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La aceleración escandinava: por qué los países nórdicos crecen, según la OCDE
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“LOS FRUTOS DEL PROGRESO”

La aceleración escandinava: por qué los países nórdicos crecen, según la OCDE

No se trata tan solo del Estado de Bienestar: según los cálculos de la organización, el PIB de esta región sería mucho menor si la mujer no se hubiese incorporado al mercado laboral

Foto: Han marcado la diferencia. (Foto: iStock)
Han marcado la diferencia. (Foto: iStock)

La palabra “Escandinavia” sigue sonando a melodía celestial en el sur de Europa, quizá porque la relacionamos inmediatamente con el bienestar, el progreso social y el crecimiento económico. Siguiendo la metáfora, el último informe publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos es un nuevo acorde mayor en la sinfonía de los parabienes nórdicos, al analizar en detalle uno de esos factores que explican que, como decía Homer Simpson sobre Japón, nos lleven años de ventaja (en este caso, en lo concerniente a la economía, literalmente). Se trata de la igualdad de género y las políticas orientadas a mejorar la vida familiar, factores centrales a su expansión económica durante las últimas décadas.

El proceso se remonta, como poco, a 50 años atrás. Aunque es posible que arranque incluso antes, ya que los países nórdicos se encuentran entre los primeros en aprobar el sufragio femenino (Finlandia, 1906; Noruega, 1913; Dinamarca, 1915; Islandia, 1919), uno de los factores que según el nuevo volumen han influido en el sustancial salto adelante de dichas naciones. Como recuerdan en la introducción el secretario general de la OCDE, Angel Gurría, y su homónimo del Consejo Nórdico de Ministros, Dagfinn Høybråten, “lo más llamativo de los países nórdicos es que han conseguido incrementar y sostener los niveles de empleo femeninos que ya eran altos a principios de los años 70”. Los resultados se reflejan tanto en la alta participación de las mujeres en el mercado laboral (un 83,4% en Islandia frente a un 59,5% de la media OCDE), de las más bajas de la zona euro, o en la cantidad de trabajo no remunerado.

El crecimiento del empleo femenino conforma entre el 0,25 y el 0,40% del crecimiento anual del PIB per cápita durante el último medio siglo

La tesis que mantiene el informe es que la igualdad entre géneros y las políticas de conciliación no solo han mejorado la situación de las mujeres, sino la de la sociedad en su conjunto. Como recuerda el informe, “los padres pueden acceder a una generosa baja pagada cuando los niños son pequeños, acompañada de subsidios para la educación, los cuidados infantiles y las horas extraescolares una vez los niños entran en el sistema educativo”. Para aquellos que prefieran centrarse en el crecimiento económico, las cuentas les salen a los escandinavos: si las autoridades de los países analizados (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia) no se hubiesen preocupado por aumentar las tasas de empleo entre las mujeres (lo ha hecho entre un 20-25%), el PIB per cápita en la zona sería sensiblemente más bajo. Alrededor de 1.270 euros menos por persona en Finlandia y hasta 7.622 en Noruega.

Según los cálculos del informe, el crecimiento del empleo femenino conforma entre el 0,25-0,40% del aumento anual del PIB per cápita durante el último medio siglo. Con la llamativa excepción de Finlandia, donde la influencia del empleo femenino es mucho menor, alrededor de un 0,05% anual. Según sugiere el informe, si los países del norte de Europa no hubiesen realizado un esfuerzo consciente por integrar a la mujer en el mercado laboral, su PIB se encontraría en niveles de finales de los 90 y principios de siglo. Por ejemplo, Noruega retrocedería desde los 66.600 euros de PIB per cápita del pasado año a los 26.700 de 1995… aunque, aun así, estaría por encima de los 25.000 euros de España del año 2017. En palabras de la OCDE, son “los frutos del progreso”.

La clave oculta

El año pasado, los primeros ministros de los cinco países nórdicos pusieron en marcha la iniciativa Nordic Sollutions to Global Challenges, con el objetivo de hacer frente común ante los problemas ecológicos, de alimentación y desigualdad de género. Pero en su declaración de principios también se presentaban como hipotéticos modelos a imitar, conscientes de que son una referencia habitual para gran parte del mundo desarrollado. Los cuatro pilares para alcanzar su objetivo eran los siguientes: la baja parental compartida, guarderías asequibles y de calidad, flexibilidad en los horarios laborales y prácticas organizativas que favorezcan la conciliación. Mientras en España la brecha laboral de género en el empleo es de 10,8 puntos, en Finlandia se reduce al 3, en Suecia al 3,6, en Noruega al 4,3, en Islandia al 4,8 y en Dinamarca al 6,3.

Para entender qué marca la diferencia en el “modelo nórdico” resulta útil una publicación de 2004 realizada por los expertos en políticas sociales Stein Kuhnle y Sven E.O. Hort que intentaba identificar qué lecciones podían extraer el resto de países desarrollados, sobre todo teniendo en cuenta que las naciones del norte habían pasado de rápidamente “una era de sociedades semifeudales y estados absolutistas a sociedades contemporáneas con regímenes democráticos, economías prósperas y un Estado del bienestar para todos”. Como sugieren los autores, puede deberse a una mezcla de una cultura política muy participativa, la búsqueda de consensos, un rol importante de los gobiernos centrales y locales y una firme apuesta por la universalidad de todos los beneficios para los ciudadanos, desde la educación hasta la sanidad.

