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Corralas y mentideros de Madrid: un paseo por las 'redes sociales' del siglo XVI
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Corralas y mentideros de Madrid: un paseo por las 'redes sociales' del siglo XVI

Las calles de la capital atesoran aún algunos espacios que son testimonio vivo de lo que fue la vida de la ciudad

Foto: Corrala el Corralón, en el barrio madrileño de Embajadores.
Corrala el Corralón, en el barrio madrileño de Embajadores.

Madrid dejó de ser un poblachón para convertirse en villa y corte en el siglo XVI. Después de que Felipe II fijara en ella la capital del Reino, poetas, actores, cortesanos, soldados y gentes de toda condición y oficio se instalaron en una ciudad que vio crecer sus límites a un ritmo desconocido. La vida en la ciudad se volvió efervescente y la población se triplicó con la llegada de pícaros que vieron en ella un lugar fácil para hacer fortuna. Para ellos, no había nada más valioso que una morada en la que resguardarse y una buena información a tiempo.

En pleno siglo XXI, con un mundo hipercomunicado, resulta complejo imaginar un Madrid en el que existiera una información fluida y diaria. Las calles, plazas, iglesias y corrales de comedia se convirtieron en los 'muros' públicos de una enorme 'red social' que tomó el nombre de 'mentideros de la villa'.

Trasladarse al Madrid del Siglo de Oro requiere de una buena dosis de imaginación, pero es posible gracias a las excursiones que, los sábados a mediodía, recorren algunos de estos puntos singulares. Un agradable paseo que permite ver de cerca los pocos ejemplos que quedan vivos de las corralas, unas construcciones típicamente madrileñas que no siempre han gozado de protección urbanística.

El cotilleo tenía su propio espacio en los corredores y patios de vecinos que hoy se conservan en algunas calles de Lavapiés o Latina, por donde discurren este tipo de rutas guiadas. Algunas de ellas han logrado pervivir hasta nuestros días tras ser declaradas monumento nacional, como, por ejemplo, las de Mesón de Paredes o Miguel Servet, que ofrecen sus balconadas abiertas a todo el que quiera fotografiarlas.

Otro de los modelos mejor conservados de este tipo de construcción que dio cobijo a miles de madrileños es El Corralón. Levantado en el Cerrillo del Rastro, en el barrio de Embajadores, lleva desde 1860 como testigo de la historia de Madrid. Ahora, reconvertido en el Museo de Artes y Tradiciones Populares de la UAM, permite sentir desde dentro el alma de este tipo de edificios que no han perdido ni un ápice de encanto con el paso de los años.

Semiescondida en la calle de la Cabeza, puede encontrarse otra de las corralas más famosas de Madrid, no tanto por su excelente conservación como por los misterios que oculta en sus sótanos: en sus paredes cobrizas se ubican las celdas de la antigua Cárcel Eclesiástica de la Corona, a tan solo unos escalones de distancia.

Mentideros: el cotilleo en plena calle

El chismorreo público salía del ámbito doméstico a la calle en los mentideros. Al más famoso de ellos, las gradas de San Felipe —antiguamente ubicado en la actual confluencia de la Puerta del Sol y la calle Mayor—, llegaban noticias de todo el Imperio español. Allí se cumplían tareas tan diversas como contratar a mercenarios para turbios negocios o incluso extender rumores que entretenían a los asiduos a este foro. Las gradas era el mentidero más grande de la capital: llegaba a acoger a tantos curiosos en la explanada elevada del desaparecido convento de San Felipe que en una ocasión se derrumbó.

En las excursiones que recorren la historia de estos desconocidos lugares, se mencionan otros mentideros tan relevantes como el de las Losas de Palacio. Ante el Real Alcázar que habitaron los Austrias, en el mismo emplazamiento donde hoy se levanta el Palacio Real, tenían lugar conversaciones relacionadas con el gobierno y con las concesiones que la realeza manejaba en la época.

En ese otro Madrid, el de los artistas —que hoy recibe el nombre de Barrio de Las Letras—, estaba el más peculiar de los tres mentideros que existieron: el de los Representantes. Bajo la ventana de la que antaño fuera casa de Cervantes, en la calle del León, el genial autor podía ser testigo de las críticas a su última obra con solo asomarse. Un lugar clave para este oficio que, además, servía para airear las cuitas amorosas de los personajes más célebres de la villa —entre otros, el mismísimo Lope de Vega—. Algunos de estos chismes sobre la agitada vida de los protagonistas del Siglo de Oro inspiraron las comedias que luego se estrenaban en los cercanos corrales, como el de Los Caños del Peral o el del Príncipe, que sentaron los cimientos del Teatro Real y el Teatro Español, respectivamente.

Paseos de la mano de la tradición que concluyen a mediodía con un viaje a la gastronomía más auténtica de la capital. ¿Qué mejor que calentar el cuerpo con un plato de lo más madrileño a la hora de comer? Incluido en el precio de la excursión se puede disfrutar de un auténtico —y contundente— cocido en la barra de un clásico castizo desde 1895: Malacatín (calle Ruda 5). Como curiosidad, este local es uno de los pocos de la capital donde poder tomarse un intenso y aromático café de puchero. Cuatro generaciones de una misma familia dedicada a alimentar no solo los estómagos más exigentes, sino buena parte de la historia de una ciudad tan viva como aquella que hacía vibrar los mentideros y las corralas de la villa y corte. ¿Se apunta a 'cotillear' estos espacios?

Madrid dejó de ser un poblachón para convertirse en villa y corte en el siglo XVI. Después de que Felipe II fijara en ella la capital del Reino, poetas, actores, cortesanos, soldados y gentes de toda condición y oficio se instalaron en una ciudad que vio crecer sus límites a un ritmo desconocido. La vida en la ciudad se volvió efervescente y la población se triplicó con la llegada de pícaros que vieron en ella un lugar fácil para hacer fortuna. Para ellos, no había nada más valioso que una morada en la que resguardarse y una buena información a tiempo.

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