telarañas que llegaban a colapsar la circulación de los hacendosos arácnidos. El caso es que el oro salía del país a la misma velocidad con que entraba, y entre tanto, la soterrada inflación castigaba duramente la economía productiva, machacada también por la dura fiscalidad. Los comuneros –unos visionarios– sí que lo tenían claro y fueron lúcidos para prever que las veleidades de los Austrias iban a devorar las entrañas de España.

Sin apartarnos del caso Fleury y con la franca (nunca mejor dicho) ostentación y chulería del rey francés, el austria, que tenía un calentón importante por la faena del corsario francés, la lio parda, concediendo patentes de corso contra los franceses y capturando finalmente al atrevido chorizo Jean Fleury en 1527 por una flota vizcaína comandada por Martín de Rentería. En aquel momento, le entró una flojera descomunal al corsario temiéndose lo peor y ofreció al vasco prácticamente toda su fortuna, que ascendía a la sazón a unos 30.000 ducados si lo dejaba en libertad.

En Mombeltrán sería colgado el interfecto, que tras un esperpéntico pataleo se aligeró de orines, mientras sonaba el griterío del populacho

El caso es que el osado rufián náutico seria conducido a la casa de contratación de Sevilla, avisándose a uña de caballo a Carlos I del apresamiento del crápula e instando al rey sobre el proceder a seguir. El emperador que no cabía en sí mismo por la envergadura de la noticia contestó que fuera ajusticiado en el instante y lugar donde se encontrara al recibir la misiva imperial. En 1527, cerca de Toledo, en la villa de Mombeltrán, sería colgado el interfecto que tras un esperpéntico pataleo se aligeró de orines, mientras sonaba el griterío del populacho a música celestial.

Donde las dan las toman.

"Encórvate como el junco hasta que pase la crecida".

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