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Un empresario contra el poder financiero
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SANTIAGO GÓMEZ PINTADO REVELA LOS DETALLES DEL 'CASO OTAYSA'

Un empresario contra el poder financiero

Futbolista, abogado y empresario. Estas, y por este orden riguroso, son las profesiones de Santiago Gómez Pintado, según él mismo ordenaba en las entrevistas que concedía

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Un empresario contra el poder financiero

Futbolista, abogado y empresario. Estas, y por este orden riguroso, son las profesiones de Santiago Gómez Pintado, según él mismo ordenaba en las entrevistas que concedía a los medios en el apogeo de su éxito, en 1994. El año anterior su empresa, una red de concesionarios de vehículos, había facturado la friolera de 5.200 millones de pesetas gracias a la llamada Fórmula Otaysa, un innovador contrato que permitía a sus clientes acceder a un vehículo mediante el pago de cuotas mensuales que incluían la adquisición, impuestos, seguros, mantenimiento... "Todo menos la gasolina", anunciaba la promoción poco antes de estallar el escándalo denominado primero de los coches usados y después, caso Otaysa. Afectó a cientos de clientes, dejó en el paro a decenas de trabajadores y hundió en la quiebra al propio Gómez Pintado.

Él mismo explica su ascenso y caída del panteón de los grandes empresarios nacionales en El caso Otaysa. La lucha de un empresario contra el poder financiero (Ed. SGP). Una autobiografía que ha servido "apagar los rencores que sentía contra todos aquellos que colaboraron para destruir" sus empresas, según explicaba durante la presentación del libro, hace unas semanas. En el volumen repasa toda una vida como deportista de élite, abogado y empresario exitoso –llegó incluso a acariciar el sueño de presidir el Real Madrid– para explicar a quien quiera oírle cómo pudo su prometedor sueño corporativo acabar, cuando parecía imposible, en la más absoluta ruina.

De promesa del fútbol a la Fórmula Otaysa

Santiago no se había hecho célebre distribuyendo coches, sino en la cantera madridista. Ya en 1953, cuando tenía 17 años, Gómez Pintado –conocido entonces por su apodo deportivo, Santiago Montejano– fichó por el club blanco. Coincidió con buena parte de los históricos de la edad de oro madridista –Gento, Di Stefano y Puskas, entre otros– y conoció personalmente a Santiago Bernabéu. También tuvo que suplicarle a Raimundo Saporta, el entonces vicepresidente del club madrileño, que le dejara marchar cuando el Valencia, años después, ofreció por él un millón de pesetas. Saporta sólo accedió a cederlo.

Fue el primero de una serie de traspasos que le llevaron también a jugar en Badajoz, Cádiz, Santander y Murcia, y a militar al final de su carrera en las filas del Atlético de Madrid. Con el Real Madrid nunca jugó un partido de Liga, aunque Gómez Pintado se confiesa blanco incondicional y siempre ha asegurado no albergar ningún rencor al club por haberlo retenido, una situación que catapultó su carrera deportiva casi tanto como la lastró. Buena prueba de la relevancia que Montejano adquiriría en el panorama de la época lo tenemos en el "equipo de fútbol ideal" que los redactores de Marca imaginaron en 1959 y que  incluía a Montejano en la posición de medio centro.

Tampoco la trayectoria empresarial de Gómez Pintado empezó como un camino de rosas, como no suelen hacerlo las de aquellos que acaban llegando a triunfar. Con el dinero del fútbol montó una compañía de transportes en los sesenta a la que traspasó su apellido deportivo, Montejano. "Tenía 30 años, 250 trabajadores y no sabía cómo salir de aquélla. Lo pasé muy mal. Había momentos en los que me asomaba a la ventana y entendía por qué la gente se tiraba", explicaba años después en una entrevista a El País

La solución a sus problemas financieros pasó por reconvertir su empresa en un concesionario de coches y esperar casi una década, en sus propias palabras, hasta poder empezar a levantar la cabeza. Una época que Gómez Pintado aprovechó para licenciarse en Derecho, a los 45 años, e incluso ejercer durante más de tres años. "Pero tenía siete hijos y sólo como abogado no podía mantenerlos", explica. "Tuve que volver a la empresa".

Y curiosamente fue entonces, en el momento en que más cundía el desánimo, cuando fundó Otaysa y las cosas empezaron a irle bien. A finales de los ochenta Otaysa ya vendía miles de vehículos al mes y en la temporada 1990-1991, la compañía empezó a patrocinar al Real Madrid. Una publicidad con mucho valor sentimental para el antiguo Montejano que, además, acabó de consolidar una marca que empezaba a estar en boca de todos.

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Una 'tormenta perfecta' de procesos judiciales

La clave del éxito de Otaysa residió en su fórmula homónima, un sistema que permitía acceder a un vehículo y su mantenimiento mediante el pago de cuotas mensuales. Los servicios, a medio camino entre el seguro y la financiación, eran cubiertos por el propio grupo, a excepción de la garantía del fabricante. Aunque Otaysa legalmente sólo podía actuar como revendedor, la empresa llegó a comercializar casi 2.000 coches mediante esta fórmula. No obstante, dejó de funcionar a mediados de los noventa y se extinguió, junto con la propia compañía, en 2000. La razón, según Gómez Pintado, fueron las dificultades interpuestas por las marcas, empeñadas "en que no triunfara".

