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Nada de 'sexo vainilla': cómo ponerle mucha pimienta a tu vida
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Nada de 'sexo vainilla': cómo ponerle mucha pimienta a tu vida

Imagina que puedes elegir entre cientos de sabores y siempre eliges el mismo, porque es el que mas te gusta y no quieres probar nada nuevo: eso es el sexo vainilla

Foto: Elige tu sabor preferido. ¿Vainilla, fabada, frutos rojos o wasabi? (iStock)
Elige tu sabor preferido. ¿Vainilla, fabada, frutos rojos o wasabi? (iStock)

Imagínate que entras en una heladería. Salivando, te acercas al mostrador, donde se exponen no menos de doce recipientes con sabores de todo tipo: fresa, chocolate, limón, oreo, turrón, nata, frutas del bosque u otros más exóticos como foie gras, wasabi, pizza o fabada, que de todo hay en esta viña. Apetecible, ¿verdad? Quizá podríamos probar algo nuevo, pero de repente, nos fijamos en ese helado de sabor vainilla que tanto nos gusta y que nos recuerda a nuestra infancia. Da igual que la heladería haya estrujado su imaginación para ofrecernos los sabores más originales, terminaremos escogiendo lo de siempre.

Pues si aplicamos la misma lógica al sexo, ya puede el lector imaginarse en qué consiste el sexo vainilla: en el sota, caballo y rey de siempre. No existe un consenso para definir el sexo vainilla de forma rigurosa, pero se entiende que sería todo aquel que se limita a cumplir las reglas convencionales en la sociedad de su momento. Como señala la entrada en inglés en Wikipedia, suele entenderse como el tipo de relación sexual en la que no se practica ni sadomasoquismo, ni fetichismo, ni juego de roles (vaya, ¡todo lo que Cincuenta sombras de Grey ha puesto de moda!). Pero el British Medical Journal también tiene su propia definición, aunque la aplique solo a los homosexuales: se trata de toda relación que no va más allá de “el afecto, la masturbación mutua y el sexo oral y anal”.

En definitiva, y como bien resume un interesante artículo publicado en Gawker, suele identificarse con “el sexo misionero practicado en la oscuridad entre una pareja blanca heterosexual blanca, con muy pocos preliminares, y a veces rápido (pero tampoco demasiado), con no más de dos orgasmos”. No hay que ser un lince para darse cuenta de que se trata de un concepto, ante todo, peyorativo, en cuanto que desde su mismo origen señala a la monotonía y el conformismo en las relaciones sexuales. “Confórmate con el helado de vainilla”, parece anunciar, “pero no sabes lo que te estás perdiendo”.

Ponle sal a la vida

De ahí que la mayor parte de publicaciones que se encuentran en los medios de comunicación sobre el sexo vainilla tengan, como objetivo, sacar de su zona de confort a esas aburridas parejas. O, peor aún, a ese miembro de la misma que rechaza las insinuaciones de su compañero o compañera para dar un paso más allá, y que goza del dudoso honor de ser considerado el vanilla partner. La clave está en aprender de los valientes amigos del sado y la dominación sus estrategias para pasarlo bien, es decir, en echarle un poco de sal a la vida. Algo acentuado por el auge de la novela erótica levemente sado, que ha convertido en aceptable lo supuestamente tabú.

La mayor parte de consejos consisten, básicamente, en adoptar los modos y hábitos de Christian Grey y Anastasia Steele. Es el caso de un reportaje publicado en The Huffington Post por la terapeuta de parejas Debra Macleod, que sebasaba en una llamativa encuesta que afirmaba que el 60% de hombres y el 90% de mujeres se sienten excitados por la dominación para proponer ocho movimientos sexys, como en la canción de King Africa. A saber: que uno de los dos sea el encargado de proponer una historia sexual que el otro debe protagonizar y averiguar poco a poco, cambiar nuestra apariencia a partir de otros tejidos (como el látex), eliminar uno de nuestros sentidos (como la vista a través de una máscara) para potenciar el resto, o utilizar unos azotitos casuales o un poco de cera derretida para darle emoción al asunto.

No hace falta irse tan lejos. Un artículo publicado en The Stir proporcionaba una pequeña lista de cambios en apariencia inanes pero que pueden cambiar nuestra rutina. Por ejemplo, darse un sensual baño de burbujas, buscar otra localización para hacer el amor (¿qué tal el granero?), usar prendas de seda, comprar unos cubitos de hielo para que participen en el juego sexual o plantearse hacer un striptease ante la pareja. En ocasiones, la clave está en, como cantaba Nick Lowe, ser crueles para ser mejores. En resumidas cuentas, hacer esperar a la pareja y dilatar el encuentro sexual, actuar como si se fuese un extraño, evitar los besos (y centrarse en las manos) o utilizar esposas de peluche. El consejo definitivo, ¡cómo no!, es comprarle 50 sombras de Grey. Para almas más cándidas, Idiva propone hacer un calendario de posturas sexuales (“¿hoy es 22? Ya sabes lo que toca…”) o probar con comida.

Y si nos gusta la vainilla, ¿qué?

Hete aquí que el artículo anteriormente citado de Gawker propone una alternativa en apariencia más conformista, pero seguramente más útil si las esposas nos dan cosita. Como recuerda la autora, Monica Heisey, el problema es que el de sexo vainilla es un concepto muy relativo y que, sobre todo, se define por lo que no es, no por lo que es. De ahí que los consejos que se den para superarlo sean tan convencionales y que terminen cayendo en el sadomasoquismo soft, cuando en realidad, sólo cada pareja puede descubrir cuál es realmente el sabor que les falta por probar y que más disfrutarán.

Básicamente, cuando una pareja se siente demasiado vainilla, sienten culpa por no explotar su potencial sexual (algo que todos parecemos obligados a hacer con nuestra vida, aunque curiosamente no ocurra lo mismo con el potencial intelectual) y, para expiar sus pecados, se compran unas esposas que pronto terminarán en el armario o, debido a la vergüenza que provocaría que alguien las descubriese, en la basura. Como recuerda Heisey, entre lo atrevido y lo vainilla hay multitud de matices que los maniqueos tienden a pasar por alto.

En última instancia, el sexo vainilla es mera “apariencia de normalidad”, puesto que no hay dos vidas sexuales iguales. Al fin y al cabo, este es tan por defecto como cualquier otra preferencia. La única diferencia entre el sabor vainilla y el de wasabi es que los que prefieren este último están mejor equipados para “hablar sobre ello, probar cosas nuevas se encuentran, más abiertos a la idea de que el sexo y las relaciones implican una renegociación continua de fronteras y preferencias”. Como resume la autora en su consejo final, “el movimiento más caliente para tu vida sexual no es robar de los atrevidos las esposas, sino el diálogo”.

Imagínate que entras en una heladería. Salivando, te acercas al mostrador, donde se exponen no menos de doce recipientes con sabores de todo tipo: fresa, chocolate, limón, oreo, turrón, nata, frutas del bosque u otros más exóticos como foie gras, wasabi, pizza o fabada, que de todo hay en esta viña. Apetecible, ¿verdad? Quizá podríamos probar algo nuevo, pero de repente, nos fijamos en ese helado de sabor vainilla que tanto nos gusta y que nos recuerda a nuestra infancia. Da igual que la heladería haya estrujado su imaginación para ofrecernos los sabores más originales, terminaremos escogiendo lo de siempre.

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