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Oneida: sexo sin límites y utopía capitalista en la misteriosa secta decimonónica
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“UN EXPERIMENTO SOBRE RELACIONES HUMANAS”

Oneida: sexo sin límites y utopía capitalista en la misteriosa secta decimonónica

Un libro escrito por una de las descendientes de aquel particular episodio de la historia nos ayuda a internarnos en esta comuna de amor libre que se encontraba en Nueva York

Foto: Felices los 300. (The Oneida Community House)
Felices los 300. (The Oneida Community House)

En 1947, el célebre investigador sexual Alfred Kinsey, decidió visitar a los descendientes de la conocida como comuna Oneida, animado por su colega Robert Dickinson. Cuando llegó, sin embargo, no se encontró más que ruina y cenizas. Sus objetos de estudio habían quemado todos los documentos (diarios, cartas, libros) que detallaban los pasos de la comunidad que sus bisabuelos habían creado en el siglo anterior. En concreto, de lo que ocurrió entre 1848 y 1879, cuando se convirtieron en los estadounidenses sexualmente más audaces, incluso con los criterios modernos. Una libertad que, aunque iba en contra de las costumbres de la época, estaba fundamentada en una particular interpretación del cristianismo.

La colonia Oneida surgió de la mente y la entrepierna de John Humprey Noyes, un Perfeccionista que estableció en Nueva York una de las utopías más llamativas del siglo XIX. Aunque nunca llegó a superar una población de 306 habitantes en su año culmen (1878), su legado ha pasado a la historia como uno de los primeros intentos exitosos de establecer una vida en comuna en la que todas las propiedades y posesiones, incluso las románticas, eran compartidas por la comunidad. No solo eso, sino que su posterior desarrollo terminó abriendo las puertas al capitalismo y a Onedia Limited, una importante compañía de cuberterías de plata vigente hoy en día.

En 1848, Noyes fundó una comunidad cuya vida se regulaba por el principio de compartir todo, “incluida la familia y las relaciones”


Si conocemos muchos detalles de la pequeña comunidad religiosa ha sido gracias a la profesora de la Universidad del Sur de California Ellen Wayland-Smith, autora de 'Oneida' y descendiente de uno de los habitantes originales. Como ella explica, el movimiento en el que participaron sus ancestros era una reacción al puritanismo y calvinismo que habían pasado de generación en generación desde los pioneros y que dio lugar a un gran número de prácticas religiosas 'sui generis' milenaristas. Entre ellas se encontraba el Perfeccionismo, que sugería que el pecado era un concepto erróneo, ya que ningún acto lo es si el amor hacia Cristo es puro.

placeholder Noyes en 1851. (Syracuse University Library)
Noyes en 1851. (Syracuse University Library)

Una idea en la que creía firmamente Noyes, como recuerda un artículo resumen publicado en 'Timeline', y que llevó a que fuese expulsado de su seminario teologico en Yale al grito de “les he despojado de su licencia para pecar, pero siguen pecando”. Como revela el libro de Wayland-Smith, se trataba de un hombre “lleno de vida pero difícil” que, a través de sus publicaciones en el periódico 'The Perfeccionist' consiguió convencer a unos cuantos centenares de personas de que otra vida era posible. Una en la que se conciliase lo espiritual con lo terrenal.

Las tablas de la ley

Los documentos firmados por el propio Noyes muestra la división interna que sentía entre el fervor espiritual y la tentación de la carne. “No puedo dirigir mis pensamientos en ninguna dirección sin que se cruce en el camino alguna imagen contaminada y un millar de inútiles tentaciones de impureza surjan cada día para derribar mis esfuerzos de santidad”, escribió. Así que decidió que, ya que no podía combatir a su enemigo, lo mejor era unirse a él y comenzar a considerar el sexo como una forma de acercarse a Dios y el matrimonio, una institución fallida (aunque terminaría casándose con Harriet Holton). En septiembre de 1837 ya se consideraba a sí mismo un enviado de Dios en la Tierra, y una década después, junto a 37 participantes una organización cuya vida se regulaba por el principio de compartir todo, “incluida la familia viva y las relaciones”.

La comuna consideraba iguales a las mujeres, que podían elegir a sus compañeros y eran animadas a perseguir su satisfacción sexual

La comunidad se regulaba por tres principios que definen su peculiar carácter sexual. El primero de ellos era el del “matrimonio complejo”, que como explica Wayland-Smith, se trata de “la unión sexual abierta e igual entre todas las mujeres de la comunidad con todos los hombres de la comunidad”, con el objetivo de “acercarse a la unidad sagrada que disfrutan los santos en el cielo”. Este principio se traducía en que, aunque una pareja convivese, no podían tener una relación de exclusividad, puesto que se consideraba egoísta e idólatra y podía suponer la expulsión de la comunidad. Al igual que lo que ocurría con el matrimonio, los hijos también se criaban de forma conjunta, lo que permitía a las mujeres perseguir sus vocaciones con mayor libertad, al mismo tiempo que eran animadas a perseguir su satisfacción sexual.

