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Los ricos están guardando su oro en búnkeres de las montañas suizas
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Los ricos están guardando su oro en búnkeres de las montañas suizas

¿Por qué millonarios anónimos depositan sus lingotes en viejos búnkeres de guerra en lugar de en sus cuentas bancarias? Desvelamos todo lo que se oculta en esas cámaras

Foto: La asombrosa subida del precio del metal con el estallido de la crisis ha transformado el oro en algo más que un valor exclusivo para inversores con una mentalidad conservadora. (iStock)
La asombrosa subida del precio del metal con el estallido de la crisis ha transformado el oro en algo más que un valor exclusivo para inversores con una mentalidad conservadora. (iStock)

Existe un mito popular que asegura que Suiza no dispone de un ejército propio. Dejando a un lado las muchas peculiaridades de su milicia, el lector que crea en dicha leyenda se llevará una sorpresa al saber que el país neutral por antonomasia posee una intrincada red de miles de pequeñas fortificaciones militares conectadas entre sí por galerías subterráneas. Desplegado a lo largo de sus fronteras, este mecanismo de defensa comenzó a levantarse durante la Segunda Guerra Mundial con el fin de disuadir a las potencias extranjeras ante posibles invasiones. Laberintos de túneles excavados en las paredes de granito convierten algunos tramos del subsuelo alpino en auténticos quesos de Gruyère.

Con el final de la Guerra Fría, aprovechando el cambio de la situación política, el ejército empezó a deshacerse de algunas de estas propiedades sacando a la venta un importante número de búnkeres. El uso que los nuevos propietarios ha ido haciendo de ellos ha sido de lo más variopinto, y comprende desde hoteles hasta fábricas de productos lácteos, pasando por museos, cuevas para el cultivo de champiñones o residencias de lujo.

La complicada accesibilidad —la condición de fortaleza y el emplazamiento de los búnkeres en un país que beneficia ciertas prácticas no demasiado transparentes— ha supuesto que la transformación de las fortificaciones para fines civiles haya buscado, en algunos casos, unas alternativas de negocio cargadas de opacidad. En un artículo publicado recientemente por Bloomberg, los periodistas Hugo Miller y Stephanie Baker estiman que alrededor de 10 de estas instalaciones se han convertido en cámaras acorazadas destinadas al almacenamiento de oro. Enterrados así en el bucólico paisaje de las montañas helvéticas, se ocultan auténticos Fort Knox privados que prometen a su clientela una opción más segura y confidencial para sus capitales que las clásicas cuentas suizas. En contraste también con las cajas fuertes de la banca tradicional, las compañías aseguran que su espacio es tan flexible que es prácticamente ilimitado. Presumen por ello de ser capaces de facilitar soluciones individuales adaptadas a las grandes exigencias de sus depositarios.

La burbuja del oro

Valor refugio por excelencia, el oro ha jugado históricamente ese papel de 'colchón' en el que las clases adineradas han confiado sus ahorros en periodos de gran inestabilidad económica. La asombrosa subida del precio del metal con el estallido de la crisis ha transformado el oro en algo más que un valor exclusivo para inversores con una mentalidad conservadora: se estima que, debido a la fuerte demanda, su precio se ha incrementado en un 25% desde finales de 2015, todo ello estimulado por la inseguridad de los bancos, la volatilidad de los mercados, las fluctuaciones del petróleo y el escaso rédito que ofrecen los productos financieros de bajo riesgo.

El creciente interés por un bien tan físico y tan real ha activado, curiosamente, una serie de servicios logísticos como el almacenamiento. Hablamos de un asunto donde lo material cobra tanta relevancia como los aspectos intangibles de la economía financiera. Este hecho explica quizá cómo avispadas empresas, completamente ajenas a este sector y especializadas en el almacenamiento de datos a través de servidores informáticos, han encontrado en el oro una oportunidad para ampliar su mercado.

Cajas fuertes a prueba de todo

La localización precisa de las cámaras acorazadas en la geografía del país alpino resulta un completo misterio. Los pocos periodistas que han tenido acceso a las instalaciones, como los mencionados Miller y Baker o la italiana Serena Tinari, se vieron obligados a firmar acuerdos por los que se comprometían a no desvelar las ubicaciones ni a ofrecer pista alguna sobre las mismas. Basándose en una ley relativa al secreto bancario, la ruptura de este tipo de contrato podría conllevarles multas exorbitantes e incluso penas de prisión.

El oro ha jugado históricamente ese papel de 'colchón' en el que las clases adineradas han confiado sus ahorros en periodos de gran inestabilidad económica

La descripción que se hace de los búnkeres visitados por los periodistas coincide. Las entradas se caracterizan por gruesas puertas metálicas enclavadas en las paredes de granito que dan paso a otras cámaras a modo de matrioskas, con más puertas metálicas aún. Varios sistemas de seguridad informática, como la introducción de códigos, el reconocimiento facial o la identificación por el iris, se suceden para impedir el acceso. El oro queda así protegido en un lugar a prueba de catástrofes nuclear y biológica, actos de terrorismo, terremotos y, por supuesto, robos.