La realidad es que Otaysa tuvo que enfrentarse a una tormenta perfecta de procesos judiciales desatada por sí misma. El primero de los conflictos vendría cuando su compañía, según él, recibió la consigna de Volkswagen de utilizar piezas de segunda mano –eufemísticamente denominadas "de canje"– en reparaciones de vehículos aún en garantía, "lo que constituía una estafa". Otaysa se negó a hacerlo y la firma automovilística rescindió el contrato con la distribuidora. La red de concesionarios presentó una querella contra la multinacional alemana por estafa y delito contra los consumidores. "Me estaba enfrentando a un grande y estaba corriendo un gran riesgo", explica Gómez Pintado en su libro. "Pero cuando meditaba sobre esto me reafirmaba en mi postura. Me decía a mí mismo que si hubiera hecho lo que ellos querían habría dejado de ser yo".

Pero Pintado perdió. La querella no fue admitida a trámite por el Juzgado de Instrucción nº 2 de la Audiencia Nacional, aduciendo, entre otros motivos, que "la materialización de los hechos descritos no se realizaba directamente por los querellados, sino por los concesionarios [...] entre los que se encontraba la propia querellante". Muchos otros vieron con escepticismo la supuesta integridad de los responsables de Otaysa, dado que la compañía tenía abierto otro litigio contra el fabricante por deudas y falta de acuerdo en los contratos.

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En el fondo del caso Otaysa, en todo caso, residió la definición misma de estas piezas de recambio, que la distribuidora consideraba "usadas", las firmas "de canje" y muchos otros, simples piezas recicladas. En una crónica que Cinco Días dedicaba al asunto en 1999 se enumeraban los adjetivos que abogados y técnicos de una y otra parte utilizaron para referirse a las mismas piezas a lo largo de la polémica: "Recuperadas, remanufacturadas, reacondicionadas, recicladas...".

La denuncia trascendió a la prensa y se convirtió, de la noche a la mañana, en el escándalo de los coches usados. Después vendría el boicot de los firmas de coches –que conseguirían, según Pintado, que la mayoría de las grandes marcas se negasen a hacer negocio con Otaysa– y la densa red de intereses financieros que el empresario, sin darse cuenta, había pulsado. La salida de El Corte Inglés del proyecto –que financiaría su salida a bolsa–, entre otras grandes corporaciones, antecederían a la que el empresario denomina "la verdadera traición": la de Santander Consumer, la financiera del entonces Banco Santander. La retirada unilateral de su apoyo dio al traste con el grupo Otaysa y puso en la calle a decenas de trabajadores. Hoy, una reciente sentencia judicial avala la tesis de Gómez Pintado de que fue Santander Consumer, al incurrir en incumplimiento de contrato, "el auténtico responsable de la quiebra de estas empresas".

Victoria moral

La judicial es una pequeña victoria moral para Gómez Pintado, que sin embargo no acaba de convencer a muchos profesionales del gremio. "Es un tema muy complejo", advierte a El Confidencial un veterano gerente de concesionarios que declina aportar su nombre. "La cruzada contra los fabricantes es un modo de verlo, aunque para mí Otaysa, que era un distribuidor, quiso llevarse una porción del negocio que es de las firmas". La negativa de la compañía a utilizar los repuestos prescritos por los fabricantes implicaba, en la práctica, que fuera Otaysa la que asumiera la competencia de las reparaciones. Y en garantía, "la reparación es una responsabilidad de la casa", cuenta el experto, para recordar que esta reparación "es también negocio". Las firmas, según él, "reaccionaron y dejaron de trabajar con Otaysa".

En todo caso, matiza el experto, la situación en la que acabó Otaysa fue "desproporcionada" y "muy injusta hacia los clientes, que fueron los que pagaron los platos rotos". Lo atestiguan algunos de los testimonios que incluso hoy día pueden encontrarse en foros de internet: "En el mes de agosto de 1999 compré un choche a través de la empresa Fórmula Otaysa. Dicho coche me costó 1.475.000 pesetas y entregué otro como entrada por el que me dieron 1.400.000", explicaba un afectado en 2001. "Actualmente la empresa Otaysa Fórmula ha desaparecido y me encuentro con que estoy tirando a la basura 20.000 pesetas mensuales".

Futbolista, abogado y empresario. Estas, y por este orden riguroso, son las profesiones de Santiago Gómez Pintado, según él mismo ordenaba en las entrevistas que concedía a los medios en el apogeo de su éxito, en 1994. El año anterior su empresa, una red de concesionarios de vehículos, había facturado la friolera de 5.200 millones de pesetas gracias a la llamada Fórmula Otaysa, un innovador contrato que permitía a sus clientes acceder a un vehículo mediante el pago de cuotas mensuales que incluían la adquisición, impuestos, seguros, mantenimiento... "Todo menos la gasolina", anunciaba la promoción poco antes de estallar el escándalo denominado primero de los coches usados y después, caso Otaysa. Afectó a cientos de clientes, dejó en el paro a decenas de trabajadores y hundió en la quiebra al propio Gómez Pintado.