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Así se despide a los directivos: "Es duro dejar las llaves y la tarjeta de empresa"
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Así se despide a los directivos: "Es duro dejar las llaves y la tarjeta de empresa"

El desempleo también afecta a los puestos de dirección, aunque tenga muchas diferencias con el de un asalariado normal y corriente

Foto: Una reunión de directivos. (iStock)
Una reunión de directivos. (iStock)

Todo el mundo lo sabe. Y todos hacen como que no se han enterado, empezando por la secretaria que se sienta junto a él. Algunos, además de saberlo, se alegran; otros, no tanto. Cuando Ángel Calvo, entonces un alto ejecutivo de 54 años, cogió el avión con destino a Reikiavik, ya era consciente de que iba a negociar su salida de la multinacional. Y así fue, “en un reservado para vips del aeropuerto”, sin llegar a pisar tierra islandesa antes de coger su aeronave de regreso. Su carrera como director general para el sur de Europa de esta empresa farmacéutica había concluido. “Pero eso en las grandes compañías nunca se llama despido. Se echa a los empleados normales, a los ejecutivos no”, revela con su voz neutra y bien modulada. A los jefes no se les despide, se les “da la oportunidad de empezar un nuevo ciclo”. Aunque el resultado sea el mismo, recoger las cosas del despacho, aunque con muchos matices. Aquello sucedió en plena crisis, en 2011.

Para empezar, el alto ejecutivo no tiene un contrato laboral, sino mercantil. La diferencia es sustancial, porque en él se puede haber incluido esta circunstancia, “la pérdida de confianza”, y haber apalabrado cuál va a ser la indemnización, que no tiene nada que ver con la que fija para los trabajadores “normales” la reforma laboral que impulsó el PP en 2012. Así que el directivo mientras ya se sabe condenado va calculando su indemnización y cuánto tiempo tiene para mantener su tren de vida, que suele ser más bien caro. "Lo que más duele en ese momento es tener que devolver las llaves del coche de alta gama, la tarjeta de la empresa, el teléfono, todas esas cosas que implicaban un estatus".

Algunos acaban mal, incluso precisando ayuda psicológica, aunque otros encuentran una nueva vida con menos dinero pero más libertad

Recientes estudios de firmas de márketing señalan que los ejecutivos que pierden su puesto de trabajo pasan algunos años sin digerirlo y buscando condiciones análogas a las que disfrutaban. Cuando se convencen de que eso no es posible porque el mercado ha cambiado y los ha regateado seguramente para siempre, se lanzan al mundo de las conferencias y las clases magistrales, pero tirando los sueldos por esta clase de actividad, e incluso importiéndolos de manera gratuita “para no desaparecer completamente del mercado”. Esto afecta de manera muy especial a aquellos que se dedican a temas de información o tecnológicos.

“Es duro dejar las llaves del coche y la tarjeta de la empresa sin límite de gasto. A veces el estatus se echa más de menos que el dinero”, precisa Calvo. Una percepción con la que coincide Alfredo Sanfeliz, autor de varios libros y dueño de una empresa enfocada a la “gestión de acuerdos” en el mundo de las grandes empresas. “Es verdad que algunos acaban mal psicológicamente, incluso precisando ayuda profesional, aunque también es cierto que otros encuentran una nueva vida con menos dinero pero más libertad”. Una diferencia que ambos encuentran en las perspectivas del directivo desempleado es "si ya tienen a los hijos criados y trabajando o no; en esos ámbitos la educación de los niños es muy cara y cambia bastante la situación si ese gasto ya está hecho antes de que te despidan o no"

Red de contactos

Antes de la crisis y de la revolución tecnológica, el directivo, una vez en su casa “movía su red de contactos, con clientes y con proveedores y dejaba caer su disponibilidad en las redes de búsqueda de ejecutivos”. Eso, antes de 2012, podía funcionar aunque el directivo en cuestión tuviese más de 50 años. Pero ya no. Ahora, lo más normal “es que se realicen proyectos por cuenta de uno, se vaya a congresos y conferencias, para dejarse ver”. En muchas ocasiones, eso se hace sin cobrar. "Se paga muy mal, si es que se paga, eso es mera cuestión de imagen y además hay que darse de alta en autónomos", agrega Calvo.

Javier García, autor de 'La burbuja emprendedora', libro seleccionado por los directivos españoles como uno de los 10 mejores de 2017, también ha observado cómo muchos de estos antiguos altos responsables se han pasado a la consultoría, pero “casi perdiendo dinero”. Y que en muchas ocasiones deambulan por congresos y otros foros en los que pierden dinero con la esperanza de "volverse a colocar en el mercado y dar la impresión de que son influyentes".

El directivo tiene grandes amigos, pero malos enemigos y por eso está más limitado que el simple empleado

Hay varias cosas en las que el empleado convencional y el alto directivo se diferencian a la hora de quedarse en la calle. Y no solo en la remuneración que perciben para afrontar el desempleo. “El ejecutivo no puede irlo contando por ahí, no puede ejercer de víctima porque hay una ficción de que en realidad no lo han echado”, explica Calvo. Pero no es la única diferencia. El director general no puede irse a otra empresa a ejercer un cargo menor: “Genera desconfianza”. En resumen, para Calvo, la clave es que “el directivo tiene grandes amigos, pero malos enemigos y por eso está más limitado que el simple empleado”.

No es mundo para perdedores

Sanfeliz, creador de The Wise Company, y autor del libro ‘Reptilandia’, cree que el directivo mayor de 45 o 50 años que se encuentra en la calle tiene difícil volver al circuito empresarial, entre otras cosas, “porque los amigos que están reclutando personal muy cualificado en compañías similares ya no son de su generación”. Una realidad con la que se ha topado en ocasiones Calvo: “Los reclutadores son uno de los grandes problemas porque no lo saben hacer muy bien”, diagnostica. Él, precisamente, una de las actividades que ha hecho desde que lo despidieron ha sido la de colaborar en procesos de selección.

El caso de Calvo, que ha participado también en asesoramiento y reflotamiento de compañías para después venderlas, es bastante extraordinario: “No va usted a encontrar a ningún otro directivo que hable con nombres y apellidos de su despido. A mí me da igual porque me ha ido bien y ya tengo 61 años, pero en ese mundo nadie se quiere mostrar como un perdedor”.

Todo el mundo lo sabe. Y todos hacen como que no se han enterado, empezando por la secretaria que se sienta junto a él. Algunos, además de saberlo, se alegran; otros, no tanto. Cuando Ángel Calvo, entonces un alto ejecutivo de 54 años, cogió el avión con destino a Reikiavik, ya era consciente de que iba a negociar su salida de la multinacional. Y así fue, “en un reservado para vips del aeropuerto”, sin llegar a pisar tierra islandesa antes de coger su aeronave de regreso. Su carrera como director general para el sur de Europa de esta empresa farmacéutica había concluido. “Pero eso en las grandes compañías nunca se llama despido. Se echa a los empleados normales, a los ejecutivos no”, revela con su voz neutra y bien modulada. A los jefes no se les despide, se les “da la oportunidad de empezar un nuevo ciclo”. Aunque el resultado sea el mismo, recoger las cosas del despacho, aunque con muchos matices. Aquello sucedió en plena crisis, en 2011.

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