Respecto a los trabajadores de los búnkeres, estos no pueden tener antecedentes penales y deben demostrar una vida privada impecable. Como si se tratara de agentes secretos, los empleados tienen prohibido desvelar qué trabajo desempeñan. En declaraciones al portal de noticias 'Swissinfo', Dolf Wipfli, fundador y jefe ejecutivo de Swiss Data Safe, considera que el mayor riesgo está precisamente dentro de la empresa, pues son más habituales los empleados que violan el secreto que los espías externos. Con todo, como cuentan Miller y Baker, las precauciones que se toman son tales que algunas compañías prefieren no ser mencionadas por los medios ante el riesgo de despertar el interés en los amantes de lo ajeno.

Clientes anónimos. Ante todo discreción

Si son muchas las incógnitas respecto al emplazamiento de los almacenes, el secretismo es completo en lo que se refiere a los propietarios que se desplazan hasta los Alpes para proteger su codiciada pertenencia.

Haciendo una rápida visita a la página web de Swiss Data Safe, llama la atención el hecho de que además de dos de las lenguas oficiales del país alpino (francés y alemán) y el inglés de rigor, la web se encuentre también traducida al chino y al ruso.

Entre la poca información facilitada a los medios por estas compañías se reconoce que si bien sus clientes son principalmente particulares, entre ellos se encuentra también alguna que otra institución pública. Las compañías dicen verificar la limpieza de las personas y de las organizaciones que solicitan sus servicios, y aseguran que solo una de cada tres cumple sus requisitos. Se garantiza incluso que su sistema es más transparente que otras alternativas como los puertos francos, de uso común en Suiza para salvaguardar obras de arte. Los bienes depositados se ven obligados a respetar las leyes, los impuestos y las tasas de aduanas.

Con el fin de ofrecer a la clientela una privacidad total, existen además apartamentos de lujo anexos a los complejos que proponen todo tipo de servicios, permitiendo a los depositarios no dejar rastro alguno sobre movimientos de tarjetas de crédito, pasaportes y facturas en hoteles y restaurantes.

Por no revelarse, no se revela tampoco ni a cuánto asciende la facturación ni cuántos accionistas disponen de participaciones en estas compañías.

El extraordinario interés de los suizos por el oro

Para el desarrollo de este tipo de negocios, tan relevante ha sido la difícil accesibilidad y la protección que ofrecen estas fortalezas inexpugnables como los tejemanejes que caracterizan a la economía y a la legislación de la Confederación Helvética. Si bien Suiza no es un Estado que realice operaciones de extracción del metal, los rasgos señalados lo convierten en uno de los principales actores en este mercado.

Sus clientes son principalmente particulares, pero entre ellos también se encuentra alguna que otra institución pública

Si en lo económico Suiza se encuentra en el punto de mira por los escándalos aparecidos en la prensa internacional, en el plano político, la nación demuestra ser uno de los estados donde más arraigada está la costumbre de la democracia directa. La habitual convocatoria de referendos llevó en 2014 a que varios miembros de la Unión Democrática del Centro, a través del movimiento 'Save our Swiss Gold', promovieran una consulta popular en la que se votaba el regreso al patrón oro. La victoria del sí hubiera obligado al incremento de las reservas nacionales a través de estrategias como la repatriación de lingotes, buena parte de los cuales se encuentran en posesión de otros bancos centrales extranjeros como el Banco de Inglaterra o el Banco de Canadá. A pesar del resultado negativo, la llegada de oro por vías privadas está en auge. Como ejemplo, la Administración Federal de Aduanas informa de que solo en la primera mitad de este año han entrado en el país 1.357 toneladas métricas del metal precioso, augurando así un récord que acabaría superando los resultados alcanzados en 2013.

En el plano legal, los operadores de almacenamiento de oro no están obligados a informar sobre posibles movimientos sospechosos, como sí lo están, sin embargo, los bancos, controlados por organismos reguladores como la oficina federal competente encargada de la lucha contra el blanqueo de dinero. Si a esto añadimos que naciones como los Estados Unidos no obligan a sus ciudadanos a declarar sus pertenencias de oro fuera de sus instituciones financieras, nos encontramos con un sistema que escapa al marco legal de la banca, con un indudable atractivo para capitales de procedencia dudosa que pueden hallar en tales vacíos toda una oportunidad.

Existe un mito popular que asegura que Suiza no dispone de un ejército propio. Dejando a un lado las muchas peculiaridades de su milicia, el lector que crea en dicha leyenda se llevará una sorpresa al saber que el país neutral por antonomasia posee una intrincada red de miles de pequeñas fortificaciones militares conectadas entre sí por galerías subterráneas. Desplegado a lo largo de sus fronteras, este mecanismo de defensa comenzó a levantarse durante la Segunda Guerra Mundial con el fin de disuadir a las potencias extranjeras ante posibles invasiones. Laberintos de túneles excavados en las paredes de granito convierten algunos tramos del subsuelo alpino en auténticos quesos de Gruyère.

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