Otro principio era el de la “continencia masculina”, que se traducía en que el hombre no debía eyacular para no malgastar su semilla (un principio probablemente influido por los diversos abortos sufridos por la esposa de Noyes). El último de los pilares era la “crítica mutua”, en la que todos los miembros de la comunidad debían someterse a un proceso de revisión público para eliminar sus rasgos negativos. Como muestra uno de los testimonios de la época, el juicio duraba una media hora, en la que el “acusado” debía aguantar un chaparrón de acusaciones. Por ejemplo, un tal Charles escuchó que “había caído a menudo en la tentación del amor egoísta, y el deseo de estar disponible y cultivar intimidad tan solo con la mujer que le va a dar un hijo”.

placeholder Una reunión de amigos. (Syracuse University Library)
Una reunión de amigos. (Syracuse University Library)

Aún más espinoso resultaba la conocida como “estirpicultura”, un programa de eugenesia introducido en 1869 que buscaba crear niños perfectos. Este consistía en que toda pareja que decidiese tener un hijo debía pasar antes por la revisión de un comité, que tenía en cuenta sus cualidades morales y espirituales, para recibir el visto bueno. Durante el último decenio, nacieron 58 niños, 9 de los cuales eran descendientes de su líder. La comunidad se dividía en “castas espirituales”, con Noyes en el escalafón superior. La normativa obligaba a los jóvenes a aprender de sus mayores a través de la conocida como “hermandad ascendente”… Lo que terminó provocando muy probablemente relaciones sexuales intergeneracionales no deseadas y abusos.

Se acabó la utopía, llegan las cucharas

A medida que pasaron las décadas y los jóvenes comenzaron a desconfiar del estilo de vida de sus mayores, muchos de ellos comenzaron a abandonar las prácticas que Noyes y sus acólitos mantuvieron vigentes la nada despreciable suma de 31 años. En la comuna llegó a haber 21 comités y 48 departamentos administrativos, que regulaban todas y cada una de las necesidades de sus habitantes y en los que la representación de hombres y mujeres era prácticamente equitativa. O, como matiza Wayland-Smith, ambos sexos estaban igual de expuestos a los abusos de Noyes.

El gurú salió escopetado en junio de 1879 camino Canadá y recomendó a sus fieles que abandonasen la idea del “matrimonio complejo”

El gran cisma se produjo cuando el anciano decidió transferir su liderazgo a su hijo, Teodore Noyes, que sufría un particular problema: era agnóstico y, por lo tanto, no disfrutaba de ninguna ascendencia sobre los acólitos. Poco a poco comenzaron a emerger diversas facciones dentro del movimiento y este comenzó a sufrir ataques externos, especialmente por parte del profesor John Mears, que puso en marcha una acusación en contra de Noyes por violación. Gracias a un chivatazo, el gurú salió escopetado de su utopía en junio de 1879 camino Canadá, desde donde recomendó por carta a sus fieles que quizá sería una buena idea abandonar la idea del matrimonio complejo, algo que ocurriría pocos meses después. Muchos aprovecharon para casarse con sus enamorados.

Era el principio del fin para la comunidad Oneida. En 1880 se creó una comisión para decidir si merecía la pena seguir viviendo como hasta el momento, o si por el contrario, era preferible reconvertirla en una sociedad anónima; curiosamente, una de las primeras que se abrieron en EEUU. Se sentaban así las bases de Oneida Limited, una de las empresas más exitosas en el siglo XX. El propio Noyes ya había declarado en alguna que otra ocasión que “hacer dinero es el alma del mundo”. Parecían comunistas en su organización diaria, sí, pero creían firmemente en el capitalismo y en la revolución industrial.

placeholder Fiesta en la mansión, probablemente posterior a 1870.
Fiesta en la mansión, probablemente posterior a 1870.

En 1886, el patriarca murió y su nieto, Pierrepont, decidió orientar la compañía hacia lo industrial y olvidarse de una vez por toda de las curiosas costumbres sexuales y religiosas de sus mayores. Abrió la fábrica de Niágara, donde comenzaron a fabricar el objeto por el que serían mundialmente conocidos, unas resultonas lujosas cucharas de plata que pasarían a formar parte del mobiliario de millones de hogares estadounidenses. Durante décadas, los americanos de clase media desconocían la historia que había detrás de esos utensilios que introducían en sus acomodadas bocas, pero el recuperado interés por las utopías ha devuelto a Oneida a la actualidad con su peculiar mezcla de igualitarismo, heterodoxia religiosa y sexualidad alternativa.

En 1947, el célebre investigador sexual Alfred Kinsey, decidió visitar a los descendientes de la conocida como comuna Oneida, animado por su colega Robert Dickinson. Cuando llegó, sin embargo, no se encontró más que ruina y cenizas. Sus objetos de estudio habían quemado todos los documentos (diarios, cartas, libros) que detallaban los pasos de la comunidad que sus bisabuelos habían creado en el siglo anterior. En concreto, de lo que ocurrió entre 1848 y 1879, cuando se convirtieron en los estadounidenses sexualmente más audaces, incluso con los criterios modernos. Una libertad que, aunque iba en contra de las costumbres de la época, estaba fundamentada en una particular interpretación del cristianismo.

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