En las raíces de estos cambios vertiginosos experimentados después de la Segunda Guerra Mundial se encuentran, ante todo, el igualitarismo propio de la cultura de las sociedades del norte, que como señalan los autores, les ha llevado a tener “menor tolerancia ante la desigualdad social y la pobreza que otros países desarrollados”. A ello hay que añadirle, según Kuhnle y Hort, una fuerte ética de trabajo y un apoyo histórico a la educación general y a los servicios de salud universal. Curiosamente, matizan, el objetivo de la universalización de la enseñanza en Escandinavia no era el desarrollo económico, sino más bien, “que se fuese capaz de leer textos religiosos”. Otra cosa es que esa apuesta terminase convirtiéndose en uno de los principales impulsores de la rápida industrialización y la modernización de la economía desde los primeros años del siglo pasado.

Los países nórdicos fueron pioneros en leyes para las mujeres, como la de 1939 que impedía despedir a embarazadas o la de independencia fiscal de 1959

Los países escandinavos también encabezaron muchas de las reformas legislativas que proporcionaron avances para las mujeres. La historiadora de la Universidad de Estocolmo Kirsti Niskanen listaba en una entrevista con el NIKK (Nordic Gender Institute) una larga serie de cambios en los que los países del norte fueron pioneros, como la ley sueca de 1939 que impedía a las empresas despedir a las trabajadoras embarazadas o la ley noruega de 1959 que daba independencia fiscal a las mujeres. Según la autora, “ser capaces de escoger si se quería tener hijos o no y la independencia económica fue de vital importancia”. Una tendencia que llega hasta nuestros días. El partido sueco Iniciativa Feminista estuvo a punto de convertirse en las elecciones de 2014 en el primero de esta índole en conseguir representación parlamentaria, y el gobierno socialdemócrata sueco aprovechó la ocasión para autodenominarse “el primer gobierno feminista del mundo”.

Las guerras culturales, de nuevo

No es oro todo lo que brilla, y el informe pone de manifiesto que aún hay margen para la mejora. Es la complicada “última milla”, esa pequeña distancia que los separa de la igualdad completa y que resulta mucho más difícil de recorrer. Se trata, por ejemplo, del acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad, del número de horas trabajadas o de la cantidad de tiempo de baja, y que aún recae ante todo en las madres. En países como Suecia o Islandia, ellos tan solo reclaman el 30% de los días de baja disponibles. Además, añade el informe, los estereotipos de género impiden que las niñas se decanten por materias relacionadas con la ciencia. El hecho de que existan políticas en Finlandia o Noruega que subsidien a las familias cuando uno de los padres permanece en el hogar para cuidar de los hijos también influye de manera negativa en la entrada de la mujer en el mercado laboral.

Foto: Heller-Sahlgren ganó en 2014 el Premio Charles Douglas Home Memorial por su trabajo sobre Finlandia.

Otro enemigo incipiente son las resistencias que han emergido ante las políticas de igualdad que han caracterizado a los países escandinavos desde hace décadas. El polémico Jordan Peterson recomendó el año pasado el episodio 'The Gender Equality Paradox' de la serie documental noruega de 2010 'Hjernevask' (“Lavado de cerebro”) de Terje Lervik, sobre naturaleza y crianza que criticaba que instituciones modernas como el NIKK (Nordic Gender Institute) hubiesen dado de lado los factores biológicos que explican las diferencias sociales. Una tesis que atrae especialmente a la derecha pastilla roja, que lo ha llegado a ser considerado “el documental que hizo que los escandinavos cerrasen su instituto para estudios de género”, aunque las autoridades del Consejo Nórdico hayan negado una y otra vez dicho motivo.

Lo que queda claro en el informe de la OCDE es que el impacto de futuras leyes respecto a la igualdad de género probablemente será menor, ya que queda menos camino por recorrer, aunque aun así será significativo (hasta un 25% del PIB de aquí a 2040). No obstante, la institución que influye en gran parte de las políticas globales añade que, más allá de lo puramente económico, resulta beneficioso para la sociedad en su conjunto: “Proporcionar a las niñas y a las mujeres las mismas oportunidades es una cuestión de derechos humanos y tiene valor intrínseco en sí mismo”. Las sociedades con mayor igualdad son más felices, tienen mejor salud y sus miembros confían más unos en otros, recuerdan. Parece que la preocupación de la OCDE por atajar la desigualdad de género va en aumento: en uno de sus últimos informes, alertaban que la reducción de las desigualdades estaba siendo “demasiado lenta”.

La palabra “Escandinavia” sigue sonando a melodía celestial en el sur de Europa, quizá porque la relacionamos inmediatamente con el bienestar, el progreso social y el crecimiento económico. Siguiendo la metáfora, el último informe publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos es un nuevo acorde mayor en la sinfonía de los parabienes nórdicos, al analizar en detalle uno de esos factores que explican que, como decía Homer Simpson sobre Japón, nos lleven años de ventaja (en este caso, en lo concerniente a la economía, literalmente). Se trata de la igualdad de género y las políticas orientadas a mejorar la vida familiar, factores centrales a su expansión económica durante las últimas décadas.

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